Además de trabajar para ganar más conversos, debemos invertir para disponer de más misioneros de mejor calidad.

Por la cosecha; nos instó también a pedirle al Señor de la mies enviara más obreros (Mat. 9:38). El problema, entonces, desde el punto de vista de Jesús, no es que falte grano, sino que falta gente para cosechar.

El año 2004 -Año Mundial de la Evangelización- fue el mayor de la historia adventista en lo que a bautismos se refiere. Y, mientras nos seguimos regocijando en este triunfo, necesitamos reflexionar acerca de la necesidad de que haya más obreros para completar esta noble tarea. Además de nuestros esfuerzos por despertar el interés de la gente en el evangelio y guiarla al bautismo, enfrentamos el desafío de convertirlos en discípulos, lo que hará de ellos gente preparada para cosechar. De manera que, al orar para que haya más conversos, también deberíamos orar para que haya más gente dispuesta a cosechar, y de mejor calidad.

Cuidemos la cosecha

Cosechar es más que juntar el grano: el que cosecha, lo tiene que guardar en el granero. Si se lo abandona o se lo descuida, aunque sea un cereal de calidad, se echará a perder. Con frecuencia, miles de nuevos conversos se añaden a la iglesia sin que haya lugares apropiados para reunirlos, por no mencionar la falta de publicaciones religiosas o de asistencia pastoral. Un presidente de Unión me contó de un esfuerzo de evangelización que produjo miles de bautismos en su territorio; pero, por increíble que parezca, no consiguieron previamente las direcciones de los nuevos hermanos. Éstos no devolvían el diezmo ni entregaban ofrendas, y los lugares para atenderlos eran insuficientes.

La explosión numérica sin un crecimiento proporcional en otros aspectos esenciales no es evangelización realmente, sino mera explosión. Si nos concentramos sólo en las adhesiones e ignoramos el discipulado, los números no fructificarán para el Reino. La adhesión masiva a la iglesia sin el consiguiente esfuerzo para conservar el fruto incrementará las apostasías y desarrollará en los miembros una actitud adversa hacia la obra evangélica. Fácilmente podemos destruir lo que deseamos desarrollar.

Si no estamos en condiciones de acomodar en un templo a los recién bautizados, ni les proporcionamos líderes capaces de transformarlos en misioneros, debemos orar intensamente para que el Señor nos proporcione gente que esté verdaderamente en condiciones de cosechar.

Verdaderos guardianes

Cuando bautizamos a alguien, la tarea recién comienza. Aun la obra mejor hecha, si no se trazan planes para preservar la cosecha, contribuirá a que las cosas sean peores que antes de comenzar. “El trabajar a un alto costo para traer almas a la verdad y entonces dejarlas para que modelen su propia experiencia de acuerdo con las falsas ideas que han recibido y que han entretejido en su experiencia religiosa, dejaría esta obra mucho peor de lo que sería si la verdad nunca les hubiera sido traída. Dejar la obra incompleta y deshaciéndose es peor que esperar hasta que se hagan planes bien delineados para cuidar de aquéllos que aceptan la fe”.[1]

Note esto: si traemos gente a la iglesia sin proporcionarle la ayuda necesaria, terminarán en peores condiciones que antes de conocer la verdad. Las conversiones en masa pueden ser el resultado de movimientos inspirados, como el Pentecostés, o de acciones humanas que dejan una estela de destrucción. La velocidad no es en sí misma una prueba del éxito. Los huracanes hacen mucho ruido, pero sus consecuencias son trágicas. “Al Señor le agradaría más tener seis personas verdaderamente convertidas a la verdad como resultado de sus labores, que tener sesenta que hacen una profesión nominal y que, sin embargo, no están cabalmente convertidas”.[2]

Cristo empleó ilustraciones impresionantes para describir los efectos de una obra inconclusa. Habló de semillas devoradas por las aves o sofocadas por las espinas; se refirió al espíritu inmundo, que una vez expulsado regresa para ocupar su lugar junto con otros siete, de modo que la condición de su víctima se vuelve peor que antes.

Los pastores y los ancianos son los guardianes. Necesitamos instruirlos y capacitarlos para que realicen su tarea. Su labor no está cumplida en el momento que alguien se bautiza, sino cuando los que lo hacen se integran a la misión. “Las almas son preciosas para Dios; educadlas, enseñadles, cuando abrazan la verdad, a llevar responsabilidades”.[3]

Preservación al máximo

Cierto agricultor me enseñó que la tarea de cosechar no se limita a manejar las máquinas cosechadoras. Eso se debe complementar con el almacenamiento y la preservación de lo que se cosechó; si no se lo hace, el trabajo se puede perder.

Elena de White emplea el mismo lenguaje cuando se refiere al proceso de sembrar, cosechar y conservar: “Demasiado a menudo, se deja la obra sin terminar; y en muchos casos tales, no sirve de nada. A veces, después de que un grupo de personas aceptó la verdad, el predicador piensa que debe ir inmediatamente a un campo nuevo; y, a veces, sin que se hagan las investigaciones debidas, se lo autoriza a ir. Esto es erróneo. Él debiera terminar la obra empezada; porque, al dejarla incompleta, resulta más daño que bien. Ningún campo es tan desfavorable como el que fue cultivado lo suficiente como para dar a las malezas una lozanía más exuberante. […] Sería mejor que un predicador no se dedicara a la obra si no puede hacerlo cabalmente”.[4]

El objetivo de la gran comisión no es el número de bautizados sino la cantidad de discípulos. El bautismo es un punto vital, esencial y culminante en el proceso de la conversión, pero no es “el evento” que sirve para evaluar toda la tarea. Note la orden de Cristo: “Id, y haced discípulos en todas las naciones […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:19). No es raro que no alcancemos a comprender la diferencia que existe entre añadir gente a la iglesia y el proceso de asimilación en el cuerpo de creyentes. Como lo menciona Peter Wagner: “Todo sistema que separa la evangelización del discipulado es la causa de su propio fracaso”.[5] Muchas de las iglesias que se fundan parecen crecer, pero luego se debilitan porque carecen de esta comprensión.

La transformación del nuevo creyente en misionero no es una tarea fácil. Siempre habrá excusas para dejar de hacerla. La nutrición de los creyentes recién nacidos es desafiante, difícil, y a veces puede ser frustrante. Después de todo, es más satisfactorio gestar un bebé que cambiarle los pañales.

Después de que las personas se han convertido a la verdad, es necesario cuidarlas. El celo de muchos ministros parece cesar tan pronto como cierta medida de éxito acompaña sus esfuerzos. No se dan cuenta de que muchos recién convertidos necesitan cuidados, atención vigilante, ayuda y estímulo. No se los debe dejar solos, a merced de las más poderosas tentaciones de Satanás; necesitan ser educados con respecto a sus deberes. Hay que tratarlos bondadosamente, conducirlos, visitarlos y orar con ellos. Estas almas necesitan el alimento asignado a cada uno a su debido tiempo.

“No es extraño que algunos se desanimen, se demoren en el camino sean devorados por los lobos. […] Debe haber más padres y madres que reciban a estos niños en la verdad, y los estimulen y oren por ellos, para que su fe no se confunda”.[6]

Cuidado paciente

Cuando descuidamos o rechazamos a los nuevos creyentes, estamos haciendo lo mismo con su Salvador. “Está hablando de los niños que creen en los que todavía no han obtenido una experiencia espiritual siguiéndolo, los que necesitan ser guiados como si fueran niños en la búsqueda de las cosas del Reino de los cielos”.[7]

Es fundamental que los dirigentes espirituales sean pacientes con los recién convertidos. “Hay que tratarlos con paciencia y ternura a los recién llegados a la fe, y los miembros más antiguos de la iglesia tienen el deber de proporcionar ayuda, simpatía e instrucción […]. La iglesia tiene la responsabilidad de asistir a esas almas que han ido en pos de los primeros rayos de luz recibidos; y si los miembros de la iglesia descuidan ese deber, serán infieles al cometido que Dios les ha dado”.[8]

Mateo 9:37 y 38 es uno de los más importantes pasajes misioneros del Nuevo Testamento: “Cristo pinta el mundo como un gran campo espiritual que necesita obreros para recolectar el fruto. Les pide a los discípulos que oren al Señor rogándole que envíe más obreros […]. Con frecuencia, ocurre que los que oran, ellos mismos son los enviados”.[9]

Todos los que aman a Cristo y a las almas por las que él murió, deberían manifestar amor por su viña, al orar para que el Señor envíe a la cosecha obreros más hábiles, más fieles, más sabios y capaces.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial en la sede mundial de la Iglesia Mundial.


Referencias

[1] Elena G. de White, El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1975), pp. 66, 67.

[2] Ibíd., p. 235.

[3] Ibíd., p. 246.

[4] Ibíd., p. 236, 237.

[5] Peter Wagner, apuntes de clase, Seminario Teológico Fuller, marzo de 1986.

[6] Elena G. de White, Ibíd,, p. 258.

[7] Ibíd., p. 251.

[8] Ibíd., p. 258.

[9] W. MacDonald y A. Farstad, Believer’s Bible Commentary: Old and New Testaments (El comentario bíblico del creyente: Antiguo y Nuevo Testamentos) (Nashville, Piornas Nelson, 1995); Mat. 9:37, 38.