En el diario La Prensa, de Buenos Aires, el 15 de julio pasado leímos el siguiente párrafo en un artículo firmado por Antonio de la Torre: “Los guanacos son animales inofensivos, gregarios, inteligentes, que viven entre las altas montañas, pastando en las vegas, cerca de los arroyos. Van en tropillas, bajo la guía de un macho, al cual los criollos denominan relincho. Este vigila su manada desde una loma o lugar prominente. Es el vigía y el pastor responsable de su grey, a quien todos acatan ciegamente; es el héroe que señala el camino de la salvación en caso de peligro, y el que encuentra las vegas tranquilas para la subsistencia pacífica. Siempre está alerta, oteando las abras, avizorando las cumbres. Cuando advierte algo extraño lanza una especie de relincho que inicia la súbita fuga de la manada. Desde lejos él señala el camino salvador y es el último que se escapa de la muerte. Los cazadores saben que para exterminar el hato hay que matar al relincho, pues ello provoca el desconcierto y el espanto de todos, que despavoridos e indecisos corretean sin rumbo, de un lado a otro cerca de la víctima”

¿No contiene este ejemplo una enseñanza para nosotros, los pastores de las almas? Los que tenemos el privilegio de pastorear al rebaño, tan valioso a la vista de Dios que dió a su Hijo por él, debemos mantenernos siempre vigilantes, buscando los pastos y las corrientes cristalinas y vivificadoras de la Palabra de Dios, y cuando algún peligro aceche a la grey, debemos ser los primeros en dar el grito de alerta y señalar el camino de la salvación en forma firme y clara, sin dudas ni vacilaciones.

No es fácil ser pastor de la grey, ya que éste siempre debe estar en actitud vigilante. Si comprende realmente el privilegio y la responsabilidad de su misión, nunca dejará de velar por su grey.

El apóstol San Pablo fué quizás el que más se acercó al ideal que Cristo tiene para los dirigentes del rebaño. Las almas realmente pesaban sobre su corazón. Comprendía su privilegio y responsabilidad. Por eso encontramos en las Sagradas Escrituras esas hermosas epístolas que dirigió a las iglesias que había levantado con la ayuda del Señor, y que, aunque lejos y finalmente preso en Roma, no abandonó ni por un momento; antes trató por todos los medios de alentarlas y exhortarlas a la fidelidad, previniéndolas contra el enemigo de las almas.

Las epístolas que dirigió a su amado discípulo Timoteo trasuntan el profundo amor que el anciano apóstol tenía por el rebaño. Especialmente la segunda, revela que conocía la proximidad de su fin. Ello lo indujo a decir: “Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta las aflicciones, haz, la obra de evangelista, cumple tu ministerio. (2 Tim. 4: 1-5.) Y en el capítulo 2:3 dice: “Tú pues, sufre trabajos como fiel soldado de Jesucristo.” No hay duda de que él ya sabía que pronto sería decapitado; su más profunda preocupación era la seguridad de la grey, de modo que trataba por todos los medios de instruir a Timoteo para su trabajo de vigilancia. Pareciera que el anciano y trabajado apóstol quería infundirse en él para así tener la seguridad de que las almas no serían abandonadas a su suerte.

Moisés también se acercó mucho al ideal de pastor. Siempre alerta, siempre vigilante, siempre buscando la forma de dirigir sabiamente a ese pueblo que Dios le había confiado. Cuando Dios le anunció su próximo fin, su primer pensamiento fué pedir un pastor para esa congregación: “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, varón sobre la congregación, que salga delante de ellos, y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca; porque la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor.” (Núm. 27:16, 17).

Muchos fueron los peligros que asaltaron al pueblo de Dios en el desierto, pero nunca encontraron a Moisés desprevenido. Si junto al Mar Rojo a Moisés le hubiese faltado fe, todo el pueblo se habría perdido. Si al pie del Sinaí le hubiese faltado amor y firmeza, todo el pueblo habría sido aniquilado. Si en Baal- peor le hubiese faltado consagración, todo el pueblo habría caído en la idolatría y la concupiscencia. Es que Moisés, lo mismo que Pablo, no trabajaba “por el pan y por los peces;” ambos habían dejado dinero, honores y títulos por seguir a su Salvador, y se sostenían “como viendo al Invisible.”

Estimados compañeros en el ministerio, los peligros que hoy acechan al rebaño son tal vez mayores que los que afrontaron en aquellas épocas y por eso se requiere de nosotros mayor vigilancia, mayor dedicación y mayor consagración.

La sierva del Señor nos dice en “Obreros Evangélicos” págs. 279, 280, lo siguiente: “Los mensajeros de la cruz deben armarse de un espíritu vigilante y de oración, y avanzar con fe y valor, obrando siempre en el nombre de Jesús. Deben cifrar su confianza en su Jefe; porque nos esperan tiempos dificultosos. Los juicios de Dios están cayendo sobre la tierra. Las calamidades se siguen en rápida sucesión. Pronto se levantará Dios de su solio para sacudir terriblemente la tierra, y para castigar a los malos por su iniquidad. Entonces él se levantará en favor de los suyos, y les concederá su cuidado protector. Echará sus brazos eternos en derredor de ellos, para escudarlos de todo mal.”

No estamos solos en la lucha y en la vigilia. Dios está con nosotros; él quiere salvar a su pueblo y quiere darnos el privilegio de ser sus colaboradores, pero sólo lo hará con los que se 4 mantengan alerta y vigilantes.

“Los cristianos deben prepararse para lo que pronto ha de estallar sobre el mundo como sorpresa abrumadora, y deben hacerlo estudiando diligentemente la Palabra de Dios y esforzándose por conformar su vida con sus preceptos. Los tremendos y eternos resultados que están en juego exigen de nosotros algo más que una religión imaginaria, de palabra y formas, que mantenga a la verdad en el atrio exterior. Dios pide un reavivamiento y una reforma. Las palabras de la Biblia, y de la Biblia sola, deben oírse desde el pulpito.”—”Profetas y Reyes,” pág. 461. (Ed. P. P.)

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Bonaerense.