Actitudes simples pueden promover el bienestar mental

    La Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene como una de sus creencias distintivas la observancia de principios que llevan a la vida saludable. Sin embargo, es interesante notar que en el inicio de la historia de la iglesia, sus ministros fueron un tanto resistentes a la aplicación de esos consejos inspirados en sus vidas.[1]

    Todavía hoy es relativamente común encontrar a pastores que son buenos para aconsejar a otros sobre salud, pero de cierta manera son resistentes a la hora de practicar en sus propias vidas los mismos principios compartidos. Tal vez eso se deba al hecho de que los ministros se sienten invulnerables, en virtud de estar en el servicio del Señor.

    Sin embargo, la realidad es que nosotros, pastores, somos seres humanos, y como tales, vulnerables. El apóstol Pablo decía que tenía un “aguijón en [su] carne” (2 Cor. 12:7); probablemente refiriéndose a una visión limitada. ¿Por qué, entonces, no podríamos tener un “aguijón en la mente”? Los ministros no estamos inmunes a la enfermedad, incluyendo aquellas que afectan la psiquis y requieren tratamiento profesional.

    De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta 2020, en las regiones más desarrolladas, la depresión se transformará en la principal causa de enfermedad, al lado de las enfermedades coronarias y accidentes de tránsito, y será el segundo motivo de invalidez.[2]

    La mayoría de los adventistas puede explicar fácilmente cuáles son los ocho remedios naturales presentados por Elena de White.[3] Entre ellos, el que tiene mayor proyección en el campo de la salud mental es la confianza en Dios. Sin embargo, ese no es el único que la autora sugiere para este aspecto. ¿Cuáles son los otros?

    Ella presenta, en el libro El ministerio de curación, otros tres remedios (de los que hablamos poco) que, además de contribuir al bienestar mental, también afectan positivamente la salud física general. Dice la escritora: “El agradecimiento, la alegría, la benevolencia, la confianza en el amor y en el cuidado de Dios, constituyen la mayor salvaguardia de la salud”.[4]

    Es interesante notar que el consejo de Elena de White es comprobado por la ciencia de la salud mental, especialmente por el movimiento psicoterapéutico denominado Psicología Positiva. Esta corriente contrasta con las terapias tradicionales, que tratan principalmente con las cuestiones relacionadas con las carencias humanas y su posible reparación, como la depresión, el estrés, la ansiedad, los vicios y el suicidio, entre otros trastornos.

    Quien promueve la Psicología Positiva explica: “La psicología del siglo XXI debería preocuparse no solamente por reparar el daño psicológico, sino también estudiar cómo son reforzadas las cualidades positivas que todos los seres humanos poseen”.[5] Debemos agregar que ese refuerzo puede ser maravillosamente acompañado por el trabajo eficaz del Espíritu Santo. Veamos los efectos positivos que estos cuatro remedios pueden promover en nuestra salud física y mental.

Gratitud

    En medio de la crisis económica global, las personas tienden a valorar más los lazos personales que los aspectos materiales. En ese contexto, la gratitud contribuye para que eso ocurra. El hecho es que nuestra calidad de vida será mayor en la medida en que nuestras relaciones sean más sólidas.

    Los pastores necesitan establecer buenas relaciones. Los hermanos que nos apoyan en las actividades de la iglesia no reciben remuneración por su trabajo; por eso, les gusta cuando su esfuerzo es apreciado y reconocido. El espíritu de gratitud manifestado por el pastor genera un clima positivo, que estimula el empeño de los voluntarios y promueve el desarrollo de las diversas actividades de la congregación local.

    Elena de White resume el efecto de la gratitud sobre la salud, cuando dice: “Nada tiende más a fomentar la salud del cuerpo y del alma que un espíritu de agradecimiento y alabanza”.[6] Podemos preguntarnos cómo la gratitud puede ayudar a nuestra salud. En relación con eso, debemos destacar que ha sido posible probar científicamente que las personas agradecidas tienden a experimentar emociones positivas, como el contentamiento, la alegría y la esperanza, con mucha más frecuencia que las personas ingratas.[7] Esa cualidad puede generar un ambiente positivo que alimenta a la persona grata, mejorando su salud física y emocional.

Alegría

    A lo largo del tiempo, investigadores descubrieron que la tan buscada felicidad no se encuentra, sino que se construye. Somos capaces de crearla; por lo tanto, ella depende de nosotros. Los científicos también probaron que las personas felices no son aquellas que no tienen problemas, sino aquellas que pueden afrontar los reveses y seguir adelante, con la ayuda de Dios.

    Después de una extensa investigación, Sonja Lyubomirsky intentó identificar las causas del bienestar y de la felicidad. Su trabajo constató que el 50% de las causas están relacionadas con aspectos determinados genéticamente.[8] Apenas el 10% de los niveles de felicidad que alcanzamos está relacionado con las circunstancias experimentadas. Para probar eso, la investigadora cita un estudio realizado en los Estados Unidos, en que los empresarios estadounidenses relataron niveles de felicidad personal poco mayores que el de sus funcionarios.

    La constatación de que las circunstancias de la vida tienen poca relevancia para nuestro bienestar y no constituyen una llave para nuestra felicidad, ¡nos anima a buscarla por nosotros mismos!

    De hecho, si fuésemos gemelos idénticos y hubiésemos vivido las mismas circunstancias de vida, menciona Sonja Lyubomirsky, diferiríamos en el nivel de felicidad. Su investigación constató que hay un tercer factor por detrás de nuestra capacidad de ser feliz: la actitud. Esta se refleja en nuestra manera de pensar y en nuestras actividades cotidianas. Ese factor es valioso porque nos permite decidir y ejercer el control total sobre nuestra felicidad. No hay nada que podamos hacer en relación con la herencia genética; no tenemos el dominio completo de las circunstancias de la vida. Sin embargo, tenemos el control de nuestras actitudes. Es decir, ¡el 40% de las causas del bienestar y de la felicidad está en nuestras manos!

    Vemos en declaraciones de Elena de White un reflejo de esa misma posición. Para la escritora, la alegría y la felicidad son resultado de la actitud personal: “Por medio de Cristo, ustedes pueden ser felices y deberían serlo; deberían adquirir hábitos de dominio propio”.[9]

A primera vista, la declaración llama la atención porque tenemos la idea de que la felicidad no puede ser encuadrada como “deber”, pues aparece solamente de acuerdo con las condiciones. ¿Cómo, entonces, podemos “obligarnos” a ser felices?

    Elena de White afirma que podemos dirigir nuestros pensamientos. Además de las circunstancias en torno a nosotros, tenemos la opción de conducir el rumbo de lo que pensamos respecto de lo que nos sucede y de cómo interpretamos los acontecimientos. ¿Cuántas veces has encontrado un miembro de la iglesia que tiende a pensar negativamente de casi todo, mientras que otro prefiere destacar las cosas positivas, incluso en tiempos difíciles? Y ¿qué decir de nosotros? ¡No somos la excepción! Podemos mantener actitudes que de alguna manera predeterminan nuestra interpretación de la realidad.

    Además de esto, la escritora inspirada agrega un beneficio adicional, al asociar la alegría con la salud integral. “Debemos incentivar una alegre, esperanzadora y tranquila disposición de espíritu; pues nuestra salud depende de hacer eso”. ¡Qué desafío!

Bondad

    En una de las materias que enseñamos en la Facultad de Teología, tenemos un requisito por el cual los alumnos son desafiados a preparar y desarrollar un proyecto comunitario. Cuando preguntamos cuáles fueron los resultados del trabajo, invariablemente, la enorme mayoría de los alumnos responde que ellos fueron los principales beneficiados. Los estudiantes enfatizan la manera en que se sintieron bien al experimentar ese fruto del Espíritu, al realizar una actividad solidaria.

    Hans Selye[10] estableció el concepto de “Egoísmo altruista”. Esa idea consiste en la siguiente dinámica: buscamos hacer el bien a los otros, a fin de que los otros nos devuelvan el bien. De esa manera, generamos en torno de nosotros un ambiente positivo y saludable. En la práctica, sin embargo, las cosas no ocurren de manera tan exacta; de hecho, el bien debe ser hecho, en principio, sin esperar nada a cambio. La benevolencia demostrada debe ser un resultado de la bondad recibida de parte del Señor, reflejada en la enseñanza de la parábola de los dos deudores: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mat. 18:33)

Confianza en el amor y en el cuidado de dios

    Tener la confianza y la seguridad de que nuestra vida descansa en las manos de un Dios que nos ama contribuye significativamente al desarrollo de la paz interior, tan necesaria. Esa paz es muy valiosa, porque no depende de las circunstancias que nos rodean, que pueden ser inquietantes, sino de una experiencia interior que hace eficaz la expresión paulina: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28). A partir de esta perspectiva, tiene sentido el proverbio que dice: “Alimenta tu fe en Dios, y tus miedos van a morir de hambre”.

    Tal vez haya habido algunos momentos, a lo largo de nuestro ministerio, en que sentimos que la situación por la que pasábamos era totalmente injusta: una transferencia inesperada, acontecimientos en los que percibimos dudosas intenciones; en fin, circunstancias que nos afectaban negativamente. No obstante, ¡qué gratificante es, después de algún tiempo, mirar hacia atrás y ver cómo el Señor nos guio a través de esos aparentes “valles oscuros”, permitiéndonos pasar por extraordinarias experiencias espirituales! En algunos casos, podemos hasta considerar esos momentos entre los más felices de nuestra vida.

Conclusión

    En la sociedad sofisticada y compleja en la que vivimos, podemos pensar que la solución para nuestros problemas debe tener estas dos características: sofisticación y complejidad. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales juzgamos tan difícil aplicar los principios divinos para disfrutar de una excelente salud física y mental. Sin embargo, sabemos por experiencia propia que el consejo de Dios aplicado a nuestra vida siempre produce el efecto prometido. ¡Que el Señor nos ayude a ser fieles oyentes y practicantes de sus orientaciones, a fin de que podamos disfrutar de una vida más plena y feliz!

Sobre el autor: Jorge Iuorno: Profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina.

Alida Daniele de Iuorno: Psicóloga, trabaja en el servicio de Salud Mental del Sanatorio Adventista del Plata, Rep. Argentina.


Referencias

[1] Herbert Douglass, Mensageira do Senhor (Tatuí, SP: CPB, 2001), p. 295.

[2] Organización Mundial de la Salud, Informe sobre la salud en el mundo – 2001, <http://www.who.int>

[3] Elena de White, El ministerio de curación, p. 214.

[4] Ibíd., p. 214.

[5] M. Seligmany, M. Csikszentmihalyi, “Positive Psychology: An Introduction”, American Psychologist, 55 (1), pp. 5-14.

[6] White, ibíd., p. 194.

[7] R. A. Emmons y M. E. McCullough, “Counting Blessings versus Burdens: An Experimental Investigation of Gratitude and Subjective Well-being in Daily Life”, Journal of Personality and Social Psychology, t. 84, pp. 377-389.

[8] S. Lyubomirsky, La ciencia de la felicidad: Un método probado para conseguir el bienestar (Barcelona: Ediciones Urano, 2008).

[9] White, Mente, carácter y personalidad (Tatuí, SP: CPB, 1989), t. 2, p. 615.

[10] Médico nacionalizado canadiense que, a partir de sus investigaciones, descubrió el estrés y sus efectos sobre la salud humana.