Séfora eligió el destino del silencio refugiándose en sí misma, como una persona misteriosa y silenciosa. Prefirió esconderse bajo la máscara del silencio, eligiendo la estrategia de quedar en segundo plano.

Séfora significa “pájaro”. Así como un pájaro, ella era furtiva; a diferencia de un pájaro, permaneció en silencio. Ella fue la mujer de piel oscura a la sombra de un espléndido marido. Pero ¿cuánta influencia ejerció Séfora en la vida de Moisés? Sin duda, jugó un papel clave en la transformación del hombre efusivo e impulsivo que había conocido en el desierto en un formidable y valiente líder y legislador, que sacó a Israel de la cautividad de Egipto hasta las fronteras de la Tierra Prometida. Tenemos algunos indicios para pensar que, en gran medida, el éxito de Moisés se debió al carácter tranquilo y dulce que esta mujer serena compartió con él –juntamente con acertados consejos– a lo largo de la vida.

La Biblia dice muy poco acerca de Séfora. Los cinco libros de Moisés contienen solamente tres claras y breves alusiones a su esposa (Éxo. 2:21, 22; 4:24-26, 18). De estas pocas referencias, solo una la describe en un rol de liderazgo. ¿Por qué Moisés no escribió más acerca de ella? ¿Por qué no hay un claro reconocimiento hacia ella? ¿O es que su contribución más importante fue el silencio?

Moisés era de carácter impulsivo, temperamento explosivo, con una autoimagen de vanagloria. ¿Sería este el dirigente que Dios estaba buscando para llevar a cabo la gran tarea de libertar a su pueblo? Dios eligió su propia manera de moldear a Moisés. Permitió que desde las cortes reales de Egipto fuera al desierto, para desaprender lo que había aprendido en las aulas de la “universidad” de Egipto. Una de las primeras lecciones sería la paciencia y la humildad. Ninguna característica es tan válida en el liderazgo y el ministerio de influencia como la paciencia para con la gente –sus problemas, sueños, modos de actuar–; a la par que mostrar, con el ejemplo, que ser líder es ser siervo. Moisés logró esta transformación, y más tarde el mismo Señor le hizo un gran tributo: “Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Núm. 12:3).

¿A través de quién le enseñó Dios estas lecciones de paciencia y humildad? ¿Quién cambió a Moisés? ¿Fue el desierto el que azotó su orgullo y le enseñó la humildad? Sin duda, el paisaje circundante y las tareas de pastor suavizaron su ímpetu. Sin embargo, las relaciones humanas juegan un papel importante para templar el carácter e impulsar la estabilización de los propios propósitos, a lo largo del trayecto de la vida. Investigaciones recientes han demostrado que ciertos componentes sociales y relacionales –empatía, trabajo conjunto, compartir objetivos comunes, planes y expectativas– están estadísticamente asociados con el hecho de que se produzcan cambios en la personalidad.[1] Estos componentes influyen en que una persona examine las situaciones desapasionadamente y con calma.

Moisés tenía a alguien en su vida que le inculcaba estas significativas habilidades sociales y elementos de construcción de la personalidad: su serena, paciente, suave, esposa Séfora. Para llevar a cabo la enorme tarea de dirigir, organizar y enseñar a esta nación rebelde, era fundamental contar con una voz suave y tranquila en casa. Fue en casa, con Séfora, que Moisés aprendió las disciplinas de la paciencia, la moderación, la restricción, la discreción y la obediencia a Dios, entre otras muchas lecciones; disciplinas que son esenciales para el liderazgo espiritual eficaz.

Una mujer decidida

Después de cuarenta años en Madián, Moisés y su familia fueron a Egipto para cumplir la misión que Dios le había asignado (Éxo. 3). En su camino, se produjo un acontecimiento dramático e inesperado: Moisés sufrió una enfermedad grave y repentina, que reconocieron que era un castigo de Dios por no haber cumplido con sus mandatos: la circuncisión de Eliezer, su hijo. Dios estaba disgustado; pero Séfora tranquilizó a su esposo. La experiencia de apaciguar a Moisés durante tantos años la ayudó a calmar hasta a Dios. Más aún: ella era responsable por desatender el mandato (los madianitas veían la circuncisión como un acto cruel) y asumió la responsabilidad.

En un movimiento valiente, tomó una piedra filosa y, sin dudarlo, procedió a realizar la cirugía –cortando el prepucio de su primogénito–, demostrando ser una mujer decidida. Debió de haber sido una escena impresionante verla con sus manos ensangrentadas, elevando la voz por encima del llanto de su hijo, mientras arrojaba el pedazo de piel a sus pies diciendo: “A la verdad, tú eres mi esposo de sangre” (Éxo. 4:25).[2]

La sangre de los sacrificios ofrecidos a Dios purifica y salva a los seres humanos. Este ritual sangriento con su hijo salvó la vida de Moisés y renovó sus votos matrimoniales, a través de esta liturgia que ambos compartían. Séfora ejecutó el noble ministerio de la intercesión y la reconciliación con Dios.

Años más tarde, Moisés ejerció el mismo ministerio de intercesión. En dos ocasiones estuvo dispuesto a ofrecer su vida a Dios por salvar a su pueblo de la maldad de la idolatría y la rebelión (Éxo. 32:10-14; Núm. 14:10-20).

La cara oculta de Séfora

Las brechas en la historia son una de las características de la narrativa bíblica. En Éxodo 18, nos encontramos con una sugerencia que puede arrojar luz sobre las características ocultas de nuestra heroína. Después de un tiempo de separación, Jetro llevó a Séfora, con sus dos hijos, al campamento de Israel. La última vez que los vimos fue de camino a Egipto. Ahora descubrimos que Moisés “la envió [a Madián], y a sus dos hijos” (Éxo. 18:2, 3). ¿Por qué lo hizo? Tenemos que recordar que Moisés y su hermano Aarón llevaron a cabo la negociación con la corte de Faraón, y María los estaba apoyando como líder entre las mujeres. Es posible que Séfora percibiera que no era muy bien aceptada en la familia de su marido, ya que era una extranjera de apariencia distinta. Probablemente haya preferido irse, en lugar de producir discordia en esos momentos críticos.

Séfora y los muchachos llegaron al campamento de Israel. Moisés no los había visto por algún tiempo; estaba demasiado ocupado guiando a Israel fuera de Egipto. Pero cuando se enteró de que su familia estaba llegando para reunirse con él, “Moisés salió a recibir a su suegro, se inclinó y lo besó. Se preguntaron el uno al otro cómo estaban, y entraron en la tienda” (Éxo. 18:7). Allí, continuaron conversando de manera amistosa, mientras Séfora y los hijos se quedaron afuera, sufriendo en silencio la indiferencia de Moisés. Es fácil pensar que una omisión de este tipo debió de haber sido el resultado de un plan premeditado, secreto. ¿Qué plan? ¿Por qué no debía ser mencionada Séfora?

Es un hecho notable que esta reunión ocurriera antes de la significativa reorganización social, política y legal que Israel experimentara durante el éxodo. Al día siguiente, Jetro aconsejó a Moisés que compartiera las responsabilidades de liderazgo, dividiendo a la gente por jurisdicciones organizadas jerárquicamente, con sus respectivos jueces, y dejando que Moisés resolviera los conflictos mayores que requirieran su intervención. Moisés aceptó estos importantes cambios (Éxo. 18:24). ¿Existe una conexión entre esta reorganización administrativa y Séfora? Sin duda que es así, ya que, según Elena de White, fue ella quien propuso la idea. “Cuando Séfora se reunió con su marido en el desierto, vio que las cargas que llevaba estaban agotando sus fuerzas, y comunicó sus temores a Jetro, quien sugirió que se tomasen medidas para aliviarlo. Esta era la razón principal de la antipatía de María hacia Séfora”.[3] Es difícil imaginar que una gran transformación organizacional que proviniera de una mujer –por no decir extranjera– fuera fácilmente aceptada. Sin embargo, fue aceptada, ya que la idea fue presentada a través de su padre, Jetro, un hombre respetable con investidura sacerdotal, que venía del linaje de Abraham. Aunque otros pudieron no haber sabido de la conexión entre Jetro y Séfora, María (también llamada Myriam) detectó la fuente de la reorganización que Moisés implementó. El problema radicaba en que esta reorganización removía a Aarón y a ella del poder. Habían tenido privilegios en el sistema anterior; a partir de ese momento, su labor se reducía a cuestiones de importancia menor.

Séfora eligió el ámbito del silencio, replegándose en la reserva de su ser misterioso y callado. Prefirió ocultarse bajo la máscara del silencio; optó por la estrategia del disimulo y el segundo plano. Eligió ocultar su rostro, para permitir que el de su esposo pudiera brillar con destellos enceguecedores. Caminó con cautela, en la sigilosa noche de una misión autoimpuesta. No divisamos su presencia, pero observamos sus huellas; algunas, escritas con sangre.

En el mundo actual, que sufre la fiebre del anhelo de notoriedad, es casi inverosímil pensar en una mujer escondida, que se esfuerza por alejarse del prestigio y la atención para llevar una vida discreta. Séfora buscó una existencia en la cual escondió su destino tras su biografía. Su humildad y grandeza son en verdad ejemplares; ella se erige como un modelo de silencioso liderazgo.

Sobre el autor: Al momento de escribir este artículo, era profesor e investigador de la Universidad de Montemorelos, Rep. de México. Actualmente está jubilado.


Referencias

[1] Ver J. Norcross, Psychotherapy Relationships That Work (Oxford University Press, 2002).

[2] Todas las referencias bíblicas provienen de la versión Reina – Valera 1995.

[3] Elena de White, Patriarcas y profetas (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 403.