El libro de Daniel, contiene aspectos de la revelación divina que son únicos en muchos sentidos. De entre los pasajes proféticos de la Escritura, ningún otro presenta una visión tan cuidadosa de la historia a partir de la época del autor hasta el tiempo del fin. (Dan. 2:28 y siguientes; 8:17, 19; 12:4, 9), el establecimiento del reino eterno de Dios (cap. 2:44, en adelante), y la resurrección de los justos “para vida eterna” (cap. 12:2). Es nuestro propósito en este artículo: (1) investigar las diferentes maneras como Dios se revela a sí mismo en el libro de Daniel, y (2) estudiar las interpretaciones provenientes del Cielo. Estas consideraciones arrojan luz adicional sobre la relación existente entre los capítulos 8 y 9 de Daniel.

Formas de revelación

Todo estudiante del libro de Daniel, reconoce que en este libro apocalíptico las declaraciones explícitas de la revelación de Dios se presentan en una variedad de formas y modos. En primer lugar están los “sueños”. En Daniel 2:1 se registra que Nabucodonosor, el monarca neo-babilónico, tuvo “sueños”. El plural “sueños” podría “denotar un singular indefinido”[1], un sueño compuesto por diversas partes. “Sueño”, en singular, se usa en el resto del capítulo. Más tarde, Nabucodonosor recibió otro “sueño” en el cual se revelaba su futura locura (cap. 4:5-9, 18, 19). El receptor del tercer “sueño” fue el mismo Daniel (cap. 7:1). Vio cuatro bestias monstruosas que salían del mar y a continuación una sesión del tribunal divino.

Es importante notar que el “sueño” puede ser señalado también como una “visión de noche” (vers. 2, 7, 13), indicando que el sueño había venido en horas de la noche, y como “visiones de tu cabeza” o “mi cabeza” (caps. 2:28; 4:5, 10, 13; 7:1, 15) a lo cual se le añade frecuentemente “estando en tu cama” o “en mi cama” (caps. 2:28; 4:5, 10, 13; 7:1). Esto indica que el sueño consiste en visiones, como se establece explícitamente en Daniel 4:9 (“las visiones de mi sueño”), y que viene cuando el receptor está durmiendo en su cama.

La segunda forma de la revelación divina en el libro de Daniel se designa con el término visión. Este modo de revelación no es totalmente independiente del anterior (cap. 8:1), pero sería propio considerarlo como una forma distinta. Lo que se relata en los capítulos 8 a 11 se denomina simplemente “visión”, sin las acostumbradas indicaciones acerca de la manera en que se la recibió, o sea (“sueño”), el tiempo en que ocurrió (“noche”) y el lugar en que sucedió (“cama”). (Caps. 8:1, 2, 13, 15, 17, 26, 27; 9:21; 10:14; 11:14.) En vista de esto, parece más bien que se trata de visiones diurnas, y no de visiones nocturnas. Llegamos a esta conclusión porque Daniel cayó sobre su rostro (cap. 8:17), y estaba tan débil por causa de la visión, que se sumió en un profundo sueño, con el rostro hacia el suelo, al punto que tuvo que ser levantado por el intérprete de la visión (vers. 18). En una ocasión se lo describe a Daniel como estando en oración al recibir la interpretación de labios de Gabriel (cap. 9:21 en adelante).

Habría, entonces, dos modos principales de revelación en el libro de Daniel. Uno es el “sueño”, que sobreviene con sus visiones al rey pagano y al siervo de Dios por igual; el otro es la “visión”, que en este libro sobreviene sólo a Daniel.

La otra forma de revelación que resta en el libro de Daniel es la escalofriante escritura en la pared durante la fiesta de Belsasar (cap. 5:5-28). Como ocurre siempre en el libro, sólo Daniel está dotado con esa inteligencia y sabiduría que únicamente Dios puede dar.

En el libro de Daniel, la “interpretación” no proviene del conocimiento o la sabiduría humanos (cap. 2:30) sino que es dada por revelación. Dicha interpretación llega al profeta en una “visión de noche” (vers. 19, 23) o mediante “el espíritu de los dioses santos” (caps. 4:8, 9, 18; 5:11, 12, 14) el cual moraba sólo en Daniel y lo capacitaba “para interpretar sueños y descifrar enigmas y resolver dudas” (cap. 5:12). Desde Daniel 8 en adelante la interpretación llega mediante un ángel enviado por Dios o un príncipe, el cual es oído o visto en la visión (caps. 8:15 y ss.; 9:21 y ss.; 10:13 y ss.; 11:2 y ss.). Dios es la fuente última de toda interpretación inspirada, porque en él mora la luz (cap. 2: 22). Se lo conoce como el que “revela los misterios” (vers. 28 y ss., 47). Por esta razón la interpretación es “fiel” (vers. 45).

Propósito de la interpretación

Habiendo investigado la naturaleza de las interpretaciones reveladas y su procedencia, estamos en condiciones de reflexionar acerca de la interpretación de los tres modos de revelación presentados en Daniel, llamados sueños, visiones y escritura. Una visión panorámica de los modos de revelación contenidos en Daniel muestra dos tipos (Tipo A y tipo B) de interpretaciones. El primer tipo podemos verlo en la interpretación del sueño de la locura de Nabucodonosor (cap. 4) y la misteriosa escritura en la sala del banquete de Belsasar (cap. 5). Ambas tienen aplicación histórica inmediata en la experiencia personal de los gobernantes babilónicos respectivos. En estos dos casos, que debemos considerar como pertenecientes al Tipo A, no está involucrado un cumplimiento en el futuro distante. El énfasis descansa únicamente en el tiempo presente, el tiempo de Daniel.

El tipo A ilustra la realidad de que ningún rey ni potentado puede pasar por encima de las limitaciones que Dios le ha impuesto ni ir más allá de ellas. La locura de Nabucodonosor prueba a los vivientes “que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (cap. 4:17). En manera similar, la misteriosa escritura en la pared apunta hacia el mismo blanco: “Y tú… no has humillado tu corazón… sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido” (cap. 5:22 y ss.). Estos cumplimientos históricos inmediatos comprueban – la efectividad y la realidad de la soberanía de Dios sobre la historia, cuyos agentes “cumplen silenciosa y pacientemente los designios y la voluntad de él”.[2] Es prerrogativa de Dios poner y quitar reyes (cap. 2:21).

Estos cumplimientos históricos inmediatos, sin duda alguna tienden a probar, en forma objetiva, que los otros eventos revelados en sueños y visiones, acompañados de interpretaciones inspiradas acontecerían tan ciertamente en sus “tiempos y edades”, como aquellos que ya se habían cumplido.

El segundo tipo de interpretación (tipo B) predomina en el libro de Daniel. Los “sueños” y “visiones” de Daniel 2, 7-9, 11 y 12. explícitamente se dirigen a un cumplimiento futuro. Son profecías de largo alcance que cubren el tiempo desde Daniel hasta el distante futuro, con un énfasis especial en “el tiempo del fin” en la mayoría de los casos. [3] Por eso las palabras de Daniel, y el libro entero, están cerrados y sellados “hasta el tiempo del fin” (cap. 12:4).

El sueño de la imagen de Daniel 2 apunta explícitamente a “lo que ha de acontecer en los postreros días” (vers. 28). Si bien los eventos históricos hasta el tiempo del fin se presentan en grandes pinceladas, la historia aparece como moviéndose rápidamente hacia su clímax, el cual es “el fin de los días” como leeríamos aquí literalmente (y en cap. 10:14). Esta expresión aparece catorce veces en el Antiguo Testamento y denota siempre “el período final de la historia, en la medida en que cae dentro del alcance de la vista del autor que la usa”.[4]

En Daniel 2 “el fin de los días” es el tiempo del fin en el cual Dios instaurará su reino eterno (vers. 46 y ss.). El aspecto escatológico recibe un énfasis especial.

También la visión de Daniel 8 tiene como punto focal “el tiempo del fin” (vers. 17). La palabra hebrea para “fin” usada aquí, es qes, que significa “el tiempo escatológico del fin”[5] especialmente cuando se la usa en conexión con moed como en Daniel 8:19 y 11:27 o en conexión con el sinónimo eth como en Daniel 8 17; 11:35, 40; 12:4, 9.[6] El mismo énfasis en “el tiempo escatológico del fin” se halla en la expresión “muchos días” de Daniel 8:26 que se refiere a “tiempos distantes” [7] en el futuro, la cual no es más que un circunloquio de las expresiones de Daniel 8:18 y ss.[8] Por lo tanto, vemos que el énfasis principal en el libro de Daniel está relacionado con “el tiempo escatológico del fin” y los eventos en el cielo y en la tierra que anuncian el reino indestructible y eterno de Dios, el cual terminará con el actual estado de cosas.

Esto se aclara, como hemos visto, con las respectivas frases de Daniel 2, 8, 11, y 12. Si bien el énfasis en el futuro, con la mira puesta en el tiempo del fin no se establece explícitamente en los capítulos 7 y 9 de Daniel, el contexto de los dos capítulos indica que los acontecimientos allí descriptos deberán cumplirse en el futuro distante. Esto nos lleva a la conclusión de que en contraste con la revelación y la interpretación en Daniel 4 y 5 (tipo A), la cual halla inmediato cumplimiento, los “sueños” y “visiones” de Daniel 2, 7-9, 11, y 12 (tipo B) se cumplen en el futuro distante, en muchos casos con un énfasis especial en el tiempo escatológico del fin.

Períodos de tiempo

Estas observaciones nos conducen a un hecho importante: el intervalo que media entre una revelación y su cumplimiento final, varía de acuerdo con el evento señalado. Algunos eventos se cumplen casi inmediatamente (Dan. 4 y 5), para otros se requieren algunas décadas (p. ej. la caída del imperio babilónico y el surgimiento de Medo-Persia). Un escritor reciente, refiriéndose al libro de Daniel, insiste en que “así como el intervalo entre la revelación y su cumplimiento puede ser más o menos extenso, el tiempo transcurrido entre la revelación misma y su interpretación también puede variar”.[9] Esta es una observación importante que no debe ser dejada de lado.

Los críticos de la interpretación adventista en relación con Daniel 9:24-27 han objetado más de una vez que dado que Daniel 9:1 hace referencia al primer año de Darío el Modo, que no puede haber sido antes del 539 AC, y Daniel 8:1 al tercer año del reino de Belsasar, es decir en 550/49 AC, el intervalo de alrededor de diez años es tal que no permite conectar la interpretación de los capítulos 8 y 9. Se usa esto como argumento en favor de la posición de que Daniel 9:24-27 debe interpretar las setenta semanas del versículo 2 antes que la parte de la visión de Daniel 8 que no había sido explicada, es decir, el aspecto cronológico de Daniel 8:13 en adelante o los 2.300 días. Notemos, sin embargo, que los que argumentan que Daniel 9:24-27 es una interpretación de las setenta semanas mencionadas en el versículo 2 del mismo capítulo no ganan nada en relación con el intervalo entre la revelación y la interpretación. Por el contrario, desembocan en un doble problema.

En el oráculo de Jeremías 25: 11 y ss., que data del 605/4 AC aproximadamente [10], y mencionado nuevamente en Jeremías 29: 10 unos diez años después, el intervalo entre la revelación (a Jeremías), y la interpretación (a Daniel) mediante Gabriel en Daniel 9:21 y siguientes, podrían ser unos sesenta o setenta años respectivamente. En otras palabras, el intervalo entre la revelación de Daniel 9:2 y su supuesta interpretación sería seis o siete veces más largo, según la opción del intérprete, el cual ve en Daniel 9:24-27 de “la visión de las tardes y mañanas” (cap. 8:26; cf. vers. 13 en adelante) que no está explicada en el capítulo anterior. A la luz de este hecho, el argumento contra el enlace entre Daniel 9:24-27 con 8:12 y subsiguientes, y el versículo 26 sobre la base de los datos de 8:1 y 9:1, no tiene fuerza debido a que el intervalo entre la revelación de los setenta años de actividad y su supuesta interpretación es varias veces mayor que el que separa a Daniel 8 y 9.

Otra evidencia

No hay caso alguno en Daniel en el cual se presenta la interpretación de una revelación proveniente de otro profeta del Antiguo Testamento. Esta consideración tiene señalada importancia como una evidencia adicional en favor de la posición de que Daniel 9:24-27 es realmente la interpretación de la parte cronológica no explicada de Daniel 8. Cada interpretación presentada en el libro de Daniel tiene el propósito de explicar “sueños” o “visiones” o la “escritura en la pared” (Dan. 5), que habían sido reveladas a Daniel o a los reyes respectivos. Dicho de otra manera, si Daniel 9:24-27 interpretara la revelación dada a Jeremías, sería éste el único caso en todo el libro en que se presenta la interpretación del anuncio de otro profeta.

No quiere decir esto que una anomalía y una excepción tal es imposible, pero al mismo tiempo, en vista de la naturaleza única de la revelación en este libro en términos de “sueños”, “visiones” y “escritura”, parece muy poco probable que se presente una interpretación referente a otro profeta en una forma tan fortuita. De allí que podamos mantener, sobre la base de evidencias internas, que Daniel 9:24-27 interpreta, sin lugar a dudas, una “visión” revelada por primera vez en el mismo libro (Dan. 8) consecuentemente con la naturaleza general de la revelación en el libro de Daniel.

Estas consideraciones, junto con otros argumentos[11] que establecen firmemente la relación entre Daniel 8 y 9, pueden ser robustecidas más aún por el infrecuente vocablo hebreo para “visión”, usado en secciones cruciales de los dos capítulos en contraste con el término regular chazón (visión)[12] En Daniel 9:23 Gabriel dice “entiende, pues, la visión” (mareh). El término hebreo mareh es idéntico al usado en Daniel 8:16, 26 y subsiguientes. En el versículo 26 Gabriel se refiere explícitamente a “la visión [mareh] de las tardes y mañanas” que queda sin ser interpretada por cuanto Daniel enferma a causa de lo que ya había alcanzado a oír. Es este mareh el que el mismo ángel Gabriel menciona otra vez , en 9:23. Esta conexión es reconocida también por varios críticos eruditos. El notable comentador alemán O. Ploger señala que mareh en 9:23 muestra que dicho término “se formula en relación con 8:16”.[13] S. R. Driver[14] y más recientemente A. Bentzen[15] sostienen correctamente que las palabras “al principio” en la frase “en la visión al principio” (9:21) hacen referencia a 8:16.

La íntima conexión entre los capítulos 8 y 9 se fortalece más aún por la referencia al mismo ángel intérprete, Gabriel, mencionado en ambos capítulos. Ploger dice en cuanto a esto, “la conexión con Daniel 8 se establece también por el hecho de que Daniel reconoce en el mensajero (del cap. 9) al mismo Gabriel mencionado en el capítulo 8”.[16] Estas consideraciones internas proporcionan un apoyo adicional a la interpretación de que las setenta semanas de Daniel 9 aclaran la única parte no explicada de la visión simbólica de Daniel 8, es decir, la cuestión de los 2.300 días-años.

Sobre el autor: Profesor de Teología de la Universidad Andrews.


Referencias

[1] So Gesenius-Kautzsch, Hebrew Grammar, pág. 400, 2da ed., Oxford, 1910.

[2] Profetas y Reyes, pág. 366.

[3] Montgomery, J. A., The Book of Daniel, pág. 346, Edimburgo, 1959.

[4] Driver, S. R., Daniel, pág. 26, Londres, 1900.

[5] Holladay, W. L., A Concise Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament, pág. 321, Leiden, 1971.

[6] Mertens, A., Das Buch Daniel in Lichte der Texte von Toten Meer, pág. 147, Stuttgart, 1971.

[7] Ploger, O., Das Buch Daniel, pág. 129, Guttersloh, 1965.

[8] La palabra “fin”, es usada en Daniel 9:26 aparentemente para señalar la muerte del Mesías, pero en 12:13 posiblemente se refiera a la muerte de Daniel.

[9] Mertens, op. ct., pág. 116.

[10] Bright, J., Jeremiah, pág. 160, Garden City (Nueva Jersey), 1965.

[11] Ver especialmente el SDA Bible Commentary, tomo 4, págs. 850 y subsiguientes; y Questions on Doctrine, págs. 268 y siguientes.

[12] El término hebreo comúnmente usado para “visión” es chazón,

[13] Ploger, op. cit, pág. 134.

[14] Driver, op. cit., pág. 133.

[15] Bentzen, A., Daniel, pág. 66, Tubinga, 1953.

[16] Ploger, op. cit., pág. 139.