Pregunta 20

Se dice que los adventistas del séptimo día sostienen que ellos solos constituyen la finalmente completa “iglesia remanente” mencionada en el libro del Apocalipsis. ¿Es esto cierto, o bien los adventistas del séptimo día reconocen que el término “remanente” incluye a miembros de todas las denominaciones que permanezcan fieles a las Escrituras y la fe que una vez fue dada a los santos? ¿Sostienen los adventistas que son ellos los únicos testigos verdaderos del Dios viviente en nuestra época y que su observancia del séptimo día de reposo es una de las señales mayores que los identifican como la iglesia remanente de Dios?

La respuesta a esta triple pregunta dependerá mayormente de la definición que se dé al término “remanente”. Si, como se implica en la segunda parte, la expresión “remanente” designa a la iglesia invisible, nuestra respuesta a la primera parte es un rotundo no. Los adventistas nunca hemos pretendido hacer equivaler a nuestra iglesia con la iglesia invisible —formada por “los miembros de todas las denominaciones que permanezcan fieles a las Escrituras”. Si se emplea la palabra “remanente” en términos de su definición según aparece en Apocalipsis 12:17, una respuesta satisfactoria exigirá la presentación de algunos antecedentes.

Creemos que la profecía de Apocalipsis 12:17 señala la obra y la experiencia de la Iglesia Adventista, pero no creemos que nosotros solos constituimos los verdaderos hijos de Dios —es decir que únicamente nosotros seamos actualmente los únicos verdaderos cristianos en la tierra. Creemos que Dios tiene una multitud de seguidores fervientes, fieles y sinceros en todas las comuniones cristianas, quienes son, para decirlo con las mismas palabras de la pregunta, “verdaderos testigos del Dios viviente en nuestro tiempo”. Elena G. de White ha expresado nuestro punto de vista claramente: “¿Y en qué comunidades religiosas se encuentra actualmente la mayoría de los discípulos de Cristo? Sin duda alguna, en las varias iglesias que profesan la fe protestante” (El Conflicto de los Siglos, pág. 433).

Hay antecedentes históricos que respaldan nuestra comprensión de Apocalipsis 12:17.

Durante todos los siglos ha habido verdades descuidadas u olvidadas que han necesitado que se les dé un nuevo énfasis, separaciones y apostarías que necesitaron voces de protesta, reformas que fue necesario efectuar. Y Dios ha puesto en algunas personas la preocupación de proclamar estas verdades.

La reforma protestante rompió con la iglesia papal y se dedicó a proclamar las verdades fundamentales del Evangelio abandonadas u olvidadas, y a repudiar las grandes apostasías de aquel tiempo. La separación se tornó inevitable debido a la actitud de la iglesia establecida. Pero antes de mucho, surgieron graves diferencias entre los cuerpos reformados a medida que hombres conscientes de las diversas comuniones hacían énfasis en aspectos diferentes de la verdad. Pronto surgieron a la existencia varias iglesias nacionales. Estas poseyeron distintos grados de verdad.

Así fue cómo surgió la Iglesia Anglicana del grupo reformado de Inglaterra. Pero debido a que retuvieron una gran parte del ritual católico, de su formalismo y ceremonias, surgieron diversos grupos separatistas e independientes. A causa de la oposición y del rechazo de sus contribuciones espirituales aparecieron los bautistas y otros independientes en Inglaterra y en el continente, quienes no sólo hacían énfasis en la pureza del Evangelio, sino también destacaban el bautismo por inmersión, la libertad de conciencia y la separación de la iglesia y del Estado. Dieron un paso más alejándose de ciertos aspectos de la teología medieval retenidos en las confesiones reformadas.

Juan Wesley y sus asociados, quienes buscaban santidad de vida y hacían énfasis en la gracia gratuita, fueron ridiculizados y rechazados, y con el tiempo se vieron forzados a formar un cuerpo separado. En el siglo siguiente, en Norteamérica, Alejandro Campbell y sus seguidores, creyendo que era necesaria una reforma, organizaron su propio grupo. Así se fundaron numerosas denominaciones.

Al comienzo del siglo XX, cuando el racionalismo y la alta crítica se habían posesionado de varias iglesias —negando la total inspiración de la Biblia, la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, su vida sin pecado, y su muerte vicaria y expiatoria, su literal resurrección y ascensión, el ministerio celestial de Cristo, y su segundo advenimiento personal, previo al milenio— Dios suscitó a muchos dirigentes valerosos para que proclamaran la fe que una vez había sido dada a los santos. Con el tiempo, este resurgimiento condujo a un rompimiento, y ocurrió una separación en las filas del protestantismo. Esta actitud se refleja en grupos antitéticos como el concilio nacional de iglesias y la asociación nacional de evangélicos.

Los adventistas creemos que hay verdades especiales para hoy y que hemos sido llamados por Dios para proclamarlas. Creemos definida- mente que debemos dar énfasis a ciertas verdades descuidadas, que debemos restaurar otras que la mayoría de los organismos protestantes ya no destacan, y debemos continuar la obra de la reforma. Sostenemos las verdades evangélicas básicas en común con los cristianos conservadores en general. El bautismo por inmersión y la libertad de conciencia o la separación de la iglesia y el estado son doctrinas que compartimos con los bautistas y con algunos otros; el énfasis en la santidad de la vida y la gracia gratuita son otras doctrinas que compartimos con los metodistas; el reposo en el séptimo día lo compartimos con los bautistas del 79 día, y así ocurre con otras doctrinas. El énfasis particular en la cercanía del regreso de Cristo se destacó durante el despertar mundial adventista que ocurrió en las iglesias cristianas en las primeras décadas del siglo XIX. Hemos seguido proclamándolo.

Reconocemos que Dios ha estado dirigiendo todos estos movimientos de reavivamiento y reforma, pero los adventistas del 79 día poseemos la profunda convicción de que no solamente el mundo debe ser amonestado ahora con respecto a la inminencia de este importantísimo acontecimiento —la segunda venida de Cristo—, sino que también debe prepararse a un pueblo para que se encuentre con su Señor. Por lo tanto, creemos que el énfasis puesto en ciertas verdades especiales es necesario para el mundo en este tiempo. Creemos que estamos viviendo en la hora del juicio de Dios (Apoc. 14:27), y que el tiempo está por terminar. Creemos (en común con la mayor parte de los credos históricos), que los Diez Mandamientos son la norma para la vida de todos los cristianos, y que Dios juzgará al mundo mediante esa misma ley. (Sant. 2:12.) Además, creemos que el cuarto mandamiento ordena la observancia del séptimo día sábado como día de reposo. Pero aquí queremos volver a destacar lo que ya hemos declarado en la pregunta N° 11, que los esfuerzos personales por obedecer la ley de Dios, por muy estrictos que sean, nunca pueden considerarse como una base para la salvación. Somos salvados mediante la justicia de Cristo, recibida como un don gratuito, y únicamente por la gracia. El sacrificio de nuestro Señor realizado en el Calvario es la única esperanza de la humanidad. Pero, habiendo sido salvados, nos regocijamos de que los justos requerimientos de la ley se cumplan en la experiencia de los cristianos, “los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu”, y quienes por la gracia de Dios viven en armonía con la voluntad revelada de Dios.

Siguiendo los principios de la escuela histórica de la interpretación profética, es nuestra convicción de que los acontecimientos descriptos en Apocalipsis 14-17 se están cumpliendo, o bien están por cumplirse. Y Dios, para preparar a los seres humanos en todo el mundo para lo que acontecerá sobre la tierra, está enviando un mensaje especial contenido en “el Evangelio eterno para… toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Este mensaje exhorta a los hombres a volverse de sus falsos modos de vida y a adorar al Dios verdadero que creó los cielos y la tierra. Además, creemos que Dios ha suscitado el Movimiento Adventista del Séptimo día para que predique este mensaje especial a todo el mundo en este tiempo.

Consecuentes con nuestra comprensión de la interpretación profética, creemos que el libro de Apocalipsis presenta las escenas finales que ocurrirán en el gran drama de la redención. Juan, mirando a través de los siglos, contempló la guerra entre el dragón y la iglesia. Esta lucha entre las fuerzas del bien y el mal se describe gráficamente en el capítulo 12. “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (vers. 12).

Dios ha protegido a su iglesia a lo largo de los siglos y a menudo le ha proporcionado lugares de refugio para que la iglesia perseguida “volase de delante de la serpiente al desierto” (vers. 14). En el último versículo de este capítulo, el profeta describe la lucha final con estos términos: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer (la iglesia cristiana); y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (vers. 17). Dios protegerá a sus hijos leales y fieles hasta el fin de la historia terrena. En armonía con nuestra comprensión de la profecía, vemos en el versículo 17 una descripción gráfica de la lucha final entre Satanás y aquellos que guardan los mandamientos de Dios y que tienen el testimonio de Jesucristo. Los que experimentarán la plenitud de la ira del dragón, son llamados “el resto de la descendencia de ella”, o dicho en lenguaje adventista, “la iglesia remanente”.

Con un espíritu de profunda humildad aplicamos esta descripción al movimiento adventista y su obra, porque reconocemos las tremendas implicaciones de esta interpretación. Mientras creemos que Apocalipsis 12:17 nos señala como pueblo profético, de ningún modo manifestamos un espíritu de orgullo al realizar esta interpretación. Para nosotros es la conclusión lógica de nuestro sistema de interpretación profética.

Pero por el hecho de aplicar las Escrituras en esta forma, de ninguna manera sostenemos que seamos los únicos cristianos verdaderos del mundo, o que seamos los únicos que serán salvados. Mientras creemos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la organización visible a través de la cual Dios está proclamando su último mensaje especial al mundo, recordamos el principio que Cristo enunció cuando dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil” (Juan 10:16). Los adventistas creemos firmemente que Dios tiene un precioso remanente, una multitud de creyentes sinceros y fervorosos en cada iglesia, ¡sin exceptuar a la comunión católica romana, que viven según toda la luz que Dios les ha dado. El gran pastor de las ovejas los reconoce como suyos y los llama a un gran redil y a una gran comunión en preparación para su regreso. Nuestra posición respecto de este punto ha sido claramente establecida por Elena G. de White:

“Entre los habitantes de la tierra hay, dispersos en todo país, quienes no han doblado a rodilla ante Baal. Como las estrellas del cielo, que sólo se ven de noche, estos fieles brillarán cuando las tinieblas cubran la tierra y densa oscuridad los pueblos. En la pagana África, en las tierras católicas de Europa y de Sudamérica, en la China, en la India, en las islas del mar y en todos los rincones oscuros de la tierra, Dios tiene en reserva un firmamento de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas para demostrar claramente a un mundo apóstata el poder transformador que tiene la obediencia a su ley” (Profetas y Reyes, pág. 140).

“Toda joya se destacará y será recogida, porque la mano del Señor se ha extendido para recobrar el residuo de su pueblo, y realizará esta obra gloriosamente” (Primeros Escritos, pág. 70).

Creemos que la mayor parte del pueblo de Dios aún está esparcida por el mundo y, por cierto, la mayoría de aquellos cristianos todavía observan concienzudamente el domingo. Nosotros mismos no podemos hacerlo porque creemos que Dios está pidiendo una reforma en la observancia del día de reposo, pero respetamos y amamos a nuestros compañeros cristianos que no interpretan la palabra de Dios como nosotros lo hacemos.

Nuestro estudio de la profecía, según la escuela histórica de interpretación, nos convence de que justamente antes de la venida de nuestro Señor y Salvador, habrá grandes acontecimientos que desafiarán tanto a la iglesia como al mundo. Las circunstancias se presentarán de tal manera que cada persona en la tierra será probada en cuanto a su lealtad a Dios. De acuerdo con las enseñanzas de Cristo, creemos que muchos que hoy profesan su nombre y pretenden ser seguidores de su verdad en aquel tiempo comprometerán su fe y negarán a su Señor.

Lo que desencadena la crisis está descripto, creemos, en Apocalipsis 13. En esta profecía aparecen dos grandes poderes bajo los símbolos de una bestia de diez cuernos que sube del mar y una bestia de dos cuernos que sube de la tierra. Estos poderes dominantes se unen teniendo un solo propósito en vista, el de oponerse a. Dios y de perseguir a su pueblo. Su oposición combinada será universal y tendrá tanta influencia que tendrá éxito en proclamar un decreto, posiblemente mediante un organismo legislador mundial, según el cual aquellos que resistan sus dictámenes serán castigados con la prohibición de llevar a cabo cualquier clase de negocio, y aun el alimento les será negado.

El efecto de este decreto recaerá sobre todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos. Nadie escapará. Producirá un boicot mundial de aquellos que sirven a Dios. En esa crisis, muchos transigirán con sus principios y negarán su fe.

Y creemos que Dios desea que todo el mundo, especialmente aquellos que le aman y le sirven, estén preparados para este tremendo problema. Por lo tanto, él ha enviado un mensaje especial a todos los pueblos del mundo. Este mensaje primero exhorta a los hombres a aceptar a salvación mediante su gracia, y luego despliega claramente las verdades delante de ellos, desenmascarando al hombre de pecado, y revelando la sutileza de sus ataques, de manera que cuando venga la prueba, cada individuo sea capaz de elegir inteligentemente, en armonía con esa interpretación de la profecía, creemos que Dios nos ha dado medios para probar nuestra lealtad, de modo que cuando ocurran los movimientos finales y todo el mundo se divida en un bando leal a Dios y en otro que acate el edicto satánico que se dictara en el planeta, los hombres estén listos para la prueba.

En toda gran crisis Dios ha tenido hijos fieles y leales que han estimado la fidelidad a Dios más valiosa que sus propias vidas. Y creemos que en la hora venidera de prueba Dios tendrá a un “remanente” leal. Creemos que finalmente el pueblo “remanente” incluirá a todo verdadero y fiel servidor de Cristo. Creemos que Dios nos ha dado la solemne responsabilidad de predicar su mensaje final de amonestación al mundo: “El Evangelio eterno” (Apoc. 14:6)

La siguiente declaración de Elena G. de White expone nuestra posición en cuanto a la preparación para estos acontecimientos:

“En el tiempo del fin, ha de ser restaurada toda institución divina. Debe repararse la brecha, o portillo, que se hizo en la ley cuando los hombres cambiaron el día de reposo. El pueblo remanente de Dios, los que se destacan delante del mundo como reformadores, deben demostrar que la ley de Dios es el fundamento de toda reforma permanente, y que el sábado del cuarto mandamiento debe subsistir como monumento de la creación y recuerdo constante del poder de Dios. Con argumentos claros deben presentar la necesidad de obedecer todos los preceptos del Decálogo. Constreñidos por el amor de Cristo, cooperarán con él para la edificación de los lugares desiertos. Serán “reparadores de portillos, restauradores de calzadas para habitar” (Isa. 58:12).

En resumen: creemos que a través de todos los tiempos Dios ha tenido a sus elegidos que se han distinguido por su sincera obediencia a él en términos de toda la luz que les ha sido revelada. Estos constituyen el grupo que podríamos describir en términos de iglesia invisible. También creemos que, en diferentes períodos de la historia, Dios ha llamado a un grupo de gente, para hacerlos los únicos depositarios y exponentes de su verdad. Esto puede ilustrarse notablemente con la historia del pueblo de Israel y, como ya se ha mencionado, mediante ciertos movimientos de reforma que han ocurrido en la historia de la iglesia cristiana.

Creemos que, en esta última hora de la historia, Dios tiene un mensaje especial para el mundo, con el propósito de preparar a todos los que lo escuchen para soportar los engaños de los últimos días y alistarlos para la segunda venida de Cristo. Creemos que ha suscitado un movimiento —conocido como Iglesia Adventista del Séptimo Día—, con el expreso propósito de hacerlo, en forma especial, depositario y exponente de su mensaje. Mientras esta compañía de hijos de Dios podría describirse como iglesia, creemos que el término “movimiento” describe más exactamente la naturaleza y el propósito esenciales de este grupo distintivo con su mensaje característico.

Creemos que nuestra tarea consiste en persuadir a los hombres a prepararse para el día de Dios, exhortándolos a aceptar el mensaje especial del cielo y a unirse con nosotros en la proclamación de las grandes verdades de Dios para estos días. Sosteniendo que Dios suscitó este movimiento y le dio su mensaje, creemos que antes de la hora final de crisis y de prueba, todos los hijos de Dios —ahora ampliamente esparcidos—, se unirán con nosotros en obediencia a este mensaje, del cual forma parte el séptimo día sábado.

Finalmente, diremos con todo el énfasis y el fervor que nos sea posible, que repudiamos la suposición de que únicamente nosotros somos amados de Dios y que tenemos derecho al cielo. Creemos que todos los que sirven a Dios con sinceridad, en términos de aceptar la voluntad revelada de Dios como la entienden, son actualmente miembros potenciales de esa compañía final “remanente” como se la define en Apocalipsis 12:17. Creemos que la tarea solemne y el gozoso privilegio del movimiento adventista consiste en presentar las verdades de Dios tan claramente y en forma tan persuasiva como sea posible, a fin de conducir a todos los hijos de Dios a esa compañía predicha proféticamente que estará lista para el día de Dios.