Lejos de mis padres, con un marido que viaja mucho, te puedo afirmar que en algunos momentos puedo estar sola, pero no solitaria.

¿Cuál ha sido tu reacción cuando tu esposo te avisa: “Querida, debo viajar”? Posiblemente experimentas emociones diversas y muchas situaciones te vienen a la mente. Si estabas acostumbrada a escuchar esa frase cuando eras pequeña, tal vez te recuerda la tristeza que sentías por la ausencia de tu padre, y el miedo que atormentaba tu corazón al pensar en la posibilidad de que no volviese. Tal vez, la cuenta regresiva para el día del retorno se iniciaba incluso antes de la partida, como una expectativa del reencuentro, la esperanza de un nuevo abrazo -y quien sabe- con un regalo.

Si escuchabas esa frase en la época de la adolescencia, probablemente se mezclaban la tristeza y la alegría. La ausencia paterna podía traer inseguridad y, al mismo tiempo, más libertad; al final, habría una persona menos para controlar tus acciones. Si la escuchabas en la época del noviazgo, quizá te recuerde el corazón apretado y aquella sonrisa triste que brotaba junto con las ganas de pedir: “¿Me llevas contigo…?” Entonces, llegó el casamiento y el llamado pastoral Hacer las maletas para una nueva experiencia y un nuevo lugar se convierte en una aventura bienvenida. Los escalofríos en la espalda -por la expectativa de lo desconocido- son aquietados por la certeza de la compañía constante del amado. ¿Compañía constante?… no. Eso parece una ilusión, porque la realidad no lo comprueba.

“Querida, debo viajar” Dependiendo de la situación, ese aviso puede significar: “Querida, viajaremos” o “Querida, tú te vas a quedar y me debes ayudar”. Entonces, se planchan camisas, se escogen trajes y corbatas, sin olvidar esa notita cariñosa (al menos, los primeros años). La despedida llega, y te pregunto: ¿Cómo administras la situación? ¿Lloras? ¿Te desesperas porque te quedas sola con las responsabilidades de la casa, hijos, trabajo e iglesia? ¿Te sientes dominada por la ansiedad, el miedo y la soledad? ¿Te quedas feliz con la posibilidad de apenas tener algunos momentos para ti porque ahora debes pagar unas cuentas?

¿Cómo enfrentas esta situación cuando hubo algún desencuentro días u horas antes del viaje? La despedida ¿pasa a ser una tortura por la mezcla de un corazón herido de resentimiento o de culpa? ¿Cómo reaccionas ante la desobediencia o los reclamos de los niños, o de una enfermedad justo cuando papá no está?

Lamentablemente, para muchas amigas en el ministerio, los viajes de los esposos se convirtieron en motivos de discusión familiar, obstáculos para la expresión de cariño y compañerismo, además de la tendencia creciente a culpar a la iglesia. ¿Qué se debe permitir pensar o sentir? Existen algunos hábitos que ayudan a afrontar bien estas situaciones.

1. Encara la realidad. Poco se logra camuflando la aceptación Aceptar también significa entender las razones, y para entender las razones necesitas conocer. En este caso, conocer la voluntad de Dios, las necesidades de la iglesia y del trabajo pastoral, los anhelos del esposo, los sentimientos y las necesidades de los hijos y, principalmente, los tuyos. El conocimiento de estas cosas explicará muchos “porqués”, ayudándote a entender y a observar la realidad con más optimismo.

2. Educar los pensamientos. Cuando entiendas la realidad, podrás comenzar a educar los sentimientos a fin de moldearlos. El consejo de Pablo a los Filipenses se torna muy importante y debe ser un objetivo por conquistar: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).

Dios quiere ayudarte a cambiar, pero la decisión de hacerlo es tu responsabilidad. Entonces, busca buenas razones, y piensa en los aspectos positivos de los viajes y de las ausencias de tu esposo. Por ejemplo, puedes pensar en estos:

  • La distancia aumenta la falta del otro, lo que permite que ambos piensen en cuán importante es el uno para el otro. Consecuentemente, el reencuentro será más romántico.
  • Los niños pueden dormir contigo algunos días, y ellos apreciarán esa cercanía especial.
  • El menú estará de acuerdo con tu gusto.
  • Es posible coordinar un paseo con una amiga.
  • Podrás aprovechar para hacer compras (dentro del presupuesto), para lo que él, probablemente, no tendría paciencia.
  • Es un buen momento para ordenar gavetas y armarios.
  • ¿Qué tal aprovechar para hacer algunos cambios en el arreglo de la casa y sorprenderlo?

3. Desarrollar actitudes positivas. Las actitudes positivas resultan de pensamientos que se moldean. Estos comienzan cuando buscas soluciones o alternativas para resolver y amenizar lo que te desagrada. Por ejemplo:

  • Si a ti no te gusta quedarte sola y no tienes hijos, invita a alguien a que te haga compañía de vez en cuando.
  • Si no te gusta hacer maletas, pídele a tu esposo que te ayude; cuando menos lo esperes, ya será un experto.
  • Si él tiene dificultad para combinar colores, ¿qué tal dejar separadas las piezas que combinan?
  • Si los hijos reclaman por la ausencia del padre, programa actividades diferentes para esos días y prepara la comida que más les gusta.
  • Si te sientes deprimida, procura interactuar con otras personas.
  • No reclames por los viajes delante de los niños. El bienestar de ellos, en ese período, está muy relacionado con tus sentimientos y tu punto de vista. Diles que el papá está viajando para hablar de Cristo a otros niños y a otros adultos. Hazlo con una sonrisa y con alegría en tu voz. Eso los tranquilizará, y motivará el respeto y la admiración por el trabajo realizado por el papá. Si son conscientes de esto a esa edad, difícilmente harán problemas en la adolescencia.

4. Se proactiva. Tener una actitud positiva frente a la realidad también implica estar preparada para eventualidades. En este caso, la primera cosa es estar informada del itinerario de tu esposo, con el fin de organizarte. Puedes anticipar ciertas cosas, como por ejemplo:

  • Tener la ropa que usualmente usa para los viajes limpia.
  • Dejar preparada en una maleta pequeña -y en el mismo lugar- el material de bautismo.
  • No asumir compromisos que dependan de la presencia de tu marido.
  • Delegar responsabilidades en la iglesia, a fin de dar mayor atención a tus hijos, que sienten la falta del papá.
  • Ten a mano remedios comunes, números telefónicos de servicios públicos o de algún hermano de iglesia, para algún caso de emergencia.
  • Programa, con tus hijos, cosas interesantes que harán juntos mientras el papá esté fuera y cuando regrese.
  • Planifica “hacerte un regalo” a ti misma.
  • Involucra a tus hijos en las actividades domésticas y de la iglesia. Así no estarás sobrecargada. El estar involucrados los hará sentirse importantes y capaces.

Ahora me quiero dirigir a ti, como alguien que aprendió cómo actuar ante los viajes del marido. En primer lugar, siente verdaderamente la presencia de Dios. Anda y conversa con él siempre. En segundo lugar, aprecia tu propia compañía. Para esto, es necesario aceptarse. Después de 24 años de ministerio, con los hijos lejos de casa, viviendo lejos de mis padres, con un marido que viaja mucho, te puedo afirmar que en algunos momentos puedo estar sola, pero no solitaria.

Al escribir este artículo, estoy en “las alturas”, en un avión, regresando de un viaje. Estoy sola, pero feliz, cumpliendo la misión que el Señor me dio. Estoy lista para escuchar: “Querida, debo viajar”, y también para decir: “Querido, estoy viajando”. Y, créeme, ellos sufren más nuestra ausencia.

Haz tu parte, y Dios será tu amparo. Aunque parte de la rutina de un pastor incluya realizar viajes frecuentes, tú puedes aliviar la ausencia con la certeza de un reencuentro feliz y sintiendo la constante compañía de Dios. Haz esto, y verás cómo el amor y la esperanza pueden cambiar el sentido de la realidad.

Sobre la autora: Coordinadora de AFAM de la Asociación Ministerial de la Unión Sur Brasileña, Rep. del Brasil.