“Cantad a Jehová con alabanza, cantad con arpa a nuestro Dios” (Sal. 147:7).

La práctica del canto congregacional no está basada en una tradición humana, sino que es una institución de origen divino que se remonta a tiempos anteriores a la creación del mundo. El propio Lucifer se sintió arrastrado por la influencia del canto en los primeros períodos de su rebelión, y el espíritu de profecía nos dice: “Mientras en melodiosos acentos se elevaban himnos de alabanza cantados por millares de alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores, su alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo” (Patriarcas y Profetas, pág. 15).

Es innegable que la música era un elemento muy importante en la vida religiosa del pueblo de Israel, no solo en la celebración de grandes acontecimientos, como el cruce del Mar Rojo o la traslación del Arca de Kiriat-Jearim a Jerusalén, sino también en los hogares, las escuelas y los servicios religiosos. En las escuelas de los profetas se enseñaban la música y la poesía sagradas como asignaturas principales de estudio para los jóvenes que aspiraban a ser los dirigentes espirituales del pueblo de Dios. “Se empleaba la música con un propósito santo, para elevar los pensamientos hacia aquello que es puro, noble y enaltecedor, y para despertar en el alma la devoción y la gratitud hacia Dios” (Ibíd., pág. 644). Actualmente se nos aconseja: “Cántese en la escuela…” y “Nunca se debería perder de vista el valor del canto como medio educativo” (La Educación, pág. 163). “La educación apropiada de la voz es un rasgo importante en la preparación general, y no debe descuidarse” (Patriarcas y Profetas, pág. 645). Cuántas bendiciones reporta el seguir estos consejos en nuestras iglesias y escuelas. La niñez y la juventud de hoy se allegan a las cosas celestiales, y los ministros del mañana reciben una educación que los impulsará a organizar musicalmente a su feligresía, para honra y gloria de Dios.

No conocemos demasiado acerca del sonido de los instrumentos musicales que se describen en el Antiguo Testamento, y que se utilizaban para acompañar los cánticos; sólo sabemos que había instrumentos pertenecientes a las tres grandes familias instrumentales: cuerdas, como el salterio y el arpa; instrumentos de viento, de los cuales se citan la flauta, el órgano, la bocina y la trompeta; y también instrumentos de percusión, tamborín, pandero, adufe, címbalo y sonajas. Sus orígenes son muy lejanos: antes del diluvio ya se cita a Jubal “el cual fue padre de todos los que manejan arpa y órgano” (Gén. 4:21). Hay razones para suponer que en realidad se trataba de liras y flautas rudimentarias respectivamente. Resulta sumamente interesante y a la vez instructivo leer acerca de la organización musical en los días de David, tal como se la describe en 1 Crónicas, capítulo 25, los ocho versículos iniciales. Allí vemos que un conjunto de levitas, los hijos de Asaf, Hernán y Jeduthún fueron apartados para el ministerio de la música, con el fin de profetizar con sus instrumentos respectivos. Su trabajo se reglamentó perfectamente, creándose turnos de servicio para los músicos de la corte real y el culto, y así cuando llega el solemne acto de la dedicación del templo de Salomón, los levitas cantores estuvieron presentes con sus instrumentos. “…y cantaban con la voz todos a una, para alabar…” (2 Crón. 5:13).

¡Qué ejemplo admirable para el Israel moderno! En primer lugar se apartan los hombres en un ministerio especial y luego se ordenan sus actividades, a fin de que todo fuese hecho correctamente, llegada la ocasión, un servicio musical de verdadera jerarquía. Ojalá que nuestros ministros se afirmen en estos principios rectores de organización y educación musicales que encontramos en el Antiguo Testamento, y que tienen plena vigencia en nuestros días; solamente así elevaremos el nivel musical en nuestros cultos, y nuestro pueblo recibirá consuelo y bendición.