Al pastor le cabe rescatar, en sí mismo, la conciencia de la santidad, la seriedad y el alcance de su llamado. Él no escogió ser pastor; fue escogido por Dios. En última instancia, es Dios a quien le rinde cuentas.
Un censo ministerial realizado en 2012 por el sociólogo Thadeu Silva trajo a la luz preocupaciones con respecto a los pastores adventistas y sus familias. De acuerdo con las respuestas de la encuesta, existe falta de tiempo para la comunión espiritual, el estudio, la preparación de sermones, la visitación de los miembros de la iglesia y la atención a la familia. También, hay sobrecarga de trabajo, superposición de proyectos e inquietudes materiales, entre otras cosas que dificultan el sentimiento de plena realización del pastor. Eso llama la atención y demanda acción, en el sentido de reajustar el foco vocacional.
En este proceso, el pastor es el principal agente; si bien aquellos que establecen planificaciones y metas de trabajo para él también tienen una parte importantísima que desempeñar. Pero al pastor le cabe rescatar, en sí mismo, la conciencia de la santidad, la seriedad y el alcance de su llamado. Él no escogió ser pastor; fue escogido por Dios (Juan 15:16). Por lo tanto, es imprescindible que viva y trabaje en absoluta dependencia y siguiendo las orientaciones de aquel que lo llamó. En última instancia, es Dios a quien le rinde cuentas. Teniendo esto en mente, el pastor dará siempre el primer lugar a las cosas más importantes, aquello que es absolutamente esencial en su vida y en su ministerio: Dios, la familia y el trabajo; exactamente en ese orden. Jesucristo advirtió a sus discípulos con respecto a la total nulidad de los esfuerzos y de la agitación emprendidos por sus siervos en su causa, pero sin él: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). La advertencia es todavía válida para los pastores modernos, pues de acuerdo con John M. Dresser: “La intimidad de nuestra vida con Cristo proporciona la medida de nuestro poder espiritual para con Dios […]. Existe un conocimiento de Dios y de su obra que viene únicamente a través de la comunión con él, hasta el punto de sentir el mismo soplo de Dios en nuestra vida y en nuestro trabajo” (Se eu começasse meu ministério de novo, p. 16).
Así, seremos auténticos esposos y padres, ministrando correctamente a nuestra familia, nuestro primer campo cualitativo de trabajo. Así, seremos fieles pastores del rebaño, alimentándolo, nutriéndolo, manteniéndolo bien guardado en el aprisco del Buen Pastor. Seremos incansables evangelistas, predicadores, impulsados por una imperecedera pasión por la salvación de los perdidos, dondequiera que ellos estén. Cultivaremos motivos, expectativas e intereses correctos, y trabajaremos dejando a Dios los resultados. Su recompensa es infinitamente superior a cualquier bien perecedero que pudiéramos desear.
Por la gracia de Dios, sea cada uno de nosotros la respuesta de él a la oración de Moisés: “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor” (Núm. 27:16, 17).
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio edición CPB.