Para los sociólogos, calificar de secta a la Iglesia Adventista consiste simplemente en tratar de encontrar un término apropiado para designar un movimiento que representa una de las diversas agrupaciones religiosas nacidas en el siglo XIX en el este de los Estados Unidos. Numéricamente hablando, se cuentan hoy entre las más importantes minorías religiosas de la cristiandad. Habiendo llegado a ser internacionales, le han dado a la palabra secta un significado nuevo. De grupitos muy locales y exclusivos que eran en un comienzo, muchas de esas sectas, diseminadas hoy por el mundo entero, se han convertido en organizaciones prósperas y bien estructuradas.

Sin embargo, a pesar de su crecimiento, siguen siendo sectas, porque permanecen separadas de los demás cristianos debido a sus doctrinas distintivas, a su estilo de vida cristiana, por lo general muy estricto, a la idea que tienen de ellas mismas, puesto que a menudo creen desempeñar un papel especial en el seno de la cristiandad, a la vez que le niegan toda participación a los otros grupos religiosos.

Habiendo dicho esto, permítaseme definir claramente los límites del presente trabajo. El sociólogo se interesa principalmente en hechos que reflejan ciertas condiciones sociales. Emplea los elementos de que dispone como informaciones procedentes de la vida social. Por eso, los movimientos religiosos son para él fenómenos esencialmente sociales. En cuanto a su surgimiento en el curso de la historia y su desarrollo, los atribuye, en gran parte por lo menos, a ciertas coyunturas sociales particulares.

Para explicar un acontecimiento dado, el sociólogo lo analiza desde un punto de vista diferente del teólogo. Este no puede ser totalmente objetivo. El sociólogo, por su parte, se esfuerza por ser estrictamente neutral.

La mayor preocupación del teólogo consiste en enseñar la verdad. Desde su punto de vista ésta debe ser defendida contra todas las demás opiniones.

En cambio, el sociólogo, aunque trata de establecer la verdad, no está, por así decirlo, comprometido con ella. Por otro lado, para él, la verdad no está necesariamente identificada con lo bueno o lo deseable. Desde su punto de vista, ésta se limita a la posibilidad de descubrir ciertas relaciones de causa a efecto, fortuitas por lo demás, y a la capacidad de describir ciertos fenómenos que le pueden servir de base para aplicar un método de análisis aceptable. Tratar de elaborar un credo ortodoxo, reducir la verdad a fórmulas definidas, adherirse a normas éticas precisas, no es tarea del sociólogo. En lo posible, su lenguaje es neutral, y su terminología carece de connotaciones peyorativas o elogiosas.

Una adhesión total

Por eso, a diferencia de los teólogos que emplean ordinariamente la palabra secta en un sentido precisamente peyorativo, el sociólogo utiliza este término con una acepción perfectamente neutra para designar a una minoría separada, a una agrupación caracterizada por particularidades ideológicas que la diferencian de las que pertenecen a las grandes iglesias tradicionales. Lo que el sociólogo entiende por “secta” puede definirse por medio de ciertas declaraciones que se refieren a determinadas características de las agrupaciones, no necesariamente esenciales.

1.Las sectas constituyen agrupaciones minoritarias separadas que han resuelto mantenerse al margen de las organizaciones religiosas tradicionales. También quieren vivir apartadas de la cultura y de la sociedad en general, debido a sus preceptos morales, a su originalidad y a su particular vocación.

2.Pretenden tener el monopolio de la verdad plena y cabal, ya sea mediante un retorno a la doctrina primitiva, ya sea gracias a una revelación especial apropiada, tanto para la época de su aparición en la historia, como para todas las que seguirán.

3. En consecuencia, la secta se considera un grupo selecto en medio del mundo que la rodea, especialmente protegido por Dios, y que tiene un destino muy especial.

4.En el seno de estos movimientos minoritarios se espera una devoción total de todos los adeptos, y no se acepta ninguna distinción de tipo jerárquico entre ellos, ni aun sobre la base de una calidad espiritual excepcional.

5.Para lograr esa devoción total, las sectas se esfuerzan por condicionar el ambiente de sus miembros, ya sea tratando de controlar sus actitudes mentales con respecto al mundo, ya sea erigiendo prohibiciones acerca de numerosos aspectos de la vida secular.

6. Se verifica también en las sectas una marcada inclinación por confiar responsabilidades a los laicos, por la igualdad jerárquica de los miembros, llegándose a veces hasta a prescindir de pastores asalariados. Por lo menos se manifiesta el rechazo de un “sacerdocio” profesional especializado.

7. Particularmente preocupada de salvaguardar ciertas normas de consagración, la secta debe disponer evidentemente de un mecanismo que le permita a la vez excluir a los miembros recalcitrantes y defender sus fronteras confesionales. Esto implica forzosamente definir ciertos valores a los que deben someterse desde el principio los que solicitan ser admitidos como miembros, y controlar permanentemente a los que desean conservar el privilegio de serlo.

8. La secta se propone mantener un estilo de vida particular a fin de preservar a sus adeptos de la influencia del mundo; también les prescribe reglas de conducta bien claras y principios definidos en lo que se refiere a sus obligaciones morales.

9. Como se puede apreciar, las sectas se presentan como grupos éticos impugnadores de la sociedad en general, a la que en cierta medida consideran reprobada.

10. Al tener un concepto histórico particular acerca del papel que cree debe desempeñar en el mundo, la secta analiza la historia en función de esa actitud subjetiva.

Las perspectivas de la salvación

Las características que acabamos de enunciar se aplican generalmente a los grupos que los sociólogos y aún el hombre común califican sin vacilar de sectas. Como todas las agrupaciones religiosas, las sectas asignan gran importancia al tema de la salvación. En realidad, se consideran un grupo de elegidos; a lo menos, de candidatos a la salvación.

¿De qué creen que se tienen que salvar? La respuesta es diferente según sea la secta que responda. Pero desde el punto de vista sociológico, puede decirse que la secta se cree salvada del mundo, liberada de la suerte que espera al común de los mortales y de las circunstancias inherentes a la vida de la humanidad en general. Desde el punto de vista del sociólogo más bien que del teólogo, la secta se considera realmente como un arca de salvación, en el sentido de que rescata a hombres y mujeres de la sociedad en que viven y los incorpora en otra que tiene el profundo sentido de su propia santidad y destino.

Es evidente que la noción de salvación puede ser concebida de diversas maneras desde el punto de vista teológico. Las diferentes religiones que existen en el mundo la conciben en formas muy distintas: triunfo sobre el deseo, resurrección de los cuerpos o transmigración de las almas. Para las ideologías religiosas menos abstractas, la salvación puede consistir sobre todo en “hacer marchar las cosas” por medio de procedimientos mágicos, eliminando la enfermedad, librándose de un hechizo, de la mala suerte o de una misteriosa maldición.

Las sectas y sus diferentes concepciones

Hasta el surgimiento del cristianismo tradicional no aparecieron divergencias notables en materia de soteriología [la ciencia de la salvación]. En este aspecto la tradición cristiana le da su lugar tanto a la curación del cuerpo como a la concepción altamente espiritualista de un paraíso en el más allá, sin excluir la necesidad de librarse aquí de un régimen político funesto. Pero sea cual fuere el contenido teológico del concepto de salvación, seguimos estando en presencia de un elemento sociológico común que se echa de ver en los preceptos, en las formas de acción y en las aspiraciones relativas a la salvación. Este elemento consiste en darle ahora al hombre ciertas seguridades con respecto a las circunstancias de su vida personal, y sus expectativas de vida actual o de vida en el más allá.

Es propio de los sistemas religiosos carecer de pruebas empíricas. Por eso las perspectivas de la salvación no van más allá, en todo caso, de la esperanza. Aun después de una curación corporal lograda gracias a la intervención de un poder sobrenatural, se insiste a menudo en el hecho de que las condiciones subjetivas del suplicante son más importantes que las fuerzas sobrenaturales objetivas; los enfermos, se dice, se sanan por fe. Para los sociólogos este elemento subjetivo constituye el aspecto sociológico de la salvación; es la seguridad que se da frente a lo que se considera malo.

No hay duda de que las diferentes sectas conciben la liberación del mal tal como nos ha llegado por medio de la tradición cristiana. Pero ocurre que los diversos grupos no están de acuerdo acerca de la definición del mal ni en cuanto a la forma de lograr la salvación. En efecto, muchos de ellos dan, en cuanto a esto, explicaciones contradictorias. Pueden descubrirse numerosas hipótesis a través de las respuestas que dan las distintas sectas cristianas:

1) La tesis conversionista, que pone el acento en la “transformación de los hombres” por medio de una experiencia subjetiva tan intensa que su actitud hacia la vida, el mundo y sus semejantes sufre una metamorfosis total. Aquí se da el primer lugar al corazón; la salvación tiene por objetivo principal suscitar un despertar y una reorientación emocional de la persona en relación con el mundo. El Ejército de Salvación, los “holiness movements” y las asambleas pentecostales se aferran a esta posición que se sitúa definidamente en la línea de todas las sectas herederas de la antigua ortodoxia protestante.

2) La tesis revolucionaría, según la cual Dios va a transformar el mundo mediante la eliminación del mal y la instauración de la justicia. Este concepto se refiere a la espera de una total subversión del orden de cosas que impera actualmente en el mundo y al anuncio del establecimiento repentino del reino de Dios gracias a una intervención personal de la Providencia en la historia de la humanidad. Los “testigos de Jehová” y los “cristadelfos” están muy cerca de este punto de vista.

3) La tesis introversionista preconiza pura y simplemente la salida de este mundo perverso. No hay objeto en pretender cambiar a los hombres o el mundo. La humanidad debe ser abandonada a sí misma, y no debe admitirse ninguna intromisión del espíritu del mundo en la vida de la comunidad. Tal fue la conducta adoptada por los cuáqueros ingleses del siglo XVIII, por diversas agrupaciones comunitarias y por el movimiento darbista.

4) La tesis manipulacionista o gnóstico pretende vencer el mal recurriendo a un conocimiento esotérico de los principios revelados por Dios, pero parcialmente ocultos. El iniciado aprende a sacar partido de sus propias concepciones acerca del mundo, la sociedad y Dios, a fin de reinterpretar los acontecimientos de tal suerte que el mal sea atenuado y se favorezca la experiencia de la salvación. La Ciencia Cristiana se acerca mucho a esta posición.

5) Las tesis taumatúrgicas están emparentadas con la que acabamos de mencionar, pero tienden a prestar mucho menos atención a los principios naturales de causa y efecto. Preconizan una experiencia personal relativa a la salvación, bien definida y rápida. En nuestras sociedades occidentales los espiritistas adhieren en mayor o menor medida a esta teoría.

6) La tesis reformista es de un carácter muy especial. Concibe el mal como un problema que se puede solucionar poco a poco gracias a esfuerzos persistentes y concienzudos, y a las obras sociales. La influencia espiritual de la religión se limita prácticamente a los impulsos de la conciencia, que tienden a lograr ese ideal que a su vez está profundamente afectado por conceptos racionalistas acerca de la sociedad. Los cuáqueros de nuestra época constituyen el mejor exponente de esta doctrina.

7) La tesis utópica adopta la idea de que es absolutamente necesario que haya una reestructuración completa de la sociedad a partir del plan de Dios. Esta tesis también se presenta bajo formas francamente racionalistas. Constituye, sin embargo, una solución cristiana en la medida en que los fines que procura alcanzar se pueden considerar un reflejo de los preceptos divinos. La secta de los Oneida cree defender esta tesis.

Las sectas pueden experimentar cambios

Sea como fuere, todas estas doctrinas representan otras tantas hipótesis o tentativas de solución frente a la existencia del mal en esta tierra y a la necesidad de vencerlo o de escapar de su dominio. En nuestros días, las sectas pueden adoptar tarde o temprano una o más de las teorías mencionadas, y pueden también, en un momento dado, modificar parcialmente sus doctrinas. Hay situaciones que las obligan a hacerlo.

Un ejemplo típico son los cambios que provoca una guerra. Un conflicto de éstos puede, en efecto, modificar completamente las condiciones de vida de una secta, sus relaciones con el poder político establecido, y con el ambiente religioso que la rodea.

Otra forma de cambio puede producirse cuando un movimiento tiene que enfrentar a los nuevos conversos que se ponen en contacto con los que pertenecen a la segunda generación de creyentes. Todas las sectas que han sobrevivido a los embates del tiempo han tenido que tratar de incorporar realmente al grupo, a los niños nacidos en las familias de conversos. Todas, sin excepción, descubren que los miembros de la segunda generación son diferentes de sus padres. Además, su actitud frente al mundo puede ser totalmente distinta. En algunos casos a estas personas les resulta muy difícil apreciar en su justo valor las posiciones conquistadas tras ardua lucha por sus mayores. Pueden mostrarse dispuestas a entrar en compromisos con el mundo exterior en una medida inconcebible para sus padres. Es verdad que este problema aparece sólo después de haber transcurrido mucho tiempo. Por eso esta crisis es generalmente menos dramática que la producida por una guerra. Sin embargo, después de analizar el caso, conviene distinguir estos dos tipos de adherentes de una secta y definir algunas de las situaciones que se producen en su seno debido a su coexistencia.

Valores morales y normas sociales

Una tercera situación que puede producir cambios consiste en saber hasta qué punto es posible conciliar los valores morales proclamados por la secta con las circunstancias cambiantes de la vida de sus miembros. No es raro que la austeridad, la contracción al trabajo y la conciencia profesional, virtudes alentadas por los movimientos minoritarios, contribuyan a que gran número de adherentes eleve considerablemente su nivel de vida y logre prosperidad material y educación. Sin lugar a duda, un aumento, aunque sea relativo, de la riqueza, una educación más avanzada y el hecho de tener casa propia son circunstancias que tienden a alterar en el hombre sus aspiraciones religiosas.

En casos extremos, el creyente que logra gozar de la consideración general en el mundo de los negocios, por ejemplo, puede llegar a pensar que ya no le conviene seguir manifestando un celo tan desbordante como miembro de alguna secta particularmente estricta. Cuando se trata de organizaciones religiosas cuyos miembros proceden de estratos sociales parecidos, algunos pueden cambiar de iglesia, aprovechando por lo general una mudanza, para abandonar una clase más modesta a fin de entrar en otra cuyo nivel social se aproxime más al recién alcanzado. Se puede obtener confirmación de ese nuevo nivel social mediante la adhesión a ciertos grupos selectos, incluso iglesias.

La fidelidad a la organización original puede permanecer intacta, pero los miembros que ascienden en la escala social pueden albergar ideas nuevas acerca de la razón de ser de ciertas actividades de su secta, o de algunas de sus formas de culto. Pueden preguntarse también hasta qué punto se justifica todavía una actividad tendiente a alcanzar a la sociedad en su conjunto, etc. Por lo común, a medida que los miembros de una secta se elevan socialmente, esta termina por adoptar poco a poco la liturgia de las iglesias más antiguas. Se esfuerza también por imitarlas en la suntuosidad de sus edificios, en su música e incluso en las vestiduras sacerdotales. A veces se produce una viva competencia con los otros grupos religiosos; en otros casos, esta actitud se limita a mantener una “situación conveniente” con respecto al ambiente cristiano tradicional y a la sociedad en general.

También puede producirse un cambio de actitud cuando ciertos sucesos obligan a revisar las doctrinas sostenidas por la secta. En realidad, esas revisiones se producen casi siempre como resultado de un error cometido en la interpretación de las profecías. Entonces hay que recurrir a diversas aclaraciones para que los miembros comprendan bien qué actitud adoptar en vista de que los sucesos cuyo cumplimiento se descontaba no se han producido. Es evidente que algunas de esas explicaciones no satisfacen a ciertos adeptos que hasta entonces han sido fieles. Por lo general, en esos casos, no hay más remedio que reajustar la doctrina. Cuando se trata de profecías, hay que revisar ciertas fechas o reconsiderar ciertos puntos de exégesis. En efecto, no basta con señalar el error cometido, sino que hay que renovar la esperanza, la certidumbre y la consagración.

Por supuesto, no todos los reveses que suelen sufrir las sectas se deben a la interpretación de las profecías. Algunos tienen relación con asuntos más generales, como por ejemplo la expansión del movimiento, que es el caso de la Ciencia Cristiana; los logros intelectuales de los adeptos después de una sesión particular de terapia, como entre los entusiastas de la “cienciología”, según la cual en el estado final de lucidez en el que se encontraría el sujeto liberado de todas sus desventajas naturales, estaría dotado de una memoria y una inteligencia decuplicadas. En lo que respecta a esta doctrina, por lo menos ha debido ser reajustada en dos ocasiones, puesto que los resultados que se esperaban no fueron alcanzados. Sea como fuere, estos reajustes no modifican forzosamente la tesis original; pueden ser simplemente la ocasión propicia para efectuar algunos cambios oportunos.

Entre las diversas sectas, conviene destacar las conversionistas, que se basan en una experiencia espiritual profunda. Invitan a sus adeptos a cambiar totalmente de actitud frente al mundo. Estas sectas son sumamente susceptibles de pasar por un proceso que las llevará con el correr del tiempo a convertirse en iglesias, después de haberse despojado de sus características originales específicas. Al llegar a ese punto, se hallarán en pie de igualdad con otras confesiones religiosas tradicionales.

Al analizar estos casos descubrimos en primer lugar que en varios sentidos estas sectas no son tan diferentes, después de todo, de los demás grupos surgidos de la Reforma protestante. Debido a ello pueden tomar con toda naturalidad como modelos a las iglesias más antiguas, aunque las consideren movimientos más o menos laodicenses.

Luego, teniendo en cuenta en parte su facilidad para ganar nuevos adeptos, corren el gran riesgo, debido a eso mismo, de que disminuya sensiblemente la consagración de sus miembros. En efecto, este tipo de sectas da menos importancia a la fidelidad al movimiento que a la salvación personal. Esa especie de desapego del movimiento o la iglesia, ese aflojamiento de los vínculos con sus correligionarios, pueden finalmente conducir a no darle tanta importancia a la doctrina, y a posibles acomodos, más o menos oportunistas.

En tercer lugar, esas sectas son más tolerantes con los otros grupos, y las normas más o menos bajas de estos últimos también pueden ejercer su influencia sobre ellas. La ausencia de una actitud bien definida hacia cierta tradición religiosa y un cuerpo de creyentes bien establecido, favorece el abandono de las posiciones originales.

En cuarto lugar, estos movimientos, fieles partidarios en sus comienzos de las campañas de evangelización, dan lugar con el tiempo a la instauración de una burocracia sumamente centralizada, en la cual los que ocupan los puestos claves actúan en la cumbre y permanecen a distancia considerable de los problemas que enfrentan las congregaciones básicas. Este sistema generalmente conduce a la especialización. Se aplican ciertas normas a los pastores y otras distintas a los laicos. Se espera especialmente que aquéllos “conozcan bien la doctrina”; no se espera lo mismo de los laicos.

En quinto lugar, el funcionamiento de esos grupos tiende poco a poco a la rutina, de modo que finalmente sus actividades se registran mediante procedimientos estáticos, formales, tales como informes y actas. De allí en adelante la calidad cede el paso a la cantidad. La apresurada conversión de personas que no han terminado de asimilar los fundamentos y las normas de un movimiento determinado no puede sino causar el empobrecimiento de los ideales y del estilo de vida de éste. Puesto que la esencia de una secta radica en la característica distintiva de sus adeptos más que en su competencia profesional, sus orígenes sociales o su educación, esta tendencia encamina poco a poco a esa secta hacia la condición de iglesia.

En sexto lugar —siguiendo en la misma línea de nuestro quinto punto— la presión en favor de las conversiones numerosas puede ser muy fuerte (puesto que resulta fácil obtenerlas por medio de la “transformación de los corazones”). En ese caso, los conversos todavía mal asimilados serán seguramente enrolados en la obra misionera, lo que intensificará aún más el proceso recién mencionado. Debido a que estos movimientos carecen generalmente de una orientación doctrinal bien definida, el conocimiento de la doctrina perderá su importancia en proporción directa a la intensidad de la experiencia de la conversión. A decir verdad, por el carácter indefinido de esas decisiones, se parecen más a las que generalmente se toman en una iglesia que a lo que acontece en una verdadera secta.

Las sectas de tendencia revolucionaria también pueden experimentar cambios; pero en ese caso lo más probable es que de revolucionarios adventistas pasen a ser definidamente introversionistas. Esto puede ocurrir especialmente después de una desilusión producida por el incumplimiento de una profecía. Es verdad que sus adeptos no abandonan plenamente la esperanza que habían alentado, pero después de una decepción de este tipo, o cuando las circunstancias exijan cada vez más paciencia, puede ocurrir que el ideal adventista ceda su lugar a otras cosas que también son importantes para la agrupación. El desarrollo de la vida en común puede llegar a ser más importante que la venida de Cristo para la colectividad.

Lo cierto es que una doctrina bien definida no constituye por sí sola un argumento suficientemente poderoso para enfrentar al mundo, y es obvio que las sectas a menudo heredan una gran gama de tradiciones, de las cuales unas reflejan mejor que otras sus preocupaciones e intereses verdaderos. (Continuará).

Sobre el autor: Profesor de Sociología de la Universidad de Oxford, Inglaterra