Se ha escrito y hablado mucho acerca del reavivamiento. Pero ¿cuál es el sentido de esta expresión?

 El diccionario nos informa que reavivar significa: “Avivar intensamente, volver a recordar bien, estimular la memoria, reanimar”.

 De esta definición destacamos las palabras del diccionario: “Avivar intensamente y reanimar, volver a la memoria”. Lo que realmente más necesitan hoy el ministerio y la iglesia es recordar las verdades del pasado reanimando en el corazón de cada creyente la llama incandescente del primer amor por esas verdades que son el fundamento de nuestra fe y de nuestra existencia como iglesia cristiana.

 En su libro Los Hechos de los Apóstoles, páginas 29 a 32, la Sra. de White evoca algunas cosas a fin de demostrar cómo se verificó aquel reavivamiento de los discípulos en el día de Pentecostés, así como sus efectos que pusieron fuego en los corazones, de tal manera que produjeron el descenso del Espíritu Santo sobre los circunstantes, causando un gran impacto con repercusiones trascendentales en la iglesia presente y futura. En aquella ocasión los creyentes siguieron algunos pasos. (Evangelismo, pág. 390.)

 Después de la ascensión de Cristo, los discípulos se reunieron en un lugar para suplicar humildemente a Dios. Y después de diez días de escudriñamiento del corazón y de examen propio, quedó preparado el camino para que el Espíritu Santo penetrara en el templo del alma limpio y consagrado. Deducimos entonces, que la primera cosa que hay que hacer es procurar un lugar para reunirse y buscar a Dios con todo fervor. ¿Y qué hicieron después de haber hallado el lugar? En Los Hechos de los Apóstoles, pág. 29 se nos dice: “Mientras los discípulos esperaban el cumplimiento de la promesa, humillaron sus corazones con verdadero arrepentimiento, y confesaron su incredulidad”. El segundo paso fue humillar el corazón y arrepentirse.

 Estos son pasos que deben dar hoy los obreros y la iglesia. Luego, en la misma cita se afirma: “Al recordar las palabras que Cristo les había hablado antes de su muerte, entendieron más plenamente su significado”. En estos tiempos debemos procurar entender más ampliamente el significado del sacrificio de Cristo. Verdades que los discípulos habían olvidado volvieron a su memoria y las repitieron unos a otros. Se censuraban a sí mismos por no haber comprendido al Salvador.

 ¿Será que nosotros como ministros estamos comprendiendo bien lo que el Salvador dice para nuestro tiempo y lo que espera de nosotros? ¿No nos hemos olvidado de sus advertencias en lo tocante a la continua vigilancia, al amor entre nosotros mismos? ¿Somos honestos unos con otros? ¿Somos humildes, o ambicionamos posiciones al punto de sentirnos frustrados y contaminados por la crítica cuando no las alcanzamos? ¿No era éste el cuadro que existía entre los discípulos de aquellos tiempos?

 A pesar de todas esas fallas, el único Salvador que Dios mandó al mundo les encomendó que fueran a los hombres para enseñarles el camino de salvación.

 “Los discípulos oraron con intenso fervor pidiendo capacidad para encontrarse con los hombres, y en su trato diario hablar palabras que pudieran guiar a los pecadores a Cristo. Poniendo aparte toda diferencia, todo deseo de supremacía, se unieron en estrecho compañerismo cristiano. Se acercaron más y más a Dios, y al hacer esto, comprendieron cuán grande privilegio habían tenido al poder asociarse tan estrechamente con Cristo. La tristeza llenó sus corazones al pensar en cuántas veces le habían apenado por su tardo entendimiento y su incomprensión de las lecciones que, para el bien de ellos, estaba procurando enseñarles.

 “Estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas. No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el Evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido” (Id., pág. 30).

 Después de esos días preliminares de recogimiento, confesión y estudio profundo de las verdades enseñadas por Cristo, ¿qué hizo Dios viendo que estaban en condiciones? Hech. 2: 1, 2. Derramó el mayor poder del universo sobre tan frágiles criaturas.

 En la página 31 del mismo libro dice la Sra. de White: “Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta influencia hubiera estado restringida, y ahora el Cielo se regocijará en poder derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu. Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía. Todo el Cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los apóstoles exclamaron: ‘En esto consiste el amor’. Se asieron del don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día”.

 Compañeros míos, ¿no es esto lo que Dios espera de nosotros hoy?

 En Evangelismo, pág. 392, dice: “El descenso del Espíritu Santo sobre la iglesia es esperado como si se tratara de un asunto del futuro; pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo”.

 ¿Quién considera que el descenso del Espíritu Santo es un acontecimiento futuro? ¿Acaso no somos nosotros mismos, los ministros del Señor? ¿No es verdad que cuando hablamos, enseñamos o predicamos sobre este asunto usamos expresiones tales como: “Cuando el Espíritu Santo sea derramado”, “cuando caiga la lluvia tardía la obra será terminada”, etc., etc.? Es tiempo de buscarlo y de tenerlo ahora y no mañana o en el año 2000.

 Apelo a los compañeros de ministerio para que se actualicen en este asunto del poder del Espíritu, para que no seamos hallados faltos como las vírgenes insensatas que fundadas en sus convicciones decían: “Mi señor vendrá tarde”. ¿Por qué? Porque las lámparas de la vigilancia estaban apagadas y ellas, desconectadas con los hechos del presente, contemplaban el futuro.

 Otro aspecto que hay que destacar lo hallamos en El Camino a Cristo, pág. 38: “Dios no acepta la confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida” como resultado del reavivamiento.

 Fue exactamente lo que les sucedió a los discípulos en ocasión del Pentecostés. Aquellos hombres hasta entonces llenos de envidia, deseo de posición, mentirosos, impulsivos, tímidos, tiránicos, que huyeron del lado de su Maestro cuando debían haber permanecido junto a él en el momento de su prisión, ahora, reformados, unidos, leales y llenos de poder vivían su fe con osadía, sin temer a nada, llenando rápidamente a Jerusalén con las nuevas de salvación mediante Cristo.

 “Los dirigentes judíos habían supuesto que la obra de Cristo terminaría con su muerte; pero en vez de eso fueron testigos de las maravillosas escenas del día de Pentecostés. Oyeron a los discípulos predicar a

 Cristo, dotados de un poder y energía hasta entonces desconocidos, y sus palabras confirmadas con señales y prodigios. En Jerusalén, la fortaleza del judaísmo, miles declararon abiertamente su fe en Jesús de Nazaret como el Mesías. Los discípulos se asombraban y se regocijaban en gran manera por la amplitud de la cosecha de almas. No consideraban esta maravillosa mies como el resultado de sus propios esfuerzos; comprendían que estaban entrando en las labores de otros hombres” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 36).

 “Podían pronunciar el nombre de Jesús con seguridad; porque, ¿no era él su Amigo y Hermano mayor? Puestos en comunión con Cristo, se sentaron con él en los lugares celestiales. ¡Con qué ardiente lenguaje revestían sus ideas al testificar por él! Sus corazones estaban sobrecargados con una benevolencia tan plena, tan profunda, de tanto alcance, que los impelía a ir hasta los confines de la tierra, para testificar del poder de Cristo. Estaban llenos de un intenso anhelo de llevar adelante la obra que él había comenzado. Comprendían la grandeza de su deuda para con el cielo, y la responsabilidad de su obra” (Id., págs. 37, 38).

 Este es exactamente el tipo de reavivamiento que debemos realizar hoy en nuestro medio para poder terminar con rapidez la tarea que nos fuera confiada.

 “Puesto que éste es el medio por el cual hemos de recibir poder, ¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu? ¿Por qué no hablamos de él, oramos por él y predicamos respecto a él? El Señor está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que le sirven que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos. Cada obrero debiera elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu. Debieran reunirse grupos de obreros cristianos para solicitar ayuda especial y sabiduría celestial para hacer planes y ejecutarlos sabiamente. Debieran orar especialmente porque Dios bautice a sus embajadores escogidos en los campos misioneros con una rica medida de su Espíritu. La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del mundo no podrían conferirle” (Id., págs. 41, 42).

 De estos pensamientos inspirados sacamos en conclusión que no hay reavivamiento sin cambio de vida, de hábitos y de acción. Por lo tanto, ¿qué significa, en suma, el reavivamiento?

 1. Reunirnos en algún lugar como iglesia.

 2. Humillarnos delante de Dios y de nuestros hermanos, arrepintiéndonos de los pecados secretos y públicos.

 3. Confesarlos sin rodeos.

 4. Reformar nuestros hábitos y pecados arraigados, dejando que el Espíritu Santo los expurgue quemándolos sobre el altar de Dios.

 5. Pedir con fe el derramamiento del Espíritu sobre todos hoy, ahora, ya, sin pensar en un futuro remoto, pues de otro modo nunca vendrá.

 ¡Mis hermanos! El diablo está impaciente por destruir al mundo que nos rodea y a nosotros también. Es hora de unirnos en oración para vencerlo porque Dios también tiene más prisa aún para ver tomar a su iglesia una posición definida contra nuestro enemigo con todas sus artimañas y pecados.

 6. Entonces hay que pedir, pedir, pedir insistentemente la plenitud de este poder maravilloso para que queme el pecado y llene nuestro corazón de poder a fin de que podamos vencer el mal y amar la justicia, la pureza, el amor de Dios, su Palabra y a los perdidos que nos rodean.

 7. Entonces, poseídos por esta poderosa “dínamo” inundaremos las ciudades, pueblos y campos con el mensaje y en breve esta historia de fracasos y miserias terminará.

 ¡Sí! Hagamos esto hoy mismo, ahora mismo. Amén.

Sobre el autor: Presidente de la Unión Brasileña del Sur.