Desde los años de mi infancia, nunca me imaginé siendo otra cosa que no fuera pastor. Sentí el llamado de Dios muy temprano en mi vida. El límite de este espacio no permite incluir relatos de todos los hechos y las situaciones que dejaban muy en claro esto en mi mente. No puedo negar, por otro lado, que hubo momentos en que me enfrenté con grandes cuestionamientos. A pesar de todo, en tales ocasiones, la invisible pero real presencia divina disipaba temores, incertidumbres y dudas.
Cierto día, nuestra familia recibió la visita del Pr. Gileno Oliveira. Además, es justo mencionar que era un visitador incansable y diligente, siempre que visitaba mi ciudad: Cruz das Almas, Rep. del Brasil, BA. Su distrito está asentado en Feira de Santana. En el diálogo entre el pastor y mi familia, los niños no fueron ignorados y, en determinado momento, se relacionó con nosotros. Entonces, mi padre, refiriéndose a mí, le dijo: “Este niño desea ser pastor. Y, si Dios quiere, va a serlo”. Junto con el abrazo pastoral de felicitaciones, escuché la pregunta sencilla y directa de aquel siervo de Cristo: “¿Deseas ser pastor porque lo hallas bonito o porque deseas trabajar para Dios?” Entendí perfectamente que, entre el glamour y las responsabilidades de la vocación pastoral, debía distinguir la motivación correcta.
No tenía más que 9 años pero, a partir de entonces, esa pregunta quedó grabada, y afloraba en mi mente siempre que me veía frente a frente con mi vocación. Después de 31 años de pastorado, concluí que las dos cosas van juntas. Sencillamente, es bonito trabajar para Dios, aun cuando presuponga sacrificio, renuncia, entrega total de sí mismo. “A fin de poder conducir a las almas a la Fuente de la vida, el propio predicador debe beber primero de la Fuente. Necesita comprender el sacrificio infinito hecho por el Hijo de Dios para salvar a los hombres caídos, y su propia alma debe estar imbuida con el espíritu del infinito amor. Si Dios determina que realicemos un arduo trabajo, necesitamos hacerlo sin murmurar. Si el camino es difícil y peligroso, el plan de Dios es que sigamos con humildad y clamemos a él por fuerza” (Testimonies for the Church, t. 4, p. 442).
En el trabajo pastoral, las compensaciones son infinitamente mayores que cualquier sacrificio. Ser instrumentos de Dios para encaminar a hombres y mujeres a él, realizar bautismos, casamientos, dedicación de niños, semanas de oración, predicar en congresos, ayudar en la reconstrucción de relaciones quebradas y en la solidificación de familias, promover la reconciliación, animar a los jóvenes y los ancianos ya sea que estén en chozas o en mansiones, escuchar la gratitud embargada de lágrimas y con voz quebrada de personas que fueron alcanzadas por un sermón que las nutrió y alentó su corazón; todo eso produce un indescriptible sentimiento de placer. Incluso hasta la dolorosa tarea de entregar una oveja fiel al descanso de la sepultura genera un dejo de realización pastoral, por la certeza del deber cumplido.
Sí, es indescriptiblemente bello trabajar para Dios. ¡Y la recompensa mayor todavía está por venir!
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.