Hace poco tiempo, mientras leía un libro sobre liderazgo, un subtítulo me llamó la atención: “Lo que hace que un líder sea un líder”. A partir de la lectura de aquel fragmento del libro, fui llevado a reflexionar sobre lo que hace de nosotros líderes en la iglesia de Dios.
Considerando las ponderaciones del autor, comencé a pensar en los grandes hombres del Relato Sagrado y, en un ejercicio de reflexión, me detuve para extraer de la historia del mayor líder de la iglesia apostólica algunas lecciones que pueden servir para que volvamos a pensar nuestro liderazgo ministerial.
Un breve análisis de la vida y el ministerio del apóstol Pablo apunta a las tres cualidades básicas que identifican a un líder en la causa de Dios. La experiencia de este hombre del Señor ilustra esas cualidades y nos ayuda a evaluar para saber si, de hecho, estamos aptos para estar al frente de esta comunidad de fe que desea prepararse para habitar en el cielo.
En primer lugar, el líder necesita identificar el llamado de Dios. Para el apóstol Pablo, esa fue una experiencia que lo marcó para toda su vida, que involucró un encuentro personal con el Cristo resucitado en el camino hacia Damasco. Al comisionar a Ananías para la tarea de restaurar la visión de su nuevo apóstol, Jesús declaró que aquel hombre era para él “un instrumento elegido” para cumplir la misión. Somos siervos al servicio del Señor, elegidos para proclamar su nombre, aunque eso implique
sufrimiento. Por ese motivo, el apóstol de la gracia sufrió de diferentes maneras y, a pesar de eso, pudo decir: “Yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Cor. 12:15). Como pastores y líderes, ¿estamos preparados para repetir esta afirmación, con base en la certeza de nuestro llamado?
La segunda cualidad encontrada en un líder cristiano es la manifestación de un carácter semejante al de Cristo. El apóstol Pablo exhortó valientemente a los cristianos de la ciudad de Corinto cuando dijo: “Sean imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11:1). Lejos de ser una afirmación pretenciosa, es un desafío para que los fieles perfeccionen el carácter de tal manera que se transformen en practicantes de la abnegación y el amor que Jesús mostró en su ministerio. Como líderes, no podemos dejar de lado la responsabilidad de ser ejemplos “en la palabra, en el procedimiento, en el amor, en la fe, en la pureza”. Matthew Henry dice, con razón, que “un predicador puede pronunciar con osadía y autoridad sus amonestaciones cuando las puede reforzar con su propio ejemplo”. Como ministros, ¿tenemos autoridad para exhortar a los miembros de nuestras iglesias para que sean nuestros imitadores, como nosotros lo estamos siendo de Cristo?
El último punto que caracteriza a un líder cristiano es la aptitud funcional que lo capacita para liderar. El currículum del apóstol Pablo lo recomendaba para los más altos escalones del fariseísmo de la época. Cuando se transformó en cristiano, él aplicó todo su conocimiento para que el evangelio fuese predicado al mayor número de
personas. Incluso estando encarcelado, el apóstol erudito mantenía la preocupación de continuar creciendo intelectualmente (2 Tim. 4:13). Él exhortó a Timoteo para que manejara bien “la palabra de la verdad” y para que profundizara su conocimiento en las “sagradas letras” que nos hacen sabios para la salvación. Reflexionando sobre ese concepto, Elena de White escribió: “Un ministro no debe nunca pensar que aprendió lo suficiente y que puede cejar en sus esfuerzos. Su educación debe continuar toda la vida” (Obreros evangélicos, p. 98). ¿Estamos nosotros, como líderes, creciendo en aptitud para servir mejor a la iglesia?
Tal vez al evaluar esas tres características alguien haya percibido que está en falta en relación con algunas de ellas. Es posible que también haya quien ya no tenga tanta seguridad en relación con su llamado como la tenía cuando decidió abandonar todo y entregarse a la misión. Otro puede concluir que su carácter está muy lejos de asemejarse al amoroso carácter de Cristo o que le están decididamente faltando las cualidades que requiere un pastor para estar al frente del rebaño. Si tú te sentiste así al leer este texto, recuerda las palabras del mismo apóstol Pablo al desanimado líder Timoteo: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Tim. 1:6). No nos dejemos desanimar por aquello que puede ser un desafío en nuestro liderazgo. Siempre es tiempo de repensar nuestro ministerio, y decidir hacerlo mejor.
Sobre el autor: director de Ministerio Adventista, edición de la CPB.