El énfasis del juicio investigador está puesto sobre lo que la sangre de Cristo ha realizado.
Como buenos protestantes, los adventistas proclaman su creencia en la justificación por la fe. Dicen que la salvación es por gracia solamente y que las obras no pueden salvarlos. Creen que son salvos por la muerte sustitutiva de Cristo, “el único medio de expiación”.1
Y sin embargo, cuando se les pregunta con respecto al juicio investigador, repentinamente la soteriología de muchos miembros se inclina más hacia las obras. Ya no es por gracia solamente. La línea divisoria entre el juicio por obras y la justificación por la fe se vuelve borrosa; hasta la muerte de Cristo, “como el único medio de expiación”, ya no es exactamente lo que creen. La substitución ya no es absolutamente completa.
A pesar de todas las aseveraciones, pretensiones y publicaciones en contra, dada su escasa o equivocada comprensión del juicio investigador, muchos adventistas están atrapados en un patrón de salvación por fe y por obras.
Me ha tomado 14 años aceptar y comprender cuán real es este problema.
Experiencia de justificación
Mi miopía en cuanto al legalismo en el adventismo en parte se debe a que nunca había luchado contra mí mismo. No sólo lo entendía intelectual y bíblicamente; sino que también lo experimentaba. Yo había estado caminando en el campo, orando y sintiendo la presencia de Dios en una forma muy notable. De pronto fue como si el cielo se hubiera abierto y un rayo de la gloria de Dios se proyectará a través del cielo. Caí de rodillas y me humillé, porque por primera vez desde que acepté a Cristo, vi cuán malo era yo en contraste con un Dios santo. El abrumador pensamiento que me consumía era: ¡Oh, Señor, ¿cómo puedes aceptarme? Instantáneamente una imagen de la cruz brilló en mi mente.
Yo conocía la doctrina de la justificación por la fe. Sabía de memoria todos los textos de Romanos. Podía dar estudios bíblicos acerca de ellos. Y sin embargo, ese día, experimenté la gran verdad bíblica de que mi única esperanza de salvación estaba en lo que Cristo había hecho fuera de mí, por mí, y en mi lugar hacía 2000 años en el Calvario. Experimenté la verdad de que no importa cuán santo y obediente llegara a ser, las obras no me podían justificar más delante de Dios de lo que la sangre de un cerdo podía lavar mis pecados. Para mí, la justificación por la fe ya no era más una doctrina teológica; había llegado a ser el fundamento de todo mi caminar con Cristo.
Suposiciones erróneas
El problema, sin embargo, era que como esta comprensión había llegado a ser tan axiomática para mi experiencia cristiana, supuse que también lo era para los demás. Por lo tanto, cuando prediqué y escribí acerca de la victoria, la santificación y la intachable Palabra de Dios (lo que todavía creo), supuse que todos los demás comenzaban con la misma premisa que yo tenía acerca de la justificación por la fe. No importa cuán fuertemente predicara sobre la obediencia y la vida santa, pensaba que aquellos que me escuchaban ya entendían que la justicia imputada de Cristo no la obediencia y la vida santa era la única base de la salvación. Jamás imaginé que estaría martillando más clavos en sus ataúdes legalistas.
La primera vislumbre que tuve de que mis suposiciones eran erróneas, fue lo que hice con mi pobre esposa poco después de casamos. Tan temeroso estaba yo de que quedara atrapada en las redes de la pérfida “nueva teología”, que machaqué hasta el cansancio las verdades bíblicas sobre la victoria en Cristo, vencer el pecado y la perfección del carácter. Pero nunca puse estas verdades sobre el fundamento de la justificación por la fe, simplemente porque pensé que ella conocía esta verdad básica. Con el tiempo, pensando que la salvación se basaba en lo que ocurría en ella, y no en lo que se hacía por ella, se desalentó, como cualquiera que se examinara interiormente, y lo que allí ocurre en cuanto a salvación se refiere.
Yo me preocupé. Estudiamos juntos Romanos 3-5 y la gran verdad de la justificación por la fe. Desde entonces, aunque mi esposa todavía lucha por la perfección del carácter, como debe hacer todo cristiano, ella coloca su esperanza de salvación en la muerte de Cristo en su favor, como todo verdadero cristiano debería hacer.
Ley y sangre
Si bien la experiencia de mi esposa me abrió los ojos, algo me ayudó recientemente a ver el problema un tanto más claramente. Cierto pastor que visitaba a una mujer adventista en un hospital le dijo que yo llegaría a la ciudad para predicar. Repentinamente ella se sonrojó, se le aceleró la respiración y dijo: “¡Goldstein me asusta, él está tratando de revivir la doctrina del juicio investigador dentro del adventismo!”
Cuando el pastor me lo dijo, mi primer pensamiento fue, ¿qué ideas tendrá esta persona del juicio investigador que la hace reaccionar así? Instantáneamente todo lo que yo había estado escuchando a través de los años se unió como las piezas de un rompecabezas, y allí mismo comprendí que la causa básica del legalismo adventista era su comprensión equivocada del juicio investigador o juicio pre- advenimiento.
Los adventistas ven la purificación del santuario en Daniel 8:14 como el Día de Expiación, y están en lo correcto. Pero, ¿qué es expiación? ¿No es el acto de Dios de salvar a un ser humano? ¿No es la obra maravillosa de Dios en nuestro favor? “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). ¿No es eso expiación? ¿Cómo se realiza la expiación? Sólo ocurre de una manera: a través de la sangre. “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Lev. 17:11).
De ahí que todo el día dedicado totalmente a la expiación la obra de Dios por nosotros- debe ser muy buenas nuevas. ¿Cómo es que hemos convertido el día antitípico de expiación en malas nuevas?
Siendo que los adventistas creen en los diez mandamientos, y el día de expiación se centraba en el departamento del santuario donde estaban guardados los diez preceptos, la tendencia ha sido enfatizar la ley más que la sangre. Y sin embargo, en el tipo, todo dependía de la sangre y no de la ley. El propiciatorio, que cubría la ley, nunca fue levantado o movido en el día de expiación. De acuerdo con Levítico 16, lo único que se hacía el día de expiación era asperjar la sangre sobre él (véanse los vers. 14» 15). El propiciatorio siempre cubría la ley. Esta, por lo tanto, nunca se veía, puesto que era el día de expiación y sólo la sangre -no la ley- expía.
El elemento clave del día de expiación era la sangre. “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre. Después degollará al macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio. Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas… Y saldrá al altar que está delante de Jehová, y lo expiará, y tomará de la sangre del becerro y de la sangre del macho cabrío, y la pondrá sobre los cuernos del altar alrededor. Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel” (Lev. 16:1449).
La sangre, no la ley, expía el pecado, y cada gota simbolizaba la única sangre que verdaderamente hace expiación: la sangre de Cristo. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha ni contaminación” (1 Ped. 1:18, 19). Sangre, símbolo de la justicia de Cristo, es lo que obtiene el pecador a través del juicio.
Sangre y juicio
Así como la sangre era lo único que obtenía el penitente en Israel en el día de expiación terrenal, el penitente obtiene la sangre de Cristo a través del día de expiación celestial. Cristo, en su ministerio diario, presenta en su condición de intercesor su propia vida perfecta en lugar de la vida imperfecta del pecador arrepentido; y en su ministerio hace lo mismo. Siempre que el nombre de uno de sus seguidores aparece en el juicio, Cristo presenta su sangre, su justicia, en lugar de la de su seguidor. No se acepta otra cosa, porque nada es suficientemente bueno.
El juicio pre-advenimiento”, escribió Norman Gulley, “está centrado en Cristo y no en el hombre. No es tanto lo que el individuo ha hecho o no, en sí mismo, lo que es decisivo. Más bien es si han aceptado o rechazado lo que Cristo ha hecho por ellos cuando fue juzgado en su lugar en la cruz” (Juán 12:31)”.2
Elena de White entendía muy bien este aspecto forense del juicio investigador. “Cuando en el servicio típico el sumo sacerdote salía del lugar santo el día de la expiación”, escribió ella, “se presentaba ante Dios, para ofrecer la sangre de la víctima ofrecida por el pecado de todos los israelitas que se arrepentían verdaderamente. Así también Cristo sólo había terminado una parte de su obra como intercesor nuestro para empezar otra, y sigue aún ofreciendo su sangre ante el Padre en favor de los pecadores”.3
Cuando surge el nombre del pueblo de Dios en el juicio, Satanás lo acusa delante del Padre. El “señala la historia de sus vidas, los defectos de carácter, la falta de semejanza con Cristo, lo que deshonró a su Redentor, todos los pecados que les indujo a cometer, y a causa de estos los reclama como sus súbditos”. ¿Qué responde Jesús? “Jesús no disculpa sus pecados, pero muestra su arrepentimiento y su fe y, reclamando el perdón para ellos, levanta sus manos heridas ante el Padre y los santos ángeles, diciendo: Los conozco por sus nombres. Los he grabado en las palmas de mis manos”.4 No importa si esto ocurre cuando estamos vivos o muertos: si somos o fuimos cristianos convertidos, estamos cubiertos por la sangre de Cristo.
¿Y qué en cuanto a la declaración de Elena de White con respecto a que todo pensamiento, cada palabra, y cada acto será investigado? Por ejemplo ésta: “El pecado puede ser ocultado, negado, encubierto para un padre, una madre, una esposa, o para los hijos y los amigos… La oscuridad de la noche más sombría, el misterio de todas las artes engañosas, no alcanzan a velar un solo pensamiento para el conocimiento del Eterno”.5
La Biblia, por supuesto, enseña lo mismo: “Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ecl. 12:14).
¿Quién de nosotros aún el observador del sábado más santo y más semejante a Cristo- podría permanecer de pie cuando todo pensamiento y cosa secreta se presenten ante Dios en el juicio? Ninguno. Es por eso que necesitamos un Substituto en el juicio. Segundo, ¿qué cosas secretas, qué pensamientos, qué malas obras, no pueden ser perdonadas por la sangre de Cristo? Ninguna. Para el cristiano arrepentido y contrito, que confía plenamente en los méritos de Cristo, todo queda cubierto por aquel que “levanta sus manos delante del Padre”. ¡Esa es la esencia de las buenas nuevas!
Juicio por obras
Por supuesto, las maravillosas y libertadoras buenas nuevas de Cristo como nuestro Substituto en el juicio pre-advenimiento, nunca implican eximir a una persona de la obediencia a la ley. La justicia forense, simplemente nos liberta de la servidumbre y futilidad de tratar de salvamos por la ley.
No importa cuán estrictos hayan sido en cuanto a la justificación por la fe, los escritores del Nuevo Testamento fueron igualmente adamantinos acerca de la obediencia y la vida justa. “Hijitos”, escribió Juan, “nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo” (1 Juan 3:7). “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gál. 5:24, 25). “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Rom. 3:31).
Aquellos que viven engañados, creyendo que la justicia por la fe no requiere una estricta obediencia a los mandamientos de Dios, serán un día triturados por las palabras: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:23).
Cristo, nuestro Substituto en el juicio, no pasa por alto un juicio por obras. Al contrario, las obras muestran que tenemos una fe salvadora. “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Sant. 2:17, 18).
Travis observa correctamente: “El énfasis de Pablo sobre la relación con Cristo no está en conflicto con su afirmación del juicio de acuerdo a las obras. Porque él entiende que los hechos de la persona son evidencia de su carácter, mostrando si su relación con Dios es de fe o de incredulidad… En el juicio final, la evidencia de sus obras confirmará la realidad de esta relación”.6
Seguridad y juicio
¡Cuán desafortunado es el hecho de que durante más de un siglo el juicio pre-advenimiento ha sido distorsionado y hasta usado como una herramienta disciplinaria! Como resultado, en vez de usarlo como la aplicación cumbre del Calvario en nuestro favor, muchos adventistas han puesto al juicio en tensión con, e incluso en oposición a, la cruz. Cuando la salvación debería haberse afirmado en lo que Cristo ha hecho por nosotros, el juicio investigador se ha enseñado de tal modo que hemos enfocado la atención sobre nosotros y cuán bien hemos actuado, una perspectiva sin esperanza incluso para el más santo y el más fiel cristiano adventista del séptimo día.
No sorprende que tantos adventistas dudan de la salvación. Sin embargo, el juicio pre-advenimiento, lejos de negar el evangelio -cuando se enseña en relación a la cruz- afirma que nuestra salvación viene sólo por fe en lo que Cristo ha hecho por nosotros, y nada más. Lamentablemente muchos adventistas han perdido de vista este crucial aspecto del plan de salvación.
Sobre el autor: Es director de la revista Liberty.