Muchas veces nos hacemos esta pregunta cuando escuchamos ciertos trozos musicales en los recintos sagrados. Estamos de acuerdo en que la música profana no debe tener un lugar en los cultos, pero el problema reside en establecer la frontera entre la música apta para ser usada dentro de la iglesia, y la que no lo es.

Tal vez un enfoque del problema desde un punto de vista histórico nos ayude a comprenderlo.

La frontera entre música sagrada y profana no existía entre los compositores de la escuela flamenca que estuvo a la cabeza de Europa en el siglo XV. Podemos observar misas completas en las cuales la voz principal canta una melodía popular con palabras mundanas, y las demás voces tejen una trama polifónica con textos litúrgicos. Por supuesto que en la iglesia se cantaban todas las voces simultáneamente, tanto la que contenía texto profano como las otras. Aparentemente, ni los músicos ni los fieles veían en esto una profanación, puesto que la costumbre de cantar y tocar música secular dentro de la Iglesia Católica salió de las fronteras de Flandes y persistió hasta que el Concilio de Trento (1545-1563) reglamentó el uso de la música en el culto católico.

Al surgir la Reforma Protestante en el siglo XVI, Lutero dijo: “El diablo no ha menester de todas las melodías hermosas para él solo”. El Dr. Alberto Schweitzer describe así los hechos: “Ante la imposibilidad de improvisar de la noche a la mañana todas las melodías que necesitaba, la Reforma aprovechó las melodías profanas. Las hermosas canciones populares (heder) abundaban en Alemania en este período de floración poética que va del final del siglo XV al comienzo del XVI y al apropiarse de las melodías corrientes, la Reforma lo hizo con plena conciencia, pues proclamaba en alta voz la pretensión de hacer desaparecer el canto profano reemplazándolo por los nuevos cánticos religiosos. Sin la menor consideración se puso en esa tarea, transformando los cantos profanos en religiosos”.[1]

Un ejemplo muy claro de este estado de cosas lo encontramos en la portada de un himnario aparecido en Frankfurt en 1571: “Canciones de la calle, canciones de jinetes y canciones montañesas transformadas en canciones cristianas y morales para hacer desaparecer, con el tiempo, el mal hábito de entonar cancioncillas ligeras en las calles, en los campos y en el hogar, reemplazándolas por los hermosos y honestos textos religiosos que aquí se encuentran”.

Con el paso de los años, la Reforma ya no necesitó más recurrir a la música secular, puesto que surgieron en su seno compositores que escribieron música religiosa de la mejor calidad. El ejemplo máximo lo hallamos en Sajonia en la primera mitad del siglo XVIII, en la persona de Juan Sebastián Bach, el cual no compuso ni una sola ópera y al inicio de cada una de sus obras escribía las iniciales “S.D.G.” (“Solí Deo Gloria”), indicando que con su arte quería honrar a Dios.

También con el paso de los años el público fue olvidando el origen profano de las melodías de los himnos, consustanciándolas con los textos religiosos. ¿Quién reconoce hoy en el hermoso coral cuya melodía J. S. Bach repite cuatro veces en la “Pasión según San Mateo”, “O Haupt voll Blut und Wunden”[2] a la canción de amor “Mi ánimo está turbado a causa de una tierna doncella”, publicada por Hans Leo Hassler en 1601?

Observamos asi que no es música apta para ser usada en la iglesia solamente la que no fue compuesta con ese fin, sino también una cantidad de obras originalmente profanas, pero que las sucesivas generaciones han ido identificando con los usos religiosos, de tal manera que al ser ejecutadas dentro de la iglesia no traen a la mente de los fieles ideas mundanas sino religiosas. Los ejemplos de melodías que han tenido este proceso son innumerables y hallamos innecesario transcribirlos.

Un ejemplo más cercano lo encontramos en las muy conocidas “marchas nupciales” de Wagner y Mendelssohn, extraídas de obras indudablemente profanas, pero que con el correr de los años se han ido identificando tan plenamente con las ceremonias de casamientos en la iglesia, que es difícil encontrar alguna persona que recuerde su origen. Incluso en el público de una sala de conciertos, cuando se ejecutan las obras originales de Wagner o de Mendelssohn, al iniciarse el trozo correspondiente, se oye un murmullo: “La marcha nupcial”, comentan todos. Esto nos demuestra que en la mente del pueblo se relaciona más esas melodías con un casamiento que con los usos originales.

Después de haber visto brevemente las fronteras históricas entre música sagrada y profana, llegamos a la conclusión de que en el momento de determinar la aptitud de una música para ser usada dentro de la iglesia, es más importante captar el significado que la misma tiene para la congregación, que su origen sagrado o profano. (Continuará )


Referencias:

[1]  J. S. Bach. El Músico Poeta, pág. 15, edición Ricordi, Buenos Aires.

[2] Traducción: “Oh rostro ensangrentado”, en la edición castellana de Obermüller-Carámbula.