¿Qué palabras griegas enfatizan las frases y palabras clave de esta discusión? ¿Cuál fue la misión fundamental de Cristo? ¿Qué límites impuso esta misión a la naturaleza humana que adoptó en la encamación?
La teología adventista del séptimo día presenta dos enfoques alternativos referentes a la naturaleza humana de Jesucristo. Cristo tuvo una naturaleza pecaminosa porque tuvo una madre pecadora como el resto de los seres humanos; o tuvo una naturaleza impecable porque, a diferencia del resto de nosotros, su Padre era Dios.[1] El primer enfoque enfatiza su identidad con los hombres, el segundo su singularidad como hombre. Algunos intentan unir estas dos posiciones diciendo que Jesús tuvo una naturaleza física pecaminosa, pero que su nacimiento físico fue como nuestro nuevo nacimiento: nacido del Espíritu Santo. Sostienen que Jesús comenzó en Belén, donde nosotros comenzamos cuando nacemos de nuevo. Otros sugieren que el paralelismo se rompe ante la investigación. Creen que la naturaleza humana de Jesús fue tanto pecadora como inmaculada, afirman que fue pecaminosa únicamente en el sentido en que adoptó la naturaleza humana debilitada por el pecado, pero que no tenía pecado, sino que se hizo pecado en el nacimiento.
El derecho a elegir una posición ¿queda a nuestro arbitrio? ¿Importa realmente el enfoque que escojamos? ¿No sería esto hilar demasiado fino, sin que tenga un propósito práctico? Creo que debemos entender la naturaleza humana de Cristo para apreciar realmente lo que El soportó, cómo pudo ser nuestro ejemplo, nuestra sustitución imprescindible en todo el camino hacia el reino, y nuestra urgente necesidad de una visión cristocéntrica y no andrócéntrica. Estas implicaciones prácticas se clarificarán a medida que exploremos la evidencia bíblica.
En primer lugar, ofreceremos una visión panorámica: 1) Nos limitaremos a la información bíblica, actuando sobre la premisa de que toda verdad doctrinal surge de las Escrituras.[2] 2) Abordaremos el aspecto lingüístico y el significado teológico de los vocablos griegos sárx, amartía, isos, omóioma, monogenés y protótokos. 3) Al permitir que la Escritura interprete a la Escritura, penetraremos en el significado real de la humanidad de Cristo como “la decendencia de Abrahán” (Heb. 2: 16) y “del linaje de David” (Rom. 1:3). También notaremos la armonía que existe entre estos pasajes y las palabras griegas que estudiamos. 4) Luego consideraremos la misión de Cristo de salvar al hombre. Por medio de la investigación, documentaremos la sorprendente evidencia bíblica de que Jesús tomó la naturaleza humana inmaculada (espiritualmente) en el momento de nacer, mientras que a la vez poseía una naturaleza física similar a la de los demás hombres de sus días. 5) Esto nos puede llevar a preguntarnos: Si es así, ¿puede Jesús comprendernos realmente? O, considerándolo de otra manera, ¿es un remoto ser extraterrestre que tuvo una injusta ventaja sobre nosotros? ¿Fue tentado en todo, como lo somos nosotros? ¿Puede ser un sumo sacerdote que simpatice con nosotros? Si la discusión cristológica debe ser fructífera y edificante, en primer lugar debiera definir los vocablos de un modo erudito y coherente con la Escritura.[3]
El Verbo se hizo carne
La Biblia dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). ¿Qué significa la palabra griega que se traduce como “carne”? ¿Puede este vocablo determinar si la naturaleza humana de Cristo era pecaminosa o inmaculada? La voz sarx aparece 151 veces en el NT.[4] Amdt y Gingrich, en A Greek English Lexicon, ofrecen ocho significados posibles para esta palabra: 1) la estructura material del cuerpo (1 Cor. 15:39); 2) el cuerpo mismo como sustancia (1 Cor. 6:16); 3) el hombre de carne y sangre (Juan 1: 14); 4) la naturaleza humana o mortal, la descendencia terrenal (Rom. 4:1); 5) la corporalidad, las limitaciones físicas, la vida aquí en la tierra (Col. 1:24); 6) la manifestación exterior o externa de la vida (2 Cor. 11:18); 7) el instrumento volitivo del pecado (Rom. 7: 18); y 8) la fuente de la sexualidad (Juan 1:13). Sólo uno de estos (el séptimo) está relacionado con el pecado. Por lo que sárx no necesariamente significa “pecaminoso”.[5]
En griego la palabra común para pecado es “amartía”[6] y no sárx. El diccionario teológico de Schweitzer indica que sárx puede designar una esfera terrenal (véase 1 Cor. 1: 27), no necesariamente “pecaminosa y hostil a Dios, sino simplemente. . . limitada y provisional”.[7] También dice que sárx puede significar un objeto de confianza (véase Rom. 2: 28). Aquí “lo que es pecaminoso no es la sárx sino la confianza en ella”.[8] Schweitzer concluye diciendo: “Donde se considera a sárx en todo su sentido teológico, como por ejemplo en Gálatas 5: 24, describe al ser humano como determinado, no por su sustancia física, sino por su relación con Dios”.[9]
La encarnación de Dios, ¿significa simplemente que recibió un cuerpo humano? Al referirse a su encarnación, Cristo dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; más me preparaste cuerpo” (Heb. 10:5). En concordancia con esto, Pablo escribió: “Dios fue manifestado en carne” (1 Tim. 3: 16). La palabra griega que se utiliza para “cuerpo” es soma, sin embargo en 1 Timoteo 3:16, no se emplea soma sino sárx. Esto simplemente significa un estado de “encarnación”, pero no una condición pecaminosa.
Entonces, ¿cómo podemos entender la siguiente declaración: que Dios envió a su “Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, [y] condenó al pecado en la carne” (Rom. 8:3)? En primer lugar, consideremos lo que Pablo quiso decir. Él pudo haber escrito: 1) que Dios envió a su Hijo en carne de pecado; o 2) en semejanza de carne. Lo primero se puede entender como que su carne era pecaminosa, y lo segundo como que El solamente apareció en la carne, pero que en realidad, era un ser extraterrestre (compárese con 1 Juan 4:1-3, un texto desvirtuado por algunos investigadores).[10]
Pablo no dijo ni lo uno ni lo otro. Él se concentró en Cristo viniendo en semejanza de carne de pecado. La palabra clave es “semejanza”. En castellano hay dos vocablos griegos que se traducen como “semejante”: isos, que significa “mismo”, como en Hechos 11:17, que dice que Dios “les concedió también el mismo [isos] don”, y omóioma, utilizado en Romanos 8:3, que significa “similar” (porque es humano), pero no “lo mismo” (porque no es pecaminoso). La Escritura es coherente en este punto. De este modo, Filipenses 2:7 dice de Jesús: “Hecho semejante [omóioma] a los hombres”.[11] Hebreos 2:17 afirma: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”.
Estas palabras griegas y estos textos, ¿sugieren que Jesús fue solamente similar a otros seres humanos al tener un cuerpo físicamente afectado por el pecado, pero no el mismo cuerpo que los otros seres humanos, porque sólo Él era libre de pecado en su relación espiritual con Dios? Elena G. de White sostiene este enfoque.[12] La evidencia bíblica que consideramos también concuerda con esta conclusión.
¿Por qué una naturaleza similar y no igual?
De este material bíblico proceden dos principios que nos guían en nuestra investigación. El primero es: lo que Jesucristo es determina el grado de su identidad con nuestra naturaleza humana. En otras palabras, Él fue más que el bebé de María. Era Dios. Al humanarse no dejó de ser Dios.[13] Esto significa que su relación eterna e ininterrumpida con Dios no disminuyó al hacerse hombre. La encarnación no fue sólo otro nacimiento humano. Era Dios que unía con su propio cuerpo el abismo abierto por el pecado, y formaba el puente entre Dios y el hombre. Dios nuevamente trabajó con talento creador en el planeta, como en el Edén. Ya sea al utilizar el polvo de la tierra o el vientre de María, la vida la otorgaba El. Ambos hechos constituyeron milagros nunca antes vistos, ni repetidos desde entonces. La inmensurable divinidad de estos eventos no debe perderse en una comparación superficial con otros seres humanos. Todos los demás seres tienen dos progenitores. Pero esto no es así ni con Adán, ni con Cristo. El hombre llegó al mundo de una de tres maneras: por creación, por nacimiento o por encarnación.
El segundo principio es: la misión de Cristo debe determinar el grado de su identidad con nuestra humanidad. Para ser nuestro Salvador, Jesús debió hacerse como uno de nosotros. Pero Él no debía ir más allá de los requerimientos de su misión, Él no podía llegar a ser un pecador (ni en su naturaleza, ni en sus actos). Como en el sistema sacrificial, la misión de Cristo pudo realizarse sólo por un Cordero sin mancha ni mácula.
El pecado original
En esta discusión debemos tomar seriamente la naturaleza devastadora del pecado. Cada bebé es egocéntrico antes de conocer lo que es el pecado. ¿En qué fue el bebé Jesús diferente si nació con su naturaleza pecaminosa?
La Biblia ofrece dos definiciones para el pecado, una en el marco de la conducta y la otra en el aspecto de la relación. Estas son: 1) “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3: 4); y 2) “. . .todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Rom. 14:23). Estas dos ideas estaban presentes en el pecado original en el Edén. Adán y Eva desobedecieron el mandato divino de no comer del fruto del árbol prohibido (Gén. 3: 2-6), y dudaron de la palabra de Dios. El Señor les dijo: “No comeréis de él, para que no muráis”. Eva pensó que el fruto era bueno para comer y deseable para alcanzar sabiduría. Por lo tanto tomaron y comieron. ¿Por qué? El acto de dudar de Dios conduce a la desobediencia. Dudar de alguien es dejar de confiar o de tener fe en él, es romper una relación. El tentador los hizo creer en él y en sus sentidos más que en Dios. Y cuando rompieron esta relación quebrantaron los mandamientos de Dios. El pecado original fue en principio una relación rota. Definir el pecado simplemente como “infracción de la ley” o “un acto malvado” es considerar sólo su manifestación externa. En su raíz, el pecado involucra una ruptura de la relación entre el pecador y Dios.[14]
Cristo vino al mundo a restaurar la relación, no a continuar en un estado de separación. Fue así que vino en forma similar a nosotros (como ser humano, físicamente hablando) pero no en la misma condición que nosotros (padeciendo una relación rota con Dios, espiritualmente hablando). Emanuel, o “Dios con nosotros” significa que El cruzó el abismo entre Dios y el hombre. El aniquiló la separación al venir para estar a nuestro lado luego de haber estado junto a Dios. Estableció la conexión una vez más porque mediante la encarnación podía permanecer en una relación ininterrumpida con Dios, por lo que se mantuvo espiritualmente sin pecado.
Se considera a Romanos 5: 12-14 “uno de los pasajes más difíciles de la Escritura”,[15] y los “detalles de la exégesis de Romanos 5:12-21 están en controversia”,[16] pero creo que la analogía entre Adán y Cristo es la más clara de todas las analogías bíblicas. Lenski dice en forma pertinente que esta analogía “es tan vital porque va tanto a la raíz del pecado como a la liberación del pecado. Todo lo demás que se dice en la Escritura en relación a uno u otro tema se basa en lo que se reveló aquí como el fundamento absoluto”.[17] El texto dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. . . Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, ¡os que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:12-19).
Observe el triple paralelismo que se establece entre los dos Adanes. La muerte o la condenación no se trasmite de una persona a otra sólo por su propio pecado. Esto también ocurre, es cierto. Pero en un sentido más profundo, la muerte pasa a cada hombre por el pecado de Adán, o por una relación rota con Dios. (El pecado de Adán afectó a toda la raza. Esto se menciona cinco veces en los versículos 15-19.) No es cierto que el pecado se hace presente recién en el primer acto pecaminoso de una persona. Los hombres nacen pecadores. La muerte “reinó” (vers. 14) desde que Adán pecó. Los bebés mueren antes de pecar a sabiendas. Separados del Dador de la vida, la muerte, y no la culpa, pasó desde Adán a toda la raza.[18] Esta es la razón por la que Cristo vino a restaurar la conexión rota y a darnos vida eterna. El paralelismo que se establece en Romanos 5:12-14 es la clave para su significado. “Así como el fin del pecado es la muerte, así también el fin de la justicia es la vida”.[19] Si el “único pecado de Adán es la causa de la muerte de todos los hombres, y fue cometido antes que naciera cualquier otro hombre”,[20] entonces la impecabilidad de Cristo es la fuente de toda justicia. Él era similar a nosotros, al nacer con limitaciones físicas, pero no igual a nosotros, porque no nació como un pecador bajo la condición de una relación rota con Dios.
El hecho bíblico de que el pecado pasó desde Adán a cada bebé que nació (no la culpa de Adán, sino la muerte, el resultado del pecado), significa que el pecado no puede ser definido simplemente como un “acto”.[21] Esta es una definición muy superficial. Aunque el pecado involucra elecciones, actos y hasta pensamientos impropios (véase Mat. 5: 28), también incluye una naturaleza maligna.[22] Si no naciéramos pecadores, entonces no necesitaríamos un Salvador hasta que cometamos un acto pecaminoso o emitamos un pensamiento malvado. Esta idea le hace un terrible daño a las trágicas consecuencias del pecado y a la misión de Cristo como el único Salvador de cada ser humano (Juan 14: 6; Hech. 4: 12). También significa que si Jesús vino con una naturaleza pecaminosa pero resistió, entonces quizás algún otro podría hacer lo mismo, y esa persona no necesitaría que Jesús la salve. Debemos entender que ambos aspectos del efecto del pecado -tanto la muerte corporal como la culpa personal- necesitan de un Salvador. Necesitamos a Jesús como sustituto para nuestra vida, y no sólo por el primer instante en que nos rebelamos a sabiendas.
Pecadores al nacer
Cada ser humano salvado por Cristo nace como un pecador. David dijo: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). Sin embargo, David también dijo de Dios: “Pero tú eres el que me sacó del vientre” (Sal. 22: 9). “Porque tú formastes mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Sal. 139:13). ¿Se contradicen estas declaraciones? ¿Nació David como un pecador o no? Estas declaraciones reflejan las dos caras de la verdad, ambas igualmente bíblicas. Mientras que la primera referencia habla de la condición pecaminosa de David al nacer, las otras cuentan del amor salvador de Dios hacia él en esa condición.
Entonces, ¿cómo interpretamos el texto que dice: “El hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo” (Eze. 18: 20)? La Biblia también dice: “Que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Exo. 20: 5; compárese con 34: 7; Núm. 14:18; 1 Rey. 21:29). Estas declaraciones ¿también son contradictorias? De nuevo podemos decir que constituyen las dos caras de la verdad bíblica. La primera dice que la conducta personal resulta en la vida o en la muerte, mientras que la segunda sostiene que el pecado de una persona afecta también a su descendencia. Esta es la razón por la que la Biblia dice: “Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron” (Sal. 58: 3).
Las declaraciones: “rebelde desde el vientre” (Isa. 48: 8), y “será lleno del Espíritu Santo, aún desde el vientre de su madre” (Luc. 1:15), nuevamente contemplan los dos aspectos, son dos condiciones en el nacimiento, así como también se manifiesta la misericordia de Dios hacia una condición. Por contraste, Jesús no sólo fue lleno del Espíritu Santo. A diferencia de cualquier otro ser, Él también era Dios. ¿Esto significa que tuvo una “Inmaculada Concepción”?
La teología católica, desde el tiempo de Agustín, cree que todos nacen con pecado original.[23] Esto significa creer que cada uno viene al mundo con la culpa del pecado de Adán, porque cada persona estaba seminalmente presente en Adán, y por lo tanto comparte la culpa del primer hombre. Por esto, también Jesús habría de venir al mundo con la culpa del pecado original. Para eludir esta posición, la teología católica inventó el dogma de la Inmaculada Concepción. Esta doctrina sostiene que María nació sin mácula de pecado. Pero, si Dios pudo realizar semejante acto salvador por un ser humano, ¿por qué no lo hizo por todos? Esto también hubiese salvado a Cristo de todas las angustias que involucraba humanarse. Además, si María llegó a ser inmaculada sin Cristo, esto inevitablemente pone en duda el propósito de la misión de Cristo.
La Biblia no dice nada en cuanto a una Inmaculada Concepción, pero anuncia una concepción milagrosa. Jesús era singular. De su singularidad divina surge su nacimiento sin pecado. En este punto la teología católica pasa por alto quién era Jesús. No es necesario encontrar en María la razón de la singularidad de Cristo. Esta emana de su propia condición divina. A continuación analizaremos la información bíblica referente a su singularidad.
Jesús como hombre singular
Jesús fue diferente a los demás seres humanos en su misma conciencia. Esto determina todos los otros aspectos. Ningún otro ser humano vivió antes de su nacimiento, ni decidió nacer para complacer al Padre. La conciencia de Cristo siempre estuvo orientada hacia Dios. El vino a realizar la voluntad de su Padre (Heb. 10: 9), a glorificarlo en su vida y a culminar la obra que el Padre le había dado (Juan 17:4). Ningún otro bebé, niño o adulto vivió en tan completa abnegación por Dios y por el hombre. Tanto sus actos puros como su naturaleza espiritual pura emanaban de su orientación total hacia Dios. Su unión con Dios determinaba el grado de unión con el hombre.
La palabra griega monogenés, traducida como “unigénito” en la versión Valera (1960), en realidad significa “único en su especie”. Monogenés viene de monos, “único” y genos, “clase” o “tipo”. No se debe confundir monogenes con monogenao que deriva de monos “uno” y genao, “engendrado”. Monogeneo significa “unigénito”.
El Nuevo Testamento usa nueve veces monogenés, cinco de las cuales se refieren a Jesús (Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Juan 4:9). La forma como se utiliza este vocablo en las otras cuatro ocasiones arroja luz sobre el significado de la palabra cuando se refiere a Jesús. Primero, el caso del hijo de la viuda de Naín, que era todo lo que ella tenía (Luc. 7:12). El segundo casó es el de la hija de Jairo, que bien podía tener hijos, pero la que murió era su única hija (Luc. 8:42). En tercer lugar, se registra el caso del endemoniado que era el único hijo de su padre en esa condición (Luc. 9: 38). En estos tres pasajes monogenés no significa “unigénito”, sino “único en su clase”. Este hecho es aún más claro en el cuarto ejemplo, que aparece en Hebreos 11:17. Allí se llama monogenés a Isaac cuando, en realidad, era el segundo de los hijos de Abrahán (Ismael era el primero). Sin embargo, él (Isaac) era el único en su clase, el hijo singular, pues solo él era el hijo de la promesa.
Cuando se utiliza monogenés para referirse a Jesús siempre tiene esta connotación de único en su clase, alguien que es único, singular. Él era el Hijo de la promesa, el único en su misión y nacimiento, como también en su vida. Su nacimiento singular consiste no sólo en la forma como nació (sin un padre humano), sino también en la naturaleza con que nació (sin pecado).
Él era único en su clase porque era el único hombre que también era Dios. Él fue el único hombre que nació del Espíritu, sin un progenitor humano. Era el único humano que existió eternamente como Dios antes de llegar a ser hombre, y así era singularmente independiente de padres para la vida. Fue el único hombre que era similar, pero no igual a los demás.
Su singularidad surge de quién era él. Su condición hizo que su nacimiento fuera diferente. Poseía la humanidad física debilitada por el pecado, pero tenía una relación eterna e inmaculada con el Padre. Si se hubiese considerado a Cristo como monogenés, muchos se hubieran salvado del panteísmo (Kellogg, Jones, Waggoner) y del movimiento de la carne santificada (Donnell, de la Asociación de Indiana).[24]
La Biblia requiere que la singularidad de Jesús sea nuestro punto de partida de la cristología. El no es sencillamente otro hombre, sino Dios que se hizo hombre. “Y aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). Este paso en dirección al hombre es el contexto para el desenvolvimiento del significado del Dios-hombre. Algunos descuidan esto, escogiendo más bien comenzar con la generación final y su demostración posterior al período de prueba. Ellos razonan que si aquella generación ya no comete actos pecaminosos aunque conserva su naturaleza pecaminosa, entonces Cristo debió tener también una naturaleza pecaminosa. Porque, ¿podría esa generación final ser mejor que Cristo? Esto es cristología escatológica, o volver hacia atrás desde el futuro y atribuirlo a la naturaleza humana de Cristo. Pero el punto de partida debería ser Cristo y no la escatología. Necesitamos una escatología cristológica en vez de una cristología escatológica.
Los errores teológicos de Schweitzer y Barth debieran advertirnos y conducirnos aquí. Tanto Schweitzer como Barth (en sus escritos más tempranos) comenzaron con la escatología y retrocedieron a la Cristología, con resultados desastrosos. El Jesús de Schweitzer termina como un hombre engañado[25], y el Cristo de Barth como un Dios “totalmente otro”[26] -dos exageraciones opuestas, ninguna de las cuales hace justicia a Cristo Jesús. El pensamiento cristológico debe comenzar con la singularidad de Cristo como el Hijo de Dios antes que con su semejanza con los hombres como Hijo del hombre. Además, epistemológicamente, no podemos pasar de lo humano a lo divino, pero podemos hacerlo de lo divino a lo humano. Al definir la naturaleza humana del hombre Jesús, monogenés debe ser el punto de partida y el-centro de la cristología.
Protótokos, o primogénito, se refiere a Jesús siete veces (véase especialmente Heb. 1:6; Rom. 8:29; Col. 1:15, 18; Apoc. 1:5). “Primogénito” no se refiere tanto al tiempo como a la importancia. Como en la cultura hebrea el hijo mayor recibía los privilegios de la familia, así Jesús, el “primogénito” entre los hombres, ganó de nuevo todos los privilegios perdidos mediante la caída. Así, “hijo unigénito” y “primogénito” no han de ser interpretados literalmente cuando se aplican a Jesús. Más bien, implican que era único en su género, singular. Su misión era ser un segundo Adán, el nuevo primogénito, o cabeza de la raza. Esto lo califica para ser nuestro representante, sumo sacerdote e intercesor en el gran conflicto.
Jesús es nuestro ejemplo en la vida, pero no en el nacimiento. Si Él es nuestro ejemplo en el nacimiento, tal vez algún otro ser humano podría alcanzar una vida perfecta y no necesitaríamos un Salvador. Este pensamiento está en la base de la teología de Friedrich Schleiermacher. El creía que Jesús era sólo cuantitativa y no cualitativamente diferente de los demás seres humanos. ¿No nació El como todos los demás? ¿No fue su conciencia más plena de la presencia de Dios y su sentimiento de dependencia de Dios lo que lo diferencia de otros? Sin embargo, alguien vendrá en el futuro que lo trascenderá.[27] Este pensamiento nos advierte que es peligroso pasar por alto la plena distinción bíblica entre el nacimiento de Cristo y el de todos los demás seres humanos.
La teología de Karl Barth también contiene problemas con respecto a la naturaleza de Cristo en su nacimiento.[28] Aunque creía que Jesús era verdaderamente Dios, no aceptaba las consecuencias bíblicas de ello como controles de su comprensión de la Encarnación. El pretende que el niño Jesús nació con carne pecaminosa.[29] La única forma en que Barth podía evitar las consecuencias de ello era decir que Cristo aceptó esta naturaleza pecaminosa dentro de su naturaleza divina de tal manera que las tentaciones y el pecado eran virtualmente imposibles.[30]
Los datos bíblicos conducen en dirección opuesta al pensamiento de Schleiermacher y Barth. El hombre Jesús es singular. Él es nuestro sustituto en la vida. Cubre nuestros caracteres imperfectos con su perfecto carácter humano. Su carácter es nuestro manto de justicia, el vestido de bodas sin el cual no podemos entrar en el reino. Él es nuestro sustituto en la muerte. El murió a fin de pagar el precio del pecado en nuestro lugar para que podamos tener vida eterna. Pero Él también es nuestro sustituto en el nacimiento. El nació sin pecado a fin de satisfacer nuestra primera necesidad de Él como Salvador, cuando nacemos pecadores.
La Biblia no asigna valor salvador a nuestro primer nacimiento. En realidad, claramente afirma: “A menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3: 3). Sólo el hombre Jesús no necesitó el nuevo nacimiento. Esto lo pone en una categoría separada sólo para El.
Cristo es de la línea de Abrahán y David[31]
De los datos bíblicos considerados hasta ahora, ¿qué podemos concluir que significan las siguientes expresiones: “El socorrió a la descendencia de Abrahán” (Heb. 2: 16) y “era del linaje de David según la carne” (Rom. 1: 3; véase también Juan 7: 42; 2 Tim. 2: 8)? ¿Afirmarán estos pasajes que Jesús tomó una naturaleza pecaminosa originada en Abrahán y David? A la luz del contexto bíblico más general, estos textos no hablan de la naturaleza de Cristo sino de la misión de Cristo. No tratan del tipo de carne con que nació (pecaminosa o sin pecado). Más bien, sostienen que como judío (Heb. 2: 16) y como su rey real (Rom. 1:3), Jesús vino como el cumplimiento del pacto. Dios llamó a Abrahán para constituir un pueblo por medio del cual pudiera bendecir a todas las naciones (Gén. 22: 18). En forma similar, Jesús vino por medio de María a fin de salvar a las naciones (Mat. 1:18, 21; véase también Juan 3: 16). La misión y no la naturaleza es el contexto.
Israel, en el período del Antiguo Testamento, y los judíos cristianos en los días del Nuevo Testamento, consideraban a Abrahán como el “padre” de la iglesia de Dios en su primera forma (véase Isa. 51:2; Rom. 4:12 y Sant. 2: 21 con sus contextos). Así Mateo, escribiendo a los judíos, comienza la genealogía de Jesús con Abrahán (Mat. 1:1). Y el autor de Hebreos, quien también escribe a judíos, dice que “socorrió a la descendencia de Abrahán” (Heb. 2:16). El que Jesús esté en la línea de Abrahán no niega su actualización del propósito exacto de la línea del pacto al llegar a ser el segundo Adán. En realidad, el mismo libro que menciona la conexión de Cristo con David también lo presenta como el segundo Adán (véase Rom. 5:12-21).
¿Incluye la sustitución el llegar a ser exactamente como nosotros en el nacimiento? ¿Podía Jesús realmente salvarnos si no llegaba a ser uno con nosotros en naturaleza pecaminosa? ¿Descendió realmente al abismo en donde nos encontramos a fin de sacarnos de él? Allí en el abismo tomó la verdadera carne humana sólo al grado en que su unión con el Padre permaneciera sin ser afectada. En otras palabras, no podía ser pecaminosa en su naturaleza, pues por definición tal naturaleza es el resultado de la separación de Dios. La unión con Dios y la naturaleza espiritual pecaminosa están tan distantes entre sí como el cielo y el infierno. Decir que Él llegó a identificarse con nosotros y al mismo tiempo se mantuvo leal a Dios es comprender mal la terrible naturaleza del pecado. El pecado es separación de Dios. O Jesús mantuvo una relación no quebrantada con el Padre, o bien la abandonó y nos arrojó en la alienación.
Jesús fue nuestro sustituto y ejemplo, en ese orden. Hay una prioridad de la sustitución sobre el ejemplo como la ley de Dios sobre el hombre, y del Salvador sobre los salvados. Es importante que notemos esto. La cristología nunca debe comenzar con el ejemplo y la esperanza para hacer justicia a su sustitución. Tiene que tomar el sendero que conduce de la sustitución al ejemplo. Necesitamos esta sustitución en todo: necesitamos su eterna divinidad, su nacimiento sin pecado, su muerte perfecta, su resurrección, su intercesión sumo sacerdotal, y su segunda venida. También lo necesitamos como hombre para dar un ejemplo de dependencia total de Dios.
El hecho de que nació sin pecado de ninguna manera sugiere que guardar la ley no es importante para el resto de nosotros que nacimos pecadores. No es cierto que la creencia en la naturaleza sin pecado de Cristo signifique que nadie más puede o debe siquiera tratar de guardar la ley. Jesús no es nuestro sustituto para que podamos vivir como querremos.
Tentado como nosotros
Hemos visto que los datos bíblicos presentan a un Jesús humano singular que no podía haber tenido una naturaleza pecaminosa. Pero surgen las acuciantes preguntas: ¿Puede, entonces, comprendernos realmente? ¿O es un ser remoto que tuvo una ventaja injusta sobre nosotros? ¿Puede nuestro Sumo Sacerdote simpatizar con nosotros? En resumen, ¿fue realmente tentado en todo como nosotros?
Nuestra cristología afecta nuestra comprensión de las tentaciones de Cristo. Durante siglos, la cristología clásica consideró que Jesús vivió sobre la tierra como Dios. Tenía poderes que no están por naturaleza a disposición del hombre. No es extraño, entonces, que consideraran que las tentaciones no fueron gran problema para El. Aunque Anselmo (1033-1109) fue el primer erudito de significación que consideró que Cristo vivió en la tierra como hombre (escribió Cur Deus Homo), otros posteriormente continuaron pasando por alto la realidad de esta lucha. De este modo la creencia de Calvino de que Jesús permaneció en su trono en el cielo mientras vivía en la tierra (extra Calvinisticum), la combinación de la naturaleza humana y divina que enseñó Lutero (communicatio idiomatum), y la envoltura de la humanidad asumida por una divinidad impenetrable de Barth (ganz anderer), todas hacen aparecer las tentaciones de Cristo como irreales, e imposible que pudiera pecar. E. J. Waggoner, como Barth, creía que Jesús tomó la carne pecaminosa, pero que no podía pecar, por cuanto era divino.[32] ¿De qué vale una naturaleza pecaminosa como la nuestra si tenía una naturaleza divina diferente de la nuestra? La una cancela a la otra, eliminando la realidad de las tentaciones para El.
En contraste, la Biblia declara que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). “En todo’’ no significa las mismas tentaciones (plural), sino la misma tentación (singular). Por ejemplo, Jesús nunca fue tentado a mirar televisión, a fumar marihuana, o a exceder los límites de velocidad en las carreteras. Pero Él fue tentado a dejar de depender de Dios. Satanás empleó diferentes medios para el mismo fin. Porque el objetivo de toda tentación es destruir nuestra relación con Dios.
Las tentaciones de Cristo fueron mayores que las nuestras, pues sólo Uno que nunca transigió podía sentir toda su fuerza.[33] B. F. Westcott lo expresó así: “La simpatía hacia los pecadores en sus pruebas no depende de la experiencia del pecado sino de la experiencia de la fuerza de la tentación a pecar, que sólo los que nunca han pecado pueden conocer en toda su intensidad. El que cae cede antes del último esfuerzo”.[34]
Pero, “en todo”, ¿incluye “de la misma manera”?[35] Santiago escribió: “Cada uno es tetado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Sant. 1: 14). La propensión al mal (una inclinación a pecar) se adquiere de dos maneras: pecando o naciendo pecador. Cristo no hizo ninguna de estas cosas. Nació “santo” (Luc. 1:35) y Satanás no encontró nada en Él (véase Juan 14:30). “Tentado en todo según nuestra semejanza” debe entenderse a la luz de los datos bíblicos ya considerados. Indica que Él, como ser humano singular, fue tentado en todo como nosotros. Otra vez, la tentación básicamente implica que Satanás intenta destruir nuestra relación con Dios.
No podemos siquiera pensar que Jesús se arrojaría a una separación de su Padre en el mismo acto de venir a hacer su voluntad. Ambas cosas son mutuamente excluyentes. La singularidad de su nacimiento no es causa para que protestemos: “Así no vale, tú realmente no llegaste a ser como uno de nosotros, todo te fue más fácil que a nosotros. ¡Quién no podría resistir las tentaciones si tuviera una naturaleza sin pecado como la tuya!” ¿De qué otra manera podría haber sido? Cualquier supuesta ventaja que Jesús tuviera no era para sí mismo. Su misión salvadora determinó el grado de su identificación con nosotros.
Sin embargo, esto nos lleva a una paradoja: Permanecer diferente de nosotros no le daba ventajas; en realidad era una desventaja para Él. Pues si el punto central de la tentación es conseguir que confiemos en nosotros mismos en vez de confiar en Dios, ¿quién tendría una tentación mayor: ¿Jesús, que podía basarse en su propia divinidad, o nosotros, que no tenemos nada comparable?
La desventaja de Jesús en la tentación procedía de su singularidad. Y sobre esta singularidad descansa nuestra salvación. Sólo Jesús sintió todo el ímpetu del odio satánico, pues el conflicto de Satanás está dirigido contra Cristo y no contra ningún otro humano. Todo el infierno se desató contra este dependiente hombre Jesús; y además, Jesús no podía conseguir perdón si era vencido. ¡Imaginen la presión cuando cada momento, cada acto estaba tan lleno de consecuencias para El mismo y para el mundo entero!
Si Jesús debía ser carne pecaminosa para comprender por experiencia nuestras luchas, entonces, ¿cómo podría empatizar con los deshechos de la raza? ¿Cómo podría salvar a la generación después de dos mil años de degeneración genética? Si tomar nuestra naturaleza pecaminosa era un prerrequisito para ser tentado como nosotros, habría necesitado ser contemporáneo del último hombre que naciera. Sin embargo, aun si Jesús fuera una persona de la última generación, sus contemporáneos estarían todavía más degradados por sus propios pecados. Si la naturaleza pecaminosa fuera un elemento necesario del ser tentado como nosotros, entonces Cristo no fue tentado como nuestra generación y los que se degradaron por sus propios pecados personales. Pero si su singularidad hizo que su tentación fuera mayor, entonces El no necesitaría nuestra naturaleza caída para ser tentado como nosotros.
No fue hasta su muerte que El, “que no conoció pecado” llegó a ser pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Nunca antes de ese momento le produjo el pecado la separación de su Padre, que lo indujo a exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). El hombre Jesús llegó a ser pecado por nosotros en su misión en la muerte y no en su naturaleza al nacer.
Doxología
La teología es una búsqueda humana que procura comprender la autorrevelación de Dios. La cristología es el centro y el corazón de la teología, pues Jesucristo es la máxima revelación de Dios al hombre. También Él es la mejor revelación del hombre auténtico al hombre. Jesucristo fue singular no sólo como Dios con nosotros, sino también como hombre con nosotros. Fue la divinidad sin pecado unida con la carne humana debilitada por el pecado, pero fue igualmente sin pecado en ambas naturalezas. Él era Dios con nosotros, pero vivió como hombre con nosotros en un despojarse (vaciarse) a sí mismo (véase Fil. 2: 7). Aunque seguía siendo Dios, puso a un lado sus atributos divinos, viviendo como un hombre auténtico totalmente dependiente de su Padre celestial.
¡Maravíllense, habitantes del inmenso cosmos! ¡Admírense, ángeles del cielo! ¡Adórenlo, pecadores de la tierra! Porque ¿qué otro humano, nacido de mujer puede igualarse con Este en naturaleza y hechos? ¿Quién otro renunció a tanto por tan pocos? ¿Quién otro llegó a limitarse a un cuerpo humano habiendo existido en todas partes antes? ¿Quién otro escogió permanecer así limitado para siempre? ¿Quién otro se arrojó al inoperativo cáncer terminal del pecado para producir un sanamiento radical sin infectarse Él mismo? ¿Quién otro podía ser médico de los hombres al mismo tiempo que se alejaba de la plaga humana?
¿Cómo podía Jesús ser mi ejemplo en todo esto? ¿Cómo podría imitarlo? ¿Cómo podría ser eterno, ser Dios, ser sin pecado en el nacimiento, sin pecado como bebé, y sin pecado durante toda la vida? ¿Cómo podría vencer todo lo que El venció? Y cuando por fin venció a Satanás por su muerte en el Calvario -que tiene consecuencias cósmicas y de salvación-, ¿cómo podría yo seguirle? Sí, yo anhelo ser como El, pero admito que Él es singular para siempre. Con Pedro yo confieso: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Luc. 5: 8). Sin embargo, El, en su misericordia dice: “Venid a mí” (Mat. 11:28). Me atrae por su singularidad. Necesito desesperadamente aquello que lo hace diferente de mí.
El cristianismo no es sencillamente ser como Él. El cristianismo es vivir en Él. Somos justos sólo en Cristo, nunca por nosotros mismos. Las buenas nuevas son más que “imítenme”. Siempre es primero y por sobre todo “afórrense a mí”, “permaneced en mí” (Juan 15: 4), “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27), y “nos hizo aceptos en el Amado” (Efe. 1: 6).
La verdadera cristología termina, no en debate, sino en agradecida adoración y gozosa obediencia. Al contemplarlo no sólo lo alabamos sino llegamos a ser como Él (véase 2 Cor. 3: 18). Ver su amor por nosotros, su amor singular como hombre singular, nos galvaniza; anhelamos más ser llenados por Él que ser semejantes a Él. Este enfoque es crucial. Nos aparta de Él y de sus obras, y de nosotros mismos y de nuestras obras. No lo seguimos simplemente, sino que tenemos compañerismo. Y no son sólo reglas, sino relaciones. No una experiencia, sino una persona. Porque el cristianismo es íntegramente Cristo. De esta comunión procede un maravilloso milagro ¡llegamos a ser ¡guales a quien más admiramos! Es un resultado natural del anhelo de que habite dentro de nosotros. La cristología culmina en la exclamación: “¡Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí!” (Gál. 2: 20). Sólo por esta unión dependiente puede Jesús ser nuestro hombre modelo, nunca por su naturaleza al nacer.
Sobre el autor: Norman R. Gulley escribió este artículo cuando se desempeñaba como profesor de religión en el Southern College.
Referencias
[1] Véase E. C. Webster, Crosscurrents in Adventist Christology (Berna, Suiza, Peter Lang Pub., Inc., 1984), para evaluar comparativamente la cristología de H. E. Douglass, E. Heppenstall, E. J. Waggoner y E. G. de White. Los autores adventistas que sostienen que la naturaleza de Cristo era pecaminosa, son (por orden alfabético): T. A. Davis, Was Jesús Really Like Us? (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1979); H. E. Douglass y Leo Van Dolson, Jesús: The Benchmark of Humanity (Nashville, Southern Pub. Ass., 1977). Los que sostienen que la naturaleza de Cristo está libre de pecado son (por orden alfabético): N. R. Gulley, Christ Our Substitut (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1982); E. Heppenstall, The Man Who is God (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1977); H. K. LaRondelle, Christ Our Salvation (Mountain View, Calif., Pacific Press Pub. Assn., 1980). En la cristología clásica se destacan tres enfoques; Jesús como: 1) Un ser muy divino. Este fue el enfoque que prevaleció durante siglos, como se ve en Atanasio y en Calvino en extra Calvinisticum. Según esta perspectiva la divinidad de Cristo permaneció en el trono celestial mientras que su humanidad estaba en la tierra. 2) muy humano, es el enfoque arriano; y 3) una mezcla de lo divino y lo humano, como se ve en la communicatio idiomatum de Lutero. Los dos enfoques que prevalecen en la Iglesia Adventista consideran que el punto de vista opuesto hace a Jesús demasiado humano o demasiado divino. Esto, obviamente, influye en la forma en que consideramos que Él es nuestro ejemplo para vencer las tentaciones.
[2] Para un estudio en los escritos de Elena G. de White, véase Norman R. Gulley, “Behold the Man”, Adventist Review, 30 de junio de 1983. Es una imperiosa necesidad que se realice un estudio teológico y hermenéutico de los escritos de Elena G. de White en general, y de su cristología en particular. Se necesitarían algunas investigaciones adicionales para ver si Elena G. de White apoyaba en forma general el nuevo enfoque de Jones y de Waggoner, que ponían todo su acento en Cristo, o apoyaba cada detalle de la cristología que sustentaban, como ser, la naturaleza humana de Jesús. (Véase Age Rendalen, “The Nature and Extent of Ellen White’s Endorsement of Waggoner and Jones” [monografía de investigación, Biblioteca de la Universidad de Andrews, 1978].) También debemos recordar que la cristología de Waggoner y Jones se tomó cada vez mas panteísta. El panteísmo es una excesiva identificación de Dios con la creación, que podría considerarse como la conclusión lógica de igualar, en su naturaleza, a Jesús con los demás seres humanos. También debe definirse cómo usa Elena G. de White la expresión “naturaleza pecaminosa”, y otras sinónimas, y el contexto en que las emplea, como también el contexto histórico de cada manuscrito, carta o artículo. Las compilaciones extraídas de múltiples fuentes, generalmente fallan en asignar el lugar apropiado a los antecedentes históricos. Es obvio que en cuanto a este punto podrían ser de mucha ayuda diferentes disertaciones doctorales. Un hecho es evidente: El estudio de la cristología debe comenzar con la información bíblica. Recién entonces podremos leer los escritos de Elena G. de White. Ella nunca pretendió que se siguiese el procedimiento opuesto, que tampoco es fiel a las presuposiciones adventistas del séptimo día, pues la Biblia es la base para todas las doctrinas adventistas del séptimo día.
[3] La definición de términos es fundamentales toda esta discusión. A partir de la información bíblica considerada, notaremos que: 1) Cristo fue singular como hombre (similar, pero no idéntico). Por lo tanto, personalmente defino a su naturaleza humana como afectada físicamente por el pecado, pero absolutamente inmaculada espiritualmente. Él tuvo la estatura de un hombre de su tiempo, se cansó, tuvo hambre y dolor. Pero espiritualmente se mantuvo en una relación inquebrantable con Dios, al igual que Adán antes de la caída. 2) Su nacimiento del Espíritu también fue algo único. No puede compararse con nuestro nuevo nacimiento del Espíritu, porque nosotros pecamos antes del nuevo nacimiento, en tanto que El era santo antes de nacer. Nuestro nuevo nacimiento surge de un contexto corrupto. Su nacimiento se produce en el contexto de lo santo. 3) La doctrina del pecado (amartología) está vinculada al debate de la naturaleza de Cristo (cristología). Cuando se entiende que el pecado es una relación rota con Dios, es imposible concebir que Cristo nació con una naturaleza pecaminosa. Porque no puede haber mayor demostración de unión con Dios que el grado de obediencia a la voluntad divina manifestado por Cristo (Heb. 10:7-9). Dentro de la Iglesia Adventista, las dos tendencias necesitan emplear palabras y locuciones como carne, pecado, igual, similar, singular, Inmaculada Concepción, pecado original, simiente de Abrahán y simiente de David, como las utilizan los escritores bíblicos o como son empleadas en este artículo. Si así se hiciera, se establecería una comunicación fidedigna entre ellos (estarían hablando de lo mismo) y se disiparían muchas discusiones.
[4] Englishman’s Greek Concordance of the New Testament (London, S. Bagster and Sons, 1903), págs. 680, 681.
[5] Reinhold Niebuhr cree en forma incorrecta que sárx es utilizado por Pablo como “principio de pecado”, véase The Nature and Destiny of Man (Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1949), pág. 152.
[6] Amartía y sus formas derivadas se encuentra 174 veces en el Nuevo Testamento, más de cincuenta veces en los escritos de Pablo. Adikía es una palabra legal y más especializada que significa “no justo” (es lo opuesto a la justicia, dikaiosúne). Paráptoma deriva de parapípto, “recaer”. Véase Colín Brown, The New International Dictionary of New Testament Theology (Grand Rapids, Zondervan, 1978), t. 7, pág. 573. Por una información general en cuanto a amartía y sus usos, véase R. Kittel, Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, Eerdmans, 1964), t. 1, págs. 308-311; W. E. Vine, Expository Dictionary of the New Testament Words (London, Oliphants, 1946), t. 4, págs. 32-34.
[7] G. W. Bromiley, trad., (Grand Rapids, Eerdmans, 1971), pág. 126. Para ver el artículo completo, véanse las páginas 124 a 144.
[8] Ibid.
[9] Ibid., pág. 134.
[10] 1 Juan 4: 1-3 no dice qué clase de naturaleza humana (caída o no caída) adoptó Jesús, sino que se refiere a la naturaleza misma. Los gnósticos y, posteriormente, los docetistas creyeron que Jesús nunca fue plenamente humano, sino que apareció como ser humano. Este pasaje denomina como anticristo a semejante negación de su humanidad.
[11] En forma similar aquí no se refiere a un ser diferente a los humanos (un extraterrestre). Más bien, a un humano que era solamente similar a todos los otros seres humanos.
[12] “Al tomar sobre sí mismo la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de ningún modo en su pecado. Estaba sujeto a las flaquezas y debilidades que rodean al hombre… Fue alcanzado por el sentimiento de nuestra debilidad, y fue tentado en todo como nosotros. Pero El no conoció pecado… No debiéramos tener ninguna duda en cuanto a la perfección inmaculada de la naturaleza de Cristo”, Elena G. de White, Signs of the Times, 9 de junio de 1898 (citado en The Seventh-day Adventist Bible Commentary, t. 5, pág. 1131). “El habría de asumir su posición como cabeza de la humanidad al tomar la naturaleza pero no la pecaminosidad del hombre”, Elena G. de White, Signs of the Times, 29 de mayo de 1901 (citado en The Seventh-day Adventist Bible Commentary, t. 7, pág. 912).
[13] Él conservó la divinidad durante la encamación. Estaba latente dentro de las limitaciones por Él elegidas de la kenosis (Fil. 2:6-8).
[14] “El enfoque del Antiguo Testamento del pecado es el lado opuesto y negativo a la idea de pacto, y a menudo se la expresa en términos legales”, The New International Dictionary of New Testament Theology, t. 3, pág. 578. “Amartía, en el Nuevo Testamento, siempre se la emplea como el pecado del hombre, que en su sentido último está dirigido a Dios”, ibid., pág. 579. “En el cuarto evangelio amartia designa… un acto pecaminoso específico, un estado, o aun un poder que aleja al hombre y al mundo de Dios”, S. Lyonnet y L. Sabarin. Sin, Redemption, and Sacrifice: A Biblical and Patristic Study, t. 48 de Analecta Bíblica (Roma, Biblical Institute Press), pág. 39.
[15] R. Govett, Govett on Romans (Florida, Conley and Schoettle Pub. Co„ 1981), pág. 134
[16] E. F. Harrison, ed., Baker’s Dictionary of Theology (Grand Rapids, Baker Book House, 1969), pág. 488.
[17] R. C. H. Lenski, Interpretation of Romans (Columbus, Ohio, Wartburg Press, 1945), pág. 366.
[18] John Murray, The Epistle to the Romans, en The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, Eerdmans, 1971), t. 1, pág. 183. Lea también las páginas 178 a 209 sobre “The Analogy”.
[19] Govett, op. cit., pág. 142.
[20] Lenski, op. cit., pág. 364.
[21] Varios vocablos griegos que aparecen en Romanos 5 terminan en ma. La terminación mas significa “resultado”. Dos de estas palabras son caída y gracia, y establecen una comparación entre el pecado de Adán con la salvación operada por Cristo. Ambos resultados se transmitieron a la raza humana por estos dos Adanes sin considerar las obras del hombre. Este es el tema central de la epístola de Pablo.
[22] Hay once palabras hebreas que conllevan diferentes matices de pecado (véase la nota 23).
[23] Para un estudio detallado en cuanto al pecado, véase G. C. Berkouwer, Sin (Grand Rapids, Eerdmans, 1971), y Piet Shoonenberg, S. J., Man and Sin: A Theological View (South Bend, Ind., University of Notre Dame Press, 1965). Y en cuanto al enfoque católico del “pecado original” véase R. C. Broderick, The Catholic Encyclopedia (Nashville, Thomas Nelson Pub., Co., 1976), pág. 440; Baker’s Dictionary of Theology, págs. 486-489; George Vendervelde, Original Sin: Two Major Trends in Contemporary Román Catholic Reinterpretation (Lanham, Md., University Press of America, 1982); y John Murray, The Imputation of Adam’s Sin (Grand Rapids, Eerdmans, 1959).
[24] Tanto el panteísmo como el movimiento de la carne santificada fracasaron en asignar a Jesús el lugar adecuado como monogenés. El panteísmo identificó excesivamente a Dios con el hombre, dejando a un lado la posibilidad de singularidad. Por su parte, el movimiento de la carne santificada se concentró tanto en ser como el Jesús inmaculado que nuevamente no se asignó el lugar adecuado a su singularidad.
[25] Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesús (London, Adam and Charles Black, 1954), págs. 254,
358, 368.
[26] Karl Barth, Church Dogmatics (Edimburgh, T. & T. Clark, 1936-1969), 4 tomos, véase, t. 1, parte 2, pág. 50; t. 2, parte 1, pág. 63; The Humanity of God (London, Collins, 1961), pág. 44.
[27] Friedrich Schleiermacher, The Christian Faith (Edimburgh, T. & T. Clark, 1928).
[28] “Lo que Dios es en su revelación, lo es anteriormente, y por toda la eternidad en su propio ser intratrinitario”, esta es la “revelación” fundamental que subyace en la teología barthiana. Dentro de este contexto su logos ensarkos, siguiendo la cristología enhipostática, considera que la humanidad de Jesús existió solo en la divinidad eterna de Cristo. A veces, este concepto se acerca a presentar una humanidad eterna de Jesús. (Véase Church Dogmatics, t. 3, parte 2, págs. 484, 493.) También afirma que Jesús no es hombre (homo), sino humanidad (humanun). (Ibid., t. 4, parte 2, pág. 48.)
[29] Ibid., t. 1, parte 1, pág. 191; t. 3, parte 2, pág. 51; t. 4, parte 1, págs. 69, 88, 90, 93-95, 98, 100, 203.
[30] Ibid., t. 1, parte 2, págs. 158, 191; t. 3, parte 2, pág. 51.
[31] Los evangelios revelan el contexto de pacto en el que vivieron Jesús y sus contemporáneos. Abrahán fue el padre de los fieles hijos de Israel, que esperaron que el Mesías viniera como “el hijo de David”, de la línea davídica. El cántico de María reconoce esto (Luc. 1: 55), como también lo hace Zacarías. Menciona que la salvación vendría de la casa de David (vers. 69), pues Dios recordó su pacto con Abrahán (vers. 73). Los ciegos llamaron a Jesús “hijo de David” (Mat. 9: 27; 12: 22, 23; 20: 30; Mar. 10: 46, 47). Los maestros de la ley lo llamaron “hijo de David” (Mar. 12:35). En ocasión de su entrada triunfal la multitud gritó hosanas al “hijo de David” (Mat. 21: 9). Cristo llamó a la mujer lisiada “hija de Abrahán” (Luc. 13: 16). En la historia del rico y Lázaro, el mendigo fue llevado junto a Abrahán luego de la muerte (Luc. 16:22), y Cristo describe la vida eterna como una participación en un banquete en el reino, junto a Abrahán (Mat. 8: 11). Mientras que los judíos afirmaban que Abrahán era el padre de ellos (Juan 8: 33-39), Jesús fue más allá de esta línea generacional del pacto, y dijo: “Antes que Abrahán fuese, yo soy” (Juan 8: 58). Hay dos aspectos que requieren una equilibrada consideración: Jesús dijo que descendía de Abrahán porque era el Mesías prometido, que conducía a su cumplimiento todas las promesas del pacto. Y Jesús dijo que era anterior a Abrahán porque él es Dios desde toda la eternidad.
[32] E. J. Waggoner, en Signs of the Times, 21 de enero de 1889; Christ and His Righteousness (Oackland, Calif., Pacific Press Pub. Co., 1890), pág. 28.
[33] F. F. Bruce, Commentary on the Epistle to the Hebrews (London, Marshall, Morgan and Scott, 1974), pág. 87.
[34] Citado por el Commentary on the Epistle to the Hebrews, pág. 88.
[35] Dietrich Bonhoeffer, aparentemente, pensaba así. Véase Temptation (Nueva York, Macmillian, 1955), pág. 16.