Lo que espera Dios de las misiones adventistas en el complejo mundo de la actualidad.
¿Qué espera el Señor de la Iglesia Adventista de hoy? Desde la caída de Adán y Eva, Dios ha estado llevando adelante su misión redentora en favor de este mundo. Cuando nació la Iglesia Adventista, sus fundadores sintieron un llamado especial en favor de esta iglesia naciente. Gradualmente ampliaron su visión acerca de la misión, hasta que abarcó a todo el mundo.
Hace un siglo, la estructura de la iglesia se modificó para permitirnos cumplir en forma más eficaz la misión que Dios nos había encomendado. Durante los últimos cien años, la misión mundial adventista ha gozado de un éxito fenomenal.
Hoy, la Iglesia Adventista tiene alrededor de doce millones de miembros en todo el mundo. Alabamos a Dios por el éxito que hemos tenido en nuestra evangelización mundial. Pero, algunos recientes acontecimientos ocurridos en el mundo podrían ser los instrumentos del Señor para que nos despertemos de cualquier tendencia nuestra a felicitarnos prematura o presuntuosamente. Aunque nuestra feligresía y nuestra extensión global actuales son enormes, si las comparamos con las de 1901, la tarea que nos queda por hacer sólo nos puede mantener humildes si la entendemos en su verdadera dimensión.
Miremos los hechos frente a frente
Consideremos los siguientes hechos:[1] A mediados del año 2000, la población del mundo era de unos seis mil millones. Los cristianos de todas las denominaciones eran alrededor de un tercio de esa cifra. Otro tercio eran los no cristianos que viven al alcance de alguna iglesia cristiana y que pueden recibir contactos personales de parte de esos cristianos. El tercio restante, dos mil millones de personas, son no cristianos que están fuera del alcance de cualquier comunidad cristiana. La mayor parte de ellos vive en países reacios al cristianismo. Sólo se los puede alcanzar mediante misioneros con un trasfondo de diversas culturas.
Durante los últimos cien años, los adventistas hemos bautizado gran cantidad de cristianos de otras denominaciones y una cantidad de no cristianos de origen tribal. Pero no hemos tenido mucho éxito con gente proveniente de las otras grandes religiones mundiales, como el hinduismo, el islamismo, el budismo y el judaísmo.
Nuestra obra es de proporciones mínimas y ejerce una influencia cercana al cero cuando nos referimos a la más numerosa religión no cristiana del mundo: el Islam. Los musulmanes son alrededor del veinte por ciento de la población del mundo, unos mil doscientos millones. Son monoteístas como nosotros y adoran al Dios de Abraham. Aprecian la paz y tienen un estilo de vida semejante al nuestro. Pero han sufrido enormemente a manos de cristianos nominales durante las Cruzadas y en los siglos sucesivos. En vez de ver a los cristianos como gente que les ofrece vivir más cerca de Dios, muchos musulmanes consideran que los cristianos minan su moralidad, su culto y su espiritualidad.
¿Qué requiere el Señor, hoy, de la Iglesia Adventista? Las siguientes son algunas valiosas sugerencias:
Dejemos a un lado la idea de hacer las cosas como de costumbre
El mundo cambió en forma irreversible el 11 de septiembre del año 2001. ¿Cómo pudieron unos cuantos terroristas suicidas afectar tan dramáticamente al mundo? Algo es obvio: un puñado de personas puede cambiar el curso de la historia humana para bien o para mal. No somos sólo los peones de un tablero de ajedrez que no podemos reaccionar, ni minúsculos granos de arena en una playa. Somos agentes morales cuyas decisiones son reales tanto desde el punto de vista de la vida como del tiempo. Estamos sumergidos en el tremendo problema del pecado. Las acciones humanas, desde la caída, han seguido afectando el universo en formas más o menos tangibles.
Las decisiones y las acciones buenas son, en última instancia, más poderosas que las malas, porque el bien es finalmente más poderoso que el mal, aunque no siempre se vea así. Los cristianos disponen de un verdadero poder, porque no hay una fuerza mayor en el mundo que el evangelio. Por gracia, y mediante el poder del Espíritu, podemos participar en la misión de Dios en la tierra en una forma que afectará por la eternidad las vidas de los seres humanos. Lo que hace la iglesia ejerce influencia hoy, y la ejercerá por toda la eternidad.
Los tiempos que corren nos invitan a no hacer las cosas como de costumbre. En 1901, Elena de White invitó a la Asociación General a archivar sus planes y su agenda. Tanto ella como sus colegas comprendieron que la iglesia había llegado a una encrucijada que requería una nueva visión y una nueva dinámica. La Iglesia Adventista cambió en 1901 y no ha vuelto a ser la misma. El éxito que hemos tenido en este último siglo ha dependido, en buena medida, de la reestructuración sugerida por el Espíritu, que ocurrió en 1901. Aunque ninguna estructura humana es perfecta y el éxito de la misión siempre es consecuencia del poder divino, Dios eligió obrar por medio de organizaciones humanas. Estamos ampliamente justificados al declarar que la misión adventista mundial no habría tenido tanto éxito si se hubiera conservado la estructura de los pioneros previa a 1901.
Estamos de nuevo en una trascendental encrucijada, que es a la vez parecida y diferente de la de 1901. En el año 2005 tenemos una iglesia más grande y más compleja. Nuestro tamaño y nuestra complejidad implican una inercia y una resistencia mayores a los cambios que los que enfrentaron nuestros pioneros en 1901. Tenemos muchos más recursos humanos y materiales que mover y dirigir. Estamos un siglo más cerca de la parusía.
El último siglo incluyó dos guerras mundiales, una gran crisis económica, el holocausto, la era nuclear y mucho más. El testimonio de la historia en contra del mal y en favor de la verdad es mucho más fuerte ahora que en 1901.
La semejanza entre su entonces y nuestro hoy es que, en ambos casos, los adventistas nos enfrentamos con una tarea para la que no disponemos ni de una teología, ni de una visión, ni de una estrategia ni de una estructura adecuadas para cumplir la misión mundial.
Las circunstancias de 1901 requerían de los adventistas que dejaran de lado su forma acostumbrada de trabajar, y que dieran lugar a un período de revelación y reestructuración creativas, y a nuevas herramientas de trabajo para cumplir la misión. Lo mismo ocurre en 2005. Nuestra agenda, nuestras modalidades, nuestro territorio, nuestra posición, nuestro presupuesto, deben ser puestos sobre el altar de los sacrificios a fin de abrirle camino a iniciativas más poderosas y llenas del Espíritu.
Procuremos una visión nueva y unificada de la misión
Una de las consecuencias de nuestro crecimiento durante el último siglo ha sido el aumento de la cantidad de nuestras instituciones. Cuando eso ocurre, tendemos a pensar y a actuar más en relación con reglamentos, presupuestos y políticas. Bajo la presión de lograr que la actividad burocrática se desarrolle sin trepidaciones, podemos perder de vista nuestro deber de prestarle una atención más directa a nuestra misión como iglesia. Las decisiones importantes se toman sólo con respecto a consideraciones prácticas, sin disponer de una visión, una estrategia ni una teología unificadas que nos conduzcan.
La mayor parte de nosotros tenemos más o menos en buen foco algunos aspectos de la misión de la iglesia, pero a veces sufrimos de lo que podríamos llamar una “visión estrecha”. Diversas personas, oficinas, departamentos y zonas geográficas pueden ver con claridad parte de la tarea, y al mismo tiempo, pueden carecer de una visión amplia y compartida. Algunos de nosotros nos preocupamos exclusivamente por personas y regiones que están cerca de nosotros, mientras que otros creen que han sido llamados a trasponer las fronteras y dedicarse a la misión. Algunas divisiones tienen en vista todo el mundo, mientras que otras se sienten responsables sólo de su territorio.
El desarrollo de una nueva visión no ocurrirá de la noche a la mañana.
Los pastores, los administradores y los dirigentes laicos tendrán que encabezar la fila. El estudio de las misiones adventistas tiene que formar parte de la educación ministerial y de los cursos bíblicos de todas las escuelas adventistas. Se deben trazar planes a fin de tener sesiones regulares para estudiar el desarrollo de la visión, y compartir entre todos las conclusiones a las que se llegue. El apoyo a los ministerios y a las organizaciones independientes debe formar parte de este proceso.
Debemos diseñar una estrategia global y unificada acerca de la misión
¿Es acaso la misión adventista, en el año 2005, como lo era la del pueblo de Israel en tiempos de los jueces, cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía”? (Juec. 21:25). No hay duda de que los adventistas disponemos de una amplia gama de excelentes ministerios, pero, ¿están todos ellos apuntando en la misma dirección, para cumplir una estrategia bien definida y compartida? ¿Dónde está la estrategia global adventista? ¿Es ella acaso el informe de crecientes bautismos? Si lo fuera, ¿es ésta una estrategia adecuada para movilizar y dirigir una obra tan compleja como lo es la nuestra en estos momentos?
Desde hace varios años le hemos estado dando publicidad a la “Ventana 10/40”, y hemos estado consiguiendo fondos para sostener las misiones destinadas a los pueblos que viven en ella. La Ventana 10/40 se ha convertido en el centro de nuestra tarea global, pero, ¿quién va a cumplir, en realidad, la misión en favor de la 10/40? ¿De dónde van a ir los misioneros? ¿Quién los va a sostener financieramente? ¿Cómo se los va a entrenar? ¿Cómo se van a administrar sus servicios? ¿Qué van a hacer cuando lleguen allí, si tomamos en cuenta el hecho de que en muchos de esos países no se pueden abrir iglesias?
¿De qué manera van a participar las diversas divisiones mundiales? ¿Cómo vamos a evaluar el éxito en esas regiones difíciles? Como no existe una estrategia determinada, global y compartida, no tenemos respuestas para la mayor parte de estas preguntas. Hay una cantidad de organizaciones que están trabajando en la Ventana 10/40, pero los planes y los procedimientos actuales no son capaces de sostener la obra que se debe hacer allí.
Aparte de estas preguntas, ¿qué pasa con el resto del mundo que se encuentra fuera de la Ventana 10/40? Tenemos que evangelizar el Occidente secularizado. También están las enormes ciudades y los países pobres. Todos los países tienen “gente escondida” que debemos alcanzar. ¿De qué manera los países que antes “recibían” misioneros se pueden convertir ahora en naciones que “envían” misioneros? ¿Cómo pueden ayudar los miembros y las organizaciones más ricos a sus hermanos y hermanas más pobres del resto del mundo? ¿Cómo se pueden integrar en una estrategia global esos proyectos y esos viajes misioneros cortos?
¿Cuál es la forma más apropiada de aplicar los ministerios de la radio, la televisión e Internet? ¿De qué manera pueden hacer una contribución eficaz los evangelistas invitados y la evangelización vía satélite? ¿Qué papel deben desempeñar ADRA y otras organizaciones humanitarias? ¿Cómo se pueden incorporar a este plan los ministerios independientes? ¿Qué medidas hay que tomar para alcanzar el éxito en nuestra misión mundial? Una estrategia global debe responder a estas y otras preguntas vitales.
Hagamos los ajustes estructurales apropiados
Nuestra estructura actual tiene excelentes características que deben ser celebradas y atesoradas. Lo sé porque trabajé como misionero durante 31 años. Pero nuestra estructura actual no está haciendo la mejor tarea posible, a pesar de sus muchas buenas características. No tenemos la estructura que nos hace falta para reclutar, entrenar y sostener a jóvenes de todo el mundo, a fin de enviarlos como misioneros transculturales a trabajar entre los pueblos no evangelizados aún.
Tal vez éste sea el momento apropiado para recordar que las estructuras son siervos, no amos.
En mis clases del Seminario, trabajo con muchos misioneros jóvenes de diversas culturas, que están dispuestos a aprender idiomas, a hacer los sacrificios que hagan falta para ser misioneros toda la vida. Cuando me preguntan cómo pueden obedecer el llamado de Dios, les tengo que decir que el departamento misionero de la Asociación General probablemente no tenga un lugar para ellos hasta que sean pastores ordenados, hayan madurado, tengan experiencia y reciban su doctorado. Y sólo puedo contar con los que persisten después de oír este lamentable pronóstico acerca del apoyo que les dan los adventistas a los ministerios.
Mis abuelos fueron a Trinidad a mediados de la década de 1930, cuando tenían unos 35 años. Mis padres fueron al África cuando andaban por los 30. Mi esposa y yo fuimos a ese mismo continente cuando teníamos 25. Pero casi no hay posibilidades para nuestros hijos, que andan por los 20 y que les gustaría seguir con la tradición de la familia. Enviar a las misiones a gente madura, con grados doctorales, es una manera válida de enviar obreros entre las diversas partes del cuerpo de Cristo. Pero la energía, la adaptabilidad y la capacidad de aprender otras lenguas que tienen los jóvenes son absolutamente esenciales para la misión en favor de las regiones difíciles del mundo.
La estructura de las misiones adventistas sencillamente no se ha adaptado a las cambiantes condiciones del mundo, para alcanzar nuestras metas como corporación y aprovechar los talentos espirituales de muchos individuos.
Algunos adventistas han abandonado por completo el programa misionero oficial de la iglesia, y se han volcado a ministerios independientes como la única esperanza para invertir su dinero y sus dones con fines misioneros. La disposición de los adventistas para servir como misioneros y apoyar materialmente a las misiones ha sobrepasado la habilidad de la estructura oficial para canalizar y administrar esos recursos humanos y materiales.
Un aspecto central de un programa ajustado para las misiones adventistas es el de quién debe ser el propietario de las organizaciones de la iglesia, desde la iglesia local hasta la Asociación General.
De acuerdo con la estructura actual, la Asociación General envía a los misioneros sin participación alguna de las congregaciones locales, ni de las asociaciones ni de las uniones. Algunas divisiones participan del proceso, pero en forma muy limitada. Los misioneros enviados desde Norteamérica, por la Asociación General, son virtualmente invisibles para las iglesias y las organizaciones que los sostienen con sus ofrendas.
Cómo lograr un nuevo consenso teológico
Se necesita un avance intencional hacia una teología de las misiones aceptada por consenso por todos los adventistas, para sustentar y desarrollar los pasos sugeridos más arriba.
“Durante los últimos veinte años, la teología de las misiones ha ocupado un lugar secundario en la práctica misionera […]. Aparte de la tradición teológica [en las décadas que le siguieron a la Segunda Guerra Mundial], la teología de las misiones se refería a una cantidad de temas y agendas como […] la acción sociopolítica, la liberación, la evangelización, el crecimiento de iglesia, la asistencia social y el desarrollo […]. Lamentablemente, en medio de esa intensa actividad global, rara vez se trató el tema más profundo de la teología de las misiones. Durante los últimos diez años [desde mediados de 1980 hasta mediados de 1990], esto ha comenzado a cambiar, y gente de los más variados matices teológicos en lo que se refiere a las misiones, hoy está volviendo a examinar ciertas presuposiciones teológicas que le sirven de fundamento a la empresa misionera”.[2]
Necesitamos lograr un consenso renovado de nuestra teología oficial de las misiones. Necesitamos descubrir qué estamos haciendo hoy para ver si nuestra teología oficial está dando los resultados apetecidos. Necesitamos trazar un nuevo derrotero para las misiones mundiales adventistas, que exprese plenamente esa teología oficial.
Al tratar de obedecer la voluntad de Dios para las misiones adventistas, en el año 2005 y más allá, podemos estar seguros de que nuestro viaje será desafiante. Pero los portadores de las buenas nuevas siempre estarán rodeados, consolados y fortalecidos por el gozo del Señor y la seguridad de la victoria final.
Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Profesor asociado de Misión Mundial en la Facultad de Teología de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] David B. Barrett, George M. Kurian, Todd M. Johnson, World Christian Enciclopedia (Enciclopedia cristiana mundial], segunda edición (Nueva York: Imprenta de la Universidad Oxford, 2001).
[2] Charles van Engen, Mission on the Way: Issues on Mission Theology [La misión en marcha: Temas relativos a la teología de las misiones] (Grand Rapids: Librería Baker, 1996), p. 17.