Por definición, reavivamiento “significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual”.[1]
¿De qué modo puede experimentar un reavivamiento la iglesia adventista? ¿Qué medidas prácticas puede adoptar usted, como pastor adventista, a fin de iniciar un reavivamiento en su iglesia?
Ciertos periodistas viajaron desde Londres hasta Gales para tomar nota en forma directa de los hechos maravillosos del gran reavivamiento galés del comienzo del siglo. Después de haber arribado, uno de ellos le preguntó a un policía dónde estaba localizado el reavivamiento de Gales. El interrogado se alzó en toda su estatura, señaló su corazón con su mano y exclamó con dignidad: “Señor, el reavivamiento galés se halla dentro de este uniforme”.
Si mi iglesia ha de revivir, yo debo revivir. ¡A menos que algo suceda dentro de mí, no es mucho lo que podrá ocurrir por medio de mí! Si el Señor no hace algo en mi favor, es muy poco lo que podrá hacer por mi intermedio. El reavivamiento comenzará en nuestras iglesias cuando nosotros, como predicadores, clamemos: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Cuando nuestro corazón se halla contaminado por el pecado, no estamos preparados para participar del derramamiento del Espíritu Santo que Dios anhela concedernos.
Llamado bíblico al reavivamiento
En tiempos bíblicos, cuando Israel se apartaba del ideal divino, el Señor enviaba profetas que presentaban mensajes directos y vehementes que los llamaban al reavivamiento. En una época de piedad exterior, pero de rebelión interna, el profeta Isaías exclamó: “Lavaos y limpios; quitad la inquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isa. 1:16,17).
El llamado al reavivamiento presentado por cada profeta tenía elementos similares. Contenía una exhortación urgente para retornar a Dios, combinada con un llamamiento práctico al arrepentimiento por los pecados específicos que habían interrumpido esa relación. Oseas exhortaba bondadosamente al pueblo: “Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará” (Ose. 6:1).
El profeta Joel hizo un ferviente llamado a su pueblo para que diera cabida a una revolución espiritual interna, la cual lo conduciría a una gozosa obediencia externa de la voluntad de Dios. “Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Joel 2:12, 13).
La exhortación de Joel procuraba un servicio efectuado de todo corazón, no uno simulado o realizado con tibieza. En contraste con las formas externas, Joel llamó a su pueblo para que se volviera a Dios desde lo más íntimo de su alma y fijara en El todos sus afectos. Tal como lo expresó Gregorio Magno: “En cualquier grado que nuestros afectos estén diseminados en las cosas creadas, en la misma medida queda deteriorada la conversión del corazón”.
Llamamientos del tiempo del fin
Una vez más en el tiempo del fin el pueblo de Dios permitió que la cubierta exterior de la religión reemplazara a la simiente de la fe viva. En los años anteriores al congreso de Minneapolis, celebrado en octubre de 1888, Dios llamó a su pueblo en forma poderosa al reavivamiento. Una vez más el Señor empleó como instrumento el don de profecía.
Por medio de Elena de White, dicho llamado al reavivamiento señalaba categóricamente la necesidad de la iglesia. La voz de Dios le habló al pueblo de Dios. Notemos las siguientes y precisas declaraciones escritas en 1887, que figuran en orden cronológico:
“La observancia de las formas externas jamás satisfará el gran anhelo del alma humana. Una mera profesión de Cristo no basta para preparar al hombre para resistir la prueba del juicio”.[2]
“Existe demasiada formalidad en la iglesia. … Los que profesan ser guiados por la Palabra de Dios pueden estar familiarizados con la evidencia de su fe y, sin embargo, ser como la higuera presuntuosa que ostentaba su follaje ante el mundo, pero al ser registrada por el Maestro reveló estar desprovista de frutos”.[3]
“Por medio de la fe viviente deseamos aprehender la promesa y decir: Dios ha afirmado que la bendición es mía; debo poseerla, y creo que la tendré; y al fijar la mente en Cristo, aferrarnos firmemente de Él y someternos a Él, y al mismo tiempo descubriremos que Cristo entrará. Tendremos su presencia morando con nosotros”.[4]
Una de las exhortaciones más firmes hechas por Elena de White en favor del reavivamiento y de la reforma fue publicada en la Review and Herald del 22 de marzo de 1887, bajo el título “La Gran Necesidad de la Iglesia”. Ese artículo fue reimpreso en Mensajes selectos, tomo 1, páginas 141-147. “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra’’ (pág. 141). “Tenemos mucho más que temer de enemigos internos que de externos. Los impedimentos para el vigor y el éxito provienen mucho más de la iglesia misma que del mundo” (pág. 142). “En las iglesias son frecuentes las divisiones y aun las amargas disensiones que deshonrarían a cualquier colectividad mundana, porque se hace muy poco para dominar los malos sentimientos y para reprimir cada palabra de la que pueda aprovecharse Satanás” (pág. 143). “No hay nada que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios despeje el camino quitando todo impedimento, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia decaída y una congregación impenitente. Si se hiciera la voluntad de Satanás, no habría ningún otro reavivamiento, grande o pequeño, hasta el fin del tiempo” (pág. 144). “Levántese la iglesia y arrepiéntase de sus apostasías delante de Dios… No tenemos el menor motivo para felicitarnos a nosotros mismos ni exaltarnos” (págs. 146, 147).
En reconocimiento de la impotencia espiritual que se produjo como resultado del orgullo, la formalidad y del amor al mundo tan ampliamente difundido, Elena de White llamó a la iglesia para que retornara a una experiencia viviente con Cristo. Exhortó en forma particular al ministerio. Sus integrantes no tenían poder para conducir al pueblo a las fuentes de agua viva, pues su propio corazón era como un desierto reseco. Si sus cestos espirituales estaban vacíos, ¿qué posibilidad tenían de compartir el pan de vida con un mundo famélico? Muchos de nuestros pastores se dedicaban a la argumentación. Eran defensores capacitados de la fe, pero carecían de una espiritualidad profunda.
La iglesia necesitaba un reavivamiento. Un mes antes del concilio otoñal de Minneapolis, Elena de White escribió lo siguiente: “Ellos [los pastores] no pueden fiarse de sermones antiguos para presentarlos ante sus congregaciones; pues esos discursos prefijados pueden no ser apropiados para hacer frente a la ocasión o a las necesidades de la gente. Hay temas que deberían ser tratados en forma amplia y que han sido tristemente descuidados”.[5]
¿Cuáles eran esos temas tristemente descuidados? “Presentad ante vuestros oyentes a Jesús en su condescendencia para salvar al hombre caído. Mostradles que Aquel que era su seguridad debió tomar la naturaleza humana, y llevarla en medio de la temible maldición de su Padre, debido a la transgresión de su ley por parte del hombre; pues el Salvador se hallaba en la condición de hombre”.[6] Jesús habla de ser el punto central de todo reavivamiento. Este era imposible sin una visión renovada del Cristo viviente. Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12: 32). No todos los que estuvieron presentes ese otoño en Minneapolis experimentaron el reavivamiento. Muchos se dieron por satisfechos con adherirse a las formas externas del cristianismo. Pero hubo quienes estuvieron dispuestos a escuchar cuando se proclamó el mensaje de la justicia de Cristo. Cuando Jesús fue levantado, esas personas se vieron atraídas hacia Él. Los corazones fueron conmovidos. Se abandonaron pecados. Las vidas fueron transformadas. El arrepentimiento, la confesión y la oración ferviente prepararon el camino para el reavivamiento. Fue derramado el Espíritu Santo y las ondas de ese reavivamiento se perciben aún en nuestros días.
Receta para el reavivamiento
La receta para el reavivamiento está señalada claramente en 2 Crónicas 7:14: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. Cuando hincado sobre mis rodillas contemplo la perfecta e impecable justicia de Cristo, comprendo cuán cuitado soy. “¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo”.[7] A la luz de su perfección mi falta de consagración, mi apego a las cosas terrenas, mi modo humano de considerar las circunstancias, todo llega a ser más evidente. Entonces, con profundo arrepentimiento, exclamo: “Jesús, cubre mi deformidad con tu inmaculada justicia. Haz por mí lo que yo no podría hacer. ¡Transfórmame! ¡Eleva mi mente por sobre lo terrenal! ¡Vuelva mis pensamientos hacia las corrientes celestiales!”
El verdadero reavivamiento no tiene sus raíces en los impulsos del momento. No se basa en un emocionalismo sensacionalista de breve existencia. Se fundamenta en la oración sincera y en el estudio ferviente de la Biblia. En 1888 Elena de White escribió lo siguiente: “Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden, que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Sólo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento”.[8]
No podemos esperar que se produzca un reavivamiento cuando nuestro corazón se inclina más a los actores de la televisión que a la oración. No podemos esperar un reavivamiento cuando estamos más interesados en la página deportiva del diario de la mañana que en el culto matutino. No podemos esperar un reavivamiento cuando nuestra violación del mensaje de la reforma pro salud ha obnubilado nuestro cerebro de un modo que no podemos discernir la voz del Espíritu. No podemos esperar un reavivamiento cuando nuestra mente está ocupada con pensamientos relacionados con la vestimenta de última moda, más bien que con lo que tiene que ver con el manto inmaculado de la justicia de Cristo.
Cuando las reuniones especiales de la iglesia —donde abundan pasteles recargados de azúcar— atraen a multitudes, y las reuniones de oración tan sólo a dos o tres fieles: ¿podemos esperar un reavivamiento? Cuando las reuniones de la junta de nuestras iglesias degeneran en contiendas por el poder entre facciones opuestas, en lugar de ser sesiones en las que se estudien tácticas para atraer hacia Cristo a los perdidos: ¿podemos esperar un reavivamiento? Cuando nuestros sermones tienen bajo costo en lo que respecta a estudio de la Biblia y oración, y son preparados el viernes de noche en medio de llamados telefónicos: ¿podemos esperar un reavivamiento?
No podemos esperarlo a menos que afrontemos honestamente la realidad de que existen contradicciones entre lo que la iglesia, predica y lo que practica. No podemos tener, el reavivamiento a menos que reconozcamos que tanto la Biblia como el espíritu de profecía nos llaman a entregarnos al Cristo vivo, quien revolucionará completamente nuestra vida.
No podemos esperar del reavivamiento si, como individuos o como entidad colectiva, seguimos prácticas que son claramente opuestas a lo que Dios ha revelado por medio de sus profetas inspirados.
El reavivamiento tiene un precio, no porque Dios no esté dispuesto a dárnoslo gratuitamente, sino porque nosotros no estamos preparados para recibirlo. El precio del reavivamiento es hoy día el mismo que ha sido en todo tiempo pasado: ¡El arrepentimiento! ¡La oración ferviente! ¡La confesión de pecados conocidos! ¡Un renovado énfasis del estudio de la Biblia! ¡Tiempo en la presencia de nuestro Señor! No hay atajos. No hay soluciones fáciles. El precio del reavivamiento es el compañerismo Íntimo, viviente y diario con Jesús. Al pasar tiempo en su presencia nos regocijamos en hacer su voluntad.
¡El reavivamiento vendrá! Todo el cielo está dispuesto a hacer grandes cosas en favor de la iglesia que oiga el último llamado de misericordia que extiende el Señor a un mundo agonizante. “Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre (atierra, habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán derramados sobre sus hijos”.[9]
Cuando Dios posea un pueblo totalmente consagrado, derramará sobre él su poder sin límite alguno. Descenderá el Espíritu Santo. ¡Caerá la lluvia tardía! El fuerte clamor del tercer ángel que se inició en la revelación de Cristo, nuestro Redentor que perdona el pecado, iluminará la tierra con la gloria de Dios.
¡Disponga sus actividades por orden de importancia! Las cosas no esenciales pueden esperar. Sin más demora, dedique cada día una porción de su tiempo para el compañerismo con Cristo. Pida que Dios le revele qué actitudes de su vida no se hallan en armonía con su voluntad. Pida que el Espíritu Santo le indique en qué áreas específicas está usted violando sus designios. Sométase al Señor en esos aspectos con arrepentimiento sincero. Reclame su perdón de fe. ¡Crea que el Señor lo acepta en este instante! Reciba su poder para la victoria. Haga un nuevo compromiso para emplear en su servicio los dones que Él le ha conferido. Implore a Dios el poder de la lluvia tardía para que pueda presentar un testimonio eficaz, convincente y amante.
Si desea que su iglesia experimente el reavivamiento, organice grupos de oración de cinco a siete personas. Unidos busquen a Dios para obtener renovación espiritual. Lean juntos la porción del tomo 1 de Mensajes selectos, comprendida entre las páginas 141-177, y cuyo título es “Exhortaciones a Lograr un Reavivamiento”. Invite a todos los miembros de los grupos de oración a fin de que dediquen tiempo para meditar solos sobre sus rodillas en las escenas finales de la vida de Cristo. En la Biblia hay seis capítulos que se refieren en forma específica a la muerte de nuestro Señor: Isaías 53, Salmo 22, S. Mateo 27, S. Marcos 15, S. Lucas 23 y S. Juan 19. Combine esa cuidadosa meditación con el estudio de los últimos 28 capítulos de El Deseado de todas las gentes, comenzado con el capítulo titulado “La ley del Nuevo Reino”.
Usted y su iglesia pueden experimentar el reavivamiento por medio de una conexión vital con el Cristo viviente. Jesús era el Camino en 1888. Hoy también es el Camino. No existe ningún otro.
Sobre el autor: Mark Finley ha servido durante muchos años como director del Soulwinning Institute, de la División Norteamericana. En la actualidad se desempeña como secretario ministerial de la División Transeuropea.
Referencias
[1] Mensajes selectos, tomo 1, pág. 149
[2] Review and Herald, 25 de enero de 1887, pág. 491.
[3] Ibíd., 15 de febrero de 1887, pág. 97.
[4] Ibid., 12 de julio de 1887, pág. 433
[5] Ibíd., 11 de septiembre de 1888.
[6] Ibíd.
[7]Testimonios para los ministros, pág. 464
[8] Mensajes selectos, tomo 1, pág. 141.
[9] El gran conflicto, pág 517