“Les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creisteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si b.ay Espíritu Santo” (Hech. 19:2).

¡Qué pregunta más directa, escrutadora del corazón e inquietante para un grupo de predicadores! ¡Y qué increíble respuesta la que ellos dieron!

¡Veinte años después del Pentecostés y no haber oído si había Espíritu Santo! Esta pregunta quemante fue dirigida a un grupo de predicadores por el apóstol Pablo. Estos hombres eran discípulos de Juan y no sabían nada de la misión del Espíritu Santo. Sin embargo, con sinceridad estaban tratando de esparcir el mensaje que habían recibido. Pablo no preguntó: ¿Por cuánto tiempo habéis estado predicando? ¿A qué seminario habéis asistido? ¿Cuántos bautismos habéis tenido este año? Les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo? Esa era la pregunta suprema de ese día, compañeros obreros, y es la pregunta suprema para nosotros hoy día.

Si se me hubiera hecho esa pregunta en el día de mi ordenación, o si se me preguntara eso ahora mismo, no sé cuál sería mi respuesta. ¿Cómo hubieran contestado, o cómo contestarían Uds.? ¡Qué pensamiento serio y penetrante para meditar! No sólo debería hacernos pensar, sino hacernos caer más a menudo sobre nuestras rodillas. Alguien ha dicho que necesitamos más oración que teología.

Requisitos para predicar

Pablo expuso ante esos doce predicadores las grandes verdades que son el fundamento de la esperanza cristiana. Ellos aceptaron el mensaje de Pablo, fueron bautizados, y al poner Pablo las manos sobre ellos, también recibieron el bautismo del Espíritu Santo, por el cual pudieron hablar los idiomas de otros países, y profetizar. Así estaban calificados para trabajar como predicadores en Efe-so y sus alrededores y también para ir como predicadores adventistas a proclamar el Evangelio en Asia Menor. El ungimiento del Espíritu Santo los calificó para trabajar en la causa de Dios (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 229). Es bueno tener títulos universitarios, pero si no se tiene la unción de lo alto no se está capacitado para predicar. Esto significa, compañeros obreros, que yo no estoy capacitado para predicar sin la unción de lo alto. Puedo ser un predicador, pero no un predicador capacitado. Alguien ha dicho: “Sin unción no hay función”.

Cristo nuestro ejemplo

Jesús no comenzó su ministerio sino después de su ungimiento por el Espíritu Santo en ocasión del bautismo. “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal” (Luc. 3:21, 22). (Véanse también Luc. 4:1, 14, 18, 19, 32 y 37.)

Si Jesús, nuestro Señor que no cometió pecado, no comenzó su ministerio hasta haber sido ungido por el Espíritu Santo, ¿cómo nos atrevemos nosotros, pobres criaturas mortales a intentar ganar almas sin la unción de lo alto?

Pablo capacitado

Pablo comenzó su carrera de misionero al extranjero después de su bautismo por el Espíritu Santo. “Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hech. 9:17).

Esta fue la ocasión del ungimiento de Pablo, que lo calificó para predicar, y la gente estaba “atónita” por su predicación (vers. 21). La gente quedará atónita hoy día ante nuestra predicación cuando el Espíritu Santo sea quien tome posesión.

Los discípulos esperaron la capacitación

Los discípulos fueron instados a esperar (Luc. 24:49 y Hech. 1:4, 8). No emprendieron su cruzada evangelística mundial hasta después del Pentecostés, la ocasión de su ungimiento. ¡Cuán difícil es esperar a Dios! Las palabras: ‘‘Quedaos vosotros” son tan importantes como las palabras: “Id por todo el mundo”. Jesús estaba hablando a los dirigentes, predicadores, maestros, pastores y evangelistas a los cuales había llamado y comisionado paia ir a todo el mundo.

Los discípulos fueron al aposento alto, y allí se realizó un reavivamiento al estilo antiguo. Hubo profunda búsqueda, fervientes y agonizantes oraciones, lágrimas, confesión de pecados. Pedro tenía algunas cosas que confesar, y también Juan, Santiago y Andrés. Elena G. de White se refiere a una de las primeras sesiones de la Asociación General en la cual los hermanos celebraron una reunión de oración que duró toda la noche. El hermano iba al hermano pidiendo perdón. Ella dijo que era como el Pentecostés.

En el aposento alto los discípulos se estaban vaciando, y había que llenar el lugar vacío. Los hijos del trueno se vaciaron de su estruendo y de su deseo de supremacía, y se llenaron de amor. Tomás se vació de su duda y se llenó de fe; Pedro de su mentira, de su profanidad y de su cobardía para ser llenado de verdad y valor. “Antes que un solo libro del Nuevo Testamento fuese escrito, antes que se hubiese predicado un sermón evangélico después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles que oraban. Entonces el testimonio de sus enemigos fue: ‘Habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina’” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 626).

Estas palabras eran literalmente ciertas, y no sólo Jerusalén, sino las ciudades y aldeas vecinas sintieron el impacto. El testimonio de sus enemigos era: “Estos que trastornan el mundo entero” (Hech. 17:6). ¡Oh, quiera Dios que tengamos el poder de trastornar este viejo mundo con todos sus odios, sus crímenes y violencias, sus guerras, sus sufrimientos!

El Espíritu Santo en la reunión de oración

Pedro tenía una historia que contar acerca del poder del Espíritu Santo. ¡Qué maravillosa transformación había tenido lugar en su vida! Antes de la predicación de Pentecostés: inepto e incapacitado; después de la experiencia del aposento alto: predicando con la provisión del Espíritu Santo.

Pedro podía decir a la gente que se arrepintiera, porque él mismo se había arrepentido de su mentira y profanidad. El Pentecostés nos enseña que lo que se necesita no es un cambio de hombres sino  hombres combinados – los mismos predicado es con un nuevo poder que teminará la tarea en todo el mundo.

El Espíritu Santo vino durante una reunión de oración. Poca oració pero poder. Nada de oración, nada de poder. Mucha oración, mucho poder. En cada caso que se registra de recepción del Espíritu Santo, está precedida por ferviente oración. ¿No será que nosotros estamos fallando precisamente en esto? Este podría ser nuestro error de consecuencias más funestas.

Se repetirán los resultados del Pentecostés

“Cada miembro de la iglesia puede hacer hoy día lo que los apóstoles hicieron en su tiempo” (Testimonios Selectos, tomo 5, pág. 13). ¡Qué declaración sorprendente! Sin preparación académica, sin el uso de las ventajas que son la radio y la televisión, sin nuestros diferentes programas misioneros, el mundo entero conocido treinta años después de la cruz había sido influido por un pequeño grupo de hombres llenos de poder.

Echaron demonios, sanaron enfermos, resucitaron muertos. ¿Cuál era el secreto de su éxito? ¡Habían experimentado el Pentecostés! Se nos dice que “miles se convirtieron en un día” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 211). Se repetirán los resultados pentecostales cuando resuene el fuerte clamor y “habrá tantas personas convertidas en un día como las hubo en el día de Pentecostés” (Evangelismo, pág. 385). No dice puede haber, sino habrá. Esto es lenguaje positivo, hermanos. ¿Por qué no ha de ser éste el día? ¿No es éste el día de su prometido poder? “Cada miembro de iglesia puede hacer hoy día lo que los apóstoles hicieron en su tiempo”. Por más de 120 años hemos estado esperando el cumplimiento de esta promesa. “Lo que necesitamos es el bautismo del Espíritu Santo. Sin esto no estamos más aptos para salir al mundo de lo que lo estaban los discípulos después de la crucifixión de su Señor. Jesús conocía su vacuidad, y les dijo que esperaran en Jerusalén hasta que fueran provistos del poder de lo alto” (Elena G. de White, en Review and Hcrald, 18 de febrero de 1890).

El Espíritu Santo prometido a nosotros

“Y en los postreros dias, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños” (Hech. 2:17). La promesa es que el Espíritu de Dios será derramado en estos últimos días. Antes de morir, Elena de White declaró: “Es el tiempo de la lluvia tardía”. Esta declaración fue hecha hace unos cincuenta años. Si ése era el tiempo, ¡cuánto más no será ahora el tiempo para que nos despertemos y la recibamos!

A nosotros nos toca recibir, hermanos. Jesús dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). ¿Para qué se le dio ese poder? Le fue dado para nosotros. El desea que nos demos cuenta que el infinito poder que se le dio, ha sido puesto a nuestra disposición. Si se nos ha prometido el poder, ¿por qué somos tan débiles, tan impotentes?

¿Hemos recibido el poder? Hago la pregunta que hizo Pablo: “¿Recibisteis el Espíritu Santo?” Si no lo habéis recibido, ¿por qué no lo habéis recibido? ¿Estamos tratando, mis hermanos, de vivir este mensaje mediante nuestras fuerzas humanas? ¿Estamos predicando este mensaje con la fortaleza humana?

He descubierto que hay mucho en la obra de la predicación que tiende a obrar contra el crecimiento espiritual personal. La familiaridad con las sagradas verdades a menudo destruye en nosotros el encanto de su frescura. Un manejo profesional de la Palabra de Dios interfiere con su aplicación personal. Las opiniones de los oyentes, favorables o no, ejercen una influencia desfavorable sobre la disciplina espiritual.

En conexión con esto, Satanás se ocupa especialmente en tratar de evitar el crecimiento de la piedad espiritual en la vida del predicador, de manera que existe el terrible peligro de que, al paso que el predicador cuide de las viñas de otros, esté descuidando la propia. De los labios de muchos predicadores ha salido la siguiente confesión: “Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé”.

He oído decir que un lente de aumento, sostenido en cierta posición por la mano de un niño, puede hacer converger suficiente calor solar como para incendiar todo un vecindario. Y sin embargo el lente a través del cual pasó tanto fuego permanece frío como una piedra. De la misma manera, un hombre puede hacer converger sobre otros los rayos del Sol de Justicia mientras su propio corazón permanece frío como el hielo. O hemos recibido el Espíritu Santo, o estamos deseosos de recibirlo. Toda reprensión de parte de Dios es enviada a fin de capacitarnos para recibir este poder tan necesario.

La seguridad de que el Espíritu Santo es nuestro

La promesa del Espíritu Santo se cumple con una condición. “Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la promesa nos pertenece a nosotros tanto como a los primeros discípulos. Pero como toda otra promesa, nos es dada bajo condiciones” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 626).

He aquí unas pocas declaraciones que nos muestran cómo Dios nos ve.

“Vi que nadie podrá participar del ‘refrigerio’ a menos que haya vencido todas las tentaciones y triunfado del orgullo, el egoísmo, el amor al mundo y toda palabra y obra malas” (Primeros Escritos, pág. 71).

“Exhorto a cada ministro que busque al Señor, que deponga el orgullo, … la lucha por la supremacía, y humille su corazón delante de Dios” (Review and Herald, 26 de julio de 1892).

“La razón de que nuestros predicadores realicen tan poco es porque no caminan con Dios. Está a un día de camino de la mayoría de ellos” (Testimonies, tomo 1, pág. 434).

“La meditación y la oración son descuidadas por el bullicio y la ostentación… Hay necesidad de ayuno, humillación y oración sobre nuestro decadente celo y espiritualidad languideciente” (Testimonios Selectos, tomo 3, págs. 387, 388).

“Se han exaltado la aparatosidad y la maquinaria como si tuvieran poder, mientras que se han relegado a un segundo plano las virtudes de la verdadera bondad, la noble piedad y la santidad de corazón” (Review and Herald, 27 de febrero de 1894).

“La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 212).

Si en nuestro encuentro con los impíos tenemos menos poder del que debiéramos tener, nuestros esfuerzos serán débiles e infructuosos.

La primera condición

“Cuando pongamos nuestro corazón en unidad con Cristo y nuestra vida en armonía con su obra, el Espíritu que descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, descenderá sobre nosotros” (Id., pág. 250).

En el mismo párrafo se nos dice que “se producirán reavivamientos admirables. Se convertirán pecadores, y muchas almas serán añadidas a la iglesia”. (La cursiva es nuestra.) Hermanos, yo anhelo que esto ocurra. ¿No lo anheláis vosotros también?

Hermanos en el ministerio, ¿qué estamos esperando? Si confesamos nuestros pecados y los abandonamos, y pedimos la lluvia tardía, Dios no dejará de cumplir su promesa. ¿Recibisteis el Espíritu Santo desde el momento en que creisteis por primera vez? Lo que se necesita no es hablar de ello, sino experimentarlo. El único obstáculo en el camino de recibirlo es el pecado. La primera obra del Espíritu Santo es convencer de pecado. Ojalá nos convenza hoy. Podemos recibirlo ahora mismo si estamos dispuestos a probar la Palabra de Dios. No es asunto de luchar para que Dios nos lo dé. El está luchando para que nosotros lo recibamos. El está más dispuesto a dar de lo que nosotros estamos deseosos de dar dádivas a nuestros propios hijos. Todo lo que necesitamos es confesar nuestros pecados y creer la promesa, y Dios hará el resto.

Los discípulos tuvieron que emplear diez días en el aposento alto para quitar las barreras de pecado. Nosotros no necesitamos tanto. Podemos quitar las barreras ahora mismo. El recibir depende de nosotros. Si deponemos la envidia, la crítica, el desquite, los chismes, el juzgar a otros, la falta de bondad, la mezquindad, la rudeza, la mundanalidad, el prejuicio y nuestros pecados secretos, podemos reclamarlo ahora mismo. Mis hermanos, yo deseo pedirlo ahora, ¿no deseáis vosotros también? Algún pastor, algún administrador, algún obrero encabezará la marcha al Pentecostés pasando por el camino de la cruz y el aposento alto. Yo quisiera ser ese obrero; que Dios me ayude.

Muchos de vosotros que habéis pasado las vacaciones en Yosemite Park, recordaréis el emocionante espectáculo que se produce al término del programa nocturno. Desde la oscuridad se alza una voz: “¡Que caiga el fuego!” Y desde Glacier Point, un kilómetro y medio más arriba, donde alguien está vigilando, viene la respuesta que resuena por la noche: “¡El fuego cae!”

Allá arriba, el Vigilante y Santo está esperando la señal de tu corazón y del mío. Está esperando ver la semejanza de Cristo en los cristianos. El tiene la lluvia de limpieza para nuestras vidas de impureza, el manto de gracia para toda nuestra injusticia. Tiene la fuerza perfeccionada en la flaqueza para hacer de todos nosotros lo que debiéramos ser. Tiene el fuego del Pentecostés para bautizarnos con su Espíritu.

Ahora mismo, en el silencio consciente de su presencia, ahora mismo, ¿no queréis uniros conmigo lanzando el grito: “¡Caiga tu fuego sobre mí!”?

Sobre el autor: Director Asociado del Departamento Regional Norteamericano.