Un concepto fundamental relacionado con la salud en el Antiguo Testamento es la convicción de que Dios es el Creador de la vida y el dador de la salud y del bienestar. La realidad descripta en Génesis 1 y 2 comunica un orden perfectamente creado y un ambiente que “era bueno en gran manera” (Gén.1: 31).[1] La humanidad fue creada como una entidad total y en un estado de perfección (Gén.2:7, 21, 22). Génesis 1 y 2 presenta un mundo totalmente diferente del que existió luego de la caída (Gén.3), donde el pecado causó el proceso degenerativo y minó las fuerzas vitales hasta que llegó la muerte. De este modo, un concepto central de la religión bíblica es que la salud y el bienestar son un diseño de Dios, y que la enfermedad, en cualquier forma en que se manifieste, no es una parte integrante del orden divino de la realidad.

1. La salud en el Antiguo Testamento

 En primer lugar, debe señalarse que la salud en el sentido bíblico involucra no sólo el bienestar físico, sino también la adecuada manifestación de las cualidades espirituales, mentales y emocionales. “Se puede describir como saludable a una persona cuando manifiesta un estado mental y corporal en el que todas las funciones se cumplen armoniosamente”.[2] Esta concepción integral es la esencia del enfoque bíblico de la salud. En realidad, la idea de totalidad y de plenitud forman el contenido básico del vocablo hebreo salom, que puede traducirse como “integridad”,[3] “entereza”,[4] y también “paz”.[5] Cuando Jacob ordenó a José: “Vé ahora mira cómo están (salom) tus hermanos” (Gén. 37:14), en realidad le pedía a José que viera por el “bienestar”[6] el “estado de salud”[7] de ellos.

 En resumen, la salud en la perspectiva bíblica es una cualidad particular entre las muchas que le pertenecen al hombre; es la plenitud y la integridad del ser en sí mismo y en relación con Dios, con los demás seres humanos, y con el mundo. Hay varios aspectos del Antiguo Testamento que enfatizan este concepto y están relacionados con esta perspectiva integral, y que consideraremos en este trabajo.

La salud y la longevidad

 Una de las mayores manifestaciones de salud en el Antiguo Testamento se manifestaba en la longevidad. La longevidad del hombre antediluviano, como lo describe Génesis 5, supera a toda la información que disponemos hasta el presente, con cifras de las edades de los patriarcas que van desde los 777 años, como el número más bajo del espectro (Gén. 5:31), hasta los 969 años en el otro extremo (Gén. 5:27). La longevidad de los patriarcas postdiluvianos manifestó una tendencia declinante y llegó en muchos casos a un promedio de 230 y 239 años, hasta que con Nacor se redujo a sólo 148 años (Gén. 11:24, 25).

 Durante un período posterior de la sociedad hebrea, la frase proverbial “los días de nuestra edad son setenta años” (Sal. 90:10) indicaba una edad excepcionalmente elevada; en tanto que de las personas que alcanzaban los ochenta años se afirmaba que “su fortaleza es molestia y trabajo”. José llegó a tener una edad de 110 años (Gén. 50: 26), y se la consideró como el ideal ansiado en el antiguo Egipto.[8] Moisés vivió 120 años (Deut. 34: 7), una verdadera excepción. Sin embargo, se creía que “la expectativa de vida general se acercaba más a los sesenta que a los setenta años”,[9] pero dejando de lado si el lapso vital era setenta o sesenta años, un período tan corto “contrasta con el promedio de vida de los patriarcas”.[10] Presumiblemente, el proceso degenerativo infligió una pérdida en la longevidad humana mediante el factor ambiental, entre otros.

Salud y medio

 Como cumplimiento del pacto que Dios hizo con Abrahán (Gén.12: 1-3; 15:1-17; 17:1-21), Israel recibió la tierra de Canaán. Esta tierra, luego conocida como Palestina, era adecuada como zona habitable para el pueblo de Dios, por ser un medio saludable. En la medida de la información disponible, Palestina, en la antigüedad, no era el asiento de enfermedades epidémicas, como lo eran Mesopotamia y Egipto, que junto con aquella conformaron la “Media Luna fértil”. Enormes áreas de la Mesopotamia carecían de agua durante varias estaciones del año, forzando a los antiguos pobladores a construir extensos sistemas de canales para que la necesaria irrigación artificial pudiera funcionar en beneficio del crecimiento de las variadas sustancias alimenticias. Las lentas aguas de estos sistemas de canales, junto con el despacioso fluir de los ríos (especialmente el Éufrates), eran campo de cultivo para los mosquitos. En forma general, lo mismo se puede aplicar a Egipto, que era una tierra, y aún es, totalmente dependiente del Nilo.

 En contraste, los valles de los ríos y los wadis de la escarpada y montañosa zona de Palestina, junto con el estilo de vida rural, contribuyeron mayormente a la salud y el bienestar de los antiguos israelitas.

 La mortalidad infantil en los centros más importantes del mundo antiguo era muy elevada. “Una estimación sostiene que en Egipto sólo tres de cada diez niños nacidos en una familia podía sobrevivir hasta la adultez”.[11] Una situación semejante debió existir en la Mesopotamia. Estos altos índices de mortalidad infantil eran en parte una consecuencia de las pobres condiciones ambientales y de la falta de higiene y de salvaguardas adecuadas para la salud pública.

La salud y el sábado

 El testimonio bíblico deja en claro que “el origen divino y la institución del sábado ocurrieron al principio de la historia humana. En ese tiempo, Dios no sólo proporcionó un ejemplo divino para observar el sábado como día de descanso, sino también bendijo al día séptimo y lo apartó para que el hombre lo empleara en su beneficio”.[12]

 De este modo, el sábado se vincula con la Creación (Gén. 2:1-3; Exo. 20:11; 31:17); es un don “del Creador para el hombre”[13] y sirve para proporcionar descanso de toda actividad normal (Exo. 20: 9-11). El propósito de cesar de trabajar en el sábado es el “descanso” (Exo. 20: 11; 31:17; Deut. 5:14). Además de ser un recordativo semanal de 1) la responsabilidad moral y religiosa de adorar a Dios en el día sábado,[14] estaba 2) el énfasis social en la igualdad de todos los seres humanos (libres y siervos) bajo la soberanía divina,[15] y 3) el trato humanitario a los animales domésticos, y también 4) el beneficio momentáneo del descanso sabático al proporcionar un momento especial cada semana para la renovación física, mental, espiritual y emocional. El resultado de este tiempo de renovación es la salud, tanto para el individuo como para la sociedad.

 Ciertas sociedades modernas cambiaron el ciclo de descanso semanal y lo reemplazaron por diferentes intervalos temporales, o lo abandonaron por un día de descanso completo. Se dijo recientemente: “Sin embargo, la ciencia médica ha demostrado que el período de descanso ideal para el desenvolvimiento saludable del cuerpo y la mente humanos es el de un día en siete. Algunas personas parecen sobrevivir por un tiempo si les falta el intervalo ‘sabático’ regular, pero es dudoso que siquiera se aproximen al máximo de su potencialidad porque, en realidad, se van tornando vulnerables al quebranto físico y mental. De este modo, el concepto bíblico del sábado no sólo tiene valores positivos y recupératenos para el individuo, sino que también le sirve como una protección para la enfermedad”.[16]

 La ley mosaica extiende la idea del descanso sabático a la tierra, al legislar que cada séptimo año, luego de la cosecha de los campos, debían permanecer sin ser cultivados, mientras que los huertos y las viñas no debían ser atendidos (Lev. 25:1-7). La importancia de esta ley para nuestro estudio descansa en el interés en la conservación ecológica, en la continua salud de la tierra por la preservación de los recursos naturales, permitiendo de este modo que la tierra se rejuveneciera en cada ciclo de siete años.[17]

La salud y la dieta

 La ciencia médica moderna reconoció el estrecho vínculo existente entre la salud y la dieta. Los experimentos con animales basados en dietas artificiales capacitaron a los nutricionistas para establecer una larga lista de sustancias dietéticas esenciales para el crecimiento normal y la conservación de la buena salud. La deficiencia de ciertas sustancias en la dieta pueden desencadenar enfermedades graves. Entre los estudios sobre dietas están las denominadas dietas terapéuticas. Estas pueden ser restrictivas o de naturaleza restaurativa. Tanto la dieta restrictiva como la restaurativa fueron diseñadas para tratar situaciones anormales, en las que se involucra algún tipo de enfermedad. Sin embargo, el enfoque bíblico de la dieta no es exclusivamente preventivo. La difusión y el mantenimiento de la buena salud figuran en el primer plano de las regulaciones dietéticas proporcionadas en la Escritura.

 No existe una evidencia patente ni en la antigua Mesopotamia o en Egipto de que los habitantes de estas naciones hayan seguido las restricciones dietéticas o la dieta regulada con el propósito de difundir y mantener la buena salud. La legislación del Pentateuco en relación con la dieta es “única en el Cercano Oriente antiguo”.[18]

 La información dietética más temprana en el Antiguo Testamento, característica del jardín del Edén, era que “toda planta que da semilla, que está sobre la tierra, y todo árbol en que hay fruto que da semilla; os serán para comer” (Gén. 1: 29), excepto el “árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gén. 2:17). Por el tiempo del diluvio, Noé introdujo en el arca “de todo alimento que se come” (Gén. 6: 21) para su familia y para los animales. Al fin del Diluvio, Dios permitió el consumo de la carne de la dieta vegetariana a la que estaban acostumbrados los antediluvianos (Gén. 9: 3). A partir de esta información, “muchos eruditos concluyen… que el hombre primitivo fue vegetariano hasta el tiempo o la época del Diluvio”.[19]

 En Levítico 11: 3-19 se encuentra la legislación específica del Pentateuco relacionada con los alimentos que no son de origen vegetal. La distinción entre “limpios” e “inmundos”, “que se remonta, a lo menos, hasta el Diluvio (Gén. 7: 2)”[20] y que es absolutamente singular en el Medio Oriente antiguo, se aplica a los animales que, respectivamente, pueden ser o no ser consumidos. El origen de la distinción entre “limpios” e “inmundos” es objeto de muchos debates. No existe evidencia que apoye la hipótesis que sugiere que el concepto de la inmundicia de los animales está asociada con la “la magia o la posesión demoníaca”,[21] la función de los animales en los cultos paganos[22] el sacrificio pagano,[23] o un signo de la distinción del israelita,[24] ni que surgiera por simples razones de anormalidad [25] La diferenciación entre animales “limpios” e “inmundos” parece fundamentarse en las condiciones de la salud,[26] y sólo se permite que las criaturas “limpias” sirvan de alimento a los seres humanos[27] La legislación también protege las fuentes de los alimentos consumibles y el agua de la contaminación causada por los cadáveres de las especies “inmundas” (Lev. 11:31-40).

 La legislación mosaica de las criaturas “limpias” e “inmundas”, indudablemente fue diseñada para mantener a la comunidad del pacto en un estado de “santidad” y de “salud”, reduciendo la incidencia de toda clase de enfermedades. Como lo afirmó R. K. Harrison, la instrucción divina comunicada a través de Moisés a la comunidad del pacto “era la primera de su clase en reconocer que la infección podía transmitirse tanto por la comida como por el agua”.[28]

La salud y la moral sexual

 Las leyes veterotestamentarias relacionadas con la moral sexual no sólo establecen un estándar para la conducta sexual en la religión bíblica, sino que también fueron diseñadas para preservar la salud. La única relación sexual adecuada prescripta es la que se establece entre el esposo y la esposa (Gén. 1:27-28). La legislación del Pentateuco prohíbe el interés adúltero en el cónyuge de otra persona (Exo. 20:14, 17; cf. Lev. 18: 20), la seducción de una virgen para desarrollar una relación sexual (Exo. 22:16), las relaciones sexuales con animales (Lev. 18:23), las prácticas homosexuales (Lev. 18:22; 20:13), el incesto (Lev. 18: 6-18; Deut. 27:20, 22), y la prostitución (Deut. 23: 17, 18).

 Estos mandatos bíblicos eran mucho más elevados que cualquier otro código conocido en el Cercano Oriente antiguo. “Si se observaran estrictamente las leyes bíblicas que gobernaban las relaciones sexuales, y en particular el séptimo mandamiento -afirmó recientemente un médico-, se detendría la difusión de las enfermedades venéreas”.[29]

2. La sanidad en el Antiguo Testamento

 Actualmente se describe a la sanidad como un proceso que a menudo involucra “el tratamiento médico, quirúrgico o psiquiátrico de una condición patológica”. Este tratamiento culmina “en el restablecimiento funcional, y a veces en la regeneración real de la parte del cuerpo o de la mente enferma o dañada”.[30] Sin embargo, el punto de vista de la “sanidad” en el Antiguo Testamento está directamente relacionado con la restauración del estado de bienestar y de pacífica relación con Dios, como el yo, con los demás seres y con el medio natural, involucrados en el abarcante concepto de “salud” del Antiguo Testamento.

El sanamiento y el médico

 Un tema clave en el Antiguo Testamento es: “Yo soy Jehová tu sanador” (Exo. 15:26). El contexto de esta afirmación es la prevención de las enfermedades que afligieron a los egipcios. La obediencia al Señor impediría que Dios permitiera que las enfermedades viniesen sobre el pueblo del pacto (Exo. 15: 26).

 En Israel, el sacerdote era un funcionario religioso, pero no un médico. Esto contrasta marcadamente con el sacerdote y médico del antiguo Egipto, que según los materiales literarios y pictóricos, se sabe que ya desempeñaba funciones por el tercer milenio AC. Aunque los descubrimientos modernos evidenciaron un marcado y elevado conocimiento médico en el antiguo Egipto, los procedimientos terapéuticos de los sacerdotes y médicos egipcios también estaban fuertemente teñidos y entremezclados con la magia y la superstición.[31] Estos sacerdotes lectores (en egipcio hry-hbt hry tp), eran preparados en la “Casa de la Vida” (una especie de templo “escuela”) donde mezclaban los remedios medicinales con encantamientos mágicos.[32] La situación en la antigua Mesopotamia era algo similar. El sacerdote-mago asirio-babilonio era un erudito ligado a los templos y se lo designaba como sacerdote-asipu en contraste con el sacerdote-barú que era un adivino.[33] Este sacerdote-asipu realizaba los actos de magia curativa ofreciendo la liberación de las enfermedades y de la posesión de los demonios y, a menudo, empleaba ritos y conjuros basados en el manual Surpu.[34]

 En el Antiguo Testamento sólo hay unas pocas referencias a los médicos. La más antigua se encuentra en la narración acerca de José en Génesis 50: 2: “Y mandó José a sus siervos los médicos que embalsamasen a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel”. Esta práctica se refiere al proceso de la momificación,[35] típica de los egipcios.[36] El empleo de los médicos en vez de embalsamadores profesionales parece indicar que José “bien pudo haber querido evitar los ritos mágicos y religiosos de los embalsamadores profesionales”.[37] En todo caso, los médicos aquí no aparecen en el contexto de sanamiento de una enfermedad física. También, cabe destacar que son médicos egipcios y no israelitas.

 En el libro de Job con su historia de un hombre golpeado por una enorme desgracia, que incluía una devastadora enfermedad, Job se refiere a sus amigos acusadores: “Sois todos vosotros médicos nulos” (Job 13:4), rotulándolos como incompetentes. No resulta claro si la expresión “médico” en este contexto se emplea meramente como una metáfora poética, o si en realidad Job le atribuye a estos amigos el estatus de “médicos” (rape).[38]

 El libro de Jeremías contiene el famoso pasaje de la pregunta: “¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?” (Jer. 8: 22). El vínculo del bálsamo, el médico y el restablecimiento de la salud sugiere claramente que existían médicos que utilizaban medicina para traer salud, aunque también se involucre aquí la perspectiva de la sanidad espiritual.[39]

 En relación con el rey Asa (910-869 AC) de Judá, se informa de un incidente interesante. Durante el año trigesimonono de su reinado (871 AC), contrajo una enfermedad en sus pies.[40] “En el año treinta y nueve de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos. Y durmió Asa con sus padres, y murió en el año cuarenta y uno de su reinado” (2 Crón. 16:12, 13). El mayor interés en este pasaje es la observación de que Asa consultó la asistencia de los médicos, con el objeto de obtener la sanidad, antes que al Señor. Las conclusiones a las que arrivaron los estudiantes de este pasaje son las siguientes: 1) la ciencia del sanamiento de los médicos está condenada porque sólo el Señor es el médico;[41] 2) Asa “consultó sólo a los médicos, sin buscar el auxilio del Señor”;[42] y 3) Asa consultó a los médicos-sacerdotes extranjeros que empleaban una suerte de combinación de artes médicos con magia, sin consultar con el Señor.[43] En el contexto de 2 Crónicas 16: 7-14, es muy difícil concluir que “llamar a un médico en caso de enfermedad es pecado”.[44] Es posible que Asa haya consultado a médicos extranjeros, un acto que desafiaba las premisas fundamentales de la fe bíblica. En mi opinión, lo más posible es que Asa haya consultado a los médicos israelitas que no mezclaban la ciencia médica con la magia, pero aun este proceder desagradó a Dios, porque, según el contexto total del pasaje, recurrir a los médicos sin buscar a la vez al Señor de la vida, que es el “médico” par excellence, es poner en un agente humano toda la confianza que debe ponerse en Dios.

 Sobre la base de la evidencia anterior, es difícil concluir si es que había pocos o muchos médicos entre los antiguos hebreos. Para la fe bíblica lo más importante no era la cantidad ni aun la calidad de los médicos, sino que el Dios de los israelitas es en última instancia El médico. En Éxodo 15:26, Dios afirma: “Porque yo soy Jehová su sanador”. El vocablo hebreo del que deriva “sanador” es rope’, “Sanador”,[45] “doctor”,[46] “médico”[47] -es el mismo vocablo empleado en Génesis 50:2; Job 13:4, Jeremías 8: 22 y 2 Crónicas 16: 22, pasajes bíblicos que ya hemos considerado.

 El hecho de que Jehová es el “sanador” (o mejor, “tú médico”[48]) es fundamental en la perspectiva bíblica. El tema recurrente es que el Señor es el que lleva salud o el que proporciona salud. Abrahán oró por Abimelec, por su esposa y sus criadas, y los “sanó”. El salmista oró en medio de su angustia y el Señor “los sanó” (Sal. 107:20) o “me sanaste” (Sal. 30: 2). En realidad, El “sana todas tus dolencias” (Sal. 103: 3), y el “sana a los quebrantados de corazón” (Sal. 147:3). Al Señor se elevan oraciones reclamando sanidad (Sal. 6: 2; 41: 4).

 El Señor no sólo es el único que guía en la historia, sino que también es el que tiene señorío sobre la vida y la muerte (Deut. 32: 39; 1 Sam. 2: 6). Este señorío involucra el poder y la autoridad sobre la enfermedad. La persona afectada por una dolencia ora al Señor pidiéndole que la cure con la esperanza de que el Señor del pacto la sane.

 El concepto integral de “salud” y “sanidad” en el Antiguo Testamento enfatiza las consideraciones realizadas anteriormente, especialmente en relación con las referencias en Jeremías 8:22 y 2 Crónicas 16:12. En última instancia, el sanamiento físico es de Dios, aun cuando el médico humano puede ser su instrumento; pero los aspectos de la “plenitud” o la “totalidad”, están más allá de la posibilidad de la ayuda humana, y derivan sólo de Dios- y por lo tanto, era necesario, por ejemplo, que Asa consultara a Dios del mismo modo que a los médicos humanos, aunque estos médicos fueran profesionales israelitas.

La sanidad y el perdón

 En realidad, la concepción integral del hombre, vinculada e interrelacionada con todas las fases de la vida, surge en la vanguardia de las dimensiones más profundas de la sanidad en el Antiguo Testamento. Sanidad es mucho más que un proceso físico médicamente verificable. La oración por la sanidad está, por esta razón, vinculada a la confesión del pecado (Sal. 41: 3, 4; 30: 3-6). La sanidad del quebrantado es un evento espiritual relacionado con el vendaje físico de las heridas (Sal. 147:3). La enfermedad de Ezequías y su recuperación están asociadas con su experiencia religiosa (2 Rey. 20: 1-11); y sin embargo, el apartar el corazón del Señor no necesariamente impedirá que él se refrene en otorgar la salud (Isa. 57: 17-19). No obstante, por lo menos en un texto (2 Crón. 7: 14), el perdón es claramente un prerrequisito para efectuar la sanidad.

 También se aclara que la obstinación continua y persistente contra el Señor imposibilita el perdón e impide la sanidad (2 Crón. 36: 16). En Jeremías, la promesa de que Dios sanará a su pueblo (3: 22) viene luego de la invitación a volver a Dios, y la petición de sanidad se confunde con el deseo de obtener la salvación completa (17: 14). En Oseas, el Señor les promete a los que aceptan el llamamiento a regresar a Él buscando gracia y perdón “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia” (Ose. 14: 4). Y en Malaquías, la gran promesa de sanidad se relaciona estrechamente con el tema de la justicia: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia y en sus alas traerá salvación” (Mal. 4: 2).

 Daría la impresión de que en la Biblia los temas de sanidad, de perdón y de salvación no están separados, ni se los puede separar.[49] La sanidad involucra no sólo la restauración física; implica la más profunda dimensión de perdón y restauración en la comunión con Dios. En la descripción del futuro Siervo-Mesías (Isa. 53: 5), la sanidad aparece relacionada tanto con el pecado como con la enfermedad, con la salud y con el perdón. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. El Siervo-Mesías “en realidad es quebrantado y abrumado, no por causa de Su pecado, sino como sustituto por nuestro pecado. De este modo, su enfermedad es sanada en aquellos que no fueron afligidos por ellas”.[50] A través “de su sufrimiento vicario”,[51] la sanidad vino a todos los que aceptaron su padecimiento sustitutivo y vicario. Se la imparte en un sentido que trasciende la sanidad de la simple aflicción física, aunque involucre esta aflicción.

 En resumen, la “sanidad” en el sentido bíblico es la experiencia o el proceso que restaura a los seres humanos caídos y alienados a la íntima relación, a la amistad y a la comunión con Dios. Es salom -”paz”- en el sentido del bienestar total.

Sobre el autor: es el director del Departamento de Teología y especialista en Antiguo Testamento de la Universidad Andrews, Michigan, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Las referencias bíblicas son de la versión Reina-Valera de 1960.

[2] R. K. Harrison, “Healing, Health”. Interpreter’s Dictionary of Bible, t. 2, pág. 541.

[3] W. L. Holladay, ed., A Concise Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Grand Rapids, Mich., 1971), pág. 371 (de aquí en adelante se lo cita como CHAL).

[4] 4F. Brown, S. R. Driver, y C. A. Briggs, A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament (Oxford, 1972), pág. 1022; L. Koehler y W. Baumgartner, Lexicon in Veteris Testamenti Libros (Leiden, 1958), págs. 973, 974.

[5] Véase las referencias anteriores 3 y 4; también John Wilkinson, Health and Healing (Edinburgo. 1980), págs. 3-8.

[6] Koehler y Baumgartner, pág. 973

[7] CHAL, pág. 371.

[8] En Egipto era costumbre reconocer una vida larga y próspera diciendo que un hombre vivió ciento diez años. Véase J. Vergote, Joseph en Égypte (Lovaina, 1959), págs. 200, 201.

[9] Harrison, Ibid., pág. 542

[10] Derek Kidner, Psalms 73-150 (Londres, Inglaterra, 1975), pág. 330.

[11] Harrison, Ibid.

[12] G. H. Waterman, “Sabbath”, The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Biblia (Grand Rapids, Mich., 1975), t. 5, pág. 183 (de aqui en adelante se lo cita como ZPEB).

[13] C. Westermann. Génesis 1/1 (Neukirchen-Vluyn, 1974), pág. 237.

[14] R.K. Harrison, “Heal”, International Standard Bible Encyclopedia: Revised (Grand Rapids, Mich., 1982), t. 2, pág. 642 (de aquí en adelante se lo cita como ISBE).

[15] G. F. Hasel, “The Sabbath in the Pentateuch”, en The Sabbath in Scripture and History, ed., K. A. Strand (Washington, D. C., 1982), págs. 21-43

[16] Harrison, ISBE, t. 2, pág. 642

[17] Harrison, Leviticus (Downers Grove, III., 1980), pág. 223.

[18] Harrison, ISBE, t. 2, pág. 644.

[19] . P. Lewis, “Food”, ZPEB, t. 2, pág.584.

[20] Harrison, ISBE, t. 2, pág 644.

[21] Y. Kaufmann, The Religion of Israel (Chicago, 1960), pág. 105.

[22] J. E. Hartley, “Clean and Unclean”, ISBE, t. 1, pág. 721; J. Jocz, “Clean”, ZPEB, t. 1, pág. 885.

[23] M. Noth, The Laws in the Pentateuch and Other Studies (Filadelfia, 1976), págs. 56-59.

[24] Por una exposición y refutación a este punto de vista, véase Harrison, Leviticus, págs. 123, 124.

[25] G. J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids, Mich., 1979), págs. 20-22, 169-171.

[26] Particularmente, R. E. Clements, “Leviticus”, Broadman Bible Commentary (Nashville, Tenn., 1970), pág. 34; Harrison, Leviticus, págs. 124, 126

[27] Los animales limpios tienen la pezuña hendida y son rumiantes (Lev. 11: 3-8; Deut. 14: 4-8); todos los otros mamíferos son “inmundos”. Las criaturas acuáticas “limpias” deben tener aletas y escamas (Lev. 11: 9-12); todas las demás criaturas acuáticas son “inmundas”. Los animales y las aves rapaces son “inmundos” (Lev. 11: 13-19). Todos los insectos, excepto la “langosta”, son “inmundos”.

[28] Harrison, ISBE, t. 2, pág. 644

[29] P. E. Adolph, “Healing, Health”, ZPEB, t. 3, pág. 57.

[30] Harrison, ISBE, t. 2, pág. 640.

[31] R. K. Harrison, “Disease, Bible and Spade”, Biblical Arqueologist, n° 41 (Diciembre de 1978), págs. 185, 186; ibid., ISBE, t. 2, pág. 641. Cf. J. V. Kinnier Wilson, “Medicine in the Land and Times of the Old Testament”, en Studies in the Period of David and Salomon and Other Essays, ed. Tomo Ishida (Winona Lake Ind., 1982), págs. 337-347.

[32] K. A. Kichen, “Magic and Sorcery”, New Bible Dictionary: Revised (Grand Rapids, Mich., 1967), pág. 769.

[33] Ibid., pág. 770. Véase también Wilson, págs. 347-358.

[34] Una traducción moderna de esta obra la hizo E. Reiner, Surpu: A Collection of Sumerian and Akkadian Incantations (Graz, 1958).

[35] C. Westermann, Génesis 1/3 (Neukirchen- Vluyn, 1982), págs. 224, 225.

[36] Acerca de los métodos de la momificación de los egipcios, véase Vergote, págs. 197-200.

[37] D. Kidner, Génesis (Downers Grove, III., 1967), pág. 223, que se basa en Vergote.

[38] Un adjetivo sustantivado de la raíz rp’, “sanar”.

[39] El “bálsamo” al que se refiere Jeremías 8: 22, se trata en R. K. Harrison, Healing Herbs of the Bible (Leiden, 1966), págs. 17, 18.

[40] Por la fecha, véase E. R. Thiele, A Chronology of the Hebrew Kings (Grand Rapids, Mich., 1977), pág. 75; ibid. The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings (Grand Rapids, Mich., 1983), págs. 83-87.

[41] 41F. F. Bruce “Medicine”, Hastings Dictionary of the Bible, ed., F. C. Grant y H. H. Rowley (Nueva York, 1963). pág. 637.

[42] J. M. Myers, II Chronicles (Garden City, Nueva York. 1965), pág. 85.

[43] W. Rudolph, Chronikbücher (Tubinga, 1955), pág. 249; H. J. Stoebe, “rp’ heilen”, Theologische Handwórt, vol. II, col. 306.

[44] Rudolph, pág. 249.

[45] CHAL, pág. 344; Brown, Driver, Briggs, pág. 950.

[46] CHAL, pág. 344.

[47] G. Fohrer, ed., Hebrew and Aramaic Dictionary of the OT (Berlín y Nueva York, 1973), pág. 264, Koehler y Baumgartner, pág. 903.

[48] Véase J. Hempel, “Ich bin der Herr, dein Arzt: Ex. 15, 26”, Theologische Literaturseitung 82 (1957), págs. 809-826.

[49] J. J. Stamm, Erlosen und Vergeben im Alten Testament (Zurich, 1940), págs. 78-84.

[50] Stoebe, col. 909.

[51] G. A. F. Knight, Deutero-lsaiah: A Theological Commentary on Isaiah 40-55 (Nueva York, 1965), pág. 235.