“Siempre hay una tarea para cada uno de nosotros en algún lugar. Mi gran temor es no poder realizar todo el trabajo que todavía me espera”.

La falta de glamour de los grandes centros, en una época y región en que la comunicación era precaria, además de la existencia de peligros y otras dificultades, jamás intimidaron al pastor Natércio Uchôa, al desempeñar su ministerio en el exuberante interior del Amazonas, Rep. del Brasil. Surcando ríos con una de las lanchas Luzeiro, llevó alivio y sanidad material y espiritual a las poblaciones ribereñas, y alcanzó comunidades indígenas con el mensaje del amor de Dios.

Natércio realizó el curso teológico de verano, y recibió el título de Bachiller honoris causa en Teología por la Facultad Adventista de Bahía, en el Brasil. Está casado con Francisca Uchôa, y tiene tres hijos: Noedson, Naidson y Nildson (pastor), y dos nietas: Natália y Júlia.

Actualmente, casi en el final de su ministerio institucional, trabaja como asesor en el departamento de Administración de la Asociación Central del Amazonas, manteniendo la misma pasión misionera que le proporcionó ricas experiencias, que ha compartido en esta entrevista.

Ministerio: ¿Cuándo y de qué manera comprendió que debía ser pastor?

Natércio: Desde que era niño, siempre escuchaba a mi padre decir que yo sería pastor. Pero no sabía mucho lo que implicaba porque donde vivíamos casi no veíamos al pastor. Cuando Dios nos llama, él muestra los medios, nos coloca ante situaciones en que podemos discernir su llamado y nos capacita. En mi caso, no hubo una circunstancia específica, sino varias situaciones que me condujeron a la vocación pastoral.

Ministerio: ¿Cuál fue su primer lugar de trabajo y en qué condiciones lo desarrolló?

Natércio: Mi primer lugar de trabajo fue en Manaos, en el barrio Compensa, como obrero bíblico del distrito de la iglesia central. Pero, en el segundo año de trabajo, llegó el primer gran desafío: asumir el distrito de Maués, que era el mayor de la entonces Misión Central Amazonas. Tenía 31 congregaciones y fue la cuna del adventismo en ese Estado. En aquella ocasión, no entendía nada de enfermería, y por eso enviaron a una pareja de enfermeros, para ayudar en el trabajo con las lanchas. La iglesia enfrentaba serios desafíos internos. En el primer día de trabajo, reuní a los más de cuatrocientos miembros y les pregunté cuál era el mayor desafío de la iglesia. Un hermano se levantó y respondió: “Un pastor”. Quedé perplejo, porque era apenas un instructor bíblico y la situación exigía de mí una experiencia que no poseía entonces. Después de esa reunión, el enfermero y yo pasamos la noche entera en vigilia, pidiendo a Dios que me ayudara y me indicara qué debía hacer ante esa situación. A las cuatro de la mañana, Dios me impresionó para que visitara a todos los miembros de casa en casa, comenzando por la casa del hermano que había hablado en la reunión. Cuando lo visité, conversamos extensamente, oramos, nos abrazamos, y tuve en aquel hermano un apoyo muy fuerte durante los dos años que permanecí allí. Se establecieron tres iglesias y se bautizaron unas cuatrocientas personas. Desarrollé mi trabajo en medio de muchas dificultades, que fueron superadas con mucha oración, estudio de la Palabra y determinación. Entiendo que la oración sin acción es un “evangelio manco”. Es necesario tener confianza en Dios y certeza de que la causa es de él. Estando al frente, podemos avanzar con la garantía del éxito.

Ministerio: ¿Cómo fue su experiencia trabajando en lanchas por los ríos del Amazonas?

Natércio: Trabajé en las lanchas Luzeiro durante 18 años, actuando en áreas de odontología, enfermería, asistencia social, asumiendo el papel de comandante y, a veces, también de piloto. Se realizaron más de veinte mil extracciones dentales, porque en aquella época no había medios para restaurar los dientes. Entonces comprendí cuán importante y recompensador es ser útil a las personas. Siempre que llegábamos a las comunidades, los barrancos estaban llenos de personas que nos esperaban porque sabían que los íbamos a ayudar, tanto en el área física como en la espiritual. Recuerdo que cierto día llegamos a una comunidad y un hombre que tenía una gran herida en la pierna vino a pedir ayuda. En ese momento, ya no nos quedaba el medicamento adecuado para su problema, dado que estábamos al final del viaje y casi no nos quedaban medicinas; todo lo que teníamos era una pomada (vaselina), casi sin propiedades terapéuticas. No sabíamos qué hacer en esa situación. Entonces, le enseñé a lavar la herida con agua tibia y jabón, aconsejándole que usara la pomada después de lavarse. Después de algún tiempo, volvimos a esa comunidad y el hombre estaba curado. Sencillamente, por causa de muchos otros casos como este comenzaría todo de nuevo, si fuera necesario.

Ministerio: Un trabajo de este tipo exigía largos viajes. ¿Cómo atendía a su familia?

Natércio: Mi tercer llamado fue para trabajar en el distrito de Carauari, mi ciudad natal; allí permanecí durante ocho años. En ese distrito, las dificultades que hemos encontrado fueron muchas y muy serias. La más dolorosa de todas fue la distancia de la familia, además del aislamiento. En esa época, mi hijo mayor tenía cuatro años. Mi esposa se quedaba en casa con los niños, y yo salía a cumplir con el itinerario. Cada viaje para atender el distrito duraba aproximadamente 120 días, en una época en que no existían las facilidades de comunicación que tenemos hoy. Mi esposa siempre fue, y lo continúa siendo, mi brazo derecho durante todo mi ministerio. Sin el apoyo que ella me brinda incondicionalmente, jamás habría conseguido hacer algo. En los momentos más difíciles, ella permaneció a mi lado. Sé perfectamente que Dios la puso en mi camino. Desde el comienzo, ella aceptó altruistamente el llamado, y eso fue decisivo. Cierto día, en uno de los viajes, nuestro hijo mayor cayó del barco y yo no estaba presente. Mi esposa se desesperó. Después de dos horas de aflicción, un hombre en una canoa se acercó al barco y nos entregó a nuestro hijo. Dios lo salvó, recompensando la fe demostrada por mi esposa. Todo lo que hemos dado al Señor es mínimo, en relación con lo mejor que él nos ha dado como familia, en términos de cuidado, protección y otras bendiciones.

Ministerio: ¿Cómo era la rutina diaria del trabajo en las lanchas?

Natércio: Las actividades comenzaban temprano. Me despertaba a las cinco de la mañana, tenía mis momentos devocionales, tomaba mi desayuno y esterilizaba los instrumentos. Después, hacía la ficha de las personas que serían atendidas en el área de la odontología. A veces, el trabajo comenzaba a las 8 y terminaba a las 13. El almuerzo era rápido, porque luego atendíamos a las personas que esperaban la consulta médica. Cuando terminábamos esas actividades, continuábamos con la atención espiritual, con reuniones de adoración y de evangelización. Cierto día, después de haber atendido a las personas durante la mañana, nos dirigimos hacia otro lugar de predicación. En el trayecto, el río fluía rápidamente, y la pequeña canoa se inundó; se mojaron todos los equipamientos y las pocas ropas que llevaba. De igual manera, llegamos a destino. Esa noche, hacía mucho frío y no tenía ropa seca para cambiarme. Extraje dientes hasta las 23 y dormí en una red mojada, pues no había otro lugar para descansar. A las tres de la madrugada, percibí que mis piernas no se movían y grité, pidiendo auxilio. Cuando las personas llegaron a ayudarme, vi que mi cuerpo estaba lleno de ronchas rojas. Una señora me hizo masajes con aceite caliente en el cuerpo; enseguida me llevaron cerca de una hoguera. Aproximadamente a las 7 pude orinar, pero la orina estaba muy roja. Volví a la lancha y tomé la medicación necesaria para los riñones. Dios me ayudó en la recuperación y continué mi viaje.

Ministerio: ¿De qué manera conciliaba la atención médica con el trabajo de evangelización y la implantación del mensaje adventista en nuevos lugares?

Natércio: En verdad, ese era un desafío que enfrentábamos. Cada región tiene sus dificultades, pero si nos ponemos en las manos de Dios, él nos ayuda a superarlas. Trabajar con indígenas fue una experiencia inolvidable. El Pr. Luiz Nunes, que en aquella época era evangelista de la Unión Norte Brasileña, lanzó un desafío para que alcanzáramos a pueblos indígenas; acepté inmediatamente el desafío. Con la tribu Danís fue un poco más fácil, pero los Canamarís ofrecieron mayor resistencia; los visité cuatro veces, sin éxito. El hermano Vicente Taveira, la primera persona a la que bauticé, era en aquella época el traductor de esa tribu. Sin percibir ninguna respuesta por parte de los aborígenes, hablé con el hermano Taveira acerca del poco éxito alcanzado en el abordaje de ese grupo. Entonces me respondió: “Quizá sea por su vestimenta”. Entonces; comencé a predicar en bermudas, descalzo y sin camisa. A partir de entonces, se abrió la puerta al mensaje del amor de Jesús en aquellos corazones. Finalmente, se bautizaron casi cien nativos. Era necesario contextualizar nuestro lenguaje y las prácticas, a fin de poder inculcar en ellos los principios cristianos. Por ejemplo, en aquella ocasión ellos no conocían el dinero, y no entendían la dinámica de los diezmos y las ofrendas. Les enseñé que, de cada diez días trabajados, un día pertenecía a Dios y debía ser reservado para él. Así, todas las veces que llegaba, ellos habían separado el fruto del décimo día. El producto era comercializado en la ciudad, y el resultado era llevado a las oficinas de la Misión.

Ministerio: Cuéntenos de alguna experiencia que lo haya marcado en su trabajo.

Natércio: En cierta ocasión, al final de un trayecto por el río Keroã, aproximadamente a las 19, vi la luz de una linterna que señalaba hacia nuestra lancha: se trataba de una mujer que pedía auxilio para su esposo, que estaba muriendo. Entramos en la casa y, ya al término del viaje, no nos quedaban medicinas. De igual manera, se les prestaron los primeros auxilios. Estaba con fiebre muy alta, tenía el cuerpo hinchado y prácticamente en putrefacción desde hacía cuarenta días. De acuerdo con el relato de su esposa, él había recibido una inyección y, desde entonces, se encontraba en esas condiciones. Cuando amaneció el día, hice dos cortes en sus costillas y en sus brazos, y drené muchas impurezas. Llegué a pensar que no sobreviviría. Propuse llevarlo a la ciudad más cercana, en un viaje de tres días, pero la familia no aceptó porque el hombre quería morir en su casa. Después de curarlo, orientamos a su esposa para que ella misma hiciera las curaciones, y se le recetó un medicamento vía oral. Dije a la mujer que el medicamente más eficaz, en ese caso, era la presencia de Dios en la vida de aquel hombre y de su familia. Oré y nos despedimos. Algunos meses después, al pasar por ese lugar, pregunté por el Sr. João Esaú. La esposa, sencillamente, señaló en dirección del monte. Allí estaba su esposo, cortando algunos árboles. Fui a su encuentro, nos abrazamos y le pedí que se bautizara. En ese mismo día, él y otros cinco miembros de su familia recibieron el bautismo. João Esaú quedó con cicatrices y tiene una parte del cuerpo reseca. Pero su vida y la de su familia fueron restauradas por el Espíritu Santo.

Ministerio: ¿Cuáles son sus planes de vida pastoral?

Natércio: Estoy cerca de la jubilación, pero no pretendo dejar de trabajar para Dios. Hoy, el trabajo está limitado a acciones esporádicas en los alrededores de Manaos, en tres lanchas. Pero construí un barco, con recursos propios, y mi plan es viajar visitando los pueblos ribereños, instalando iglesias en lugares sin presencia adventista y conquistar más personas para Cristo. El trabajo pastoral es interminable. Aun cuando tenga la certeza de que, dentro de mis limitaciones humanas, hice lo mejor, también sé que todavía hay mucho por hacer. Este es el trabajo que Dios me dio. Mientras viva, continuaré haciendo esto.

Ministerio: ¿Qué mensaje le gustaría dejar a los lectores de la revista?

Natércio: Es importante tener en mente que el pastor existe para servir, y siempre hay personas que necesitan ser atendidas. Siempre hay una tarea para cada uno de nosotros en algún lugar. Mi gran temor es no poder realizar todo el trabajo que todavía me espera. Fuimos llamados al trabajo más importante del mundo; es un trabajo de alcances eternos. Por eso, necesitamos vivir en comunión con Dios, aprendiendo diariamente de Cristo, nuestro supremo Pastor. Amando a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo de la manera en que Jesús nos ama, cumpliremos con éxito nuestra vocación.

Sobre el autor: Director de la revista Ministerio, edición de la CPB.