Pregunta 30: A menudo se acusa a los adventistas de restar importancia al sacrificio expiatorio realizado en la cruz reduciéndolo a una expiación incompleta o parcial que debe ser suplementada por el ministerio sacerdotal de Cristo; quizá pueda llamarse a esto una dóble expiación. ¿Es esto cierto? ¿No afirma la Sra. White que Cristo está ahora haciendo expiación por nosotros en el santuario celestial? Sírvanse explicar su posición y afirmar en qué se diferencian de los otros en la expiación.

Permítasenos desde el principio afirmar explícita y enfáticamente que los adventistas no creemos que Cristo hizo un sacrificio expiatorio incompleto en la cruz. La palabra “expiación” en la Escritura tiene una amplia connotación. Al paso que básicamente se refiere al sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz, también abarca otros aspectos importantes de la obra de la gracia salvadora.

La palabra “expiación” en sí se parece a algunas otras palabras usadas en la Biblia, tales como “salvación” y “redención”. La salvación abarca algo que es pasado, porque uno puede decir: “Yo he sido salvado”. También se refiere a una experiencia que se está efectuando ahora, porque puede decirse: “Yo me voy salvando” (véase Hech. 2:47, Versión Moderna, margen). También se refiere al futuro; porque hay un sentido en el cual podemos decir: “Yo seré salvado”.

Algo muy semejante ocurre con la palabra “redención”. Aunque el precio del rescate fue pagado en el Calvario y por esto podemos decir: “Yo he sido redimido”, sin embargo hay también algunos aspectos de la redención que todavía están en el futuro. En la Escritura leemos acerca de “la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:23), y al referirse al segundo advenimiento de nuestro bendito Señor, el Salvador amonestó a sus seguidores a mirar “porque vuestra redención está cerca” (Luc. 21:28).

El mismo principio puede aplicarse con referencia a la palabra “expiación”. Con toda certidumbre, el sacrificio expiatorio definitivo de Jesús nuestro Señor fue ofrecido y completado en la cruz del Calvario. Esto fue hecho por toda la humanidad, porque él “es la propiciación por nuestros pecados; y… por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2).

Pero esta obra de sacrificio beneficiará en la práctica a los corazones humanos sólo cuando rindamos nuestra vida a Dios y experimentemos el milagro del nuevo nacimiento. En esta experiencia, Jesús, nuestro Sumo Sacerdote. nos aplica los beneficios de su sacrificio expiatorio. Nuestros pecados son perdonados, nos convertimos en hijos de Dios por la fe en Jesucristo, y la paz de Dios mora en nuestro corazón.

En el tabernáculo de antaño, cuando los misterios de la redención eran prefigurados por muchos sacrificios y ritos simbólicos, el sacerdote, después de la muerte de la víctima, ponía la sangre en los cuernos del altar. Y el registro dice: “Así el sacerdote hará por él [el pecador] la expiación de su pecado, y tendrá perdón” (Lev. 4:26). Aquí la provisión del sacrificio expiatorio es seguido por la aplicación de los beneficios del mismo sacrificio expiatorio. En los días del Antiguo Testamento ambas cosas eran reconocidas como aspectos de una única e importantísima obra de expiación. Un aspecto proporcionaba el sacrificio expiatorio; el otro, la aplicación de sus beneficios.

De ahí que el plan divino de redención abarque más que la muerte vicaria de Cristo, aunque ésta es su mismo centro; también incluye el ministerio de nuestro Señor como nuestro Sumo Sacerdote celestial. Habiendo completado su sacrificio, se levantó de los muertos “para nuestra justificación” (Rom. 4:25) y entonces entró en el santuario superior para realizar allí su servicio sacerdotal para el hombre necesitado. “Habiendo obtenido eterna redención” (Heb. 9:12) en la cruz, ahora administra los beneficios de esa expiación para aquellos que aceptan la poderosa provisión de su gracia. Así el sacrificio expiatorio que ha sido completado en el Calvario, debe ahora ser aplicado y poseído por aquellos que son herederos de salvación. El ministerio de nuestro Señor está así incluido en la gran obra de la expiación. Asi que cuando pensamos en el poderoso alcance de la expiación, en sus provisiones y en su eficacia, vemos que es mucho más abarcante de lo que muchos piensan.

Debiéramos recordar que los hombres no son salvados en masa, automática, involuntaria, impersonal o universalmente. Deben aceptar individualmente la gracia, y entendemos que mientras Cristo murió provisional y potencialmente por todos los hombres, y nada podemos añadir a esto, sin embargo su muerte es, en la práctica y finalmente, eficaz solamente para aquellos que individualmente aceptan sus beneficios y se apropian de ellos.

Para ser salvado, debe haber arrepentimiento individual y el pecador debe dirigirse individualmente a Dios. Debe aferrarse de las provisiones del sacrificio expiatorio plenamente acabado hecho por Cristo en el Calvario. Y la aplicación de la provisión expiatoria de la cruz a los pecadores arrepentidos y a los suplicantes santos, se hace efectiva sólo mediante el ministerio sacerdotal de Cristo, y esto ocurre, ya sea que el hombre teológicamente lo entienda o no.

Es esta última provisión del ministerio sacerdotal la que realiza la purificación práctica, experimental y continua del corazón del individuo, no sólo de la culpa, sino también de la contaminación y del poder del pecado. Es esto lo que la hace eficaz para los hombres. El ministerio celestial de Cristo en nuestro favor produce la paz y el gozo de la redención mediante el don del Espíritu Santo que nuestro Sumo Sacerdote oficiante envía a nuestros corazones. La expiación, por lo tanto, no abarca tan sólo el trascendental acto de la cruz, sino también los beneficios del sacrificio de Cristo que se están aplicando continuamente a los hombres necesitados. Y esto seguirá hasta el fin del tiempo de gracia.

I. LOS VASTOS ALCANCES DE LA EXPIACIÓN

En común con los cristianos conservadores, los adventistas enseñan una expiación que necesitaba la encarnación del Verbo eterno —el Hijo de Dios— para que pudiese ser el Hijo del hombre; y viviendo su vida entre los hombres como nuestro compañero en la carne, pudiese morir’ en lugar nuestro para redimirnos. Creemos que la expiación proporciona un sacrificio por el pecado que es del todo suficiente, perfecto y vicario, que satisface completamente la justicia de Dios y cumple todo requisito, de manera que la misericordia, la gracia y el perdón sean extendidos gratuitamente al pecador arrepentido sin comprometer la santidad de Dios ni la equidad de su ley. “Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:26).

De esta forma Dios justifica completamente al pecador arrepentido, por más vil que sea, e imputa la perfecta justicia de Cristo para cubrir su injusticia; entonces imparte, mediante la santificación, su propia justicia al pecador, de modo que es transformado a la misma semejanza de Cristo.

Y la maravillosa corona de todo vendrá mediante la glorificación de nuestro cuerpo a la segunda venida de nuestro Señor, la cual traerá la plena y final liberación de la misma presencia del pecado para siempre jamás. Cristo, entonces, es en sí mismo la ofrenda del sacrificio, el ministro oficiante y el rey que viene. Eso cubre pasado, presente y futuro. Y esto, creemos, culminará con la erradicación final del universo de todo pecado y de sus efectos, así como de su maligno originador. Entendemos que éste será el efecto último de la expiación hecha por Cristo en el Calvario.

II. EL SACRIFICIO EXPIATORIO Y EL SACERDOTE OFICIANTE

Creemos que es algo de la mayor importancia que los cristianos perciban la diferencia entre el acto expiatorio de Cristo en la cruz como un sacrificio completo y definitivo, y su obra en el santuario como sumo sacerdote oficiante, administrando los beneficios de ese sacrificio. Lo que él hizo en la cruz fue por todos los hombres (1 Juan 2:2). Lo que hace en el santuario es solamente para aquellos que aceptan su gran salvación.

Ambos aspectos son fases Integrantes e inseparables de la infinita obra de redención de Dios. Una proporciona la ofrenda expiatoria; la otra provee la aplicación del sacrificio al alma arrepentida. Una fue hecha por Cristo como víctima; la otra por Cristo como sacerdote. Ambas son aspectos del gran plan de redención para el hombre.

Que los adventistas no están solos en este concepto se echa de ver en los siguientes párrafos de un libro reciente:

“La Expiación es la obra de Dios en Cristo para la salvación y renovación del hombre” (Vincent Taylor, The Cross of Christ, Macmillan, 1956, pág. 87).

“En su naturaleza y en su alcance, la Expiación es tanto una liberación como un logro. Tiene que ver con el pecado del hombre y su felicidad; y no puede ser una cosa sin ser a la vez la otra” (Id., págs. 87, 88).

“Es importante distinguir desde el comienzo dos aspectos de la doctrina que pueden ser separados en pensamiento, pero no sin grave pérdida en la práctica. Estos son… (a) el acto salvador de Cristo, y (b) la apropiación de su obra por la fe, tanto en forma individual como colectiva. Los dos juntos constituyen la expiación” (Id., pág. 88).

“En consecuencia, la expiación es cumplida tanto para nosotros como en nosotros” (Id., pág. 89).

“Quizá nuestra mayor necesidad de hoy, si queremos elevarnos por encima de la pobreza de mucha de nuestra adoración, es experimentar una vez más la maravilla y la confiada seguridad en el incesante ministerio salvador de Cristo que es el verdadero centro de la devoción cristiana y la fuente permanente de la vida cristiana” (Id., pág. 104).

De manera que cuando uno oye a un adventista decir, o lee en publicaciones adventistas —incluso en los escritos de Elena de White— que Cristo está haciendo expiación ahora, debe entenderse

que nosotros queremos simplemente significar que Cristo está ahora haciendo la aplicación de los beneficios del sacrificio expiatorio que hizo en la cruz; que lo está haciendo eficaz para nosotros individualmente, de acuerdo con nuestras necesidades y pedidos. La misma Sra. de White, ya en 1857, explicó claramente lo que ella quiere decir cuando escribe acerca de que Cristo está haciendo expiación por nosotros en su ministerio:

“El gran sacrificio había sido ofrecido y aceptado, y el Espíritu Santo que descendió en el día de Pentecostés dirigió la atención de los discípulos desde el santuario terrenal al celestial, donde Jesús había entrado con su propia sangre, para derramar sobre sus discípulos los beneficios de su expiación” (Primeros Escritos, págs. 259, 260. La cursiva es nuestra).