Después de la triste retirada del joven rico, Pedro habló en nombre de todos: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mat. 19:27). Dicho en forma más simple, estaba preguntando: “¿Qué sacaremos de nuestro ministerio?” Esta ciertamente era una pregunta práctica para los ministros de entonces, al igual que ahora.
No me imagino oír a Jesús contestando: “De cierto, de cierto te digo, que quienes me hayan seguido tendrán 100 dólares por mes por depreciación de burro; 160 dólares por mes como presupuesto de heno y avena; y una ayuda de 360 dólares por mes para que el ministro pueda comprar una casa. Si tenéis que hacer un viaje especial de Jerusalén a Belén, podréis informar una cuota extra de heno y avena. Si algún otro discípulo viaja con ustedes, podéis informarlo a Judas, y recibiréis una ayuda adicional de heno. Si permanecen en el equipo el tiempo suficiente, y hacen un trabajo razonablemente bueno, estoy seguro de que la Junta Directiva les dará pronto una sinagoga más grande para pastorear. ¡Y tenemos un muy generoso plan de jubilación!”
En verdad, el ministerio es el más alto y el más noble llamado. A pesar de la secularización de la sociedad en la que vivimos hoy, los clérigos son todavía respetados y tratados con deferencia, aun por la gente más mundana. Una encuesta hecha hace algún tiempo pedía a la gente que estableciera en orden decreciente, cuáles eran los profesionales en los que más confiaban. Los doctores figuraban primeros; los clérigos figuraban terceros (¡los vendedores de autos figuraban decimoctavos!). Pero aun tan honrados y honorables como somos, no tenemos que mirar a nuestras propias vidas mucho tiempo para recordar dolorosamente que somos, en verdad, hechos de arcilla.
Como ministros, a menudo somos llamados por los laicos para ayudarlos a interpretar la ley moral de Dios en su relación con la vida actual. Todos hemos tenido gente que ha venido a nosotros pidiendo consejo con respecto a situaciones cuestionables que podrían darles alguna ventaja financiera o social. Esta gente ha argumentado todas las razones por las que este asunto particular sería aceptable. Pero generalmente está en consideración un asunto moral o ético. Y, en la mayoría de los casos, al continuar manteniendo el código moral que debiera adornar a los cristianos, el individuo responde: “Todo el tiempo estuve seguro de que ésa era la respuesta. Sólo quería compararla con la suya”.
La gente nos mira con el propósito de que interpretemos la ley moral de Dios para ellos. Pero así como los jueces y los abogados a veces tuercen o violan las leyes civiles que han jurado mantener, nosotros como ministros, nos sentimos a veces tentados a torcer la ley moral de Dios para nuestros propios fines egoístas. Generalmente, cuando se encuentra a un ministro en violación de la ética apropiada, el problema se centra alrededor de la pregunta: “¿qué obtengo con ello?” -financieramente, profesionalmente o personalmente. Rara vez cometemos estos errores inadvertidamente, aunque, si se nos cuestiona, rutinariamente alegamos ignorancia como excusa.
Un miembro del cuerpo directivo de una unión de créditos local vino a verme un día y preguntó: “Pastor, ¿qué podemos hacer para hacer honestos a nuestros ministros?” Luego pasó a contarme de un pastor que había solicitado un préstamo, pero cuyo historial de créditos era tan pobre que sencillamente no podía aspirar a él. Un amigo, también ministro, tomó un préstamo para él y ahora, juntos; no podían pagar las cuotas. El director de créditos continuó contando acerca de la esposa de otro ministro que obtuvo un préstamo, sin declarar otro que ya tenía, lo cual transformaba a su declaración en fraudulenta. Ahora, cuando sus negocios fallaban, se había declarado en quiebra. “¿Qué podemos hacer para hacer honestos a nuestros ministros?” Su pregunta se mantiene sonando en mis oídos.
Es trágico cuando los que han sido llamados para interpretar las normas de Dios para otros sucumben ante la tentación de torcer o manipular esas mismas normas para sus propios fines egoístas.
“Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” Como Pedro, nos vemos tentados a sentir que por causa de nuestros grandes talentos, por causa de que hubiéramos marchado mejor financieramente en alguna carrera que no fuera el ministerio, o por causa de que hemos hecho tanto bien en la iglesia, merecemos por lo menos un poco más de lo que estamos obteniendo. Y así torcemos las reglas -sólo levemente, por supuesto- para nuestros propios fines. ¡Qué tragedia! Alguien que intenta señalar a otros la forma apropiada de vivir, falla él mismo en ejemplificar los mismos ideales elevados. Necesitamos sujetar nuestras vidas y ministerios al severo escrutinio de las siguientes preguntas:
1. ¿Dedico suficiente tiempo al estudio personal de las Escrituras y a la oración y la meditación personal, para mantener una creciente y continua relación con mi Dios?
Sólo usted puede determinar cuánto tiempo es suficiente para lograr esto en su propia experiencia. Pero ¿es su relación con Dios tan rica como lo era un año atrás? ¿Cinco años atrás? Los estudios muestran que la mayoría de la gente, aún los profesionales, se nivelan, dejan de crecer o aun retroceden después de llegar a la mitad de su vida. ¿Ha llegado usted a la mitad de su vida, espiritualmente?
2. ¿Evito lo que me debilitará mental, física o espiritualmente?
Sea que deseemos reconocerlo o no, cada uno de nosotros conocemos, subconscientemente, nuestras propias áreas de debilidad, “esos queridos pecados”, como un escritor los ha llamado. ¿Los ha entregado realmente a Jesús?
3. ¿Abuso yo de la autoridad que me ha sido dada por la Palabra de Dios? ¿Soy siempre un ejemplo y un pastor para aquellos a quienes Dios ha confiado a mi cuidado?
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto, no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5: 2,3). ¿Somos señores o pastores? Su pueblo seguirá a un dirigente, pocos desearán ser arreados.
4. ¿Denigro mi llamado buscando privilegios especiales, beneficios gratuitos o descuentos ministeriales?
Un ministro que estaba tratando de obtener un mejor precio por cierto artículo rogó al vendedor: “Usted sabe, ¡soy sólo un pobre predicador!” El vendedor replicó: “Sí, yo sé que usted es un pobre predicador. Lo escuché predicar hace dos semanas”. Es realmente triste que un ministro presione tratando de sacar todo el provecho posible de un vendedor para lograr un “buen negocio”, invocando la difícil situación financiera del ministerio, y luego ande por allí vanagloriándose de la oferta que obtuvo.
5. ¿Guardo con estricta integridad todas las confidencias que llegan hasta mí como ministro?
No es siempre fácil mantener en secreto una confidencia. Pero ¿qué significa para usted cuando una persona que está agonizando con un problema de pecado acude a usted para compartir su carga y aliviar su culpa? El desnuda su alma ante usted. ¿Se lo cuenta usted a su propia esposa? ¿A un colega? ¿O a su mejor amigo? ¿Qué es una confidencia sino la confianza de una persona en usted de tal forma que cuando desnuda su alma ante usted, no vaya usted a repetir esa confidencia a ninguna otra alma?
6. ¿Me niego a usar información de o acerca de miembros de mi iglesia para una ventaja personal?
Los laicos confían que los ministros pertenecen a un nivel por encima de la persona promedio en cuanto a honestidad e integridad. Tienen el derecho de esperar una comunicación clara de nosotros. Les gustaría creer que estamos muy lejos de usar nuestra posición para una ganancia personal. No ceda a la tentación de abusar de esa confianza.
7. ¿Voy al púlpito sin preparación o lo uso como una plataforma para exponer mis puntos de vista personales en cuanto a la sociedad, la política o asuntos que no tienen relación con el Evangelio?
Probablemente el clamor que más a menudo viene de los administradores de las iglesias es por una mejor predicación y por mejores predicadores. El hombre de Dios nunca debe estar satisfecho con sus logros en la predicación. Debe siempre luchar por crecer en habilidad de predicación tanto como en contenido. La gente todavía viene para escuchar buenas predicaciones.
8. ¿Tengo favoritos o tengo la tendencia de aliarme con facciones dentro de la iglesia?
El verdadero pastor es pastor a todo el rebaño, los amables y los no amables. No podemos ser pastor para todos si tomamos partido en cualquier problema de la iglesia. Nunca permitamos ser arrastrados en ningún problema de la iglesia que no sea un problema moral. Y seamos cuidadosos de no crear un problema moral donde ningún principio moral esté involucrado.
9. ¿Doy pronta ayuda a los miembros en tiempo de angustia o necesidad?
Un problema con los ministros es que sentimos que siempre tenemos que tener todas las respuestas. Necesitamos reconocer que no siempre sabemos exactamente lo que debe ser dicho o hecho, ni tampoco que nuestros miembros lo esperen así. Entonces, no vayamos derramando palabras vacías sobre la gente diciendo: “Yo sé por lo que está pasando”, cuando usted realmente no ha pasado por eso. Permita que la gente sepa que usted se interesa y que está disponible para brindar apoyo y ayuda en tiempo de necesidad.
10. ¿Confío seriamente en el consejo de los colegas?
Hay dos partes de esa pregunta que debemos aplicar en nosotros mismos. Primero, debiéramos orar para tener el buen criterio de pedir consejo a los colegas de tiempo en tiempo. Ninguno de nosotros tiene el monopolio de toda la sabiduría para su parroquia. Segundo, debiéramos orar pidiendo gracia para aceptar el consejo que hemos pedido, si es más sabio y más correcto que el nuestro.
11. ¿Hablo yo descomedidamente de mi predecesor o aconsejo a los miembros de congregaciones anteriores en cuanto a sus relaciones con sus ministros actuales?
Cuando un ministro deja una iglesia debe dejarla. ¡Corte limpiamente todos los lazos! No se haga la excepción de la regla. No vuelva a esa parroquia a menos que sea invitado a hacerlo por el pastor actual. No dé consejo a menos que el pastor lo pida. Y si él no lo pide, no piense que él ha cometido el pecado imperdonable y que esa iglesia se arruinará. Posiblemente él deba tropezar un poco y lograr el éxito a pesar de sí mismo.
12. ¿Realizo o animo a realizar servicios profesionales en un distrito anterior sólo bajo invitación del pastor actual?
Esto es simplemente una variación de la regla de oro. Es sencillamente buen gusto, cortesía profesional. Si un laico de una iglesia anterior le pide que realice un servicio para él y su familia, diga simplemente: “Me sentiría muy feliz de hacerlo. Si usted canaliza este asunto a través de su actual pastor nos sentiremos ambos mucho más a gusto en cuanto a ello”. Es todo lo que requiere.
13. ¿Estoy alerta a las necesidades físicas y/o espirituales de un colega jubilado que puede ser un miembro de mi iglesia o que puede vivir en mi comunidad?
No olvidemos a los jubilados. Esta gente ha entregado sus vidas a la iglesia. Son personas para quienes la iglesia ha sido su vida y cuyas vidas han sido gastadas por la iglesia. Continuemos amándolos y hagámoslos sentir una parte de ella, aun cuando no estén en condiciones de tomar un papel activo por mucho más tiempo.
14. ¿Soy sensible a las necesidades de mi familia, reconociendo que son mi primera responsabilidad como siervo de Dios?
No olvide a su esposa y sus hijos. Ellos también son gente. Entréguese a ellos y a sus necesidades. Son su rebaño tan ciertamente como el rebaño mayor que usted se ha llamado a servir. Haga de ellos su primer trabajo, sin descuidar el rebaño de su iglesia.
¡Ética ministerial! ¡Qué desafío es el nuestro cuando intentamos guiar a nuestro pueblo a una experiencia más estrecha y más rica con Dios!
“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mat. 19:27). En respuesta a Pedro, Jesús prometió: “recibirás cien veces, y heredarás la vida eterna” (vers. 29). Yo recibo “cien veces más” aquí y ahora, cada vez que tengo el privilegio de traer un alma a Cristo. Mi salario y mis beneficios son necesarios para llenar las necesidades físicas de la vida, pero mi real bonificación viene cada vez que veo que una persona da su corazón a Jesús.
¡Cuán afortunado soy al tener una parte en su ministerio! Soy el más rico de los ricos, “como no teniendo nada, más poseyéndolo todo” (2 Cor. 6: 10).
Como ministros, vivamos cuidadosamente y frugalmente cuando sea necesario, pero no seamos vulgares ni rebajemos nuestro ministerio con una conducta inconveniente.