¿Muestra la evaluación de nuestra fe personal que ésta produjo una vida que puede ser caracterizada como “saludable” e “integral”? Las cuatro preguntas sugeridas en este artículo le ayudarán a contestar la primera.

Los adventistas del séptimo día enseñan que los principios de la buena salud mental y los sólidos principios religiosos van de la mano. En Tito 1:9, el hombre de Dios apela a un ministerio que presente la “sana enseñanza”. El texto original está correctamente traducido como “completa” enseñanza o “dadora de salud”, esto es, la enseñanza que llega a ser total y produce salud. Por consiguiente, parece tanto razonable como provechoso explorar una afirmación de la doctrina desde el punto de vista de la salud mental. Es el propósito de este artículo animar al lector a intentar una evaluación de sus creencias personales, su interpretación privada de la doctrina desde la perspectiva pragmática de la experiencia personal, y hacerse la pregunta: “Mi fe personal, cuando es puesta en práctica, ¿produce una vida que puede ser caracterizada como ‘saludable’ e ‘integral’?”

William Glasser ha destacado que las dos necesidades básicas de la personalidad del hombre son la dignidad propia y el amor.[1] Cada persona, insiste, debe poseer un fuerte sentido de su propia dignidad y experimentar una adecuada porción de amor para ser una persona saludable. Howard Clinebell reduce a una estas dos necesidades humanas básicas cuando sugiere que el primer factor es el amor responsable en -por lo menos- una relación confiable.[2] Todas las otras necesidades personales, declara él, son derivadas de esta necesidad básica de interacción responsable y amante.

La psicología de Jesús se destaca como adecuado resumen cuando reduce la plenitud de la ley de Dios a esa única palabra, amor. Al responder a la pregunta concerniente al “gran mandamiento”, El resume las dimensiones de la salud mental señalando la necesidad de amor dirigido hacia Dios en forma suprema, hacia sí mismo y hacia el mundo de gente en el que vivimos (Mat. 22:35-40). Por naturaleza, el hombre necesita amar y ser amado a fin de experimentar salud y plenitud. Elena G. de White apoya esto cuando invita al “amor mutuo” y a “soportarse uno a otro”,[3] y hace notar que Dios “pidió que los hombres obedecieran sus mandamientos… porque son para la salud y la vida de todos los seres humanos”.[4] Isaías destaca esta relación entre hacer bien y obtener salud, o plenitud (Isa. 58:6-8), y Cristo presenta continuamente la inseparable relación entre guardar los mandamientos y el amor (Juan 14:15; 15:10, 17).

El término “salud mental” tiene dos dimensiones, y en el sentido cristiano ambas están encapsuladas en el concepto de una correcta relación con Dios, o justificación por la fe. La salud mental indica la habilidad de una persona para relacionarse en forma realista y responsable consigo misma y con su propio mundo. La persona responsable tiene capacidad de respuesta, es capaz de responder a las demandas de la vida en formas que apuntan a la plenitud, a la integración; tiende a ser una persona de integridad y a poseer la característica de la aceptación propia. Cuando Glasser indica que la estima propia es una necesidad básica de la personalidad, está destacando la necesidad de una saludable aceptación propia como prerrequisito para bajar la guardia y darse a sí mismo en amor.

La antítesis de la salud mental tiende a ser caracterizada por una relación destructiva y que niega la realidad del mundo propio, apuntando a la fragmentación e irresponsabilidad. La alienación se experimenta en cada dimensión de la experiencia. A causa de que la persona irresponsable se ha comportado en forma contraria a esta naturaleza dada por Dios, al responder sin amor, experimenta una fragmentación interior y se encuentra en guerra consigo mismo; se siente amenazado, ansioso, en contra de sí mismo; sufre de una declinación del sentido de estima propia. Tratando de compensar ese déficit de auto-estima, se inclina hacia un creciente egoísmo, usando a las personas como cosas y manipulando su mundo a fin de obtener la ventaja que demanda, sin pensar en el costo o las consecuencias. De esta forma, el círculo vicioso de la alienación continúa. La alienación es tanto interior como entre él mismo y su mundo.

Alguno ha bromeado con la idea de que “todos somos un poco neuróticos”. Todos somos una mezcla de los elementos creativos y destructivos; los reconciliantes y los alienantes, y el grado en el cual uno se inclina hacia estos últimos es el grado en el cual es neurótico. ¿Nos recuerda al apóstol Pablo? “¡Todos somos pecadores!” Hay una guerra interior.

Eric Fromm, en su discusión sobre psicoanálisis y religión, propone como el ideal de la psicoterapia capacitar a la persona para “vivir el amor y pensar la verdad”.[5] Vivir el amor y pensar la verdad van de la mano, porque lo primero depende de lo segundo en la misma forma en que el amor que no es mero sentimentalismo involucra una apreciación realista de la vida.[6] Esto sugiere entonces que la misión primaria de la iglesia es proveer el modelo, el clima, el molde para expresar amor responsable y buscar la verdad.

¿Es inevitable que las enseñanzas de la iglesia, como se experimentan en las menudencias del diario vivir, resulten en una vida que puede ser caracterizada como creativa, integral, reconciliadora -la “vida abundante” de Jesús? Al buscar una respuesta a esta pregunta, me gustaría sugerir que usted se haga a sí mismo cuatro preguntas interdependientes que han demostrado su utilidad al separar la religión saludable de la no saludable.[7]

Pregunta 1: Mi comprensión y práctica de la doctrina religiosa, ¿tiende a edificar puentes o barreras entre yo mismo y otros?

Wayne Oates escribe: “En esencia… la religión saludable une a la gente”. Luego sigue destacando que, sin embargo, logra esto “en forma tal que su individualidad es capacitada tanto para sentirse realizado como para consagrarse a la comunidad total… a la cual pertenece. Esto es religión con relaciones de madurez y responsabilidad”.[8]

Si el sentido propio de identidad religiosa, cuando se lo vive en la comunidad, tiende a expresar un exclusivismo que niega la universalidad del interés de Dios, entonces el espíritu mismo del amor cristiano descripto en 1 Corintios 13 ha sido negado.

Pregunta 2: Mi comprensión y práctica de la doctrina religiosa, ¿tiende a estimular u obstaculizar el crecimiento de la libertad interior y la responsabilidad personal?

Hay otras preguntas que se relacionan estrechamente: ¿Produce relaciones de dependencia saludables o no saludables? ¿Relaciones maduras o inmaduras con la autoridad? ¿El crecimiento de conciencias maduras o inmaduras?

Clinebell hace notar que “uno de los errores más comunes que se encuentra en las iglesias es un autoritarismo nocivo”.[9]

Este tipo de dependencia es un obstáculo para el crecimiento, y puede ser visto a veces en prácticamente cada organización religiosa. Los esquemas nocivos de dependencia emergen cuando los clérigos, en virtud de sus propias inseguridades, y su búsqueda compensatoria de poder, obtienen una neurótica satisfacción al mantener a su congregación en dependencia. En ambos extremos, las personas “escapan de la libertad”, para usar el adecuado término de Eric Fromm, hacia la seguridad de un grupo religioso centrado en la autoridad.

Todos nosotros somos dependientes en algún grado. Una diferencia básica entre la dependencia saludable y la nociva es que la primera es mejor descripta como interdependencia, y la última es una relación simbiótica en la cual el creyente obtiene un sentido neurótico de poder identificándose con el líder. Este, por el otro lado, encuentra su sentido de poder en el hecho de que otros dependan de él.

Con respecto a este abuso de poder, los adventistas del séptimo día han recibido el consejo de que “hay una individualidad que debe ser conservada en la experiencia cristiana de cada agente humano”,[10] de tal forma que el hombre que es “responsable” será aquel hombre que reconoce el “derecho a sí mismo, al control de su propia mente, a ¡a mayordomía de sus talentos”.[11]

Pregunta 3: Mi comprensión y práctica de la doctrina religiosa, ¿provee medios efectivos o defectuosos para ayudar a las personas a pasar del sentido de culpa al de perdón?

En otras palabras, ¿provee orientaciones bien definidas, significativas y éticas, o destaca las trivialidades éticas? ¿Es su primer interés la conducta superficial o la salud subyacente de la personalidad?

Erik Erikson ha mostrado que las orientaciones e ideales éticos son elementos vitales en el fortalecimiento del ego.[12] Es crucial, de acuerdo con este famoso psicoanalista, que la gente sienta y responda al sentido de culpa en cuanto a cosas significativas, es decir, esos malos usos de la libertad que hieren a otros. La capacidad de experimentar la culpa adecuada es una de las señales de la salud mental.

Cómo se maneja la culpa depende de si ésta es normal o neurótica. En verdad, la mayoría de nosotros probablemente experimentamos una mezcla de ambas. Los elementos neuróticos pueden ser reconocidos por los siguientes aspectos: el no responder al perdón, el fracaso en motivarnos al hacer arreglos (restauración), una tendencia a centralizarse en la conducta superficial (trivialidades éticas), y la tendencia a asociarse con el perfeccionismo.[13]

Por el otro lado, la culpa normal y saludable se reduce a seguir la prescripción bíblica delineada por Jesús cuando fue confrontado con los moralistas superficiales. Una vez declaró, en esencia: “¿Por qué están preocupados sólo con la conducta superficial, mientras que ignoran las causas subyacentes en la vida interior de este hombre?” (Véase Mat. 12:34 y siguientes.) El intento del moralismo de controlar la conducta superficial es comparable al intento de cambiar cada copia que sale mal en lugar de corregir la matriz. La moralidad, por el otro lado, se preocupaba de la matriz, la vida interior en la cual la persona está alienada de sí mismo y de otros.

Pregunta 4: Mi comprensión y práctica de la doctrina religiosa, ¿tiende a incrementar o debilitar la alegría de vivir?

Sería suficiente decir que las variadas formas de la palabra gozo se usan 192 veces en la Biblia. Y Jesús parece estar en favor de la vida, apreciando y disfrutando profundamente el compañerismo y la comunión con otros y con Dios. En verdad, señala el “gozo” como una de las razones principales para el Evangelio: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). La religión nociva contradice el espíritu de la vida de Jesús huyendo del verdadero deleite religioso hacia el exclusivismo o el ascetismo.

La religión saludable involucra a la persona total en la búsqueda religiosa. No sólo pone en acción totalmente todo el intelecto en la búsqueda de la verdad, sino que reconoce también la importancia de los sentimientos y las emociones en una personalidad saludable, evitando consecuentemente tanto el intelectualismo por un lado como el emocionalismo por el otro. La fe bíblica positiva respeta la más profunda libertad humana: la libertad de pensar, imaginar, fantasear, sentir y escoger sobre la base del peso de la evidencia provista a través de estos medios concedidos por Dios para encontrar la verdad.

Este enfoque, de hacerse preguntas positivas y saludables para evaluar la comprensión y la práctica personal de la fe, tiende a animar el continuo refinamiento de la teología propia. Hacerlo me ha ayudado personalmente a guardarme del moralismo, del legalismo, del juicio farisaico y del autoritarismo tanto del perfeccionismo como del liberalismo, pues son desviaciones de una conducta amante que tienden a hacer vacilar mis pasos. Más aún, este enfoque me ha ayudado a transformar la doctrina, de meras demandas legales a una experiencia que trae plenitud. Finalmente, este acercamiento vivencial a la verdad ha fortalecido mi fe tanto en la Biblia como en Elena G. de White, a medida que he descubierto que los principios sugeridos en estas fuentes inspiradas, cuando son correctamente entendidos y aplicados, producen resultados creativos y productores de salud. Para resumir, una fe saludable y positiva en Dios provee la atmósfera para una vida saludable y positiva.

Sobre el autor: Fred Osbourn, es profesor de Asesoramiento Matrimonial en la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos.


Referencias

[1] William Glasser, Reality Therapy (New York: Harper and Row, 1965).

[2] Howard J. Clinebell, Jr., Basic Types of Pastoral Counseling (Nashville: Abingdon Press, 1966). Por amor “responsable”, Clinebell quiere significar amor agape; aceptación incondicionada, respeto y aprecio por la condición de persona del otro.

[3] El ministerio de curación, págs. 278, 279.

[4] Elena G. de White, Manuscrito 63, 1900.

[5] Eric Fromm, Psychoanalysis and Religion (New Haven: Yale University Press, 1950), pág. 9.

[6] Testimonies, t. 5, págs. 123 y siguientes.

[7] La fuente de estas preguntas es Howard J. Clinebell, Jr., Mental Health Through Christian Community (Nashville: Abingdon Press, 1965), págs. 31 y siguientes.

[8] Wayne E. Oates, Religious Factors in Mental Illness (New York: Association Press, 1955), pág. 113.

[9] Clinebell, Mental Health, pág. 32.

[10] Elena G. de White, Manuscrito 6, 1889.

[11] Testimonies, t. 7, pág. 180.

[12] Erik H. Erikson, Insight and Responsability (New York: W. W. Norton and Company, Inc., 1964).

[13] El perfeccionismo puede ser definido como el interés de fijar una norma imposible de alcanzar e irrealista que hace inevitable el fracaso continuo y tiende a envolver al individuo en un continuo autocastigo, o expiación.