Usted tiene tremendas responsabilidades. Es el líder de quien depende en gran medida el futuro de la obra en su campo. Y uno de los aspectos en los cuales influye decididamente su liderazgo, es en la formación de los nuevos obreros que su campo emplea, especialmente los aspirantes al ministerio.
Cuando un joven recibe el diploma luego de cuatro años de intenso estudio, da por concluida una etapa de su vida y se inicia en otra: La más difícil. Es relativamente fácil sacar buenas notas en un examen; en cambio, ser ministro consagrado y humanitario en el terreno mismo, es un poco más difícil.
El recién graduado ha recibido una preparación académica completa. Ahora, al salir al campo de trabajo, deberá poner en práctica la teoría aprendida. Se produce un brusco cambio en su vida. Cambia el ambiente estudiantil -lleno de juventud y actividad-, por el de una ciudad, pueblo o villa tal vez aislados; y se ve obligado a modificar su programa de actividades puesto que su vida no será regida de allí en adelante por campanas, timbres y un horario predeterminado, sino que él mismo será el administrador de su tiempo.
Permítame decirle, señor presidente, que el futuro de ese joven dependerá en alto grado de usted y de su relación con él. Durante algunos años aún seguirá siendo alumno; pero ahora usted será el profesor.
Tal vez la primera verdad que vale la pena recordar ahora es que usted es el presidente de la juma directiva de su campo, pero no es el presidente de la iglesia o presidente de los pastores.
Más bien, usted es el pastor principal de la iglesia. Sí, usted es el líder, pero no sólo en el campo de la administración. Se espera también que usted sea un líder espiritual. En otras palabras, su tarea no es la de un gerente, sino la de un pastor. Analicemos juntos algunas realidades:
1. El obrero nuevo necesita mucha orientación de su parte. El Manual para Aspirantes al Ministerio recomienda lo siguiente: “Cuando el principiante llega a su lugar de trabajo, será grato que el presidente lo visite junto con su esposa a la brevedad posible. En combinación con el tesorero pueden examinar los reglamentos del campo local y contestar cualquier pregunta que surja. Este período de orientación será de gran valor”. Más de un talento se pierde por falta de este contacto humano inicial. El aspirante es un niño en el ministerio. Necesita la orientación pastoral de su líder tanto como el nuevo converso la necesita de su pastor: Una mano ayudadora tendida a tiempo le será de gran ayuda. Al repasar las cartas de Pablo a Timoteo imaginamos con cuánto interés habrá leído el joven ministro las instrucciones de su líder. Imaginamos también los errores que habrá podido evitar al seguir esas instrucciones.
2. El obrero con defectos puede ser reprendido, castigado… o ayudado. Creemos que el peor aspirante al ministerio era ese hombre lleno de defectos llamado Pedro. Sin embargo, el Señor trabajó pacientemente con él. “Jesús anduvo a solas con Pedro un rato, porque había algo que deseaba comunicarle a él solo” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 753). Cristo sabía que los graves defectos de carácter de Pedro podían y debían ser corregidos. ¿Cuál fue el resultado de ese contacto permanente de Jesús con Pedro? “Antes de su caída, Pedro había tenido la costumbre de hablar inadvertidamente bajo el impulso del momento… Pero el Pedro convertido era muy diferente. Conservaba el fervor anterior, pero la gracia de Cristo regía su celo. Ya no era impetuoso, vanidoso…” (Ibid).
“Nunca se me dijo cuáles eran mis faltas-se quejaba amargamente el obrero al recibir la notificación de que cesaban sus funciones ministeriales en la asociación-. ¿Por qué no vino alguien a conversar francamente conmigo y a mostrarme en qué debía cambiar?” Este no es un caso aislado. ¡No haya en sus manos sangre de ministros! Antes de disciplinar haga todo lo que pueda para redimir. Jamás la junta directiva debería tomar un voto antes de agotar todos los recursos para solucionar los problemas. Sin embargo, sea drástico frente a la irresponsabilidad o el pecado cuando no hay mejoría.
“Jesús constituye nuestro ejemplo en el liderazgo. Dios nos ha encomendado que edifiquemos a los hombres y no que los quebrantemos o los trituremos. ¿Qué monumento mayor podríamos dejar en un campo que un obrero fuerte a quien hayamos ayudado a sobreponerse al error o al desánimo?” (Roberto H. Pierson, Para Ud. Que Quiere ser Dirigente, pág. 61).
Tal fue el caso de Juan Marcos, que se desanimó y abandonó a Pablo. “Había trabajado con éxito en circunstancias favorables; pero ahora, en medio de la oposición y los peligros que con tanta frecuencia asedian al obrero de avanzada, no pudo soportar las durezas como buen soldado de la cruz” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 137, 138).
Pablo lo juzgó severamente y en forma desfavorable. No así Bernabé, que veía en él posibilidades de redención además de los frutos de la inexperiencia. Pero en el joven discípulo había pasta de buen ministro. “En años ulteriores su solicitud por Marcos fue ricamente recompensada; porque el joven se entregó sin reservas al Señor y a la obra de predicar el mensaje evangélico en campos difíciles. Bajo la bendición de Dios y la sabia enseñanza de Bernabé, se transformó en un valioso obrero” (Id., pág. 138).
Al fin de la carrera de Pablo, es Juan Marcos quien lo acompaña en medio de las vicisitudes de la cárcel de Roma. “Frente a la severa prueba y la adversidad, Marcos continuó firmemente como sabio y amado ayudador del apóstol” (Id., pág. 363).
Esa es su misión: Formar, salvar a los hombres. ¡No haya sangre de obreros en sus manos!
Es muy fácil reprender y fustigar a los obreros que producen problemas. Pero más productivo es orar con ellos y por ellos, y darles un buen ejemplo. “El presidente de una asociación local está educando a los ministros que están bajo su dirección por su manera de tratarlos… Si los dirigentes de la asociación, como siervos fieles, quisieran cumplir los deberes que les ha señalado el cielo, la obra de nuestras asociaciones no estaría tan llena de perplejidades como ahora, y al trabajar así, los obreros llegarían a ser hombres fuertes, capaces de llevar responsabilidades, que no fracasarían ni se desalentarían al verse en situaciones difíciles” (Obreros Evangélicos, pág. 433).
Todo esto podría resumirse usando las palabras del actual presidente de la Asociación General quien, en su libro Para Ud. Que Quiere ser Dirigente, dice: “Un dirigente genuino no es un asalariado. Ama de veras a sus hombres. Se identifica con sus esperanzas, gozos, chascos y problemas. Aprovecha cada oportunidad para acompañarlos en el campo. Fortalece a los débiles e inspira a los fuertes. Cuando sobreviene la adversidad, suaviza el golpe. No es un jefe, sino un hermano” (pág. 66).
Señor presidente: Sus responsabilidades son tremendas. Es usted el líder de quien depende en gran medida el futuro de la obra en su territorio. Ocúpese en las tareas administrativas con todo entusiasmo; pero no se olvide de pastorear el rebaño selecto del cual es pastor: El cuerpo de obreros de su campo local, especialmente los nuevos. Tendrá la gloriosa alegría de transformar a algunos hombres tambaleantes en verdaderos gigantes. La obra será beneficiada, pero lo será usted también. “Un verdadero dirigente cristiano apoya a sus hombres cuando hay problemas y cuando no los hay. A causa de esto sus obreros lo apoyarán lealmente en todas las vicisitudes de su liderazgo” (Id., pág.62).