A LOS QUINCE años George Whitefield (1714- 1770), hijo de un tabernero, comenzó a trabajar detrás de la barra. Cuando el bar cerraba subía las escaleras a su habitación y leía su Biblia a la luz de una vela robada. Así comenzó la vida devocional de un hombre que más tarde inició reavivamientos religiosos a lo largo de toda Gran Bretaña y Norteamérica, y que inició la fundación de unos 50 colegios y universidades en los Estados Unidos.

  Más tarde, la Asociación de Whitefield con el “club santo” de los Wesley profundizó su vida espiritual.

  Él decía con respecto a sus devociones: “Comencé a leer las Sagradas Escrituras sobre mis rodillas, dejando de lado todos los demás libros, y orando, si era posible, sobre cada línea y palabra…

   “Oh, ¡qué dulce comunión tenía diariamente. .. con Dios en oración!… ¡Con cuánta seguridad sentía que Cristo moraba en mí, y yo en El!, ¡y cuánto caminaba diariamente en el consuelo del Santo Espíritu, y era edificado y refrescado en la multitud de la paz! No es que siempre estuviera sobre el monte; a veces una nube me cubría; pero el Sol de justicia rápidamente la hacía levantar y desaparecer, y sabía que era Jesucristo el que se revelaba a si mismo a mi alma.

  “Siempre observé, a medida que mi fuerza interior se incrementaba, que mi esfera exterior de acción se incrementaba proporcionalmente. .. por muchos meses estuve casi siempre sobre mis rodillas, para estudiar y orar… De cuando en cuando, el Espíritu Santo me llevaba al conocimiento de las cosas divinas, y he sido dirigido, por la observación y la lectura de la Escritura de esta manera, aun en las mínimas circunstancias, tan abiertamente como lo eran los judíos cuando consultaban el Urim y el Tumin sobre el .pecho del Sumo Sacerdote”.[1]

  Cuando las iglesias de Londres se cerraron para él, Whitefield tomó como su congregación a los mineros de Bristol. Pronto estaba predicando al aire libre a unas 20.000 personas, de pie con “lágrimas que cortaban surcos blancos a través del polvo de carbón en sus rostros”. Frecuentemente sus sermones se extendían por cuatro y aun seis horas, a veces con el auditorio de pie bajo la lluvia para escuchar su mensaje.

   La oración y el estudio de la Biblia se combinaron para dar poder a los 18.000 sermones que predicó en los dos continentes.[2]

   Alexander Maciaren (1826-1910) comenzaba su ministerio en un pequeño lugar, tranquilo y oscuro, donde pudiera pasar un rato con su Biblia. Levantándose al amanecer y estudiando de nueve a diez horas por día, era capaz de dedicar un promedio de 60 horas a cada sermón.

   Pasaba mucho de su tiempo de estudio meditando pacientemente en un pasaje de la Escritura mientras se mantenía en comunión con su Autor. Llamaba a esto su “incubación del texto”. Su vida de oración encendía el combustible reunido en sus horas de estudio. Se dice que acostumbraba decir: “He encontrado siempre… que mi propia eficacia en la predicación ha estado en directa proporción a la frecuencia y profundidad de mi comunión diaria con Dios”.[3]

   En un tiempo cuando muchos de sus contemporáneos estaban aceptando las nuevas ideas escépticas y de la alta crítica en cuanto a la Biblia, él continuó creyendo firmemente en su inspiración divina y que era su propio y mejor expositor. Advirtió: “Estas opiniones no crecen, no son elaboradas por medio de una labor paciente, sino que son incorporadas a la mente del nuevo poseedor; son hechas a medida en Alemania, o en cualquier otro lugar, pero no en su propio taller. Necesitamos recordar. .. los ayes pronunciados sobre dos clases de profetas: ‘Los que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano’, y aquellos que profetizan en sus corazones, sin haber visto nada ni oído voz alguna de lo alto. Hemos de estar seguros de que estamos sobre nuestros pies y vemos con nuestros propios ojos; y por el otro lado hemos de ver que la Palabra, que en ese sentido es la nuestra, sea en un sentido más profundo no la nuestra sino la de Dios. Hemos de tratar directamente con El y suprimir el yo, para que El pueda hablar”.[4]

  A veces somos escépticos de quienes “se levantan temprano y trabajan hasta tarde”. Maciaren confesaba francamente que una hora de sueño cada tarde era una parte importante de su rutina diaria. También dedicaba un par de horas cada día a visitar a los enfermos y hacer otras visitas especiales. A lo largo de su ministerio de 45 años en la Unión Chapel en Manchester, Inglaterra, dejaba de lado los eventos sociales y las repetidas invitaciones para otros compromisos de predicación. Nada lo podía desviar de preparar sus exposiciones bíblicas para los 2.000 que se agolpaban para escuchar el Evangelio.

  Como “el predicador de los predicadores” de Inglaterra, Maciaren es conocido por su Expositions of the Holy Scriptures (Exposición de las Sagradas Escrituras). “Mi obra -dijo-, ha sido… predicar a Jesucristo como el rey de Inglaterra y el señor de todas nuestras comunidades, y el Salvador y amigo del alma individual”.[5]

  John Nevins Andrews (1829-1883), pionero erudito adventista, autor y primer ministro adventista norteamericano enviado a ultramar, desarrolló muy tempranamente profundas convicciones religiosas. Por razones de salud tuvo que dejar la escuela a los once años. Al trabajar en la granja de su padre, siempre llevaba un libro en su bolsillo y tomaba ventaja de aun unos pocos minutos para leer. Descubrió al Salvador cuando tenía trece años y dio su energía al despertar adventista que sacudió al mundo en la década de 1830-1840.

  Andrews tenía la costumbre de levantarse a las 4 de la mañana y pasaba dos o tres horas antes del desayuno estudiando la Biblia y orando. Su amor por la Biblia lo llevó a asentar sus intereses intelectuales en ella. Por sí mismo se las arregló para aprender, uno por vez, griego, latín y hebreo, para poder estudiar la Palabra de Dios en los idiomas originales.

  Para cuando tenía 17 años era considerado un erudito tan grande que su tío, miembro del Congreso, le ofreció hacerlo estudiar leyes en Harvard, Dartmouth o Yale. “Haré arreglos para que te acepten allí, pagaré todas las cuentas y te compraré ropa -prometió su tío-. Podrías tener una carrera brillante. Si eres predicador del sábado, nadie escuchará nada de ti nunca”. El tío esperaba que Andrews fuera su sucesor en el Congreso. John, sin embargo, había consagrado su vida al llamamiento superior de proclamar la verdad de Dios.[6]Entró en el ministerio adventista a la edad de 21 años.

  Su aprendizaje lo llevó a la tarea editorial así como a la predicación, tanto en Europa como en América. En determinado momento había publicado ¡170.000 palabras en un período de tres años! Cuándo encontraba tiempo para escribir era difícil de saber, siendo que viajaba de día y predicaba de noche. No es extraño que se haya gastado prematuramente.

  Su vida devocional hizo de él un hombre poderoso en la oración, y otros llegaron a reconocerlo. Cuando James White, entonces presidente de la Asociación General, enfermó gravemente, pidió a Andrews que viniera a orar por él. Andrews vino, y junto con otros  ministros, oraron y ungieron a White. Sus oraciones fueron contestadas: White se recobró.  

  Cerca del final de su vida, corrían los rumores de que había memorizado la Biblia en su totalidad. Un amigo le dijo: “He oído que puedes repetir toda la Biblia de memoria”.   

  Andrews sonrió. “En cuanto a lo que se refiere al Nuevo Testamento, si desaparecieran todos, yo podría reproducirlo palabra por palabra; pero creo que no podría decir tanto del Antiguo Testamento”.

  Su estatura como erudito, escritor y ministro puede ser atribuida largamente a su concentración en el estudio, ferviente oración y profunda entrega a Cristo.

  Alexander Whyte (1836-1921), de la Iglesia Libre de San George, Edimburgo, destacado predicador escocés de su generación, usaba su Biblia con hojas intercaladas como sistema de archivo, comentario y guía de referencias. Al no poder tener la prodigiosa memoria de hombres como Charles Spurgeon o Henry Ward Beecher, necesitaba esas notas a mano en el Libro que usaba más.

  En “A Minister Compensations” (Las compensaciones de un ministro), un escrito preparado luego de los setenta años, destaca que el privilegio de darse a sí mismo a la Palabra es la mayor recompensa de la obra de un ministro. “Lo que es ocasional para otro es o puede ser continuo para mí -dijo-. De mañana, al mediodía y a la noche mi Biblia debe estar en mis manos”.[7] Diariamente dedicaba entre cuatro y seis horas a su estudio.

  Sin embargo, no limitaba su estudio a su Biblia. Sus vacaciones de dos o tres meses en el verano estaban repletas de un programa de lectura, de meditación y de preparación de escritos; y durante ellas preparaba detallados planes para cada servicio regular para el año que estaba por delante. Llevaba estantes para libros hechos a medida a esas vacaciones de trabajo, y los usaba para organizar sus biografías de personajes bíblicos y otros libros, clases y sermones.

  Hablando de su libro favorito, decía: “Si yo he de… prepararme finalmente antes de morir, conozco las grandes obras maestras de la salvación que he puesto en el estante más cercano a mi cama. ¿Quiere que le diga cuáles son? Mi Nuevo Testamento; mi ‘Paraíso’; mi ‘Bunyan’;… mi ‘Reposo del cristiano’;… mi ‘Rutherford’… Olney y Wesley”.[8] “Lea los mejores libros, y solamente los mejores, y aun mejores y mejores cuanto más edad tenga… nada menos noble que eso. Nada menos digno de usted mismo. Nada sino esos auténticos clásicos del mundo eterno una y otra vez, hasta que su alma completa esté encendida con ellos”.[9]

  G.Campbell Morgan (1863-1945), famoso pastor de la Iglesia de Westminster, Londres, era hijo de un predicador bautista. Se preparó como maestro y llegó a estar bajo la deprimente sombra de Darwin, Huxley y Spencer. Según dijo: “Llegó un momento cuando de lo único que estaba seguro era de nada”.[10]

  Después de debatir mucho por tres años, a la edad de 20, en desesperación, guardó bajo llave todos los libros, se compró una Biblia e hizo de ella su estudio principal. De ese estudio desarrolló un estilo de predicación, que por su didáctica y contenido atraía a miles de personas cada semana. Su reputación como destacado expositor de la Biblia lo llevó a ser llamado nuevamente para un segundo pastorado en la Iglesia de Westminster.

  Entraba a su estudio a las cinco o seis de la mañana, centraba su aguda mente en la Biblia y no permitía ser distraído durante esas horas de la mañana. Hablaba de que había leído el libro de Exodo de una sola vez por cuarenta veces antes de aplicar la pluma al papel para escribir sus notas expositorias de Analyzed Bible (La Biblia analizada). De su estudio salieron 70 volúmenes de exposición, y el mayor de ellos, The Crisis of Chríst (Las crisis de Cristo).

  A diferencia de Maciaren, G. Campbell Morgan viajó mucho, tanto en Inglaterra como en América. Mientras viajaba leía constantemente su Biblia en el tren.

  Siendo un maestro de corazón, y con su alma encendida por el estudio de la Palabra, lanzó sus famosas clases bíblicas de los viernes por la noche, que atraían a 1.400 o más, de miembros del parlamento, médicos, enfermeras, soldados, marineros y siervos. Muchos tomaban un ómnibus o viajaban hacinados en subterráneos hasta la iglesia al final de un duro día de trabajo, no para ser entretenidos, sino para encontrar un sólido alimento espiritual de la Palabra de Dios.

  H. M. S. Richards (1894-1985), fundador del programa radiofónico internacional La Voz de la Profecía, era un predicador bíblico. Su padre fue predicador en América, su abuelo fue un predicador laico metodista en Cornwall y uno de sus antecesores fue un predicador laico itinerante juntamente con John Wesley.

  “La más importante escuela bíblica a la que alguna vez pude asistir eran las explicaciones de mi padre sobre la Biblia en el culto familiar -recuerda, agregando-: mamá me enseñó a memorizar la Escritura antes de aprender a leer’’. A pesar de una herida en un ojo en su temprana adolescencia (lo suficientemente seria como para impedirle conducir vehículos toda su vida), Richards leía ávidamente, dando la mayor atención a la Biblia. A menudo podía ser visto leyendo mientras caminaba el kilómetro y medio que separaba su hogar de su oficina.

  Elena de White y John Wesley eran sus autores favoritos, y la historia y la biografía sus temas preferidos. Su abundante lectura enriqueció sus sermones con alusiones literarias, acontecimientos históricos y descubrimientos recientes, los que servían para mantener el interés de una variedad de oyentes.

  Describía así su programa diario: “Cuando abro mis ojos en la mañana. . . oro -allí mismo en la cama antes de levantarme- por las actividades de ese día y por mi trabajo. Entonces tomo mi Nuevo Testamento y leo… Después del desayuno salgo a trabajar en la biblioteca de mi garaje, que tiene unos 5.000 libros… mi tiempo creativo es en la mañana. Debo hacer mi trabajo más pesado entonces. En la tarde puedo leer, escribir cartas, hablar con la gente. Pero para crear -para escribir poesías, para escribir charlas para la radio- el tiempo es en la mañana”.[11]

  “Trato de hacer que la Palabra sea la última cosa en que piense en la noche… leo siempre algo de ella justo antes de dormirme”.[12]

   Cada año nuevo, su primera prioridad era dejar a un lado todo lo demás y leer la Biblia completamente, a veces en unos pocos días, más a menudo en unas pocas semanas. Después de eso, la leía más selectivamente a lo largo del resto del año. Consideraba que cada nueva traducción era una oportunidad para encontrar ideas frescas y significativas en la Palabra de Dios.

  Su día de oración reforzaba su dedicación a una vida llena del Espíritu Santo. Siempre recordaré el golpeteo de su largo bastón en el pavimento cuando pasaba junto a nuestra casa, subiendo la colina hacia su lugar de oración. Decía: “Oro antes de ponerme a trabajar. Tengo un momento especial de oración cuando abro mi Biblia… oro por cada una de las charlas que escribo… necesito… estar siempre en actitud de oración… para practicar la presencia de Dios”.[13]

  Una placa en el hogar de su niñez dice: “Cristo es supremo en este hogar, invisible huésped en cada comida, silencioso oyente de cada conversación”. La presencia divina se hacía real para él mientras imaginaba dónde estaba Cristo y cómo podía estar guiándolo.

  Buscó constantemente realizar el compromiso que le dejó su abuelo al morir: “Has de ser un predicador. Dejo contigo algo de 1 Corintios 2: ‘Las cosas espirituales han de ser discernidas espiritualmente’. Si eres un ministro, tienes que ser un hombre espiritual. Nunca podrás entender la Biblia a menos que seas espiritual”.

  Un verso de lo que llamaba su “poema inconcluso” representa el énfasis de su ministerio:

 Piensa en Dios-

 Busca la verdad-no te demores;

 Piensa en Dios-

 Busca cada día las Escrituras;

 Ten fe en Dios-

 Obedece su santa Palabra.

 Ten fe, querido amigo, en Dios.[14]

El ejemplo de Jesús

  ¿Qué dicen los Sagrados Escritos del estilo de vida devocional de Jesús, que pudiera servirnos de modelo? De su vida de oración leemos que se levantaba temprano para orar (Mar. 1: 35), aun a veces pasando noches enteras en oración (Luc. 6:12); sentía que esto era particularmente importante como para retirarse de su ministerio directo a la gente y encontrar un lugar tranquilo para orar (Luc. 5:16); que las Escrituras relacionaban el espíritu de poder en su vida directamente con su vida de oración (Luc. 3:21, 22); y que en las mentes de sus discípulos su vida de oración apoyaba su reclamo de liderazgo espiritual (Luc. 9:18-20). Fue durante su batalla en oración en el Getsemaní que ganó la victoria que lo preparó para la cruz (Mat. 26; 36-46). Si cada ministro usara su lugar de oración tan frecuentemente como lo hizo Jesús, veríamos más poder en el púlpito.

  ¿Qué podemos decir de sus hábitos de estudio? El no tenía una educación formal. El pragmatismo de su predicación y la profunda simplicidad de las verdades que enseñaba llevó a los profesores del Sanedrín a preguntar; “¿Cómo sabes tanto si nunca has estado en una de nuestras escuelas?” (Juan 7:15, La Biblia al día).

   No hemos de llegar a la conclusión de que el estudio formal podrá desviar a un predicador, pero el ejemplo del Salvador indica que tenía otra valiosa fuente de preparación teológica para la predicación. ¿Cómo podemos recurrir a esa fuente de conocimientos? ¿Cómo podemos nosotros, como predicadores de hoy, vestir la verdad en un atuendo fresco, penetrante y comprensible? ¿Cuál es el proceso de meditación, la metodología devocional, que era tan efectiva para Jesús?

  Siendo que no tenemos disponibles respuestas directas, aventuremos algunas presunciones: Jesús sabía leer -y lo hacía, probablemente de rollos similares a los que se han descubierto en Qumrán. Siendo que es poco probable que haya llevado rollos con El durante su ministerio itinerante, sus frecuentes citas del Antiguo Testamento indicaban que memorizaba considerables porciones de la Escritura. Mucha de esa enseñanza, probablemente, la realizó durante los ignotos años en Nazaret, antes de su bautismo. Su vida de oración era: meditación, comunicación con su Padre, y aplicación de las promesas, más que recitar una determinada lista de cosas.

   Si estas conjeturas tienen validez, la predicación actual podría ser enriquecida al orar por las promesas en lugares y momentos tranquilos; al representar las enseñanzas bíblicas fundamentales en el idioma de hoy para enfrentar las necesidades actuales; al incrementar el estudio, la memorización y al citar las Escrituras; y ayudar a los miembros a hacer lo mismo.

   Mucha de la predicación actual es de la variedad que puede ser mejor hecha por un psicólogo antes que por un ministro del Evangelio. Tales sermones raramente viven más allá de su tiempo. La gran predicación bíblica, sin embargo, sigue viviendo, basada, como lo es habitualmente, sobre hábitos devocionales similares a los que practicaron los grandes predicadores del pasado.

Sobre el autor: escribe desde Stanborough Park, Watford, Hertshire, Inglaterra, donde sirve como presidente de la Unión Británica de la Iglesia Adventista. Es autor del libro Master Preachers: Their Study and Devotional Habits (Los maestros predicadores: hábitos devocionales y de estudio).


Referencias:

[1] George Whitefield, A Short Account (1740), en Harold L. Calkins, Máster Preachers: Their Study and Devotional Habits (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1960), págs. 14, 15.

[2] .Calkins, op. cit, págs. 13, 14

[3] 3 En A. H.Currier, Nine Great Preachers, citado en Calkins, op. cit. pág.38

[4]  Ibíd, pág. 40

[5]  En F. R. Webber, A History of Preaching

in América, citado en Calkins. op. cit. pág. 40

[6] Virgil Robínson, John Nevins Andrews: Fíame for the Lord (Washington,

D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1975), págs. 18,19

[7] En Calkins, op. cit., pág. 52.

[8] En Webber, op. cit., citado en Calkins, op. cit., pág. 52.

[9] Whyte, The Apostle Paul, en W.M. Smith, Chais From a Minister’s Libraiy, en Calkins, op. cit.pág. 53

[10] En Calkins, op. cit., pág. 59

[11]  H. M. S Richards, “Habits That Help Me”, en Calkins. op. cit., pág 9

[12]  Ibíd.

[13] 3 Ibld., págs. 9, 10

[14] Kenneth W. Wilson, ed.. Walking Thrnugh Your Bible With H. M. S. Richards (Mountain View, Calif., Pacific Press Pub. Assn., 1983), pág. 12