Si los amigos del cristiano son también cristianos—y no otros debieran ser sus amigos íntimos, —se gozarían solamente en aquellas cosas que Cristo podría compartir. ¿Podríais invitarlo a un baile? ¿Podéis imaginar al Señor Jesús bailando los modernos bailes sociales? El ritmo—es decir, el movimiento organizado— no es en sí mismo pecado; porque todos los movimientos de la creación son rítmicos. Pero el ritmo y la música del baile de hombres y mujeres juntos tiene solamente un propósito, la complacencia de las pasiones sensuales. Esto lo niegan siempre con vehemencia los proponentes del baile. Pero su negación con frecuencia es hipócrita, como bien puede probarse. ¿Podría alguien pasar por todo el esfuerzo físico y emocional del baile sin el estímulo del compañero? En seguida alguien dirá que ello ocurre también en la danza clásica, la danza en grupo o la danza interpretativa. Pero en ella el auditorio es el estimulado y el que estimula, y los efectos sensuales pueden ser mentales. La Biblia enseña claramente que la impureza es cosa de los pensamientos. ¿Pueden los pensamientos ser puros en la atmósfera de una sala de baile?
De nuevo alguien dirá: “Limítese el baile solamente al hogar.” Pero aquí, como cuando se bebe y se juega en el hogar, hay tan sólo un paso del hogar al infierno. El joven que ha aprendido a bailar en el hogar es arrojado en el mundo sin armadura moral. ¿Conduce el baile a la santidad? ¿Puede el cristiano orar mientras baila? ¿Puede el Espíritu Santo morar en el corazón mientras el cuerpo se mece al son de una rumba u otra música “tropical”? La misma pregunta nos da la respuesta.
Puede que preguntéis en cuanto a la danza que aparece en la Biblia. No son muchos los textos que la mencionan. De éstos Exodo 15:20; Jueces 11:34; 21:2, 23; 1 Samuel 18:6; 21:11; 29:5; Jeremías 31:4 se refieren a jóvenes, niñas y mujeres, que danzaban solas, puramente como expresión de gozo. Los siguientes versículos mencionan también a niños y hombres que bailaban solos para manifestar su alegría: 2 Samuel 6:14, 16; 1 Crónicas 15:29; Job 21:11; Mateo 11:17; Lucas 7:32. En los siguientes versículos la danza, sin mencionar quien la empleó, es practicada únicamente como un símbolo de gozo: 1 Samuel 30:16; Salmo 30: 11; Lamentaciones 5:15; Lucas 15:25. Los siguientes textos son ejemplos de danzas de ebrios e inmorales: Exodo 32:19 (compárense los versículos 6, 25); Mateo 14:6; Marcos 6:22. En Jeremías 31:13 se menciona a hombres y mujeres danzando, pero separadamente.
Esto nos deja únicamente Salmo 149:3 y 150:4 (V. M.) y Eclesiastés 3:4 que sancionan claramente la danza. Se nos dice: “¡Alaben su nombre con danzas!” y “¡Alabadle con pandero y danzas!” Estos textos inducen a algunas iglesias a realizar danzas religiosas de hombres y mujeres. Pero revelan su ignorancia tanto del lenguaje bíblico como de las antiguas costumbres de culto. Notaréis que cuando los israelitas alababan a Dios en la danza, lo hacían las mujeres solas. (Exodo 15:20; véanse también los textos citados de Jueces y también Jeremías 31:13.) También notemos que en la Versión de Valora, los versículos de los Salmos 149 y 150 dicen “coito” y “flauta,” un instrumento músico. De manera que estos versículos no sancionan en manera alguna la danza moderna como medio de adorar y honrar a Dios.
En los servicios religiosos donde la palabra “danza” no proviene de un instrumento musical, indica lo que hoy día llamaríamos una procesión religiosa, en la cual la nación entera tome parte, con música y cantos, en una marcha triunfal hacia el templo de la ciudad de Jerusalén, acompañada a menudo por el arca sagrada. Tal era la danza que David encabezaba cuando “David danzaba con todas sus fuerzas delante de Jehová,” (V. M.), cuando el arca fue llevada de su exilio en la casa de Obededom hasta el tabernáculo preparado para ella en la recientemente constituida capital en Jerusalén. Tal “danza” religiosa no tiene nada que ver con la danza moderna. Quizás si nos abstuviéramos de los bailes del mundo, podríamos tener parte en aquella “danza” que constituirá la procesión triunfal de los redimidos hacia la Nueva Jerusalén.