Entendemos que el “Evangelio eterno” de Apocalipsis 14: 6 no es un Evangelio nuevo o diferente del que predicaron nuestro Señor, los apóstoles y la iglesia primitiva. Pero creemos que ese mismo Evangelio debe ser predicado con nuevo énfasis, a escala mundial, en estos últimos días. Son las mismas inalteradas e inalterables buenas nuevas que Dios ha comunicado al hombre desde que el pecado entró en el mundo, aunque hayan sido comprendidas con más o menos claridad y definición en las diferentes épocas.

     Sus primeras vislumbres aparecieron en la promesa de la “simiente” dada al hombre cuando todavía estaba en el Edén (Gén.3:15). El Evangelio, según la Sagrada Escritura, fue predicado incluso a Abrahán: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (Gál. 3:8).

     El apóstol Pedro se refirió a este mismo Evangelio cuando escribió: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba con ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Ped. 1: 10,11).

     Resulta claro, entonces, que lo que fue predicado antes de la cruz, en figura (mediante símbolos y sombras), era el Evangelio. Su plena revelación vino con Cristo Jesús y por medio de él. Por eso leemos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:1,2).

     Pero un grave alejamiento de la fe –una lamentable caída de la fe pura del Evangelio apostólico- originó la gran apostasía, la dominante perversión religiosa de la Edad Media. Esta apostasía fue anunciada expresamente por el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3-10: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?

     “Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”.

     A su debido tiempo se levantó la Reforma protestante, que fue un noble reavivamiento de buena parte del Evangelio que había sido pervertido y se había perdido. El gran principio básico del Evangelio, la justificación por la fe, fue restaurado, y se restableció la dependencia en el único sacrificio expiatorio y en la plenamente suficiente mediación sacerdotal de Jesucristo. Muchas perversiones religiosas fueron repudiadas y abandonadas.

     Aunque hubo un glorioso retorno a la mayor parte de las doctrinas del Evangelio -a la fe que una vez fue entregada a los santos-, ciertos aspectos del mensaje evangélico no recibieron el énfasis debido. Entre otros, el bautismo por inmersión, la inmortalidad como un don otorgado por Cristo en ocasión de la resurrección, el sábado como día de reposo, y otras diversas verdades bíblicas.

     Los adventistas creemos sinceramente que en estos últimos días Dios nos está invitando a completar la obra inconclusa de la Reforma protestante, y a llevar a cabo la restauración plena y final de la verdad del Evangelio. Así como los bautistas se levantaron en el siglo XVII para poner énfasis, entre otras verdades olvidadas y pisoteadas, en el bautismo por inmersión, y en el siglo XVIII los seguidores de Wesley anunciaron con fervor la gratuita gracia de Dios, hoy en día, creemos nosotros, la iglesia cristiana ha sido llamada a retornar al Evangelio pleno, original e incontaminado, al “Evangelio eterno”, que no cambia ni puede cambiar en los planes y propósitos de Dios. Entendemos que en la predicación de este Evangelio está implícita la preparación de la iglesia de los últimos días para encontrarse con su Señor cuando regrese.

     Este mismo principio de adherencia al Evangelio eterno, implica el rechazamiento de toda desviación eclesiástica o innovación ulterior predicha por el mismo apóstol cuando dijo: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1). La. definición de esos peligros aparece en 2 Timoteo 3 y 4, donde se profetiza que habrá’ “tiempos peligrosos”, durante los cuales los hombres tendrán “apariencia de piedad” pero-negarán “la eficacia de ella” (2 Tim. 3: i-5).

     Los días que corren son el tiempo anunciado cuando los hombres “no sufrirán la sana doctrina” y “apartarán de la verdad eh oído y se volverán a las fábulas” (2. Tim.4:3, 4). No hay duda de que ésta es una referencia a diversos “ismos”, esos movimientos seudocristianos y esas perversiones religiosas de la actualidad que pretenden cobijarse bajo la tienda del protestantismo. Y esto sin mencionar al modernismo -esa gran desviación del protestantismo-, la teoría de la evolución, el “evangelio social”, el espiritismo, la negación de la inspiración de las Sagradas Escrituras, la negación de la divinidad del Hijo de Dios, y otras sutiles filosofías religiosas de nuestros días. Contra todas estas seducciones -algunas con raíces históricas: otras actuales- se nos ha advertido. (Gál.1:8, 9.) Debemos aferramos de la fe apostólica y la sana doctrina, y del verdadero Evangelio basado solamente en la Biblia, tal como fue presentado por Cristo, Pablo y los demás apóstoles. (1 Tim. 4:13-16; 2 Tim. 3:14-16.)

     En el curso de la historia de la iglesia, en sus distintos períodos, se ha dado énfasis a ciertas verdades especiales del Evangelio, que se aplicaban mejor a dichos períodos. Eso ocurrió antes y después de los días de Jesús, en los días de la iglesia primitiva, durante la Edad Media y en el período de la Reforma. También está ocurriendo en estos últimos días. Este énfasis espiritual especial constituye la “verdad presente” para la generación a la que corresponde. (2 Ped. 1:12.) Creemos que estamos viviendo en la hora del juicio de Dios. Por lo tanto, creemos que debe haber ahora una comprensión cabal del Evangelio, y el énfasis correspondiente a la importancia de esta hora final. Creemos en la pureza de una fe que responda a las expectativas de Dios para su pueblo en estos días cruciales de la historia de la tierra, cuando los redimidos se encontrarán pronto cara a cara con su Señor. (Continuará.)