Un amigo es, en primer lugar, alguien con quien usted puede hablar en confianza.
¿A qué se deberá que muchos pastores —personas que respetamos y admiramos, viven vidas solitarias? ¿Y por qué muchos líderes laicos se sienten frustrados en sus intentos de establecer buenas relaciones con sus pastores?
Por una parte, existe la tendencia a “canonizar” al pastor, parecida a lo que los católicos reservan sabiamente a quienes murieron hace mucho tiempo. Sin embargo, en muchas congregaciones el pastor es, también, el blanco de la crítica. Si los sermones son demasiado largos o los himnos demasiado nuevos, si la denominación es demasiado liberal o no hay suficiente espacio para el estacionamiento, el pastor es el responsable en primera y última instancia.
Todos reconocemos que nuestros pastores tienen necesidad de que se los acepte como son, sin admiración ni arrogancia; en una palabra, como amigos. Durante los últimos siete años he disfrutado al convertirme en un buen amigo de mi pastor. Nuestras relaciones sólo se han limitado a los asuntos de la iglesia. Como resultado, me relaciono con él en una forma diferente a como me relaciono con otras personas. Durante este tiempo he cultivado, inconscientemente, algunas “reglas” de cómo ser amigo de mi pastor:
Regla 1: Preserve la confidencialidad
Para mí, es práctica normal no participar a otros los asuntos que el pastor comparte conmigo personalmente. ¿Por qué? Un amigo es, en primer lugar, alguien con quien usted puede hablar en confianza. Si nuestros pastores no tienen la certeza de que conservaremos en forma confidencial lo que nos digan, no se sentirán seguros al hablar con nosotros.
Si ha disfrutado de una conversación privada con su pastor acerca de un asunto dado es posible, entonces, que sepa mucho más de ello de lo que deba saberse públicamente. Esa información simplemente no puede ser compartida con otros.
Regla 2: Evite la confrontación pública.
Hasta donde me es posible, nunca critico a mi pastor frente a otras personas. El éxito del pastor como ministro del evangelio depende en gran medida del respeto que inspira a la congregación. Cualquier actitud mía que disminuya ese respeto, le restará también efectividad. Consecuentemente, trato de evitar cualquier confrontación pública con él.
Pero esto es algo que no siempre he podido lograr completamente. En un retiro espiritual de dirigentes de la iglesia celebrado hace varios años, nuestro pastor estaba presentando el plan maestro de la iglesia. A mi juicio, éste era incomprensible y poco práctico, y lo dije, en esencia, a través de un par de preguntas bastante directas.
Cuando critiqué públicamente a mi pastor y amigo, o a lo menos la obra que estaba haciendo, rompí mis propias reglas: mis declaraciones fueron públicas y no privadas. Si yo no hubiera dicho nada, la discusión habría terminado más pronto, y podríamos haber empleado ese tiempo en la consideración de algo más útil.
Ese error me ayudó a renovar mi compromiso de presentar los desacuerdos o preocupaciones en forma privada, particularmente si me doy cuenta que mi pastor se está desviando hacia una posición equivocada. En privado, le resultará más fácil cambiar su posición sin inclinarse hacia otro lado por la presión.
Regla 3: Nunca se queje sólo por quejarse.
En vez de simplemente quejarme y ser una carga más para mi pastor, trato de proponer soluciones. Recuerdo una vez que él y yo estábamos en una. comisión de nombramientos, buscando a un pastor asociado para nuestra iglesia. Era un proceso largo y cansador. Cierta noche, en una conversación” privada después de la reunión, él me dijo: “Creo que hicimos lo suficiente. Llamemos a Joe”, nuestro principal candidato en ese momento.
Yo disentí y le sugerí el nombre de una solicitud nueva que acababa de llegar. Mi pastor conocía al hombre, pero no sabía que había solicitado el empleo. Inmediatamente estuvo de acuerdo: “Oh, tenemos que hablar con él”, dijo. Como todas las buenas historias con un final feliz, ese hombre es hoy el pastor asociado de nuestra iglesia.
El punto que quiero destacar aquí es que en vez de quejarme simplemente, propuse otra solución. Y lo hice en forma privada, acerca de un asunto que tenía mucha significación espiritual.
Regla 4: No trate de ser “el mejor amigo”.
Esto me lleva a la regla más difícil de todas: entender que simplemente no puedo ser el mejor amigo de mi pastor. Pretenderlo, sería poner sobre sus hombros una carga adicional a sus múltiples responsabilidades para con la familia de la iglesia. Para ser verdaderos y mejores amigos de nuestros pastores, tendríamos que estar más dispuestos a servirles y amarlos antes que pensar acerca del beneficio que nuestras relaciones pudieran reportarnos. Al hacerlo así, tanto las vidas de nuestros pastores como las nuestras se verán enriquecidas.
Metamorfosis
Polícroma hemorragia está manchando
del viejo sol la fronda palestina,
un dúo lento y grave se encamina
al pueblo de Emaús, y dialogando,
por el sendero arcaico va dejando
fragmentos de dolor, aguda espina
le hiere y bajo el fuego que calcina
de la desolación va sollozando.
La luz fulge en el alma. Un caminante
se acerca y les descubre la Escritura,
aclara el porqué del sacrilegio
en Gólgota fatal, espeluznante.
Se rasga el nubarrón de la amargura,
y suena en las alturas un arpegio.
Alfredo Campechano Ureña