Los líderes de una iglesia discutían procurando encontrar el mejor pastor para su iglesia. “Tiene que ser doctor en Teología, con pasado impecable, crédito intachable y reputación perfecta. No muy joven, pero tampoco muy viejo. De predicación corta y precisa. Debe saber de psicología, para escuchar a los hermanos, y debe estar disponible siempre. Debe tener la misma energía para administrar la esperanza del evangelio a una persona como a miles”. He aquí los candidatos en el imaginario análisis:
Mateo: Buen predicador, miles han venido a Cristo por su escritura, pero no tiene buen pasado. Fue cobrador de impuestos, maltrataba a sus hermanos y hasta se dice que fue ladrón.
Juan: Sus ojos han visto la gloria de Dios. Sus testimonios son impactantes. Pero es demasiado joven y se lo conoce como Hijo del Trueno.
Pedro: El poder de Dios se ha manifestado en él. Pero no tiene educación; al contrario, es un simple pescador de nivel social bajo. Tiene mal carácter y lenguaje agresivo.
Pablo: Ama a las almas, daría su vida por ver a alguien venir a los pies del maestro. Pero no se puede ocultar que ha estado preso, participó en la muerte de un hombre, maltrató a hombres y mujeres, y en ciertas ocasiones ha predicado toda la noche.
Noé: Ex pastor, trabajó durante ciento veinte años y no consiguió ni un convertido. Tiene una tendencia a elaborar proyectos de construcción irrealistas.
José: Piensa en grande, es un poco jactancioso. Cree en interpretaciones de sueños y tiene antecedentes penales. No nos conviene.
Moisés: Es un hombre modesto y humilde, pero es un comunicador pobre. Además, es tartamudo. Es irascible y actúa apresuradamente. En sus antecedentes figura un homicidio.
Salomón: Es sabio y erudito. Tiene la habilidad de resolver conflictos. Es un gran predicador, pero nuestro templo no alcanzaría para todas sus esposas.
Elias: Enfrentó muchos conflictos con coraje y fe, pero tiene una fuerte tendencia a la depresión y colapso nervioso bajo presión.
Oseas: Es un pastor dulce y amoroso, pero nuestra congregación no toleraría la ocupación de su esposa.
Juan el Bautista: Ha dormido al aire libre por meses, tiene una dieta bastante extraña y es muy confrontador.
Jesús: Ha tenido sus tiempos de popularidad. Su iglesia llegó a tener cinco mil miembros, pero inmediatamente volvió a quedarse solo con doce. Nunca se queda demasiado tiempo en un solo lugar. Y, además, es soltero.
Judas: Referencias sólidas. Hombre persistente. Conservador. Buenos contactos. Sabe administrar el dinero. Parece ser el mejor…
Gracias a Dios, él elige a sus siervos con otra lógica, no por lo que somos, sino por lo que llegaremos a ser transformados por su gracia. No importa nuestro pasado, pero sí nuestro presente y nuestro futuro. Celebramos un nuevo Día del Pastor con sentimientos encontrados; por un lado, alegría, gratitud a Dios y a la iglesia, a la familia. Pero, por otro lado, tristeza: todavía estamos aquí. Todavía no llegamos a ser lo que el Señor quiere. Si eso hubiera ocurrido, ya estaríamos allá. ¿Falló algo en la promesa de Dios? Por supuesto que no. Sus promesas son infalibles; y su poder, ilimitado.
Se necesitan pastores que recuerden que “somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Heb. 3:14).
Se necesitan pastores que puedan “tener fe, fe viviente. Dios es nuestra eficiencia, la Fuente de todo poder. Sus recursos no pueden extinguirse […]. Para todos aquellos cuyas manos sueltan su asidero, tengo el mensaje: Aferraos más firmemente al estandarte. La fe dice: avanzad. No debéis fracasar ni desanimaros. No hay debilidad de fe en el que avanza continuamente” (Elena de White, Carta 119,1896).
Se necesitan pastores para quienes, así como sucede con Jesús, su comida sea hacer la voluntad del que los envió y acabar su obra (Juan 4:34). “La salvación de las almas siempre debe ocupar el primer lugar, porque Satanás es un león rugiente que busca a quien devorar. Debemos arrebatar a las almas que van por su senda. Debemos tener visión, discernimiento y fe, y trabajar como para salvar a alguien que está en peligro de perder la vida, teniendo en cuenta que cualquier descuido de nuestra parte puede acarrear su muerte” (Elena de White, Cada día con Dios, p. 171).
“Ninguna alma tiene un momento que perder […]. Los negocios de la eternidad son de suficiente importancia como para merecer la prioridad sobre cualquier otra empresa” (Elena de ‘ White, En los lugares celestiales, p. 4)… Cristo no nos exime de la necesidad de esforzarnos, pero nos enseñéque en todo le hemos de dar a él el primer lugar, el último y el mejor. No debemos ocuparnos en ningún negocio ni buscar placer alguno que pueda impedir el desarrollo de su justicia en nuestro carácter y en nuestra vida. Cuanto hagamos debe hacerse sinceramente, como para el Señor” (Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo, p. 84).
Querido pastor: Somos privilegiados por vivir en este tiempo tan especial y difícil. Un tiempo en el que existe un terrible afán por regatear esfuerzos y por dejar para mañana lo que no te obligan a hacer hoy. Hay gente que se va a morir sin estrenarse. Se cuidan, se ahorran, se conservan, van a llegar al final de la vida como un abrigo bien guardado en el ropero. Es muy triste llegar a viejos con los bolsillos vacíos y las manos sin gastar.
Se necesitan pastores que, como Pablo, digan: “Con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas” (2 Cor. 12:15), para que ya no celebremos más un “Día del Pastor” aquí en la tierra, sino que disfrutemos, con los salvos de todos los tiempos, con el Príncipe de los pastores, por toda la eternidad.
Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.