Elena G. de White no sólo afirma la necesidad de recibir el Espíritu Santo, sino que detalla las condiciones para recibir la lluvia tardía.

Pero cerca del fin de la siega de la tierra, se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del Hombre. Este derramamiento del Espíritu se compara con la lluvia tardía; y en procura de este poder adicional, los cristianos han de elevar sus peticiones al Señor de la mies “en la sazón tardía” (Zac. 10:1). En respuesta “Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante”. “Hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía” (Joel 2:23).

La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, y todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes están vinculados con Cristo, y tienen los dones del espíritu, tendrán un poder que se hará sentir sobre los corazones. Dios hará de ellos conductos para el derramamiento de la influencia más sublime del universo (Joyas de los testimonios, tomo 3, pág. 212).

Que los cristianos… pidan con fe la bendición prometida, y la recibirán. El derramamiento del Espíritu en los días de los apóstoles fue la lluvia temprana, y gloriosos fueron los resultados. Pero la lluvia tardía será más abundante (Evangelismo, pág. 508).

La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo pidan que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición (Mensajes selectos, tomo 1, pág. 141).

No hay nada que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios despeje el camino quitando todo impedimento, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia decaída y una congregación impenitente. Si se hiciera la voluntad de Satanás, no habría ningún otro reavivamiento, grande o pequeño, hasta el fin del tiempo. Pero no ignoramos sus maquinaciones. Es posible resistir su poder. Cuando el camino esté preparado para el Espíritu de Dios, vendrá la bendición. Así como Satanás no puede cerrar las ventanas del cielo para que la lluvia venga sobre la tierra, así tampoco puede impedir que descienda un derramamiento de bendiciones sobre el pueblo de Dios (Mensajes selectos, tomo 1, págs. 144, 145).

Deben realizarse un reavivamiento y una reforma bajo la ministración del Espíritu Santo. Reavivamiento y reforma son dos cosas diferentes. Reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas y teorías, hábitos y prácticas. La reforma no producirá los buenos frutos de justicia a menos que esté relacionada con el reavivamiento del Espíritu. El reavivamiento y la reforma han de efectuar su obra asignada y deben entremezclarse al hacer esta obra (Mensajes selectos, tomo 1, pág. 149).

No necesitamos preocuparnos con respecto a la lluvia tardía. Todo lo que tenemos que hacer es mantener el vaso limpio, en la posición correcta y preparada para la recepción de la lluvia celestial, y orar “que la lluvia tardía venga a mi vaso. Que la luz del glorioso ángel que se une con el tercer ángel brille sobre mí, dame una parte en la obra; déjame hacer oír la proclamación; sea yo un colaborador con Jesucristo”. Si buscáis a Dios de este modo, os digo que él os mantendrá preparados todo el tiempo, dándoos su gracia (The Upward Look, pág. 283).

El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar al Espíritu Santo como su representante. No es por alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu Santo. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se piensa poco, se ve sequía espiritual, oscuridad espiritual, decadencia y muerte espirituales. Cuandoquiera los asuntos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela, falta, aunque se ofrece en infinita plenitud.

Puesto que éste es el medio por el cual hemos de recibir poder, ¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu? ¿Por qué no hablamos de él, oramos por él, y predicamos respecto de él? El Señor está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que le sirven, que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos (Los hechos de los apóstoles, pág. 41).

Después de convencer de pecado, y de presentar ante la mente la norma de justicia, el Espíritu Santo quita los afectos de las cosas de esta tierra, y llena el alma con un deseo de santidad. “Él os guiará a toda verdad” (Juan 16:13), declaró el Salvador. Si los hombres están dispuestos a ser amoldados, se efectuará la santificación de todo el ser. El Espíritu tomará las cosas de Dios y las imprimirá en el alma. Mediante su poder, el camino de la vida será hecho tan claro que nadie necesite errar (Los hechos de los apóstoles, pág. 43).

Todo obrero que sigue el ejemplo de Cristo será preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de la mies de la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del Evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios (Los hechos de los apóstoles, pág. 46).

Cuando traigamos nuestros corazones en unidad con Cristo, y nuestras vidas en armonía con su obra, el Espíritu que descendió en el día de Pentecostés descenderá sobre nosotros (Adventist ñeview and Sabbath Herald, 15 de mayo de 1888).

La medida del Espíritu Santo que recibamos estará en proporción con la medida de nuestro deseo, la fe que ejercitemos por él y el uso que haremos de la luz y el conocimiento que se nos dé. Se nos confiará el Espíritu Santo de acuerdo a nuestra capacidad para recibir y nuestra habilidad para impartirlo a otros (Manuscrito No. 347).

La dispensación en la cual vivimos ha de ser, para aquellos que piden, la dispensación del Espíritu Santo. Solicitemos sus bendiciones… el derramamiento del Espíritu es esencial. Deberíamos orar por él… orad sin cesar y vigilad, viviendo en armonía con vuestras oraciones, y a medida que oréis, creed y confiad en Dios. Es en el tiempo de la lluvia tardía, cuando el Señor dará abundantemente de su Espíritu. Sed fervientes en oración, y velad en el Espíritu (Bible Echo, No. 7, 1898).

El impartirá su Santo Espíritu en la plenitud de su poder vivificador y no habrá suficiente espacio para recibirlo. Nada, excepto el bautismo del Espíritu Santo, puede llevar a la iglesia a su posición correcta, y preparar al pueblo de Dios para el conflicto que se aproxima rápidamente (Carta No. 15, 1889).

No está muy lejano el tiempo cuando los hombres necesitarán una relación más estrecha con Cristo, una relación más estrecha con su Santo Espíritu de la que han tenido o podrán tener jamás, a menos que sometan su voluntad y sus caminos a la voluntad y los caminos de Dios. El gran pecado de aquellos que profesan ser cristianos es que no abren el corazón para recibir el Espíritu Santo. Cuando el alma anhela a Cristo y busca cómo llegar a ser una con él, entonces, aquellos que están contentos con una forma de la piedad, exclaman, “tened cuidado, no vayáis a los extremos”. Cuando los ángeles del cielo anden entre nosotros, y obren a través de los agentes humanos, habrá conversiones verdaderas y sólidas, como las conversiones que hubo en el día del Pentecostés (Carta 27, 1894).

Hay muy poca influencia del Espíritu Santo en la iglesia. Hay demasiada dependencia de los agentes humanos individuales para lograr el éxito en la iglesia. Donde haya piedad genuina en una iglesia, habrá una fe genuina en las manifestaciones de la eficacia del Espíritu Santo. Es la dependencia tan grande que se tiene sobre el hombre y sus supuestas habilidades, educación y conocimientos, lo que eclipsa al Señor Dios, que es Todopoderoso y que puede ayudar y ayudará, y que anhela manifestarse a sí mismo a toda alma descuidada y caída que comprende su debilidad y su falta de poder moral. Debe confiar sin ninguna reserva en la Palabra de Dios y no hacer del brazo humano su fortaleza y su confianza (Manuscrito 93, 1893).

La congoja es ciega, y no puede discernir lo futuro; pero Jesús ve el fin desde el principio. En toda dificultad, tiene un camino preparado para traer alivio. Nuestro Padre celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos nada. Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de Dios el lugar supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una clara senda ante sus pies (El Deseado de todas las gentes, pág. 297)