Todo pastor necesita estar preparado para aconsejar el sufriente. En algunos casos, es el único recurso disponible.

Como pastores, muy frecuentemente nos sentimos limitados en la ayuda a las personas en duelo. Recuerdo la primera vez que fui designado para sustituir a un pastor. Dos semanas después de mi llegada, murió alguien, y tuve que oficiar el funeral y confortar a la familia enlutada. No tema la menor idea sobre el proceder, pero conseguí un libro de Andrew Blackwood,[1] y en pocos minutos lo leí completamente. Durante todo el trayecto en dirección a la casa enlutada, oré a Dios pidiendo ayuda para lo que diría. Después de que terminó la ceremonia, un colega experimentado me dijo: “Joven, si necesitas orientación con respecto a cómo confortar a los enlutados, podemos conversar”. Quedé aplastado por el bochorno.

A partir de allí, comencé a leer toda nueva publicación acerca del duelo, y llegué a participar de un curso de cinco semanas sobre el aconsejamiento, en la Universidad de Chicago. J. William Worden, uno de los profesores, nos llevó a practicar los principios del aconsejamiento a través de escenificaciones. Therese Rando dio clases un día entero en el hospicio de Michigan. También asistí a conferencias realizadas por especialistas ingleses, en Washington. Cada vez que podía, intentaba aprender a aliviar a las personas dolientes. Decidí que nunca más volvería a quedar avergonzado como en aquella primera vez. Con tantos recursos a disposición, que requieren poco desembolso financiero, no tenía disculpas para permanecer incompetente en esa área del pastorado.

Los pastores necesitan tener habilidades en el aconsejamiento a los dolientes, aun cuando la sociedad esté llena de consejeros de toda clase. En una primera instancia, las personas irán al pastor en busca de ayuda, antes de ir a golpear la puerta de otra clase de tratamiento.[2] A veces, el pastor será a la única persona a la que recurrirán.

Pero la competencia pastoral no depende solo de la preparación académica, sino también del conocimiento de las personas. La visitación pastoral revela muchas cosas acerca de los miembros, que determinan la clase de apoyo que les vamos a dar en situaciones de duelo. Los pastores que no practican la visitación pastoral son como médicos que tratan a sus pacientes sin conocer su historia clínica.

Definición de conceptos

En primer lugar, vamos a comprender lo que significa el cuidado del doliente. Therese Rando describe el cuidado del doliente como una serie de procesos, en lugar de tareas o resultados. “Cuando son comparados con las tareas, ellos [los procesos de la atención del dolor] ofrecen al consejero una respuesta más inmediata, la habilidad de intervenir más rápida y apropiadamente, los objetivos específicos para la intervención y una mejor valoración de la experiencia real del deudo”.[3]

He usado el proceso de Rando como modelo con el cual comparar la experiencia actual del doliente y, así, determinar su progreso en el área en la que está estancado. A continuación, aparece una versión parafraseada del proceso de Rando:

  1. Admitir que la pérdida es real e intentar comprender cómo sucedió.
  2. Dar lugar a toda la experiencia de dolor, y hablar acerca de las pérdidas mayores y las secundarias.
  3. Pensar en el vínculo relacional, y repasar recuerdos positivos y negativos.
  4. Admitir que ya no es posible la relación física y escribir un nuevo capítulo en la vida.
  5. Permitirse tener una relación de recuerdos.
  6. Desarrollar nuevos planes que no incluyan la relación perdida.

Puede reconocer fácilmente que determinada persona se está ajustando bien a una pérdida. Todos los creyentes que perdieron un ser amado deberían tener frecuentes contactos con la familia y los amigos, luego de la muerte. Después de que murió nuestro hijo de 22 años, en 1980, la mayoría de mis colegas asumió que estaba reaccionando bien, porque durante años había conducido grupos de apoyo, antes de su muerte. No veían los conflictos que bullían en mi interior. Un día, estaba visitando a un moribundo de 22 años en la unidad de terapia intensiva del hospital del que era capellán. La tristeza inundó mi corazón y las lágrimas rodaron, pero mantuve la compostura hasta que la muerte se consumó. Entonces, dejé el cuarto, salí del hospital y me quedé apoyado en una columna. Sin recriminarme, la jefa de enfermeras se aproximó y juntó sus lágrimas a las mías. Hasta intenté demostrar entereza, pero ella percibió mi dolor. A partir de aquel día, ella se convirtió en una fuente de cura que me habilitó para trabajar eficazmente en la unidad de terapia intensiva por muchos años más.

Sencillamente, escuche

Cuando se me pregunta por el trabajo con los dolientes, respondo: “Escucho, escucho y escucho”. Escuche sin interrumpir con consejos, ni intente apartar el dolor. El dolor se suaviza cuando la persona puede expresarse con libertad. En estos últimos treinta años, he escuchado a personas expresar sus heridas sin intentar solucionar su dolor. Muchísimas veces me han respondido: “Muchas gracias por escuchar. Ahora me siento mejor”. Otra respuesta común es: “Es muy bueno saber que lo que siento es normal y que no estoy enloqueciendo”. Los pastores tampoco necesitan asumir el papel de defensores de Dios o responder a las preguntas acerca de las razones del sufrimiento. Las personas no esperan respuestas; sencillamente quieren expresar su angustia y su ansiedad.

En cierta ocasión, juntamente con un profesor de Nuevo Testamento, dicté algunas charlas en un congreso de la Sociedad Norteamericana de Cáncer. Me dijo que casi había cancelado el compromiso de hablar en aquel encuentro, porque su esposa había muerto de cáncer tres meses antes. Durante todo es tiempo, se preguntaba por las razones de ese hecho. Dijo: “Busqué en la Biblia, de tapa a tapa, una respuesta para ese hecho, pero no la encontré. Si hubiera una respuesta, la habría encontrado. A fin de cuentas, soy profesor de Nuevo Testamento. Finalmente, llegué a la conclusión de que la Biblia no fue escrita para responder esta pregunta. Fue escrita para enseñarnos cómo podemos salir de la suciedad en que estamos metidos. Pero, en mi búsqueda, me encontré con preguntas a las que encontré respuestas: A Dios ¿le interesa mi sufrimiento? ¿Qué está haciendo para aliviarlo? ¿Qué hizo ya? ¿Qué hará? La Biblia responde a estas preguntas, y las respuestas que da me transmiten seguridad”.

Pienso en ese profesor amigo todas las veces que una persona doliente se sienta frente a mí y me pregunta. “¿Por qué?” Quiere libertad para preguntar sin ser juzgada ni condenada.

Cambiar el foco

Al comienzo del duelo, muchas personas se centran casi exclusivamente en la enfermedad, el accidente o la forma de muerte que le dio origen. Lo repiten muchas veces. Este proceso es importante, porque ayuda a admitir que la pérdida realmente sucedió. Pero, llega el momento en que necesitan dejar de centrarse en la forma en que ocurrió la pérdida, para comenzar a focalizarse en la relación. La relación debe ser analizada parte por parte, no como un todo. Necesitan admitir que ninguna parte puede ser considerada simultáneamente. Luego de un tiempo, este ejercicio las lleva de una relación de presencia a una relación de recuerdo. Este proceso no puede ser apresurado; lleva tiempo.

Algunas personas encuentran ayuda al crear un memorial de su ser querido. Por eso, a veces vemos cruces o flores al costado de una ruta, en el lugar en que ocurrió algún accidente. En ciertos lugares, algunas personas en duelo acostumbran dar ofrendas para un fondo memorial en la iglesia. En este caso, los pastores deben preguntar a la familia de qué manera desean que se use esa ofrenda.

Frecuentemente, escucho que las personas le dicen a un doliente: “Ya pasó un año desde que sucedió. Ya deberías haber superado esa pérdida”. Pero, el mero paso del tiempo no puede ser considerado el mejor indicador para el ajuste a esa nueva situación. Es necesario actuar. El pastor vela para confirmar y expresar esperanza en el progreso de la recuperación experimentada por la persona.

Lecciones esenciales

Una de las mayores recompensas del aconsejamiento pastoral ocurre cuando las personas escogen actuar evaluando sus cualidades personales y trazando planes para utilizar esas cualidades. Cuando muestran interés en avanzar, están demostrando que avanzan rápidamente hacia el sanamiento. Habrá ocasiones en que el hermano doliente se estancará en alguna parte del proceso de ajustamiento. En estos casos, el pastor necesita observar si puede continuar ayudando o si lo deriva a un psicólogo.

Cuando trabajé como capellán, un médico me invitó a acompañar a un paciente que iba a examinar. Después de analizar varios métodos de diagnóstico, dijo: “Los resultados de los exámenes de laboratorio son indispensables para dar un diagnóstico, pero el instrumento esencial es el oído del médico. En el acto de escuchar, encontramos vestigios que nos habilitan para hacer las preguntas correctas”.

El trabajo con los médicos, en la atención de personas que enfrentan alguna clase de sufrimiento, me enseñó tres lecciones importantes: escuchar, observar y hacer las preguntas correctas. Una cuarta lección aprendí de los profesionales de la salud mental: cuando una situación está más allá de su especialidad, no dude en derivar a la persona a otro profesional que pueda ayudarla. Estas cuatro lecciones son esenciales para el ministerio pastoral en favor de los dolientes.

Escuchar y observar

La naturaleza del dolor puede ser afectada por muchos eventos y circunstancias, entre los cuales enumero los siguientes:

  • Pérdidas recientes y múltiples.
  • Divorcio indeseado.
  • La historia de enfermedad mental.
  • Relación problemática con la persona perdida.
  • Red de apoyo insuficiente.
  • Fuerte dependencia de la persona perdida.
  • Falta de control emocional: dificultad para expresar los sentimientos.
  • Pérdida que podría haber sido evitada.
  • Pérdida seguida de una enfermedad prolongada.
  • Pérdida súbita, inesperada.
  • Colapso del núcleo familiar (padre, madre e hijos solteros).
  • Muerte violenta o traumática.
  • Muerte de un hijo (antigua o reciente).
  • Legado familiar de estoicismo.
  • Culpa por la pérdida.

Algunos de estos indicadores pueden señalar que la persona enlutada puede tener dificultades para adaptarse a la pérdida recientemente sufrida. Por eso, es importante encontrarse regularmente con ella. Necesito saber que el cambio sigue en marcha en el proceso de recuperación de la herida, independientemente de su velocidad. Las sesiones regulares de apoyo previenen que las personas permitan que el dolor controle su vida. No controlar los sentimientos y ponerse a merced del dolor son actitudes que llevan a la desesperación. Permitir que la angustia siga su curso indiscriminadamente hace que el sufrimiento nunca tenga fin.

Enfrentar el problema

Luego de observar ese miedo y resignación, desarrollé un abordaje que ha ayudado a muchos dolientes. Este abordaje tipo “enfrente su problema ha sido fundamental en la prevención de las complicaciones en el duelo. La persona doliente puede ser animada a adaptar las siguientes sugerencias, tomando en cuenta las diferencias personales.

  • Cada día, dedique tiempo para quedar a solas en un lugar específico. Tenga papel y lápiz a mano.
  • Escriba sus recuerdos relacionados con ese lugar. Si escribir no es su especialidad, escoja un lugar en el que pueda hablar solo en voz alta.
  • Recapitule solo un recuerdo por vez. Escriba o hable acerca de lo que significa ese recuerdo. Escriba o hable de cómo se siente no poder experimentarlo nuevamente.
  • Escriba o diga una corta despedida que acostumbraba realizar, pero que ahora ya no puede hacerlo. Repita esa despedida hasta calmar las emociones fuertes.
  • Al día siguiente, siempre repita la despedida hecha el día anterior, y luego prosiga con otra parte de los recuerdos.
  • Continúe ese proceso hasta que sienta que la relación física pasó a ser una relación de recuerdos.
  • Recuerde que no está dirigiendo la despedida a la persona ni a ninguno de sus recuerdos. Está diciéndola para acostumbrarse a que ya no está. Gradualmente, eso traerá a luz los recuerdos que trata de evitar. Se convertirán en recuerdos dulces y no dolorosos.

Cierto día, un hombre me contó la historia de un pescador que había perdido a su esposa. La hija de ese pescador expuso la preocupación de que no había sufrido mucho, porque no mencionaba el tema ni lloraba. Siempre que era abordado, respondía: “No te preocupes por mí. Entro en el barco, navego, y cuando ya no puedo ver tierra, hablo, lloro y grito”. A su manera, estaba asumiendo el problema.

La clave es encontrar esa manera. Muchas personas creen que escribir es el mejor camino. Otros buscan distintas formas de abordaje. Cada persona sufre de manera diferente; por lo tanto, existen muchas formas de encarar el sufrimiento. El punto fundamental es que las personas deben hacer algo al respecto, en lugar de dejarse sorprender por cada ola de tristeza.

Considerando que la recuperación de cada pequeño recuerdo requiere tiempo, habrá ocasiones en que algo traerá a la superficie algún recuerdo no procesado de la relación. Therese Rando lo llama irrupción temporaria y subsecuente del duelo.[4] No significa que haya ajustes, sino que esta parte de los recuerdos necesita ser procesado. Necesitamos hablar acerca de esto con las personas, para que no sean sorprendidas.

Dos años después de la esposa de Ron, este fue invitado a un evento en una institución militar. Una señora comenzó a conversar con él, de tal manera que le hizo recordar a su esposa, años atrás, en la misma situación, y él no pudo contener el llanto.

Interrogado por la señora acerca de la razón del llanto, explicó la causa de sus lágrimas. La señora dijo: “No se preocupe, continúe llorando”. Ron se había adaptado a la vida sin su esposa, pero el encuentro con otra mujer en una circunstancia que le hizo recordar a su esposa lo llevó a un recuerdo no procesado.

Preguntas apropiadas

Durante el proceso de aconsejamiento a una madre en duelo, noté sus lágrimas, cuando ella mencionó la muerte de su hija por causa de las drogas. Imaginando que sentía alguna responsabilidad por lo que sucedió, le pregunté: “¿Cree que su estilo de vida haya tenido que ver con la muerte de ella?” Ella sencillamente respondió que los dos habíamos acabado de descubrir la clave de su sufrimiento.

Otra mujer sufría por causa de la muerte de su hijo en un accidente automovilístico. Su marido conducía el automóvil y perdió el control sobre el piso mojado. Después de escucharla por veinte minutos, pregunté: “¿A quién culpa por el accidente?” Inmediatamente, señaló a su esposo, afirmando que siempre conducía muy rápido. El accidente había sucedido seis meses antes, y ella todavía no le había dicho nada a su esposo. También me dijo que su matrimonio se estaba yendo fuera de control. Todo eso salió a la luz en respuesta a una pregunta.

Frecuentemente, pregunto: “¿Cómo está su vida ahora, después de la pérdida?” Eso siempre lleva a las pérdidas secundarias, que deben ser procesadas junto con las primarias. No poder identificar las pérdidas secundarias ni hacer un duelo por ellas puede ser una de las causas del agravamiento de la angustia. Pero hacer las preguntas correctas viene como resultado de escuchar y observar.

El momento de ver al especialista

Algunos pastores prefieren derivar a un especialista cuando tienen la certeza de que se agravó el revés, pero eso no es sencillo. Therese Rando afirma: “La línea divisoria entre el duelo sano y el estancado no es clara, y puede cambiar constantemente. Este cambio no solo se debe a los avances en la recolección de los datos en esta área, sino también al hecho de que no se puede determinar que exista alguna anormalidad sin tomar en cuenta los factores que influyen en la respuesta a la pérdida Las reacciones a la pérdida solo pueden ser interpretadas en el contexto de los factores relacionados con esa pérdida particular para un doliente en particular, en las circunstancias particulares que ocurrió”.[5]

La simple observación de las reacciones al sufrimiento no determina de manera confiable su gravedad. El pastor necesita contemplar el pesar como un proceso de cambio, del desequilibrio a la restauración del equilibrio y del propósito para la vida. Si hay una demora o una distorsión en este proceso, el problema se puede agravar.

Cuando sospecho que una persona se estancó en algún punto de ese trayecto, converso con ella. Normalmente, las personas sienten cuando están estancadas. Entonces, podemos identificar el obstáculo y determinar si es necesario buscar ayuda especializada. Los pastores deben informar al doliente acerca de los beneficios de esa ayuda, sin olvidarse de asegurarles la continuidad de la ayuda espiritual. La persona jamás debe sentirse abandonada.

Por otro lado, recomendarle a un miembro de iglesia un psicólogo o un psiquiatra exige ciertos cuidados. Por eso, los pastores deben tener una lista de nombres confiables. Un buen especialista no debería tener problema en responder sus preguntas. A continuación aparecen algunas que puede hacer:

  • ¿Qué clase de clientes prefiere?
  • ¿Recibió entrenamientos para aconsejar en casos graves?
  • ¿Cuál es su abordaje durante el aconsejamiento?
  • ¿Cuánto tiempo dedica normalmente a los pacientes?
  • ¿Qué estudios tiene? ¿Está matriculado o tiene alguna clase de credencial?
  • Describa su visión acerca de la relación entre la religión y la salud mental.
  • ¿Se siente incómodo con el hecho de que el pastor continúe asistiendo a su cliente durante el tiempo que esté en tratamiento?

Si cumple los requisitos, haga los arreglos para el tratamiento. Informe al consejero acerca de las razones por las que recomienda el paciente. Solicite que mantenga contacto con usted. En caso de que el paciente desee que lo acompañe en el primer encuentro, dígaselo al profesional y garantice su presencia.

El apoyo del pastor y de los demás miembros de la congregación facilita la vida de quien atraviesa por el proceso de duelo y sufrimiento. Esta es la actividad más recompensante de mi ministerio. Mi oración es que esa también sea su experiencia.

Sobre el autor: Pastor jubilado, reside en Gentry, Arkansas, Estados Unidos.


Referencias

[1] Andrew Black Wood, The Funeral (Philadelphia: Westminster, 1942).

[2] William Miller y Kathleen A. Jackson, Practical Psychology for Pastors (Englewood Cliffs, NY: Prentice Hall, 1995), p. 2.

[3] Therese Rando, Treatment of Complicated Mourning (Champaign, IL. Research Press, 1993), p. 44.

[4] Ibid.

[5] Ibíd., p.12.