Compartiendo la esperanza de los escritores del Nuevo Testamento, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha proclamado, durante 140 años, el regreso de Cristo y el fin del mundo. Cuando la iglesia celebra la Cena del Señor continúa anunciando la muerte del Señor “hasta que él venga” (1 Cor. 11: 26). Al Señor que le dice: “Ciertamente vengo en breve”, la iglesia responde: “Amén; sí, ven Señor Jesús” (Apoc. 22: 20).
Pero Jesús no ha regresado aún. Para algunos el Señor demora el cumplimiento de sus promesas. Como respuesta al interrogante propuesto por esta “demora”, algunos dicen que el Señor ya regresó en forma invisible. Otros sostienen que la parusía depende de la fe con que la iglesia cumple su misión. Otros dicen que éste no es el punto esencial, pues desde su primera venida estamos completos en Cristo (Col. 2:10). De hecho, la mayoría de los grandes sistemas teológicos (y hermenéuticos) han sido estructurados con respecto a la demora de la parusía.
Intentos de explicación
Al enfrentarse al problema, Albert Schweitzer desarrolló lo que se conoce como la escatología consistente. El creía que Jesús había anunciado erróneamente el establecimiento inminente del reino eterno. Schweitzer enseñaba que Jesús primero esperaba el establecimiento durante su vida, y que posteriormente esperaba que se estableciera inmediatamente después de su muerte. En virtud de este enfoque, los cristianos permanecieron expectantes luego de la crucifixión. Como nada ocurrió, ellos respondieron a este problema aflictivo concluyendo que la unión mística con Cristo, por medio de los sacramentos, los habilitaba para disfrutar de la bendición final.
La tesis de Schweitzer ha sido vigorosamente criticada. Dicha tesis daba a la expectativa de un reino temporal un carácter tan central a los ojos de Jesús, que el fracaso de esta expectación hace que la enseñanza cristiana pierda toda su credibilidad. Si Cristo esperaba tan firmemente ver el establecimiento del reino, y esto no ocurrió, ¿por qué aún mantenemos la esperanza? Como dice E. Brunner: “Suponer que dicha teoría es correcta sería ponerle fin a los dogmas cristianos, pues no sería nada más que la sistematización de un error’’.[1]
C. H. Dodd nos brindó el enfoque conocido hoy como la escatología inaugurada.[2] Mientras que, de acuerdo con Schweitzer, Cristo brindó a su escatología un carácter exclusivamente futuro, de acuerdo con Dodd el reino de Dios alcanza su inauguración escatológica en el ministerio de Jesús, y toda perspectiva futurista es insignificante. Algunos discípulos no comprendieron a Jesús, por lo tanto, sus expectativas fueron chasqueadas. Mantuvieron sus esperanzas dirigidas hacia el futuro. Fueron responsables por el Apocalipsis de Juan, por Marcos 13 y por 2 Tesalonicenses 2. Por otra parte, otros discípulos, como Pablo, tuvieron el mismo concepto escatológico que tuvo Jesús. Para Pablo, como también para 1 Pedro, para Hebreos, y especialmente para el Evangelio de Juan, el fin ya había llegado. La resurrección de Cristo significaba que todo se había cumplido.
Aquí no podemos criticar a fondo la tesis de Dodd. Digamos simplemente que nosotros no lo seguimos en la discriminación que hizo de los escritos del Nuevo Testamento como lo que está “en la línea’’ y lo que no lo está.
En 1941 Rudolf Bultmann dio a conocer su propósito de liberar la fe cristiana de la mitología.[3] Para Bultmann sólo una cosa importa, y es el encuentro con Cristo aquí y ahora. El futuro se construye en el presente mediante la respuesta que uno brinda cuando es confrontado con la palabra de Cristo y con su historia. Para él lo apocalíptico no contempla un futuro distante. Sólo procura describir, como lo hizo el evangelista Juan, que el tiempo del fin comienza en el tiempo presente. Bultmann distinguió dos corrientes en el Nuevo Testamento. La corriente futurista intentaba explicar la demora mediante la misión. La iglesia tiene un tiempo de duración indefinida, dependiente de la misión. A esta corriente la identificó como la corriente de Lucas. La otra corriente, la de Juan y la de Pablo, elimina todas las falsas esperanzas que Jesús había levantado al hablar de un fin inminente. Además, continúa diciendo Bultmann, esta expectativa no se encontraba en el corazón del pensamiento de Jesús. El la había tomado prestada del judaísmo para brindarle un mayor fundamento a su propia idea principal. Esta expectativa debiera ser olvidada con el propósito de poner un énfasis mayor en el presente. Todo lo que no esté vinculado con este pensamiento surge del mito. Lo único que importa es la apelación de Jesús, quien pide que tomemos nuestra decisión ahora.
La doctrina de Bultmann afecta nuestra comprensión del canon, de la inspiración y de la validez del Antiguo Testamento.[4]
Los adventistas creemos en la total inspiración de las Escrituras. Tomamos la Biblia en su plenitud como regla de fe. Es por eso que somos confrontados con el siguiente dilema: o es verdad que Cristo dijo que retornaría en el siglo primero, y cometió un error. (En este caso no podríamos depositar nuestra confianza en El.) O quiso decir algo diferente y debemos reestudiar sus enseñanzas con el propósito de preservar la unidad de las Escrituras y mantener la vitalidad de nuestra fe. Prefiero esta última posibilidad. Apoyo a Gerhard Hasel cuando dice que “el propósito final de la teología del Nuevo Testamento es demostrar la unidad que une las diferentes teologías y temas longitudinales, conceptos y motivos” pertinentes a los diferentes autores del Nuevo Testamento.[5] Además, una teología cristocéntrica del Nuevo Testamento no destruirá la enseñanza del Antiguo Testamento. En nuestro caso particular, esto significa que preservará la concepción cronológica e histórica del Antiguo Testamento.
Desde este fundamento abordemos ciertos textos “problema”.
Consideremos algunos textos difíciles
1. Mateo 24:34 (Mar. 13:30; Luc. 21:32) “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo acontezca”.
De acuerdo a cierta interpretación este texto demuestra que “Cristo declaró que había planificado regresar en los días de aquella generación con la que hablaba. El factor determinante es la expresión ‘esta generación’ aparece catorce veces en los evangelios y siempre se aplica a los contemporáneos de Cristo”.[6]
Interpretar las palabras de Jesús de esta forma significa manejar muy livianamente el problema. Los discípulos escribieron unos 30 años después de la muerte de Jesús. Ellos fueron parte de una generación que estaba muriendo. ¿Cómo podían sus contemporáneos entender estas palabras? ¿Acaso Jesús quería decir que El regresaría antes de la muerte del último de los discípulos? Deseando evitar esfuerzos erróneos al interpretar cronológicamente estas observaciones, Mateo y Marcos se apresuran a informar de estas otras palabras de Jesús: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mat. 24:36; Mar. 13:32). Los discípulos consideraban inútil especular en cuanto al momento del fin. Todo aquel que quiera fijar la hora de la parusía, fundándose en estas palabras, incurriría en la audacia de pretender conocer del asunto tanto como el Padre.
¿Cómo lo debemos entender entonces? Obsérvese que la expresión siempre está precedida por palabras de reproche. “Esta generación” tiene una connotación negativa.[7] Ella se refiere a una generación que es impía, que es adúltera, que es pecaminosa, que es incrédula; una generación que reclama señales para poder creer, y que por causa de su impiedad hacia sus profetas y apóstoles deberá rendir cuentas por toda la sangre derramada desde la fundación del mundo (Luc. 11:50).
La palabra hebrea dor encubierta por la palabra griega genea tiene, además, un significado muy diferente. Si bien puede significar una generación de unos 40 años (Deut. 2:14), también puede sugerir la idea de raza (Sal. 78: 8; Mar. 9: 19). Algunos comentadores ven este último significado en Mateo 24: 34, entendiendo que la profecía se refiere al pueblo judío. Entonces, este vocablo no tiene sólo un significado aritmético.
En el Antiguo Testamento es evidente este significado más amplio, especialmente en los versículos donde tiene una connotación negativa. En Salmos 78:8, la “generación contumaz y rebelde” incluye a diferentes generaciones. En Proverbios 30:11-14, la generación impía incluye a hombres de todos los tiempos. En el Nuevo Testamento, en Marcos 8:38, “esta generación” se refiere a este mundo en contraste con el mundo que vendrá. En Marcos 8:12 la palabra puede bien traducirse como “este pueblo”. Por lo tanto, las palabras de Jesús pueden, sin forzar el texto, describir a los hombres en general, es decir a todos aquellos que por su incredulidad, hicieron suspirar a Cristo; todos los que son pasibles de juicio. De acuerdo con Mateo 12:41 Jesús no esperaba que estuvieran vivos a su regreso, pues en el momento del fin resucitarían junto con todos los muertos de Nínive y de la reina del sur. Es así que el uso de la palabra generación involucra a todos los incrédulos de todos los tiempos.
Por lo tanto, en Mateo 24:34 Jesús no estaba presentando una evidencia cronológica (esto lo aclara más el versículo 36). Él estaba simplemente diciendo que la generación incrédula vería de antemano el fin del tiempo, el cumplimiento de todo lo que Él había dicho. Nada de lo que Él había dicho se malograría.
Por la repetición de algunas declaraciones características de Jesús, Marcos demuestra que no debemos esperar una aceleración del tiempo pues todo tiene su lugar en “esta generación”. El apóstol observa que Jesús dijo: “Aún no es el fin” (Mar. 13:7); “todo esto es principio de dolores” (vers. 8); “y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones” (vers. 10); “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (vers. 13). Los eventos comenzarían en Judea (vers. 14) y se “extenderían desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo” (vers. 27).
¿Significa esto que los contemporáneos de Jesús estarían excluidos? Desde luego que no. La caída de Jerusalén y la destrucción del templo brindan la mejor seguridad de que lo que Jesús había anunciado habría de ocurrir y que el Hijo del Hombre habría de aparecer en gloria. Para un judío, la destrucción del templo prácticamente garantizaba la realización de la otra parte de la profecía.[8]
2. Mateo 16:28 (Mar. 9: 1; Luc. 9:27)
“De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.
Los autores evangélicos que registraron estas palabras, en verdad deseaban responder, al mismo tiempo, a las interrogantes que sus contemporáneos habían levantado: ¿quién tendría el privilegio de no morir? ¿Quién vería al Hijo del Hombre en su gloria? Esta declaración ha conducido a numerosos exégetas y padres de la iglesia, como también a algunos de nuestros eminentes contemporáneos, como por ejemplo J. Jeremías, a ver en las palabras de Jesús, el anuncio de su transfiguración no de su parusía. El Seventh-day Adventist Bible Commentary [Comentario bíblico adventista] sugiere la misma interpretación encontrando un fundamento en las palabras de 2 Pedro 1:16, 18. En este caso, los que “estábamos con él”, del versículo 18, serían Pedro, Santiago y Juan. Por lo tanto, Jesús no estaba anunciando la venida de su reino antes de la muerte de todos sus contemporáneos, sino dando una revelación especial a algunos de ellos.
En este versículo hay más de lo que se percibe a simple vista. En cada uno de los evangelios sinópticos, este mismo versículo es precedido por una referencia o una crisis. Cada uno debe tomar la cruz y arriesgar su propia vida, dice Mateo 16: 24, 25. El Hijo del Hombre juzgará de acuerdo con esta obligación (vers. 27). Marcos no sólo menciona la cruz sino también que el testimonio debe ser dado a una generación pecaminosa. Este versículo aparentemente relaciona el ver a Cristo en su gloria y confesarlo hasta la muerte.
En apoyo de esto, obsérvese que los tres apóstoles que estuvieron en el monte de la transfiguración son los únicos cuyos destinos terrenales fueron mencionados en el Nuevo Testamento: Pedro y Santiago, que fueron martirizados (Juan 21:18, 19; Hech. 12:2), y Juan, que soportó un tiempo de espera especial (Juan 21:23). Estos discípulos siguieron el ejemplo de su Maestro testificando de Cristo ante los concilios y arriesgando, al hacerlo, sus propias vidas.
La condenación de Jesús se produce en respuesta a su testimonio delante del Sanedrín en relación con el Hijo del Hombre que viene en las nubes (Mat. 26: 64). Y personalmente no creo que carezca de intención que Lucas nos registre con tantos detalles el fin de Esteban, el primer mártir, quien firmó su decreto de muerte cuando dijo que había visto los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la diestra de Dios (Hech. 7: 56).
Jesús, entonces, no estaba anunciando que sería visto por ciertas personas que aún vivían, sino que anunció que algunos de los que vivían lo verían en su gloria y morirían por dar testimonio de ello.
3. Mateo 10: 23
“Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre”.
Albert Schweitzer consideraba esta declaración como la ilusión que Jesús había concebido con respecto al establecimiento del reino eterno. Si este texto es interpretado como queriendo significar un inminente fin del mundo, no podemos menos que concordar con su tesis. Personalmente prefiero el enfoque del Seventh-day Adventist Bible Commentary y de Pierre Bonnard. Este último dice: “Este versículo no enfatiza en la proximidad del regreso de Jesús, sino en todas las posibilidades de testificación que le fueron dadas a Israel hasta su regreso”.[9] En esta declaración Jesús deseaba comunicar a sus discípulos que cuando El regresara deseaba encontrarlos aún dedicados a su tarea. Por lo tanto, ellos no debían lamentarse si, por causa de una persecución, no podían concluir con su trabajo en una ciudad y eran forzados a entrar en otra.
Todo este grupo de textos, utilizados para afirmar que Jesús esperaba regresar luego de una breve demora, tienen el propósito de advertirnos precisamente de lo opuesto. De acuerdo con Mateo 24, con Lucas 21, y con Marcos 13, Jesús describió un gran número de señales. Él no estaba intentando dar a sus discípulos una prueba de su pronto regreso, sino demostrarles las muchas cosas que ocurrirían antes de su venida. Aunque las señales fueran muchas, todas ocurrirían. La generación de los incrédulos no debía abrigar la esperanza de ver fracasar una sola de ellas.
A causa de que los discípulos estaban en peligro de considerar que el regreso del Maestro no les concernía, Jesús enfatizó tan insistentemente, en la necesidad de estar listos y de velar. En verdad, hubiera sido muy natural especular en cuanto al mañana y fijar la fecha de la parusía en un futuro distante. Pero Jesús corrigió frecuentemente este error. Nadie se hallaba en condiciones de poder decir cuando Él debía regresar, pues sólo el Padre conocía la fecha. Antes de ascender a los cielos, Jesús les recordó esto a sus discípulos en dos ocasiones.
La primera vez que se los recordó fue cuando Pedro preguntó por el destino de Juan (Juan 21:20-23). Jesús ya le había hablado a Pedro acerca de esa muerte (vers. 19). Si Pedro moría, ¿quién quedaría con vida cuando Jesús regresara? ¿Sería Juan? Jesús cortó abruptamente toda especulación diciéndole a Pedro: “Sígueme tú”.
Hechos 1:6-8 nos relata la segunda ocasión. Ante la pregunta de los discípulos, referente al tiempo del establecimiento del reino, Jesús replicó: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad”. Las profecías no fueron dadas con el propósito de originar especulación en cuanto al momento del regreso, sino con el fin de que la fe se fortaleciera cuando ocurrieran las señales de los tiempos (véase también Juan 14:28, 29). Sólo una cosa es necesaria: velar, pues podrían ser sorprendidos. Cristo pronto regresaría.
Ante esta perspectiva no nos sorprende ver al apóstol Pablo viviendo en medio de la expectación de un fin inminente. Esta actitud armoniza con la voluntad de Cristo. Su resurrección da testimonio de que la victoria se obtuvo, de que el tiempo del fin comenzó, y de que los creyentes han entrado en el tiempo de la esperanza. Por lo tanto Pedro podía, poco tiempo después del Pentecostés, alentar esta expectativa (Hech. 3: 20, 21). Y también Pablo, a la mitad de su ministerio (1 Cor. 7:29-31), como Juan (Apoc. 1:7), hacia el fin del siglo, podían sostener la misma convicción. No era que estuviesen alimentando un engaño, sino que sostenían la certeza de que Dios regresaba (Apoc. 1:8). Ellos no podían entender la profecía referente a las 2.300 tardes y mañanas, como tampoco la de los 1.260 días, pues éstas fueron escritas para un tiempo especial (Dan. 12:4, 9), es decir, el tiempo en que se cumplirían. Pero ellos podían esperar que las cosas continuaran, pues Jesús había advertido a sus discípulos que serían probados. Ellos serían tentados a considerar la extensión del tiempo como una demora.
Textos que especifican una demora
Provisoriamente utilizamos el término demora, pero debemos examinarlo, pues este tiene un carácter ambiguo. Analicemos algunas de las enseñanzas de Jesús que estructuran una significativa secuencia del discurso escatológico registrado en Mateo 24 y sus textos paralelos.
- El siervo malo: Mateo 24: 45-51
Este siervo no es como los burladores mencionados en 2 de Pedro. La parábola no se refiere a lo que cree el siervo sino a lo que hace. Él era un creyente, pero también un hipócrita (vers. 51). Así como aquel hombre que recibió un solo talento; él sabía algo, pero fue descuidado (Mat. 25:26, 27). El siervo malvado sabía que su Señor no vendría de inmediato y que en consecuencia él debía estar preparado a cada instante. De acuerdo con la parábola, la aparente demora implica un retorno inesperado.
- Las diez vírgenes: Mateo 25: 1-13
Extraída de las costumbres matrimoniales orientales, esta parábola anuncia una demora, la del novio.[10] Las vírgenes insensatas fueron reprochadas porque ellas no habían tomado en cuenta que el novio podía demorar y que de este modo podían ser sorprendidas. Ellas debían haber reparado en esto y haber hecho lo necesario para estar permanentemente listas. Su error no estaba en que pensaran en que el novio viniera pronto, sino en que no estaban preparadas para una prolongación del tiempo de espera. Fue así que Jesús dijo: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (vers. 13).
- La parábola del juez injusto: Lucas 18: 1-8
“Esta parábola se aplica específicamente a la experiencia del pueblo de Dios en los últimos días (PVGM 129), como anticipo del engaño al que se enfrentaría y de la persecución que sufrirían”. La enseñanza, para los que escuchaban a Jesús, era que no debían encontrar una causa de desánimo en la demora de Dios en ejecutar justicia. Debían orar y no desmayar (vers. 1), pues Dios ciertamente obraría justicia. Pero esta certeza es sólo para aquellos que tienen fe (vers. 8).
Un eco de esta parábola se encuentra en Apocalipsis 6: 10, donde las almas debajo del altar reclaman al Señor cuánto demorará en ejecutar justicia. Es muy interesante la respuesta que se les da: demorará el tiempo que lleve el plan de salvación (vers. 11).
No podemos considerar aquí todos los pasajes que mencionan una extensión del tiempo antes de la venida, pero observemos aquí unos pocos pasajes significativos:
Mateo 25:19: el señor vino después de mucho tiempo y arregló con sus siervos.
Lucas 19:12: la investidura real tiene lugar en un país lejano. (El versículo 11 indica que esta parábola fue dirigida a quienes ‘pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente”.)
Mateo 22: 7, 9: el rey destruyó y quemó la ciudad y luego llamó a otros a las bodas.
Lucas 21:8: “Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: yo soy el Cristo, y el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos”.
Los escritos de Pablo contienen cierto grado de ambigüedad. A veces el apóstol afirma estar presente en la parusía (1 Tes. 4: 15; 1 Cor. 15: 5), en otras ocasiones contempla su muerte como un episodio previo (2 Cor. 5:1). Pero su segunda carta a los tesalonicenses especifica ciertos episodios que ocurrirán en el tiempo en que él escribe y la parusía: “Os rogamos, hermanos… [No os] conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía” (2 Tes. 2:1-3).
El tiempo puede abreviarse
Al considerar estos versículos percibimos que el vocablo “demora” es ambiguo. Se corresponde con cierto sentimiento humano, pero no con el punto de vista de Dios. El Señor no demora el cumplimiento de su promesa. La extensión del tiempo es parte del plan de salvación, pues Dios desea que todos se arrepientan (2 Ped. 3). Los creyentes son advertidos de que Dios tiene un plan que madura a plazo largo, pero siendo que la fecha no les ha sido revelada, ellos deben estar preparados en todo tiempo. Las cosas seguirán su curso normal: la apostasía debe producirse antes del regreso de Cristo. Dios debe organizar su iglesia, y el Espíritu establecerá ciertos ministerios. Como dice Oscar Cullmann: “Jesús muestra a sus discípulos cómo deben vivir en el mundo. El don del orden implica el mañana”.[11] En otras palabras, si Jesús desea construir su iglesia (Mat. 16: 18), necesita tiempo para hacerlo.
¿Por qué, entonces, la iglesia espera que el Maestro regrese pronto, afirman los escépticos, siendo que Jesús anunció su demora? Porque la iglesia soporta y sabe que la oración que le ofrece cada día al Señor: “Venga tu reino”, no está compuesta por palabras vacuas. Pero
Jesús no habla sólo de demora sino también de avance: “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (Luc. 18: 7, 8). Si dios hubiera mantenido la duración que Él ha fijado de antemano, nadie podría permanecer hasta el fin del tiempo de prueba. “Y si el Señor no hubiese acortado aquellos días, nadie sería salvo; más por causa de los escogidos que él escogió, acortó aquellos días” (Mar. 13:20).
La parusía, ubicada en el futuro, exige paciencia. Pero no podemos concluir que es posible hacer un descanso en nuestra espera, pues Dios puede adelantar esos días. Si aún no lo ha hecho es porque espera que su higuera dé frutos (Luc. 13:6-8); quiere que todos se arrepientan (2 Ped. 3:9), desea que se complete el número de los redimidos (Apoc. 6: 11), y que los 144.000 alcancen su plenitud (Apoc. 14:3).
“Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa; si al anochecer, o a la media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Mar. 13: 35-37).
Sobre el autor: El Dr. Richard Lehmann dirige el Departamento de Biblia del Seminario Adventista de Sáléve, Collonges-sous-Saléve, Francia.
Referencias
[1] E. Brunner, Dogmatique, Vol. II: Labor et Fides (Génova, 1955), pág. 297.
[2] * C. H. Dodd prefirió posteriormente hablar de la escatología inaugurada, luego siguió la sugerencia de J. Jeremías, quien propuso hablar de una escatología en proceso de cumplimiento: “la escatología autoculminante”.
[3] R. Bultmann, “New Testament and Mythology” en Kerygma and Myth (Londres, ed. H. W. Bartsch, 1954), pág. 1.
[4] Cuando Desmond Ford sostiene que en Mateo 24: 34 Jesús “dijo que El estaba planeando regresar en el tiempo de la generación a la que le estaba hablando” (“Daniel 8:14, The Day of Atonement, and the Investigative Judgment”, pág. 297), se ubicó en la línea del enfoque escatológico de los escritores anteriores, sin lograr un aporte mejor que éstos al problema. Se ubica ante dos alternativas: o se coloca en la línea de la escatología judaica y considera que Jesús se equivocó. (V entonces la tesis de una labor misionera que debe ser cumplida es sólo una justificación a posteriori por causa del fracaso del regreso.) La otra posibilidad es que abandone la escatología futurista y se ubique en la postura de la escatología realizada. Pero esta posición hace surgir el problema del canon.
[5] Gerhard Hasel, New Testament Theology: Basic Issues in the Current Debate (Grand Rapids, Michigan, Eerdmans, 1978), pág. 218.
[6] Desmond Ford, ibid.
[7] * Mateo 11: 16; 12: 39, 41, 45; 16: 4; 23: 36; Marcos 8: 12, 38; 9: 19; 13: 30; Lucas 11:30, 50; 17:25.
[8] Tagawa Kenzo, “Marc 13. Le tátonnement d’un homme realiste eveille face a la tradition apocalyptique”, en Foi et Vie 76/5 (octubre 1977), Cahiers bibliques 16, pág. 23.
[9] P. Bonnard, L’Evangile selon saint Matthieu (CNT 1), véase también: J. Jeremías, Les Paraboles de Jesús (Le Puy, Xavier Mappus, 1962), págs. 253, 254.
[10]10Francis Nichol, ed., The Seventh-day Adventist Bible Commentary (Washington, D.C., Review and Herald Publish- ing Association, 1956) t. 5, pág. 843.
[11] Oscar Cullmann, Le Salut dans l’histoire (Neuchátel, Delachaux et Niestle, 1966), pág. 221.