Cuando Miguel Ángel Buonarotti terminó de esculpir la estatua de Moisés, con toda su belleza y perfección, por un momento creyó que la estatua vivía. Con su gran talento, había forjado del duro mármol una réplica de un modelo viviente. Pero la obra de arte de Miguel Ángel quedó muda e inerte por los siglos, pues la vida es sólo patrimonio de Dios.

En contraste, Dios esculpió la obra maestra de la creación, y la convirtió de inerte modelo en un ser viviente. Esta obra no la puede duplicar el hombre. El aliento de Dios está fuera de su alcance.

Las mismas leyes que gobiernan y controlan el universo son las leyes que Dios inscribió con detalle en cada órgano, músculo y nervio del cuerpo humano. De acuerdo con las leyes de la genética, la vida misma nace de la fusión de dos células. Una nueva entidad se forma y se multiplica con rapidez. Al cabo de algunas semanas las nuevas células se diferencian en sus funciones según el tejido que formarán. Pero lo maravilloso es que hay una relación estrecha entre todo este conjunto de tejidos, órganos y sistemas, que mantiene al organismo entero en equilibrio. Este equilibrio es la salud que connota completo bienestar.

La intemperancia en los hábitos de vida rompe ese equilibrio y el organismo no puede resistir el impacto. Si la alteración es grave, el organismo enferma. Cualquier alteración en un miembro, tejido u órgano, resulta en un resentimiento de todo el cuerpo. La condición morbosa puede ser de tal gravedad que el cuerpo sufre, se debilita y muere. Por lo tanto, la indulgencia propia y la intemperancia destruyen al ser inexorablemente. Es entonces necesaria una reforma para que el organismo retorne a su estado de salud y bienestar. Los principios de esta reforma son los mismos que los de salud y temperancia que rigen la vida y mantienen sus procesos en equilibrio.

Elena G. de White, enfocando al ser humano como totalidad, dice: “Lo que corrompe el cuerpo tiende a corromper el alma” (Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 67, párr. 78). “Requiere que nuestros hábitos en el comer, beber y vestir sean tales que aseguren la preservación de la salud física, mental y moral, para que podamos presentar al Señor nuestros cuerpos, no como una ofrenda corrompida por los malos hábitos, sino como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (ibíd., pág. 67, párr. 81).

Dios creó un sistema de comunicación entre todos los sistemas del organismo y el medio ambiente que lo rodea. El sistema nervioso controla no sólo las funciones voluntarias como el movimiento de los músculos, el comer, el beber, el oír, el ver o el tocar, sino también las funciones involuntarias o vegetativas tales como el corazón y el aparato circulatorio, los pulmones y el aparato respiratorio, y el sistema gastrointestinal. Estos están programados en tal forma que prosiguen sin la intervención de la voluntad o el pensamiento.

El órgano maestro, el cerebro, integra el dominio cognoscitivo y afectivo mediante la actividad electro-química de la mente. Los cinco (o más) sentidos son las avenidas del alma que proveen las sensaciones y percepciones que los nervios captan y elaboran. La mente es un órgano físico y, por lo tanto, los pensamientos y sentimientos son parte del trabajo de las células nerviosas, que tienen intereses comunes y funciones especiales. El cerebro controla nuestra vida y sus procesos y también los sistemas de apoyo. Cuando la persona muere, este proceso electro-químico deja de funcionar y la actividad de la mente cesa. La mente, en sí, es una entidad maravillosa que puede transmitir, guardar, devolver y procesar información como una eficiente computadora.

Las avenidas físicas de la mente también permiten el trabajo del Espíritu Santo, que ya tiene un sistema establecido que opera con eficiencia para la formación del carácter. El Espíritu se demuestra en sus diferentes frutos, que en realidad son componentes del carácter humano.

Al ser bloqueadas las avenidas de entrada a la mente, el Espíritu de Dios no puede operar. A ellas se refiere Elena G. de White cuando dice: “El Espíritu de Dios no puede venir en nuestra ayuda, y asistirnos en el perfeccionamiento de un carácter cristiano mientras estamos satisfaciendo nuestro apetito en perjuicio de nuestra salud, y mientras el orgullo de la vida nos domina” (ibíd., pág. 67, párr. 79).

La temperancia, podemos decir, es el vivir o el funcionar dentro de los limites biológicos que fueron establecidos en la creación misma Todos los sistemas o aparatos en el organismo colaboran en mantener el equilibrio biológico entre las sustancias en la sangre y en tas células para permitir el mejor trabajo de los diferentes tejidos y Órganos Un buen ejemplo es el azúcar o glucosa en la sangre.- cuyo índice varia de 70 a 100 miligramos por cada 100 mililitros de sangre, en ayunas Valores por encima o por debajo del índice normal de glucosa acarrean desórdenes que comprometen altamente la salud. Para mantener el nivel normal de glucosa en la sangre, diversos mecanismos entran en acción para asegurar este equilibrio y evitar las consecuencias que provienen del exceso o de la falta de este material.

Lo mismo ocurre con otras sustancias como el calcio, el hierro, la hemoglobina, la albúmina de la sangre y aun la alcalinidad o acidez de la sangre (pH). El mantenimiento de estos límites biológicos lo llamamos homeostasis, un término que se refiere a la resistencia que el organismo opone a cambiar sus condiciones internas.

El vivir manteniendo estos límites biológicos asegura la salud del cuerpo y de la mente. Varios factores nos ayudan a vivir efectivamente. Mencionaremos algunos:

1.Dominio propio.

Abstenerse de lo que es dañino, usar lo bueno con moderación y estar a cargo de la propia vida es difícil. Así lo expresó Pablo cuando dijo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Rom. 7:19).

Sin embargo, el mismo Pablo nos da la solución: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26).

2.Temperancia.

“A fin de preservar la salud, se necesita la temperancia en todas las cosas: temperancia en el trabajo, temperancia en el comer y en el beber. Nuestro Padre Celestial envió la luz de la reforma pro salud como protección contra los males resultantes de un apetito degradado a fin de que los que aman la pureza y la santidad sepan cómo usar con discreción las buenas cosas que Él ha provisto para ellos, y a fin de que por el ejercicio de la temperancia en la vida diaria, puedan ser santificados por medio de la verdad” (ibíd., pág. 25, párr. 22).

3.Vivir en plenitud.

Vivir en paz y buena voluntad con nosotros mismos, con los que nos rodean y con quienes nos ponemos en contacto a diario, hará que nuestra vida sea abundante y feliz Jesús mismo lo dijo. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

4.Una alimentación racional.

Las funciones del organismo dependen a diario de la ingestión de sustancias o nutrientes en los alimentos. Estos deben escogerse con cuidado para equilibrar las necesidades del organismo. Debemos beber suficiente agua mantener el equilibrio hídrico. Hay que evitar el exceso de grasas y azúcares que aumentan las calorías sin aumentar los nutrientes. La dieta debe ser integrada por granos o cereales sin refinar hasta donde sea práctico; leguminosas, nueces y semillas para complementar las proteínas; abundancia de frutas y vegetales para obtener vitaminas y minerales. Además, la leche y los huevos proveen excelente proteína y otros nutrientes. La falta de ciertos nutrientes es crucial para las células, incluyendo las células nerviosas que dependen de la sangre para obtener lo que necesitan. Hoy el enfoque de muchos estudios científicos es la relación de ciertos nutrientes con el trabajo del sistema nervioso, especialmente las sustancias neurotransmisoras, involucradas en los procesos mentales incluyendo la memoria.

Hay un gran campo abierto para la investigación en estos aspectos a fin de comprender el efecto de la alimentación sobre el desarrollo y la salud de la mente y el tejido nervioso. Los niños desnutridos a una edad muy temprana, tienen un número menor de células en el cerebro, e incluso el tamaño de esas células es menor. Lo que esto implica no se sabe con seguridad, pero estos niños no tienen la agilidad mental para aprender y para decidir como lo tienen los niños bien alimentados.

Nuestro cuerpo no es una estatua inerte forjada de un pedazo de mármol por el cincel y el martillo de un artista, sino es una creación viva, una obra de arte biológica, dotada del poder de razonar, decidir, pensar y sentir emociones. En su gran amor Dios proveyó la vía de comunicación con el hombre, el sistema nervioso, que permite el trabajo del Espíritu Santo para la formación del carácter que nos conduce a una vida abundante, y nos prepara para los goces de la vida del más allá.