Se sienten inseguros, incluso miserables. Es cierto que el cambio de posición puede producir en algunos una verdadera alteración del poder y la influencia. El presidente de una asociación es el administrador principal de un gran campo de creyentes y obreros un día; al otro, se encuentra totalmente desprovisto de poder: ¡sencillamente, es uno más entre los jubilados!

 Hace muchos años en la Asociación Central de California, asistí a una sesión administrativa en la cual la comisión de nombramientos propuso el nombre de un ministro para servir como presidente de la asociación por el término de dos años. El administrador saliente estaba sentado en la audiencia y todos se preguntaban cómo reaccionaría por haberlo “jubilado”. ¿Aceptaría el informe con buen espíritu, o recibiría las noticias con dolor, sufrimiento, y protesta?

 El simpático ex presidente se puso de pie, y alegremente anunció:

 -Este informe me hace recordar un texto del libro de Daniel que, con perdón por mi defectuosa exégesis, se refiere de forma particular a mi situación. Dice más o menos así: Mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude'(Dan. 11:45).

 Esta humilde y humorística interpretación de Daniel gustó a todos, y hubo un fuerte y caluroso aplauso para esa actitud cristiana expresada con acierto.

Servir como suplente de pastor

 Quizá el mejor lugar para un ministro jubilado es servir como suplente de pastor en una asociación local donde todavía podrían utilizar su experiencia lograda en largos años de servicio. Muchos pastores jubilados son empleados sobre la base de un estipendio por las asociaciones locales. Hay unos pocos que todavía conducen reuniones evangelísticas y seminarios sobre Daniel y Apocalipsis y otros temas. Un pastor, que ya frisaba los setenta años de vida, celebró reuniones en Hong Kong y bautizó más de cincuenta almas; después repitió el esfuerzo en el Caribe, y allí bautizó 36.

 Probablemente no todos puedan hacer evangelismo. Los pastores jubilados pueden fortalecer a la congregación local ofreciéndose como maestros de la escuela sabática, ancianos de iglesia o quizá, incluso, diáconos. Las opciones varían según la persona.

 Los obreros que sirvieron en posiciones de prestigio pueden encontrar difícil servir a nivel de la iglesia local. Tienen la tendencia a seguir actuando como si todavía estuvieran en el liderazgo. Tales actitudes pueden crear situaciones difíciles de manejar para el pastor local.

 Hay un joven pastor que tiene un distrito con dos iglesias, en las cuales son miembros dos ministros jubilados. “Los problemas comenzaron casi inmediatamente con estos dos jubilados -dijo-, porque ambos son hombres con una mentalidad muy rígida. Reconozco que soy principiante, pero quisiera tener la oportunidad de experimentar. El aprendizaje a través de mis errores es una buena manera de lograrlo. Me gustaría dirigir mi propio espectáculo, con la ayuda de mis ancianos y mi junta de iglesia. Pero estos dos ministros jubilados o son incapaces, o no están dispuestos a permitirme el control. Ellos quieren controlarme a mí y al resto de la feligresía. Puedo comprender cómo se sentirán ahora, después de haber estado en una posición de liderazgo todos estos años de servicio”.

Un equilibrio apropiado

 No es fácil la solución. Obviamente, el amor cristiano es lo primero. Las emociones y las malas interpretaciones deben ser explicadas. Un joven pastor puede ser excesivamente sensible a las actitudes de esos pastores jubilados que ahora forman parte de la congregación y que rivalizan por el liderazgo. Con una experiencia tal, es posible que un pastor no reconozca las buenas intenciones y los beneficios que pueden obtenerse con la experiencia de los pastores jubilados. Por otra parte, los jubilados pueden, de modo inconsciente, impacientarse con los métodos modernos que aplica el pastor, y los puntos de vista “liberales” de la doctrina y el estilo de vida que promueve. Ambos lados deben dar y recibir. Si bien el joven pastor debiera ser accesible al consejo y la experiencia de los ministros jubilados, éstos deben respetar la posición y el espacio de aquél.

 Los pastores deben ser más accesibles y ganar la amistad del ministro jubilado. En esta forma puede asegurar su confianza y su ayuda. El pastor debería estar agradecido por tener un activo, no un pasivo. Los pastores pueden, con un poco de humildad, escuchar lo que los ministros jubilados tienen que decir. “Aquellos que han servido a su Maestro, cuando la obra era difícil, -escribió Elena de White-, que soportaron la pobreza y permanecieron fieles cuando había pocos que se ponían de parte de la verdad, deben ser honrados y respetados. El Señor desea que los obreros más jóvenes obtengan sabiduría, fortaleza y madurez asociándose con estos hombres fieles. Que los hombres jóvenes se den cuenta que al tener tales obreros en su medio, son altamente favorecidos. Dénles un lugar honorable en sus concilios”.[1]

 Por su parte, el ministro jubilado no debiera presionar demasiado. Debería hacer sugerencias, ofrecer ideas, expresar razones por que sí, por qué no, y llegar hasta allí. Imponerse sólo puede causar resentimientos. Debe recordar que él no es el pastor encargado.

 Sé de un pastor jubilado que todavía está activo. Fue miembro de una congregación cuyo joven pastor tenía cierta confusión en asuntos del tipo de justificación por la fe. El ministro jubilado podía ver el problema que tenía el joven pastor. Reconoció su sinceridad y su completa dedicación. Hubo un momento en que defendió al joven pastor delante de la congregación, pero éste tenía la impresión de que el jubilado era un entrometido y que estaba ansioso de obtener el control de la iglesia. Esto desalentó al pastor jubilado.

 Esta situación puede, en muchos sentidos, reflejar el problema de toda iglesia donde están presentes jubilados activos. La clave está en encontrar el equilibrio apropiado, donde cada uno esté consciente de las sensibilidades del otro. Los obreros jubilados debieran recordar que el mando y la autoridad los tiene el pastor que está a cargo de la iglesia, y que todo lo que el jubilado puede hacer es dar sugerencias basadas en años de experiencia. Los jubilados deberían hacer todo lo posible por evitar que se les considera como entrometidos. Al mismo tiempo, los pastores debieran ser accesibles al consejo, y hacer todo lo humanamente posible para capitalizar los dones de alguien que tiene mucho que ofrecer.

 Si bien cada situación es diferente, los corazones abiertos, la humildad, y el deseo de servir, pueden hacer maravillas para aliviar lo que, de otra manera, podría convertirse en una situación incómoda. Tales actitudes ayudarán al fortalecimiento de la obra de los pastores locales al pastorear el rebaño.

Sobre el autor: es pastor jubilado.


Referencias

[1] Elena G. de White, The Retirement Years (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1990), págs. 33, 34.