Pienso que muchos pastores sudamericanos tienen el deseo de ser misioneros, de servir más allá de las fronteras de sus propios países. Siempre dije que, si mis colegas dominaran la lengua inglesa, nuestros países serían ¡el mayor granero de misioneros del mundo! Crecí así, soñando con misiones. Finalmente, cuando pensaba que era muy tarde, Dios me llamó para servir en África. Durante seis años trabajé en el sudoeste del continente, y actualmente estoy sirviendo a la iglesia en las comunidades árabes del norte africano.

Para mí, ser misionero es servir a Dios fuera de la zona de confort. Eso significa que tú puedes ser un misionero en tu barrio, en tu ciudad o en cualquier otro lugar. Yo nunca había imaginado lo que sería trabajar en una región en la que el cristianismo no es bienvenido, hasta que fui enviado al norte de África. Aquí hay una mezquita en cada barrio. Los viernes, en algunos países, las ciudades quedan desiertas; y las mezquitas, llenas. El domingo se transforma, literalmente, en el primer día de trabajo. Allí nadie es llamado “pastor”, y las pocas iglesias que existen se reúnen en las casas. Los desafíos son inmensos, la conquista de un musulmán para Cristo puede llevar de cinco a diez años de trabajo. Diariamente rogamos por la protección divina, pues la iglesia no es reconocida oficialmente en ninguno de estos países.

Cierto día, mientras visitaba a algunos hermanos en una pequeña ciudad, busqué un hotel para hospedarme. Al presentarme, me pidieron la libreta de casamiento. Entonces le expliqué al recepcionista que no la había llevado. Ríspidamente, él me respondió que yo únicamente podría permanecer si tuviera una autorización de la policía, pues yo no tenía cómo probar si la mujer que me estaba acompañando era mi mujer o una prostituta. Mi esposa se sintió ofendida y no quiso ni pensar en quedarse en ese establecimiento. Intenté convencerla de que en aquella circunstancia debíamos entender la situación, pues ya eran las 16:00 de un viernes, y aquel era el único hotel de la pequeña ciudad. Finalmente, ella estuvo de acuerdo. El sábado por la mañana, mi mujer me pidió que yo adelantara nuestro regreso. Viajaríamos el domingo, pero conseguí transferir el vuelo para el sábado por la noche. Al día siguiente, al llegar a casa, fui informado de que la policía había ido hasta aquel hotel a buscarnos ¡aquella misma noche!

A veces me pregunto: “¿Cuánto estoy dispuesto a sacrificarme por el Señor? ¿Y si yo fuera preso? ¿Y si fuera necesario dar mi vida por la misión?” Durante tres años, vivimos en un departamento en el tercer piso de un predio en el que el ascensor no estaba en condiciones de ser utilizado… ¡hacía veinte años! Cada vez que subía las escaleras sentía el hedor de orina que impregnaba el ambiente. Yo sabía que aquella situación tan poco confortable formaba parte de la misión que había aceptado con sumisión. Tener el deseo de ser misionero no significa que tengas el espíritu misionero. Esto último sucede cuando colocas la misión por encima de tu propio bienestar y el de tu familia. Sin lugar a dudas, eso descalificaría a mucha gente para servir.

La vida de misionero me hace sentir de manera especial la presencia de Dios, porque dependo de él para continuar. En otro viaje que realicé, llevaba en mi valija cinco Biblias en árabe y, aquí, como en otros países, al salir del aeropuerto, tenemos que pasar el equipaje por la máquina de rayos X. Hasta que llegué delante de la estera, no había pensado en el riesgo que corría. En aquel momento, oré al Señor pidiéndole que bloqueara la visión de la persona encargada. Él respondió a mis súplicas. El policía que estaba controlando a los pasajeros me miró y me dijo que sacara mi valija de la estera y que pasara a la sección de embarque, como si mi equipaje hubiera sido revisado. ¡Casi no lo podía creer! Podría haber ido preso, pero Dios hizo más de lo que yo le pedí. Simplemente, pasé con las Biblias sin ser revisado.

Nunca valoré tanto la libertad religiosa como ahora. ¡Qué privilegio tienen los cristianos en América del Sur! Pueden ir a la casa del Señor y adorarlo ¡en libertad!

Me duele solo pensar que todavía tenemos adoradores que no se disponen a frecuentar regularmente la iglesia, a disfrutar de las bendiciones de la convivencia cristiana y de la oportunidad de testificar de la redención. La libertad es el elemento más precioso que el Señor nos concedió después de la salvación. ¡Disfrútala mientras puedas!

Yo miro hacia el norte de África y hacia el Extremo Oriente con centenas de millones de personas que no conocen a Cristo, y me pregunto: ¿cómo va a regresar Jesús si no se le predica el evangelio a este pueblo? Necesitamos orar más, orar por protección, por sabiduría para realizar la obra.

¡Qué la bendición del Señor esté con cada uno de nosotros!

Sobre el autor: misionero en el continente africano.