Para poder comprender el tema del ungimiento hay que leer los versículos 13 al 16 de Santiago 5, teniendo en cuenta la relación que existe entre el pecador, la confesión de sus pecados, la oración, la unción y finalmente la sanidad. También hay que considerar la condición de la persona que ofrece la oración por la sanidad del enfermo.

Referencias generales

            Al leer estos versículos esta pregunta viene a nuestra mente: ¿Qué tiene que ver el ungimiento con el sanamiento del paciente? ¿Es necesario ungirlo para que sane de sus dolencias? Veamos qué relaciones existen entre estas circunstancias, y qué significado tiene el ungimiento.

            Si buscamos otras aplicaciones del ungimiento en la Biblia, encontraremos que fuera de Santiago 5: 14 hay sólo otros seis pasajes que lo mencionan. Son Mateo 6:17, donde dice: “Unge tu cabeza y lava tu rostro”; Marcos 6:13, que además de Santiago 5:14, menciona el ungimiento para la sanidad de los enfermos; Lucas 7:38, donde dice que María besaba los pies de Jesús y los ungía; Lucas 7:46, donde simplemente dice: “Ungiste mi cabeza con óleo”; Juan 11:2, donde se menciona el hecho de que fue María la que ungió los pies de Jesús.

            Así que los siete pasajes donde aparece la palabra ungir o ungimiento, sólo dos de ellos se refieren a la oración y la sanidad. Pero si los analizamos con más detenimiento, descubriremos que sólo Marcos 6:13 habla de ungir para sanar. Allí leemos: “Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y sanaban”.

            Al examinar Santiago 5: 14 descubrimos que es el “texto clave” que ha dado origen a la creencia de que es necesario ungir a los enfermos para que sanen. Pero esa creencia es falsa, ya que el mismo versículo explica los pasos que deben darse antes del ungimiento, y qué es lo que produce la sanidad: “Haga oración” (vers. 13) y “Oren por él” (vers. 14). Después de recomendar que se ore por el enfermo, se sugiere que se lo unja. Pero notemos que Santiago insiste en su punto de vista relativo a la oración en el versículo 15, donde dice:   “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”.

            Recalca también la eficacia de la oración en el versículo 16 y termina su argumento con el ejemplo de Elías, hombre poderoso en la oración. En conclusión, Santiago parece decir que el poder sanador reside en la oración eficaz, y no en el individuo ni en el ungimiento.

Clases de ungimiento

            Si investigáramos de qué manera aplicaban el ungimiento los judíos, descubriríamos que tenían tres clases, para tres ocasiones diferentes. Eran el ordinario o común, el sagrado u oficial, y el medicinal o terapéutico.

            El ungimiento ordinario o común era el que se usaba con propósitos de aseo. (Véase 2 Sam. 12:20; Dan. 10:3; Mat. 6:17.) El ungimiento oficial o sagrado era para los profetas, sacerdotes y reyes. (Véase 1 Rey. 19:16; Exo. 28:41; 29:7; 30:30; 40: 13, 15.) El ungimiento medicinal o terapéutico, para el cual no se usaba necesariamente aceite, era un remedio que se aplicaba comúnmente a los enfermos y heridos. (Véase Isa. 1:6; Luc. 10:34; Apoc. 3:18.) (The New Westminster Dictionary of the Bible, pág. 44.)

Origen del ungimiento

            Por cierto, que en la época de Santiago la costumbre de ungir a los enfermos estaba muy lejos de ser una práctica universal en la iglesia apostólica. El único lugar, fuera de Santiago 5:14 donde se menciona el ungimiento en relación con el sanamiento, es en Marcos 6:13. Sin embargo, conviene notar que ni Mateo ni Lucas relatan nada similar. Lo cierto es que Lucas 9:6, que es una repetición de Marcos 6:13, omite la mención del ungimiento, y Marcos no le atribuye a Jesús ningún mandato de ungir a los enfermos.

            De modo que, en última instancia, fuera de la mención de Santiago 5: 14, el resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca de un procedimiento que se supone comenzó con los apóstoles en la época de Santiago.

            En los Hechos aparece una serie de sanamientos, pero ninguno de ellos se relaciona con el ungimiento. En otras palabras, mientras Marcos 6:13 y Santiago 5:14 nos permiten concluir que el ungimiento de los enfermos era un rito religioso que pudo haber tenido cierto auge en los comienzos de la historia de la iglesia —quizá en la era apostólica— su práctica debió haber sido una excepción, y puede haber estado circunscripta a una pequeña comunidad.

            Cómo se originó esta práctica, continúa siendo un misterio. Pero quizá se pueda aventurar una conjetura y decir que, puesto que en esos tiempos se usaba con frecuencia el aceite para aliviar el dolor, al ser usado por los cristianos, juntamente con sus oraciones, y en relación con el don de sanidad, se llegó a creer que el ungimiento y la oración eran un rito divinamente ordenado para darle eficacia a la gracia divina.

El propósito del ungimiento

            Lo cierto es que de Santiago 5:14 y Marcos 6:13 ha surgido la idea de que el ungimiento no les corresponde a los laicos, sino única y exclusivamente a los pastores, ya que en este último texto se dice que lo hacían solamente los ancianos debidamente ordenados. Pero hay evidencias de que en los primeros cinco siglos de la era cristiana era costumbre que los laicos ungieran a los enfermos. Por otra parte, los ministros ordenados no se oponían a este proceder. Por eso Crisóstomo nos cuenta que en sus días la gente sacaba el aceite de las lámparas de las iglesias, y lo llevaba a sus casas para ungir a los enfermos.

            La aceptación completa de las indicaciones que aparecen en Santiago 5:14, por parte de la iglesia, fue muy lenta. Probablemente recién en el siglo VIII se incorporó el ungimiento a sus enseñanzas y liturgia. (Interpreter’s Bible Commentary, Santiago, págs. 16-19.)

            La enfermedad, desde el punto de vista pastoral, es de gran importancia, puesto que en esa condición muchas veces el individuo queda incapacitado y necesita la ayuda espiritual de sus hermanos para que oren por él.

            En Santiago 5:14 no se dice nada en cuanto a si la enfermedad a que se refiere es pasajera o grave. La instrucción que se da es que se debe llamar a los ancianos de la iglesia. El enfermo no debe esperar que los ancianos se enteren de su enfermedad, sino que debe informarles acerca de su situación para que vengan y lo visiten. Tal como llama a su médico de cabecera, debe llamar al pastor, su médico espiritual, y a los ancianos de la iglesia, puesto que ellos deben saber todo lo que le ocurre.

Comentarios generales

            Antiguamente se usaban mucho el aceite y los ungüentos, tanto con los sanos como con los enfermos. Casi siempre se usaba aceite de oliva. En el Oriente todavía se practica la costumbre de ungir a las personas. Se lo hace porque se cree que el aceite tiene propiedades curativas. En muchas ocasiones usan aceite para protegerse del calor, porque suponen que cierra los poros y evita que el calor los debilite. Se lo usa para ayudar a la recuperación de los enfermos, pero no con el fin de prepararlos para su “jornada final”. (Barnes Notes on the New Testament, pág. 1386.)

            El aceite de oliva era uno de los remedios más comunes entre los antiguos. Lo usaban tanto externa como internamente. De manera que es lógico que en Santiago 5:14, así como en Marcos 6: 13, se le confiera un valor medicinal y que se dé énfasis al valor de la oración. Aquí no hay nada de magia pagana ni del rito que surgió en el siglo VIII con el nombre de extremaunción. (A. T. Robertson, Word Pictures of the New Testament, tomo 6, págs. 64, 65.)

            La palabra “ungir” viene del término griego aleipho que quiere decir “untar” o “frotar”. La iglesia primitiva no le confirió al ungimiento ninguna eficacia sacramental. Posiblemente, entonces, la extremaunción, el uso de “aceite santo” para sanar a los enfermos primero, y para ungir a los moribundos después, tenga su origen en la magia pagana.

            Alrededor del siglo VIII se comenzó a usar el pasaje de Santiago 5:14 como fundamento de la enseñanza católica relativa a la extremaunción. Se afirma, además, que el Concilio de Trento, en su sesión decimocuarta, celebrada en 1551, declaró que este pasaje enseña la eficacia sacramental del aceite.

¿De dónde viene la sanidad?

            Debemos reconocer que, aunque el aceite tuviera propiedades medicinales, cuando se lo usa para ungir no se lo hace por esa razón. En este caso, su uso es más bien simbólico, puesto que la sierva del Señor dice que “el aceite para ungir es el aceite de su gracia, que dará vista espiritual al alma ciega y entenebrecida, para que pueda distinguir la obra del Espíritu de Dios de la del espíritu del enemigo” (SDA Bible Commentary, tomo 7, pág. 966).

            Cuando esto ocurre, los hombres son sólo instrumentos. Los milagros de la restauración de la salud y el perdón de los pecados se llevan a cabo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. (Véase Mar. 16:17; Hech. 3:16.) Tanto la unción como la oración deben estar en armonía con la voluntad del Señor.

            Esta oración, como toda oración, es importante. Implica que quien ora es una persona responsable que está dispuesta a cooperar con Dios y a obedecer todos sus mandamientos. Si no hay completa sinceridad, la oración pierde eficacia. (Véase Sal. 66:18.) Por lo tanto, el paciente, para recibir la bendición de Dios, debe abandonar el pecado, que en parte puede ser la causa de su enfermedad.

            Por eso la oración en favor del enfermo debe ser hecha con sumisión y confianza en Dios, que sabe lo que es mejor, y que nunca se equivoca. Por eso la falta de fe es un obstáculo tanto para la sanidad como para la salvación. Entonces, “la oración de fe” es la que ofrece con fe, un hombre de fe, en favor de un enfermo que tiene fe. Esta oración rescata de la ruina y tiene poder para sanar y salvar.

            Haríamos bien en reconocer que no toda persona de fe, que ha estado enferma alguna vez, ha sido sanada. (Véase Mar. 9:22; Mar. 6:56; Hech. 3:7; 14: 8-10.) En otras palabras, la oración de fe le devolverá la salud al enfermo si ésa es la voluntad de Dios.

            La oración debe estar, por lo tanto, acompañada por la confesión de pecados, y por un propósito consciente, sin trabas ni reserva alguna, de ponerse en armonía con la voluntad divina. Dios estaría animando y sosteniendo el pecado si sanara a una persona sin que ella estuviera dispuesta a abandonar sus hábitos malsanos y pecaminosos.

            Santiago 5: 14 nos muestra que la persona enferma debe confesar sus pecados a Dios, el único que puede perdonarlos. Debe hacerlo en presencia de los ancianos que se han reunido para ungirlo en el nombre del Señor, y que orarán al Padre por él perdón de sus pecados y por su salud.

            Cuando el enfermo ha confesado sus pecados y está seguro de que su fe se afirma en Dios, se puede orar pidiéndole al Señor que lo sane. Sólo cuando se reúnan estas condiciones Dios puede obrar en favor del enfermo, si ésa es su voluntad. La oración depende del carácter del que ora. (Véase SDA Bible Commentary, tomo 7, págs. 540-542.)

La oración por los enfermos

            Notemos ahora algunas citas y consejos del espíritu de profecía concernientes a los requisitos que debe llenar el enfermo para recibir la sanidad celestial.

            “Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes” (El Ministerio de Curación, pág. 172).

            “Si la vida de los que asisten al enfermo es tal que Cristo pueda acompañarlos a la cama del paciente, éste llegará a la convicción de que el compasivo Salvador está presente, y de por sí esta convicción contribuirá mucho a la curación del alma y del cuerpo” (Ibid.).

            “Sólo cuando vivimos obedientes a su Palabra podemos reclamar el cumplimiento de sus promesas… Si sólo le obedecemos parcial y tibiamente, sus promesas no se cumplirán en nosotros” (Id., pág. 173).

            “Pero el acto de elevar tal oración es un acto solemnísimo y no se debe participar en él sin la debida consideración. En muchos casos en que se ora por la curación de algún enfermo, lo que llamamos fe no es más que presunción” (Ibid.).

            “Si tales personas consiguieran la bendición de la salud, muchas de ellas reanudarían su vida de descuido y transgresión de las leyes naturales y espirituales de Dios, arguyendo que, si Dios las sana en respuesta a la oración, pueden con toda libertad seguir sus prácticas malsanas y entregarse sin freno a sus apetitos. Si Dios hiciera un milagro devolviendo la salud a estas personas, daría alas al pecado” (Ibid.).

            “Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se les enseña a dejar sus prácticas malsanas” (Ibid.).

            “A quienes solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados” (Id., pág. 174).

            “Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos se curan. A muchos se les deja dormir en Jesús… De esto se desprende que, aunque haya quienes no recobran la salud, no hay que considerarlos faltos de fe” (Id., pág. 176).

            “Los que buscan la salud por medio de la oración, no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. El empleo de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora, no es negar nuestra fe” (Ibid., pág. 177).

            “Antes de empezar la oración, deberíamos hacer un profundo examen de conciencia, para ver si no hay pecados de los que necesitemos arrepentimos, para confesarlos y para que nos sean perdonados. Necesitamos humillar profundamente el alma delante de Dios, y tener una fe firme y una humilde dependencia en los méritos de la sangre de Cristo únicamente. El ayuno y la oración no lograrán nada mientras el corazón esté lejos de Dios por causa de una conducta indebida” (Testimonies, tomo 2, pág. 146).

            “Me fue mostrado que cuando se produce la enfermedad, si las circunstancias favorecen la oración por el enfermo, el caso debe ser presentado a Dios por medio de una fe serena y no mediante una excitación tormentosa. Sólo él conoce el pasado del paciente, y sólo él sabe cuál será su porvenir. El que conoce el corazón de todos los hombres, sabe si la persona, al ser sanada, glorificará su nombre o lo deshonrará al caer en la apostasía. Todo lo que tenemos que hacer es pedirle a Dios que levante al enfermo si eso está de acuerdo con su voluntad… Si el Señor ve que va a ser para su honra, contestará nuestras oraciones. Pero suplicar la sanidad sin el sometimiento a su voluntad, no es correcto” (Id, págs. 147, 148).

Conclusiones

            Los judíos acostumbraban a ungir a los enfermos. Se creía que esto tenía un efecto agradable y beneficioso, y que producía una sensación de alivio al cuerpo. En Santiago 5:14 se les pide a los ancianos de la iglesia que unjan a los enfermos y oren por ellos.

            También se usaba aceite para curar las heridas. Por ejemplo, el buen samaritano derramó aceite y vino en las heridas del hombre que encontró junto al camino. (Véase Luc. 10:34.)

            Josefo dice que cuando Herodes enfermó de muerte, fue ungido por sus médicos.

            No sería correcto creer que los apóstoles usaron el aceite únicamente por su valor medicinal. Quizá lo usaban como Jesús cuando ungió con barro los ojos del ciego, en forma simbólica, con el propósito de impartir la ayuda y el consuelo de Dios, que era necesario y se lo buscaba, y que el aceite representaba mediante su suavidad. (Véase Bornes Notes on the New Testament, pág. 158).

            El aceite de oliva que comúnmente se usaba para ungir, podía ser un símbolo de prosperidad. (Deut. 32:13; 33:24.) El ungimiento fue desde el principio de la historia, y lo es todavía hoy, una costumbre común entre los pueblos primitivos.

            Se ungía a la gente por varias razones: Para honrarlas (Luc. 7:46; Juan 11:2); como preparativo para un evento social (Ruth 3:3); como señal de aseo (2 Sam. 12:20); o como señal de que la persona estaba calificada para prestar un servicio especial, etc.

            Entre los judíos, cuando un profeta ungía a una persona, significaba que se le impartía el don del Espíritu Santo, para que pudiera cumplir la tarea que se le había asignado.

            También se usaba este “aceite santo” para consagrar los muebles usados con fines religiosos, tal como el tabernáculo (Exo. 30:26-29); o para dedicar a los sacerdotes. (Exo. 29:7; 30:30; Lev. 8:10-12.)

            Se debía tener cuidado especial al preparar este aceite y al usarlo. (Exo. 30:23- 33.) Sin embargo, no poseía más santidad que la que hay en el agua del bautismo. No otorgaba ninguna virtud especial, puesto que era simplemente un símbolo.

            El ungimiento es una excelente ilustración del uso que Dios hace de las costumbres humanas para dar a los hombres un conocimiento más rico, puro y completo de la salvación. No importa el transcurso del tiempo ni que las costumbres cambien: Dios siempre usa medios familiares a su pueblo para enseñarle algo acerca de su santidad y de la belleza del plan de la salvación. (Véase SDA Bible Commentary, tomo 2, págs. 493, 494.)