(Ultima parte)
Un adventista del séptimo día es un ciudadano del mundo que vive consciente de su elevado origen, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1:27). Como tal, reconoce que es un administrador de las buenas cosas que Dios ha creado (Gén. 1:31) y por las cuales el Creador lo ha hecho responsable. Al hacerlo, está consciente de ser sólo un coobrero con sus semejantes; de que aunque Dios le ordenó señorear “en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gén. 1:28), no le ordenó dominar a sus semejantes. El olvido de este principio ha traído como resultado la opresión y la infelicidad a través de la historia de la humanidad. Faraón, por ejemplo, oprimió a los israelitas porque, entre otras cosas, quiso ignorar que la tierra, y todo cuanto hay en ella, es del Señor (Exo. 9:29).
Consciente, entonces, de su misión como mayordomo de Dios, un adventista es un creyente que anuncia al mundo, por su ejemplo y por su proclamación, que Dios es el Originador y el Sustentador de la creación.
Por su ejemplo
Debido a que la creación es de Dios, un creyente adventista proclama su gloria (Isa. 43:7, 20- 21) y ejerce un cuidado amante sobre el mundo que lo rodea, por lo menos:
- Siendo cuidadoso y diligente al cultivar ese magnífico don de Dios que es el suelo (Prov. 28:19).
- Cuidando bien los elementos naturales del ecosistema como el agua, el aire, el suelo, las plantas, etc., porque la tierra es de Jehová (Jer. 2:7, 9).
- Seleccionando, preparando y aplicando los mejores métodos de cultivo (al plantar, podar, injertar, etc.) [Isa. 18:4-5].
- Permitiéndole a la tierra períodos de descanso a fin de que pueda rendir la mejor producción posible (Lev. 25:3-7).
- Siendo cuidadoso en la disposición de basuras y materiales de desecho, y en el uso de productos químicos, evitando así el aumento de la contaminación del planeta. Un adventista es alguien que advierte que contaminación es destrucción y que el Creador destruirá a quienes destruyen la tierra (Apoc. 11:18). De acuerdo con esta convicción, preferirá los fertilizantes orgánicos a los químicos.
- Mostrando preocupación y amante cuidado por los animales domésticos, mascotas y representantes del reino animal en general (Prov. 12:10).
- Actuando con amor, cuidado, equidad y fidelidad, con empleados, personal subordinado, y compañeros de trabajo, pues ellos también reflejan la imagen de Dios. El profeta Malaquías nos pregunta: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (Mal. 2:10).
Según la forma en que un adventista entiende la Biblia, la condición del orden creado, el cual incluye a las criaturas no humanas, está consistentemente ligado con la actividad y responsabilidad humanas de modo que, tal como lo ha dicho la escritora Sally Alsford: “La historia del pecado y de la salvación es la historia del orden creado como un todo, no solamente la historia de la humanidad [69] Esta apreciación es denominada por Alsford el concepto de “relacionalidad”.[70]
Un adventista del séptimo día es un cristiano que entiende y practica todo lo anterior, evitando al mismo tiempo el servicio y la adoración de las cosas creadas antes que al Creador que “es bendito por los siglos” (Rom. 1:25).
Por su proclamación
Un adventista es un ciudadano del mundo que vive, no sólo de acuerdo con sus propias convicciones, sino que tiene un mensaje para proclamar a otros. La médula de ese mensaje no la constituyen sus opiniones personales sino el evangelio eterno. Está convencido que es parte integrante de aquel grupo especial de seres humanos que la Biblia denomina el Remanente. Que, como tal, ha sido llamado por Dios para hacer una proclamación final de las buenas nuevas en forma rápida y poderosa, representada por tres ángeles que vuelan por en medio del cielo con el evangelio eterno para anunciarlo a todos los que habitan en la tierra (Apoc. 14:6-12), no sólo en el tiempo del fin (Dan. 12:4), sino en el mismo fin del tiempo (Apoc. 10:5- 6).
La importancia escatológica de esta proclamación en el contexto del gran conflicto de los siglos puede percibirse mejor a través de algunos elementos de contraste entre el mensaje de los tres ángeles y las enseñanzas de la evolución:
Primero, si bien la Biblia define el evangelio como eterno y la materia como perecedera al declarar que ésta tuvo un comienzo, la cosmovisión evolucionista considera la materia como eterna y el evangelio como perecedero al decir que éste fue creado por cierta comunidad dentro de un proceso marcado por un desarrollo meramente histórico del texto bíblico.[71]
Segundo, si bien la intención del mensaje de los tres ángeles es guiar al mundo a adorar al Creador y darle gloria (Apoc. 14:7), la evolución ha tenido éxito al guiar al mundo a no glorificarle como tal (Rom. 1:21) y a adorar a las criaturas antes que al Creador (Rom. 1:25). Cuando Pablo escribe que los habitantes del mundo “cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible [posiblemente desde los primeros antropoides hasta el homo sapiens], de aves, de cuadrúpedos y de reptiles [incluyendo anfibios]” (Rom. 1:23), el apóstol pareciera estar describiendo de manera esquemática las grandes etapas que, de acuerdo con los evolucionistas, han caracterizado el largo proceso de evolución de la vida en el planeta.
Tercero, ningún adventista del séptimo día dudaría que las enseñanzas de la teoría de la evolución forman parte del vino de Babilonia con el cual el mundo está embriagado. Nótese que mientras por un lado el mensaje de los tres ángeles ha de ser proclamado a todos los que habitan en la tierra, es decir, “a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6), Babilonia ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación” (Apoc. 14:8). Que los habitantes del mundo sean confrontados de manera simultánea con dos mensajes cuyos contenidos son tan diametralmente opuestos, es una demostración de la seriedad del conflicto en el que todo ser humano se encuentra involucrado.
El cuarto elemento es la cronología de los mensajes. Precisamente por la misma época en que los mensajes de los tres ángeles debían ser anunciados al mundo, alrededor de 1844, la obra magna de la evolución, El origen de las especies, de Darwin, se estaba fraguando para dárselo a ese mismo mundo como el libro más influyente para hacer creíble la evolución. Y fue precisamente en 1844 cuando Roberto Chambers publicó anónimamente en Norteamérica su obra Vestigios de la historia natural de la creación que influyó, como pocos otros libros, en la promoción de la evolución teísta.
Si ésta es la situación desde la perspectiva bíblica, un adventista no puede ser neutral en este conflicto decisivo, tiene que decidirse. De hecho, un adventista es un creyente muy activo en su proclamación de Dios como Creador, Sustentador y Redentor del mundo.
En relación con tal proclamación, un adventista es un cristiano que tiene también un mensaje de esperanza para darle a sus congéneres. Y su esperanza es tridimensional. Primero, él fue salvado en el pasado como creyente de esa esperanza (Rom. 8:24). Segundo, tal esperanza lo fortalece para enfrentar los dolores y sufrimientos del presente (Rom. 8:19). Y tercero, como hijo de Dios, juntamente con la creación entera, tal esperanza le hace aguardar con ansiosa expectativa la manifestación de la gloria que debe ser revelada en el futuro (Rom. 8:19, 22-23).
La creencia en Dios como Creador, Sustentador y Redentor no es un mensaje excluyente sino muy omniabarcante que debe ser atesorado y compartido. Abarca a la totalidad de la creación y hace que un adventista acepte que si actualmente la creación provee menos que un mundo perfecto y está sujeta a frustración, no es “por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó con esperanza” (Rom. 8:20). Por lo tanto, por fe en las promesas y en la fidelidad de Dios, un adventista es alguien que espera “que la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Rom. 8:21). Eso es así porque, tal como el evolucionista teísta Jorge L. Murphy reconoce, “redención cósmica significa que todas las naturalezas creadas, y no solamente la humana, compartirán la nueva creación”.[72]
Resumen y conclusión
El mayor obstáculo que un adventista tiene que enfrentar al exaltar la creación bíblica, lo constituyen las enseñanzas de la evolución. Pareciera que la influencia de tales enseñanzas en el mundo actual es tan penetrante que el antiguo dictamen de Protágoras de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, tan positivo en un mundo sumergido en el humanismo, ha sido reemplazado por el dictamen moderno: “La evolución es la medida de todas las cosas”.[73]
Aunque habitante de un mundo tal, el adventista es un creyente que vive bajo una convicción totalmente diferente: Dios mismo, tal como se ha revelado primeramente en Cristo, en las Sagradas Escrituras, y en la naturaleza, es la medida de todas las cosas, porque “en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay”, y porque él “vive por los siglos de los siglos” (Exo. 20:11; Apoc. 4:10).
En armonía con esta convicción, un adventista es alguien que por fe sostiene creencias relacionadas con la creación que no son negociables, tales como la confiabilidad de las Escrituras, el poder creador de Jesucristo, la validez actual del sábado como día de adoración y la segunda venida del Señor y Salvador. Un adventista es alguien que acepta una creación reciente, literal y exnihilo. Que percibe las implicaciones teológicas que la negación del testimonio bíblico sobre dicha creación acarrea sobre el carácter de Dios, sobre la doctrina del hombre y de la redención, y sobre la escatología bíblica, entre otras enseñanzas de las Sagradas Escrituras.
Tanto por su ejemplo como por su proclamación, un adventista es alguien que declara al mundo que Dios es el Creador de todas las cosas y que aguarda con esperanza la consumación final de la salvación a fin de poder unirse a aquel coro celestial que gozosamente proclama: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu poder existen y fueron creadas” (Apoc. 4:11).
Sobre el autor: Marco T Terreros. Ph D. nació en Colombia, cursó estudios de Maestría en Ciencias de la Salud Pública en la Universidad de Loma linda. Y en Religión en la Universidad Andrews. Donde obtuvo el doctorado en Teología Sistemática. Actualmente es profesor de Teología y director de Postgrado e Investigación en la Universidad de Colombia, en Medellín.
Referencias:
[69] Sally E. Alsford, “Evil in the Non-Human World” [El mal en el mundo no humano] Science and Christian Belief 3 (octubre, 1991): 125. Alsford ilustra el punto de la siguiente manera: “Tal como una familia será afectada inevitablemente por las acciones de un miembro, debido a la naturaleza orgánica de su interrelacionalidad, así también la creación es inevitablemente afectada por nuestras acciones” (Ibid.).
[70] Alsford explica en los siguientes términos la importancia del concepto de relacionalidad como una clave hacia la comprensión de temas teológicos difíciles relacionados con la creación: “No es tanto la posesión de facultades o habilidades particulares lo que nos distingue del resto de la creación, sino el hecho de que estar en relación es un elemento esencial de nuestra humanidad. Tal como nuestro Creador Triuno está eternamente en relación, dentro del Ser Dios, así también nosotros estamos seria e inevitablemente relacionados con Dios, con nuestros congéneres y también con nuestro entorno. Estas relaciones pueden ser o rotas o averiadas por el pecado, pero son todavía determinantes de nuestro ser” (Ibid.). Un argumento similar, sobre la base del pacto Noáquico, es presentado en James A. Nash, Loving Nature: Ecological Integrity and Christian Responsability [Amando a la naturaleza: integridad ecológica y responsabilidad cristiana] (Nashville, TN; Abtngdon Press, 1991), págs. 100-102.
[71] Como es probablemente sabido por todo estudiante de la Biblia, esta creencia está en la misma base del método histórico-crítico del estudio de las Escrituras.
[72] George L. Murphy, “A Theological Argument for Evolution” [Un argumento teológico en favor de la evolución], (Journal of the American Scientific Affiliation 38 (marzo, 1986): 21.
[73] Ramm, 172, n. 28.