–María, ¿recuerdas dónde leímos esa historia de cómo un padre escandinavo perdonó a los asesinos de su hija misionera en Etiopía? Estoy preparando un sermón sobre el perdón y deseo usarla.
–Si recuerdo bien, estaba en La Revista Adventista –trató de recordar María– en uno de los números del año antepasado.
Una hora más tarde, después de revisar todos los ejemplares de La Revista Adventista amontonados en un rincón de su escritorio y unos cuantos ejemplares de Vida Feliz (por si acaso) el pastor continuaba su búsqueda infructuosa de la ilustración que necesitaba para su sermón.
Ese sábado, el sermón incluyó una referencia fugaz del incidente en cuestión. Fue uno más de esos sermones monótonos, carentes de nuevos enfoques y nueva vida que los hermanos habían estado soportando durante los últimos dos años.
¿Por qué es que algunos pastores parecen tener siempre algo nuevo, algo interesante, algo estimulante, algo inspirador en sus sermones, mientras otros obligan a sus congregaciones a soportar mes tras mes y año tras año una mediocre monotonía? Descontando las naturales diferencias de talento y experiencia que hay entre los ministros del Evangelio, uno de los factores decisivos que diferencian a un predicador interesante e inspirador de uno monótono y aburridor es la presencia o ausencia del archivo en sus respectivos escritorios.
¿Qué es un archivo? En el caso específico del pastor es el lugar donde él guarda, debidamente clasificados: 1) materiales diversos que le servirán para preparar sermones y conferencias públicas; 2) materiales que le darán ideas útiles en cuanto a técnicas y métodos para realizar su trabajo, y 3) asuntos variados de interés personal o familiar.
¿De dónde provienen los materiales que van al archivo? Básicamente de diarios, revistas y libros que el pastor lee. De paso, resulta obvio que para tener un archivo hay que leer. Y aunque pareciera estar demás, preguntamos: ¿cuántos libros lee Ud. por mes? ¿Cuántas revistas? El archivo no es una solución mágica. Sólo nos devuelve lo que hemos puesto en él. Y sólo podemos archivar aquello que llega a nuestras manos. ¿Qué y cuánto estamos leyendo? Generalmente recortamos el material que nos interesa de los diarios y revistas y lo archivamos. Pero puede ocurrir que no deseemos recortar alguna revista que estamos coleccionando completa, como EL MINISTERIO ADVENTISTA, por ejemplo. En ese caso, podemos anotar en un papel o ficha de 10×15 cm el nombre del autor del artículo que deseamos recordar, el título del artículo y el nombre y fecha de la revista, y luego archivar ese papel en el lugar correspondiente. Este mismo procedimiento se sigue con los libros. Si cada mes tomamos algunos minutos para recortar las revistas que ya hemos leído y para archivar esos recortes, juntamente con los papelitos que nos recuerdan artículos de revistas que no recortaremos o páginas de libros leídos, ¡podemos imaginar qué cantidad de material irá a enriquecer nuestro archivo al final de cada año! Y, si seguimos este procedimiento sistemáticamente durante varios años, tendremos a nuestra disposición una cantidad tan grande de material que cada uno de nosotros podrá, más fácilmente, “ganar la reputación de ser un predicador interesante” (E. G. de White, Evangelismo, pág. 134).
Pero, ¿cómo se clasifica todo este material que esperamos archivar, a fin de poder ubicarlo rápidamente cuando lo necesitemos? Hay básicamente dos sistemas de clasificación: alfabético y sistemático (numérico). Se los puede combinar de manera tal que la clasificación resulte muy fácil y completa. Hay obras excelentes que nos traen el problema ya resuelto. En primer lugar, agrupan todos los temas y subtemas de manera sistemática, siguiendo las grandes áreas del conocimiento humano, por un lado, y del trabajo pastoral, por otro. A cada tema y subtema le asignan un número. Ese es el número que se escribirá sobre cada recorte o ficha. Una vez numerados los recortes y fichas será muy fácil ubicarlos en el archivo bajo su respectivo número. En segundo lugar, para facilitar la ubicación de un tema cualquiera (por si no recordamos con claridad a qué área del conocimiento corresponde), ordenan todos los temas y subtemas en riguroso orden alfabético. Junto a cada tema anotan el número de clasificación. Tanto la clasificación sistemática como la alfabética aparecen –en secciones separadas– en estos libros de clasificación y archivo. Así, cuando buscamos el material que tenemos sobre algún tema en nuestro archivo, basta con ubicar el número de clasificación de ese material. Eso lo podemos lograr mirando tanto en la sección alfabética como en la sistemática.
Existen numerosas obras, en varios idiomas, que se ocupan del archivo del pastor. La Editorial S. E. M., del Colegio Adventista del Plata, ha publicado dos, a mimeógrafo: Sistema de Archivo (adaptación de una obra en inglés) por el pastor Mario Veloso (1962), y Clasificación y Archivo, por el Ing. Rolando Itin (1966). En estos momentos el pastor Rubén Pereyra, director de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana, está trabajando en la preparación de una tercera obra que espera poder publicar en 1973. Siendo que cada obra tiene sus méritos como también sus limitaciones, lo importante no es tanto qué obra usamos, como usar bien una. Y una vez que hemos empezado con una obra no debiéramos cambiar, pues los números de los temas son diferentes en cada una. Como las dos primeras obras mencionadas están agotadas, quienes todavía no han comenzado a preparar su archivo recibirán una ayuda indispensable de la obra que preparará el pastor Pereyra.
¿Qué tipo de mueble conviene usar para archivar el material? Siendo que muchos de los recortes que se archivarán tienen el tamaño de una hoja de Vida Feliz o La Revista Adventista, convendrá que el mueble empleado tenga cajones en que esas hojas puedan entrar sin ser dobladas, o dobladas solamente por la mitad. Dentro del mueble mismo, los recortes y fichas pueden ser colocados en sobres, en carpetas (colgantes o no), o simplemente dispuestos en orden numérico estricto, con separadores de cartulina que marquen las decenas y centenas. El método más económico es este último. Se torna aún más económico si se usan cajones de 22 cm de ancho por 15 cm de alto, en que la mayoría de los recortes entran doblados por la mitad. (No discutimos en mayor detalle los aspectos mecánicos del método de archivo, pues toda obra buena que usemos para clasificar el material contendrá explicaciones detalladas).
Si Ud. fuese invitado a hablar dentro de 48 horas, ante un Club de Rotarios de la ciudad donde trabaja, sobre alguno de esos aspectos no tan conocidos de nuestra fe, ¿estaría en condiciones de hacerlo? ¿Cuándo fue la última vez que Ud. pudo preparar un buen sermón, que lo dejó plenamente satisfecho a Ud. … y también a los hermanos? ¿Qué porcentaje de sus sermones son realmente buenos, a su juicio? Sus respuestas a estas preguntas dependerán, en apreciable medida, de que Ud. tenga o no un buen archivo. Naturalmente intervienen varios otros factores. Pero todo sermón, toda conferencia es un edificio, y para construirlo se requieren variados materiales. El archivo es la cantera permanentemente enriquecida desde donde saldrán los hermosos bloques que transformarán a sus sermones en verdaderas catedrales del espíritu.
Sobre el autor: Director del Depto. de Educación de la División Sudamericana