Haceunos años sentimos que debíamos espiritualizar más las reuniones directivas de nuestra división. Dos veces al año nos reuníamos durante una semana o diez días para considerar los interminables problemas de la obra del Señor de la División Transafricana. Siempre realizábamos los ejercicios devocionales para iniciar el trabajo de cada día. Reinaba un buen espíritu. Trabajando de la mañana a la noche siempre teníamos éxito en completar nuestro trabajo a tiempo. Pero nuestro corazón deseaba algo más —algo que nos llevara más cerca del Señor, algo que llenara nuestra vida con un poder nuevo y nuestra mente con una nueva visión. De modo que decidimos emplear más tiempo en comunión con el Señor durante esas reuniones.

Se prolongaron nuestros periodos devocionales. Luego de esos estudios inspiradores los miembros de la junta se dividían en pequeños grupos de oración. En esos momentos pasados con el Señor le presentábamos nuestras necesidades y problemas especiales. Había tiempo suficiente para que cada uno pudiera participar de esos momentos de oración. Luego, antes de la comida, dedicábamos otra hora al estudio de la Biblia —para la discusión de la Palabra cuando alguno de los miembros de la junta se sintiera impelido a participar.

Algunos de los miembros se mostraron escépticos cuando se sugirieron estos planes. La agenda estaba siempre atiborrada. El tiempo parecía ser demasiado corto para comprimir en él todo lo que necesitaba ser hecho. ¿Cómo podíamos ocupar otra hora y media de un programa ya repleto y lograr que se cumpliera con el trabajo? Pero convinimos en intentarlo.

¿Los resultados? El Señor hizo más que compensarnos el tiempo adicional que pasamos con él. Nuestro trabajo fue realizado con mayor prontitud. Sentimos en nuestro medio la dulce influencia de su presencia. ¡No ros resultaba común terminar nuestro trabajo de junta antes de lo planeado! Aprendimos una lección valiosa: ¡Vale la pena, cuando se tiene un programa recargado, concederle al Señor más, y no menos tiempo!

EL PELIGRO DE LOS OBREROS OCUPADOS

Los obreros adventistas —sea que se hallen en África, Europa, América, Asia o Australia— son gente ocupada. Tenemos una sucesión interminable de juntas, comisiones, seminarios, reuniones de trabajos prácticos y otras ocasiones para reunirnos. Tenemos campañas evangélicas que dirigir, blancos de la recolección para alcanzar, escuelas de iglesia que administrar, edificios que han de construirse e iglesias pequeñas y grandes que atender. Hay una serie aparentemente inacabable de tareas que demandan nuestra atención. ¡En realidad, somos gente muy ocupada!

A un grupo tal de obreros preocupados Dios le dice: “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová” (Sal. 27:14).

En nuestro denso programa de hacer cosas buenas, cosas deseables, cosas necesarias necesitamos reservar tiempo para esperar en el Señor. Debe haber tiempo para detenernos a fin de reabastecernos y reanimarnos espiritualmente.

SANTIDAD Y OCUPACIÓN

En el servicio del antiguo tabernáculo Aarón recibió instrucciones de hacer “una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD A JEHOVÁ” (Exo. 28:36). “Y estará sobre la frente de Aarón” (Vers. 38). Esa pieza de metal estaba destinada sin duda a enseñar varias lecciones significativas al pueblo y a los sacerdotes, pero me parece que una de las lecciones más importantes que Dios deseaba que sus obreros de aquellos días aprendieran era que debía haber santidad en el activo programa del tabernáculo.

El obrero de Dios no debe estar tan ocupado aun en la obra de Dios de suerte que su propia alma quede sin nutrirse, y que el desarrollo de su carácter se vea impedido. Debe manifestarse santidad en medio de la actividad. Junto a un programa de gran actividad debe haber tiempo suficiente para la reflexión serena. En medio del esfuerzo realizador deben fomentarse momentos que predispongan para la recepción.

Una compañía fabricante de una popular bebida gaseosa atrae a los consumidores con la declaración de que su producto permite “la pausa que refresca”. Los obreros en la causa de Dios necesitan frecuentes intervalos que reanimen —pausas provocadas por una ferviente búsqueda del Señor. En un programa tan lleno de planes y actividad debe haber tiempo para la meditación y la oración. ¡Debe haber santidad en medio de la actividad!

La sierva del Señor tiene un mensaje que nos invita a pensar como obreros, está especialmente dirigido a los líderes ocupados —aquellos de nosotros que tal vez estemos “más listos a ocuparnos en los servicios religiosos exteriores que en la obra interna del corazón”. Vale la pena que lo leamos con cuidado y lo consideremos con oración.

“A medida que nuestro número aumenta, se han de formular planes más amplios para hacer frente a las mayores demandas de los tiempos; pero no vemos un aumento especial de la piedad ferviente, de la sencillez cristiana y de la devoción diligente. La iglesia parece contentarse con dar sólo los primeros pasos en la conversión. Se hallan más listos para la labor activa que para la devoción humilde, más listos para ocuparse de los servicios religiosos exteriores que para la obra interna del corazón. La meditación y la oración se descuidan por el bullicio y el exhibicionismo. La religión debe comenzar con el vaciamiento y la purificación del corazón, y se debe nutrir con la oración diaria” (Testimonies, tomo 4, pág. 535).

AFECTA NUESTRO ÉXITO EN LA OBRA

Descuidamos nuestros momentos de espera en el Señor con el peligro de defraudar nuestras almas y a expensas del éxito en nuestra obra. “Necesitáis velar, no sea que las bulliciosas actividades de la vida os lleven a descuidar la oración cuando más necesitéis de la fortaleza que ésta puede daros. La santidad está en peligro de ser expulsada del alma por una excesiva dedicación al trabajo. Es sumamente nocivo privar al alma de la fuerza y la sabiduría celestial que aguardan vuestra demanda. Necesitáis la iluminación que sólo Dios puede dar. Nadie es apto para llevar a cabo sus tareas a menos que posea esa sabiduría” (Id., tomo 5, pág. 560).

En los escritos del profeta evangélico se hallan unas palabras que generalmente aplicamos a las condiciones que existirán en la tierra nueva. Hay también un mensaje para nosotros como obreros en la causa de Dios aquí y ahora: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isa. 40:31).

“Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas”. Esto puede ser una promesa tanto como una profecía. Es para ti y para mí aquí y ahora. No sólo en la tierra gloriosa serán renovadas las fuerzas cuando esperemos en el Señor, sino precisamente ahora, en nuestra activa serie de al parecer interminables ocupaciones. Son las fuerzas espirituales, físicas y mentales las que serán renovadas. Esas son las fibras que construyen el éxito en la obra del Señor. No podemos ser verdaderamente prósperos en nuestra labor para Dios si estamos demasiado ocupados para renovar nuestra naturaleza espiritual, física y mental.

“Un obrero no puede obtener éxito si ora apresuradamente y se precipita tras algo que él teme descuidar u olvidar. Le concede a Dios sólo unos pocos pensamientos llenos de prisa; no se toma tiempo para meditar, para orar, para esperar del Señor una renovación de la fuerza física y espiritual. Pronto se debilita. No siente la influencia elevadora e inspiradora del Espíritu de Dios. No es vivificado por una vida nueva. Su cuerpo cansado y su cerebro fatigado no son aliviados por el contacto personal con Cristo” (Id., tomo 7, pág. 243).

Oraciones apuradas, cosas olvidadas, cuerpos cansados, mal humor, cerebro fatigado —éstos son los precursores del fracaso. Al limitar el tiempo que debemos pasar con Dios, la Fuente de fortaleza, limitamos nuestro éxito en su servicio.

“Si se permite que la prisa del trabajo nos aparte de nuestro propósito de buscar al Señor diariamente, cometeremos el más grande de los errores; incurriremos en desatinos, porque el Señor no estará con nosotros; hemos cerrado la puerta, de modo que no puede hallar acceso a nuestra alma. Pero si oramos aun cuando nuestras manos estén ocupadas, el oído del Salvador está abierto para escuchar nuestras peticiones. Si estamos decididos a no ser separados de la Fuente de nuestra fortaleza, Jesús ha decidido ponerse a nuestra mano derecha para ayudarnos, a fin de que no podamos ser avergonzados ante nuestros enemigos. La gracia de Cristo puede realizar por nosotros lo que con todas nuestras fuerzas fracasaríamos en hacer. Los que aman y temen a Dios pueden estar rodeados por una multitud de inquietudes, y no obstante no vacilar ni claudicar en su marcha. Dios cuida de vosotros en el lugar en que debéis cumplir con vuestro deber. Pero procurad ir, tan a menudo como os sea posible, a donde se suela orar” (Counsels on Health, pág. 324).

Cometeremos errores. Incurriremos en desatinos. Hemos cerrado la puerta hacia el éxito espiritual. ¡Dios no puede tener acceso a nuestra alma! ¡Cuán trágico sería que alguno de nosotros como obreros se hallara en esa condición, simplemente por no tomar tiempo para esperar en el Señor!

LA RECEPCIÓN DEL ESPIRITU SANTO

El pueblo de Dios —y especialmente sus obreros— está orando fervorosamente por el derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía para terminar la obra de Dios en toda la tierra. Jesús hizo clara la estrecha relación que existe entre la espera en el Señor y la recepción del Espíritu Santo. Cuando los primeros discípulos se reunieron en Jerusalén, les ordenó que no abandonaran la ciudad. Habían de esperar “la promesa del Padre” (Hech. 1:4).

Los discípulos esperaron antes de Pentecostés. Entonces hubo espera antes de que fueran henchidos. ¡Ahora debe haber espera antes de que seamos henchidos! La promesa del Padre es para los que esperan en el Padre. Los que están demasiado ocupados —aun en la obra de Dios- no recibirán las copiosas lluvias de gracia y poder que él ha prometido. Habrá más valor, más poder, más éxito si primero esperamos en el Señor.

“No permitáis que nada, no importa cuán amado y estimado sea, absorba vuestra mente y afectos, apartándoos del estudio de la Palabra de Dios o de la oración ferviente” (Testimonies, tomo 8, pág. 53).

Diariamente se han de apartar momentos para mantener encuentros sin prisa con Dios. Para algunos las primeras horas de la mañana son los mejores momentos para pasarlos con el Señor y vivificarse espiritualmente para el día. Otros prefieren la quietud de la noche, antes de retirarse a descansar y luego de haber depuesto las cargas de un día activo. No importa los momentos que prefiramos. Lo que importa es que pasemos mucho tiempo con Dios; que nuestra actividad sea reforzada por la santidad.

Si estamos demasiado ocupados para pasar un momento con Dios todos los días, estamos más ocupados de lo que el Señor alguna vez pensó que lo estemos. Quiera él ayudarnos a entender bien la relación entre la santidad y la actividad, la dulce experiencia de esperar en el Señor en medio de un programa muy activo.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General.