Evidencias sólidas a favor de la autoría paulina

La autoría del libro de Hebreos es un asunto delicado. El Nuevo Testamento lo coloca entre las cartas paulinas, pero el libro en sí no identifica explícitamente a su autor. La mayoría de los eruditos piensan que fue alguien cercano a él, pero no Pablo mismo.

Hay tres posiciones académicas sobre la autoría de Hebreos: (1) Pablo no pudo haber sido el autor; (2) el autor es anónimo; y (3) aunque el libro no dice quién fue su autor, hay probabilidades de que sea Pablo. Este artículo presenta evidencia bíblica e histórica para la segunda y la tercera posiciones.

Autoría no paulina

La mayoría de los eruditos cree que el libro de Hebreos circuló de forma independiente durante mucho tiempo antes de que fuera parte del canon del Nuevo Testamento (NT), y se aceptaba que Pablo lo escribió “solo a través de testimonios ficcionales”.[1] Hay varias razones para esta hipótesis. En primer lugar, nos podemos preguntar por qué Pablo no reivindicó su autoría como lo hizo en las otras cartas que escribió. El anonimato del documento no parece casual. La primera oración de Hebreos (1:1-4) –donde normalmente el apóstol suele identificarse– es hermosa y equilibrada desde el punto de vista de su construcción literaria, lo que indica que el autor dedicó mucho tiempo y esfuerzo a escribirla. Si hubiera querido, Pablo podría haberse fácilmente identificado como autor.

Una segunda razón para cuestionar la autoría paulina es que el libro fue rechazado por Marción en la primera mitad del siglo II d.C.; luego Ireneo, al final del siglo, negó la autoría paulina. El Fragmento de Muratori, una lista de libros del NT –probablemente redactada a finales del siglo II d.C.– tampoco incluía a Hebreos. Hacia principios del siglo III d.C., Tertuliano atribuyó la autoría del libro a Bernabé. En ese mismo siglo, Cayo de Roma, Hipólito y los arrianos rechazaron la autoría paulina de Hebreos. La percepción es que, en la antigüedad, las iglesias de Oriente aceptaban la autoría paulina de Hebreos, mientras que era rechazada por las iglesias de Occidente.[2]

La tercera razón para cuestionar la autoría paulina es que los eruditos de la iglesia primitiva reconocieron las diferencias de estilo entre las cartas de Pablo y Hebreos. Clemente de Alejandría, a principios del siglo III, sugirió que –originalmente– Pablo habría escrito Hebreos en idioma hebreo, y Lucas lo habría traducido al griego. Orígenes sugirió que probablemente Pablo era el autor de las ideas, pero que alguien más las había registrado y publicado: solo Dios, concluyó, puede saber quién fue el verdadero autor.

En cuarto lugar, algunos argumentan que Pablo no podría ser el autor porque quien escribió la carta de Hebreos se incluyó a sí mismo entre aquellos a quienes se les había predicado y confirmado el evangelio, habiendo oído hablar de los que oyeron a Jesús personalmente (Heb. 2:3). Y Pablo, por el contrario, afirmó en Gálatas que él no había recibido el evangelio de nadie, sino directamente del Señor (Gál. 1:11, 12).

Finalmente, se perciben importantes diferencias teológicas entre las cartas de Pablo y Hebreos. Un ejemplo notable es que en ninguna carta paulina se hace referencia a Jesús como Sumo Sacerdote, una idea central en el argumento de Hebreos. Por estas razones, la mayoría de los eruditos rechazan la idea de que Pablo sea el autor de Hebreos.[3]

Autoría paulina

Estos argumentos, por convincentes que parezcan, no son realmente fuertes. Primero, la falta del saludo identificatorio en Hebreos –típico de Pablo– puede deberse a que probablemente no se trate de una carta. De hecho, Hebreos se identifica explícitamente como una “palabra de exhortación” (Heb. 13:22), un género que, tanto en la sinagoga como en la iglesia, se refería a la homilía o el sermón.[4]

Hebreos parece ser una homilía destinada a una congregación específica a la que se añadió una posdata y luego se envió como carta. El libro es anónimo para nosotros, pero no para la audiencia original. El autor les pide que oren por él para que sea “restaurado lo antes posible” (Heb. 13:18, 19), lo que indica que sabían quién era el remitente.

Harold Attridge, que rechazó la autoría paulina por otras razones, identificó 33 paralelos entre la posdata de Hebreos 13:20 al 25 y las cartas de Pablo, varias de ellas muy elocuentes.[5] La expresión “el Dios de paz” (vers. 20) se encuentra en Romanos 15:33; 16:20; 2 Corintios 13:11; Filipenses 4:9; y 1 Tesalonicenses 5:23, pero no aparece en ninguna otra posdata epistolar del Nuevo Testamento. La expresión “de entre los muertos” (ek nekrōn, vers. 20) aparece 17 veces en las cartas de Pablo, pero solo dos veces en otras epístolas del NT. Finalmente, el autor se refiere a un Timoteo, quien debió haber sido conocido tanto por el autor como por el público (vers. 23). El único Timoteo conocido en las fuentes cristianas primitivas fue el colaborador de Pablo. Entonces, a menos que ese documento sea una falsificación, la audiencia original no habría tenido problemas para identificar al autor.

Segundo, aunque algunas dudas sobre la autoría de Hebreos comenzaron temprano en la historia cristiana, la evidencia de que el libro fue recibido como autoritativo e identificado con Pablo es igual o más antigua. En los manuscritos más antiguos, Hebreos siempre aparece adjunta a la colección paulina. De hecho, entre los primeros manuscritos, solo Romanos está mejor atestiguada que Hebreos. Asimismo, el libro llevaba un título de los primeros manuscritos existentes (“A los Hebreos”) que es similar al título de las cartas de Pablo y diferente de los títulos de las Epístolas Generales.

Hebreos fue aceptado como un libro autorizado desde muy temprano. Primero de Clemente, la obra de literatura cristiana más antigua que existe, compuesta alrededor del año 96 d.C., alude a Hebreos y a otros escritos paulinos (1 Clemente 36:1-5; cf. 35:5, 6).[6] Se cree que el Pastor de Hermas, producido en Roma en el siglo II d.C., estaba tratando de responder las preguntas surgidas por la lectura de Hebreos 6:4 al 8 y 10:26 al 31, lo que hace evidente que el libro no había sido rechazado totalmente en Occidente. A finales del siglo IV, Ambrosio, Pelagio y Rufino, todos de Occidente, atribuyeron Hebreos a Pablo; otros diez escritores cristianos en Occidente citaron o aludieron a Hebreos como un libro autorizado, aunque sin mencionar la autoría.[7]

Un análisis minucioso muestra que el rechazo de la autoría paulina de Hebreos es menos significativo de lo que a menudo se describe. Marción, que rechazó Hebreos, rechazó al Dios del AT, así como a todas las Escrituras Hebreas. Probablemente, pasó por alto el libro porque su autor usó muchos textos del AT. Además, rechazó la mayor parte del NT. La opinión de que Ireneo e Hipólito rechazaron la autoría paulina de Hebreos provino de un comentario hecho por Gobarus más de trescientos años después de su tiempo (alrededor de 600 d.C.), ¡según el informe realizado por Focio en el año 800 d.C.! El Canon de Muratori no incluyó Hebreos entre las cartas de Pablo, pero tampoco la rechazó, como sí lo hizo con la “Epístola a los Laodicenses” y la “Epístola a los Alejandrinos”, que fueron falsificadas en nombre del apóstol. Tertuliano aseveró que Bernabé escribió Hebreos, pero pensó que el autor estaba comunicando las ideas de Pablo. Gayo de Roma rechazó la autoría paulina de Hebreos, pero también creía que el Evangelio de Juan y el Libro del Apocalipsis fueron escritos por Cerinto, el hereje gnóstico. Los arrianos, a su vez, probablemente negaron la autoría paulina de Hebreos debido a su alta cristología.

Tercero, las cuestiones de estilo y vocabulario no son criterios absolutos o definitivos para determinar la autoría de un documento. No tenemos un estilo claro para comparar con este libro. Ocho de las cartas del apóstol mencionan colaboradores.[8] Estos amanuenses y colaboradores de redacción de seguro habrían tenido al menos alguna influencia en el contenido y el estilo de cada carta. Pablo también usó secretarios (Rom 16:22), lo que probablemente interfirió con el estilo de sus cartas. Randolph Richards ha demostrado que los secretarios a menudo actuaban como editores y, en casos raros, incluso como coautores.[9] Finalmente, el ideal retórico en el mundo helenístico era prosōpopoiia, que significa “escribir con carácter”. En otras palabras, se esperaba que los autores escribieran en diferentes estilos según lo requiriera la situación.[10] Por lo tanto, sería razonable que no todas las cartas de Pablo tuvieran el mismo estilo.

Cuarto, el hecho de que el autor se cuente entre aquellos a quienes los oyentes de Jesús les confirmaron el evangelio (Heb. 2:3) no descalifica a Pablo. El argumento del pasaje no es que el autor y la audiencia “recibieron” (parelabon) el evangelio o fueron “enseñados” (edidachthēn) por los apóstoles, sino que el evangelio fue “confirmado” (ebebaiōthē) por los apóstoles en términos generales. En Gálatas, Pablo explica que primero recibió el evangelio por revelación divina (Gál. 1:11, 12), pero que catorce años después recibió también la confirmación de los apóstoles sobre el evangelio que predicaba (Gál. 2:1, 2).

Quinto, los diferentes énfasis teológicos entre Hebreos y las otras cartas de Pablo no implican necesariamente una contradicción. De hecho, es de esperar alguna variación en los énfasis teológicos de una persona a lo largo del tiempo. Después de todo, las cartas fueron escritas para abordar preocupaciones específicas. Además, existen similitudes únicas entre Hebreos y otros escritos paulinos. Por ejemplo, Hebreos 10:16 cita a Jeremías 31:31 al 33, pero abrevia la oración “con la casa de Israel y con la casa de Judá” a “con ellos”, y Romanos 11:27 registra la misma oración abreviada. La cita de Habacuc 2:4 en Hebreos 10:37 y 38 difiere de las palabras del texto hebreo y del texto griego (LXX), pero se asemeja a la cita de Habacuc 2:4 de Pablo en Romanos 1:17. El autor ha jugado con el significado dual del término griego diathēkē (“testamento” y “pacto”) en Gálatas 3:15 al 18 de la misma manera que lo hace en Hebreos 9:15 al 18.

Finalmente, la idea de que Hebreos circuló independientemente durante mucho tiempo antes de que se incluyera en el canon del NT y que vino a ser aceptada “solo a través de testimonios ficcionales” es improbable por varias razones. Primero, no hay evidencia manuscrita de que Hebreos haya circulado separadamente. En segundo lugar, dado que el documento no afirma haber sido escrito por Pablo y es diferente en estilo y énfasis teológico de sus otros escritos, ¿sobre qué base debería haber sido incluido el libro en la colección de escritos del apóstol? Pablo mismo advirtió a sus lectores que no recibieran cartas “que parecían ser” de él, pero que no lo eran (2 Tes. 2:1-3). Por eso firmaba sus cartas. Hebreos y las otras trece cartas de Pablo tenían posdatas, que funcionaban como firmas (2 Tes. 3:17, 18).[11] Otro obstáculo para incluir Hebreos entre las epístolas paulinas es que el libro fue escrito para creyentes de origen judío. Pablo, sin embargo, fue el apóstol de los gentiles (Gál. 2:6-9; Efe. 3:1-10). Si desde muy temprano se creyó que el libro no había sido escrito por Pablo, ¿por qué no se incluyó entre las epístolas generales, escritas por los apóstoles enviados a los judíos (Gál. 2:6-9)? En tercer lugar, la práctica entre los escritores antiguos era guardar copias de las cartas que enviaban a otros.[12] Esto explicaría por qué Hebreos es parte de la colección de cartas de Pablo, que él mantuvo para sí mismo a pesar de su anonimato y otras diferencias con el resto de sus escritos.

En resumen, la evidencia bíblica e histórica apoya la tesis de que Pablo pudo haber scrito el libro de Hebreos. Así, la posición que defiende su autoría se basa en argumentos sólidos.

Nota: una versión ampliada de este artículo se publicó originalmente en <link.cpb.com.br/a85d7c>.

Sobre el autor: Profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos


Referencias

[1] Ver Charles P. Anderson, “The Epistle to the Hebrews and the Pauline Letter Collection” Harvard Theological Review 59 (1966), p. 429.

[2] Por ejemplo, Eusebio, Historia Ecclesiastica 3.3 (The Nicene and Post-Nicene Fathers [NPNF], 1:134, 135); 6.20 (268); Augustine, De peccatorum meritis et remissione 1.50 (NPNF, 5:34); Jerome, Epistulae 129.3.

[3] Clare K. Rothschild, Hebrews as Pseudepigraphon: The History and Significance of the Pauline Attribution of Hebrews (Tübingen, Germany: Mohr Siebeck, 2009), p. 6.

[4] Hechos 13:15; 1 Timoteo 4:13. Ver también 1 Macabeos 10:24, 46; 2 Macabeos 15:8-11.

[5] Harold W. Attridge, Hebrews (Filadelfia, PA: Fortress, 1981), pp. 404, 405.

[6] Clemente alude a Romanos, Gálatas, Filipenses y Efesios, pero solo al referirse a Corintios, al final de la carta, menciona a Pablo como autor (1 Clemente 47). Ver Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament: Its Origin, Development, and Significance (Oxford, Reino Unido: Clarendon, 1987), pp. 40-43.

[7] Primer Clemente, probablemente Pastor de Hermas, Policarpo, Justino Mártir, Epifanio, Hilario de Poitiers, Victorino, Lucifer Calaritano, Faustino y Gregorio de Elvira. Ver Rothschild, Hebrews as a Pseudepigraphon, p. 31; Attridge, Hebrews, p. 2. Para una revisión completa del testimonio de los Padres de la iglesia sobre la autoría paulina de Hebreos, véase Otto Michel, Der Brief e Die Hebräer (Göttingen, Alemanha: Vandenhoeck & Ruprecht, 1966), pp. 38, 39.

[8] 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses y Filemón. Ver E. Randolph Richards, Paul and First-Century Letter Writing: Secretaries, Composition, and Collection (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004), pp. 141-155.

[9] Richards, Paul and First-Century Letter Writing, pp. 33-36.

[10] Ver Luke Timothy Johnson, The First and Second Letters to Timothy: A New Translation With Introduction and Commentary (New Haven, CT: Yale University Press, 2001), p. 60.

[11] Para una introducción a las diferentes formas en que se firmaron las letras grecorromanas, ver Richards, First-Century Letter Writing, pp. 171-175.

[12] Richards, pp. 156-165; Rothschild, Hebrews as Pseudepigraphon, pp. 148, 149. Por ejemplo, la colección de cartas de Cicerón publicada después de su muerte se produjo a partir de copias del propio Cicerón conservadas por Tiro, su secretario; ver Cicerón, Epistulae ad Atticum 13.6.3.