¿Qué base nos proporcionan los primeros concilios de la iglesia para nuestro actual debate acerca de la naturaleza de Cristo? ¿Qué indican los pasajes clave del Nuevo Testamento acerca de la clase de naturaleza humana que Él tomó? ¿Por qué tomó naturaleza humana, y qué nos revela esto acerca de la clase de naturaleza que tomó?

En los primeros siglos de la Era Cristiana los eruditos generalmente estaban de acuerdo en que Jesús había tenido una vida anterior como Dios, y que había vivido una vida sin pecado como hombre. Pero comenzaron a surgir diferencias de opinión cuando ciertos Padres de la iglesia (mayormente los de la escuela de Alejandría) manifestaron la tendencia a poner énfasis en la divinidad de Cristo a expensas de su humanidad.[1] Del mismo modo, algunos fervientes teólogos (los de la escuela de Antioquía) pusieron el acento sobre su plena humanidad, con el temor de que los alejandrinos le estuvieran haciendo mucho daño al significado del papel de Cristo como Salvador del hombre.[2] Al debatir, estas dos corrientes teológicas tendieron a recalcar sus respectivas posiciones.

Con el paso de los años, la corriente alejandrina llegó a ser la enseñanza predominante de la Iglesia Católica Romana,[3] en primer lugar como resultado de la avasalladora influencia de la teología agustiniana: un sistema teológico que generalmente se basaba en presuposiciones neoplatónicas.[4] El Jesús de la Edad Media, concebido inmaculadamente y tocado apenas por las tribulaciones de la humanidad, fue el resultado lógico de la combinación de las teologías alejandrina y agustiniana. Hasta no hace mucho la posición alejandrina dominaba también la cristología protestante.

El Concilio de Calcedonia de la iglesia primitiva (451 DC), decretó que Jesús era vere Deus y vere homo, “verdadero Dios’’ y “verdadero hombre”. Pero los concilios de la iglesia no respondieron plenamente algunas preguntas fundamentales acerca de la naturaleza de Cristo. De allí en adelante la gente ha tratado de proporcionar las respuestas, con resultados que han dependido de sus presuposiciones filosóficas. Si no se dispone de un punto de vista más elevado, sin algún principio bíblico trascendental o alguna autoridad profética posterior, las decisiones de los concilios están abiertas a diversas interpretaciones, que dependen de qué lado de la fórmula de Calcedonia se resuelve subrayar en ese momento.

Desgraciadamente, esta fórmula puso lado a lado dos contradicciones aparentemente irreconciliables, sin definir cómo podían existir en un bebé nacido de padres terrenales. Desde Calcedonia hemos aprendido que: 1) ambas verdades deben ser presentadas con igual énfasis; y 2) no se gana nada con tratar de conciliar dos contradicciones mutuamente excluyentes. Si ambas posiciones se fundamentan en presuposiciones filosóficas, se distorsiona la verdad central del cristianismo, si es que no se la destruye. Y mientras tanto, la mayor parte de las otras doctrinas cristianas fundamentales sufren desviaciones.

Pero ¿qué más se podía haber hecho en Calcedonia? Ellos llegaron al límite mismo de la comprensión humana cuando trataron de descubrir de qué manera se unió la naturaleza de Dios con la del hombre. Y en cuanto comenzamos a preguntarnos cómo, meramente revivimos antiguas e infructíferas controversias. Y terminamos ya sea en un ebionismo liberal, que no quiso aceptar la divinidad de nuestro Señor como vere Deus, o en un docetismo inconsciente (llamado ortodoxia), que no quiso aceptar su humanidad como vere homo en el más pleno de los sentidos.

Cuando nos concentramos primera o únicamente en el carácter abstracto de las dos naturalezas y en lo que parecen ser imposibilidades desde el punto de vista de la lógica, toda “solución” implica dificultad para alguna otra persona. Por lo tanto, soteriológicamente hablando, no es ni conveniente ni apropiado llegar a la conclusión de que lo único que nos puede decir el acontecimiento medular del cristianismo es que enfrentamos una paradoja divina. Debemos avanzar más allá de la pregunta errónea.

El asunto fundamental

El problema de la salvación no consiste fundamentalmente en saber cómo llegó Dios a ser hombre, sino por qué. Cada vez que hemos tratado de contestar la primera pregunta sin formularnos primero la segunda, inconscientemente 1) hemos sido arrastrados por nuestras presuposiciones (tales como nuestras ideas acerca de la naturaleza del pecado); o 2) hemos caído en categorías griegas de pensamiento (es decir, hemos tratado de definir conceptos y palabras tales como upóstasis, anupostasia, ousía y prósopon); 3) hemos incursionado en asuntos para los cuales no hay revelación divina, y por eso mismo simplemente 4) hemos reavivado todas las inútiles controversias que han dividido a la iglesia por siglos.

No hay duda de que la Encarnación está rodeada de misterio. Pero dicho misterio tiene que ver con la manera como Dios y el hombre pudieron unirse, no con el porqué. Una aguda autora formuló la siguiente observación: “Nadie puede explicar el misterio de la encarnación de Cristo. No obstante, sabemos que vino a esta tierra y que vivió como un hombre entre los hombres. El hombre Cristo Jesús no era el Señor Dios Todopoderoso; sin embargo Cristo y el Padre son uno”.[5]

“La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena de oro que une nuestras almas con Cristo y por medio de Cristo con Dios. Este debe ser nuestro estudio”.[6]

¿Por qué tantos que pretenden ser ortodoxos resisten la totalidad de las implicaciones de la expresión “verdadero hombre”? Psicológicamente, todos nosotros sentimos la necesidad de poner distancia entre Jesús y nosotros mismos. Sabemos quiénes somos. Conocemos nuestros pensamientos y nuestros fracasos. Por eso nos resulta sumamente difícil aceptar la idea de que Jesús poseía la misma carne y la misma sangre, los mismos genes afectados por las mismas leyes de la herencia que nos han afectado a todos nosotros. Algunos, en su afán de parecer fieles a los términos bíblicos, han llegado a sugerir que Él tomó “vicariamente”[7] la carne humana debilitada. La idea de que Jesús comenzó a vivir cargando con las debilidades de sus antepasados humanos les choca a muchos como algo inapropiado, y hasta blasfemo.

Teológicamente definimos esta resistencia de otras maneras. Nos preguntamos: ¿Cómo pudo Jesús ser sin pecado sin estar separado de la infecta corriente de genes y cromosomas compartida por el resto de los hijos de Adán? O afirmamos: “Cristo no podría haber tenido la misma naturaleza que el hombre, pues si la hubiera tenido, habría caído bajo tentaciones similares”.[8] Como lo dijo John Knox: “¿Cómo nos habría salvado Cristo si no hubiera sido un hombre como nosotros? ¿Cómo podría habernos salvado un hombre como nosotros?”[9]

El asunto queda en punto muerto hasta que nos preguntamos por qué vino en la forma en que lo hizo. Si no encaramos esta pregunta correctamente, todo otro tema bíblico parece distorsionarse.

Asumimos que la verdadera humanidad de Jesús no disminuye su divinidad ni implica que tenía que ser pecador. Y además afirmamos que al considerar a Jesús como verdaderamente hombre no lo hacemos con el afán de irnos por las ramas ni como un acto de arrogancia espiritual. Por el contrario, al poner énfasis en este asunto podemos estar avanzando por la senda más segura para comprender la sencillez del plan de salvación.

Existen tres grupos entre los cuáles no hay duda acerca de la divinidad de Jesús: 1) los que consideran que tomó la naturaleza del hombre caído, como todo hijo de Adán viene a este mundo; 2) los que creen que tomó la naturaleza de Adán cuando aún no había caído y que por lo tanto estuvo exento de ciertas desventajas que comparten todos los demás hijos de Adán al nacer; y 3) los que consideran que estos asuntos no tienen relación alguna con el plan de salvación.

Cada grupo llega a su conclusión acerca de la naturaleza de Jesús a causa de ciertas presuposiciones (tal vez inconscientes). Estas determinan su comprensión de asuntos tales como la depravación humana, la teoría de la expiación y la justificación por la fe. Me parece que estos conceptos teológicos van a seguir siendo relativamente confusos hasta que comprendamos por qué vino Jesús a la tierra. Además, no vamos a entender estos conceptos ni la naturaleza de la humanidad de Cristo hasta que nos ubiquemos en el balcón del tema del gran conflicto que satura todo el mensaje de las Escrituras.[10]

¿Por qué Jesús, como todo bebé, tomó hace dos mil años la naturaleza de la humanidad caída y no la de Adán en su “inocencia del Edén”?[11] Si Jesús hubiera tomado la naturaleza que el hombre tenía antes de la caída, se habrían solucionado sólo unos pocos de los problemas que suscitó el gran conflicto. Vino: 1) a manifestar claramente el carácter de Dios el Padre (véase Juan 14: 9; Heb. 1: 3).[12] 2) Para acallar las falsedades de Satanás, tales como que Dios no amaba suficientemente al hombre como para ejercer abnegación y espíritu de sacrificio en su favor (véase Juan 3: 16). 3) Para manifestarse como el Sustituto del hombre, y su garantía, poniendo en evidencia lo que significan la justicia y el amor al vencer el pecado y sufrir sus consecuencias, cuando cumplió con la sanción que la justicia requería (véase Rom. 3: 25, 26).[13] 4) A fin de manifestarse como ejemplo para la humanidad al proporcionar al hombre y a la mujer caídos un modelo de obediencia (1 Ped. 2:21, 22). De ese modo les proporcionó esperanza de que el mismo poder que lo capacitó a Él para resistir el pecado les sería otorgado libremente, de manera que los que lo procuraran también pudieran obedecer las leyes de Dios (véase 1 Juan 3:3; Apoc. 3: 21).[14] 5) Para manifestarse como Maestro del hombre al definir claramente los principios del gobierno de Dios y el plan de redención (véase Juan 13:13).[15] 6) Y para manifestarse como el sumo sacerdote del hombre al afirmar su propia credibilidad y al probar su capacidad de convertir en vencedores a hombres y mujeres (Heb. 2:17, 18; 4: 14-16).[16]

Eruditos que están de acuerdo

Esta interpretación está lejos de ser única. Muchos eruditos bíblicos han desafiado la opinión de los así llamados ortodoxos, de que Cristo de alguna manera tomó la naturaleza que tenía Adán antes de caer en lugar de la condición humana heredada por todo otro hijo de Adán. Entre ellos se encuentran Edward Irving, Thomas Erskine, Hermán Kohlbrugge, Eduard Bohl, Karl Barth, T. F. Torrance, Neis Ferre, C. E. B. Cranfield, Harold Roberts, Lesslie Newbigin, E. Stauffer, Anders Nygren, C. K. Barret y Eric Baker.[17]

Wolfhart Pannenberg escribió en 1964: “El concepto de que en la Encarnación Dios no asumió la naturaleza humana en su condición corrupta y pecaminosa, sino sólo se unió con una humanidad totalmente purificada de todo pecado, contradice no solamente el carácter antropológicamente radical del pecado, sino también el testimonio del Nuevo Testamento y de la teología de los primeros cristianos, en el sentido de que el Hijo de Dios asumió carne pecaminosa y en esa carne pecaminosa venció el pecado”.[18]

Ninguno de estos hombres creía que Cristo haya pecado ni en pensamiento ni en acción, o que por haber tomado naturaleza carnal caída y pecaminosa hubiera tenido necesidad de un Salvador. En términos generales, la expresión carne pecaminosa se refiere a la condición humana en todos sus aspectos como consecuencia de la caída de Adán y Eva. Esa naturaleza es susceptible a la tentación de dentro y de afuera. Contrariamente a lo que enseña el dualismo griego que al principio invadió muchísimo al cristianismo ortodoxo, la carne no es mala ni peca por sí misma. Aunque la carne es amoral, proporciona los medios, la ocasión y el lugar para el pecado si la voluntad humana no está constantemente auxiliada por el Espíritu Santo. Pero una persona que ha nacido con carne pecaminosa no necesariamente tiene que ser pecadora.[19]

Con frecuencia se ha hecho la observación de que el Nuevo Testamento presenta un entendimiento muy sencillo y directo de que Jesús era hombre en el más amplio sentido de la palabra.[20] Es verdad que los escritores del Nuevo Testamento lo recordaban como Alguien que poseía mucho más que naturaleza humana: se refirieron con reverencia a Él como Dios hecho hombre. Pero su testimonio de Jesús no sugiere que creyeran que Él disponía de ventajas físicas, emocionales y morales que estuvieran fuera del alcance de sus contemporáneos.

En el día de Pentecostés Pedro simplemente se refirió a Él en estos términos: “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él” (Hech. 2: 22). Y Pablo dice que Jesucristo “fue nacido de la simiente de David según la carne” (Rom. 1:3).

El apoyo del Nuevo Testamento

En ninguna parte del Nuevo Testamento encontramos la más mínima insinuación de que Jesús visitó la tierra revestido de una especie de traje espacial celestial que lo aislaba de los riesgos inherentes a un mundo saturado de pecado. Examinemos algunas de las referencias del Nuevo Testamento a la humanidad de nuestro Señor para ver si encuentra apoyo esta observación.

A. El nacimiento virginal (Mat. 1:16, 18-25; Luc. 1:26-38; 3:23). El hecho de que uno de sus padres humanos estuviera orgánicamente implicado en el nacimiento de Jesús, es suficiente para indicarnos que era deudor a la herencia humana. Sugerir que nació libre de los aspectos negativos de la herencia equivale a recorrer la misma senda descendente que inició el catolicismo romano cuando confundió el pecado con la materia. Después de esta confusión, la doctrina de la Inmaculada Concepción llegó a ser una necesidad teológica. A su vez, esa doctrina condujo a la suposición de que Cristo asumió la naturaleza que tenía el hombre antes de su caída.

No hay evidencia bíblica que sugiera que la corriente de la herencia humana se interrumpió entre María y Jesús. El peso de la evidencia descansa sobre los que creen 1) que no hubo interrupción física en la corriente hereditaria entre María y Jesús; y 2) que gracias a una aislación especial Él fue “exento” (un término familiar en la teología católico romana) de la plenitud de los riesgos de la naturaleza humana caída.[21]

Algunos se refieren a Lucas 1:35 como si este texto indicara en forma concluyente que Cristo tenía una naturaleza como la del hombre antes de su caída. Pero Lucas no está refiriéndose a la naturaleza humana de nuestro Señor. Sólo declara que el carácter santo de Cristo siempre lo distinguiría como nuestro inmaculado Salvador.

B. El Hijo del hombre (Mat. 8:20; 24:27; y otros). En esta descripción que Jesús hace de sí mismo, declara su identificación y su solidaridad con la humanidad. El segundo Adán no es el producto de una creación especial o una reproducción clónica del primero: es uno de sus descendientes hereditarios, nacido de mujer. Sólo al asumir la misma naturaleza caída, herencia común de aquellos que vino a salvar, podía ser verdaderamente el Hijo del hombre.

C. La analogía entre Adán y Cristo (Rom. 5; 1 Cor. 15). La analogía que existe entre el primero y el segundo Adán parece ser uno de los significativos motivos teológicos de Pablo. Esta analogía a menudo se considera la contrapartida de Pablo a la identificación que el Señor hace de sí mismo como Hijo del hombre. En resumen, parece sugerir en forma sumamente definida la solidaridad y la identificación tanto de Adán como de Jesús con la especie humana. En Adán tenemos la cabeza de una humanidad pecadora, y en Jesús la cabeza del grupo de los vencedores, de la humanidad que logra la victoria sobre toda tentación.[22]

Muchos consideran que Romanos 5:12 es una evidencia de que los hombres y las mujeres nacen pecadores, pero ése no es el argumento de Pablo. Sólo se está refiriendo a un hecho evidente: la corriente de la muerte comenzó con Adán. Pero todos los descendientes de Adán mueren, “por cuanto todos pecaron”.

Todos los hombres y mujeres están “en Adán” por medio del nacimiento natural, pero sólo los que lo deciden pueden estar “en Cristo”, el segundo Adán. Nuestro Señor ha invitado a todos a estar “en Cristo”, y sólo los que rechacen su invitación se perderán finalmente.

La suposición de que Jesús tomó la naturaleza de Adán previa a la caída, destruye la fuerza del paralelismo de Pablo y su principio de solidaridad. La analogía que establece Pablo entre Adán y Cristo cobra importancia para la humanidad y para el gran conflicto sólo si Jesús se incorporó en el seno de la humanidad caída, sólo si hizo frente al pecado en el terreno donde los hombres se encuentran, “en Adán”, y si vencía toda tentación a servirse a sí mismo, ya sea que éstas provinieran de afuera o de adentro. Jesús tenía la intención de que los que estuvieran en Él se unieran en un cuerpo como resultado de su obra salvadora. Pero para lograr esto Él tenía que unirse corporalmente con la humanidad en su condición caída.[23]

D. Cómo usa Pablo la palabra sárx (“carne”). Pablo usa la palabra griega sárx de diversas maneras,[24] entre ellas 1) el significado común de la palabra “carne” como algo físico, material (1 Cor. 15: 39; 2 Cor. 12: 7; Col. 2:1); 2) en forma metafórica, para expresar la diferencia que existe entre la humanidad y Dios (1 Cor. 15: 50; compare con Efe. 6: 12) o con referencia a la naturaleza humana o terrenal (Rom. 1: 3; 4:1; 8: 3); y 3) como sinónimo de pecado (caps. 6. 19; 7: 18; 8: 4).

Pablo se aparta del dualismo helénico y no le adjudica a sárx una maldad o una pecaminosidad intrínsecas. Aunque sárx es neutral desde el punto de vista moral, Pablo enseña que proporciona el asiento y el material en los cuales el mal puede actuar. Es el lugar donde se expresa la complacencia propia. Los cristianos, aunque están viviendo en la carne (sárx) física, no deberían permitir que el pecado reinara en su sárx (carne); el Espíritu le proporciona poder al creyente consagrado que resuelve dominar los deseos que surgen naturalmente de la sárx (véase el cap. 8:3-9).

A veces Pablo usa sárx como sinónimo de pecado. Y su doctrina del pecado es tan honda como es elevada su doctrina de la creación. Pero siempre considera el pecado como algo personal, una relación individual interrumpida o el acto de una persona responsable (por ejemplo, Sant. 4:17). Los resultados del pecado -una naturaleza humana caída- son dados a todo hombre y mujer al nacer. Pero a nadie se lo considera personalmente culpable o responsable de esta condición humana caída (sárx).

E. “En semejanza de carne de pecado” (Rom. 8:3). Aquí descubrimos que Pablo emplea las palabras con muchísimo cuidado. Establece con claridad la perfección inmaculada de Jesús. Pero también pone énfasis en el hecho de que nuestro Señor venció en la misma carne pecaminosa (sárx) que todos los hombres y mujeres han heredado a partir de Adán. El mensaje de Pablo es: Jesús permaneció sin pecado en el mismo terreno donde éste había vencido a todos los seres humanos. Al hacerlo, puso de manifiesto la naturaleza y la vulnerabilidad del pecado.

Anders Nygren comenta: “Puesto que estuvo en el mismísimo reino del pecado, el Hijo pudo juzgar, vencer y privar de su poder al pecado. Por lo tanto, es importante que para Cristo se trata de ‘carne de pecado’, de sárx amartías.

La naturaleza carnal de Cristo no era irreal, sino un hecho sencillo y tangible. Participó de todas nuestras circunstancias. Se encontraba sometido a los mismos poderes destructivos. ‘De la carne’ surgieron para Él las mismas tentaciones que para nosotros. Pero en todas esas situaciones fue el Amo del pecado”.[25]

Karl Barth añade que la perfecta obediencia de Cristo en nuestra naturaleza caída significa que “la comisión del pecado como tal no es un atributo de la verdadera existencia humana como tal, ya sea desde el punto de vista de su creación por Dios, o por el hecho de que es carne como consecuencia de la caída”.[26]

“En todo” (Heb. 2:17) Él era “en semejanza de carne de pecado”, con la excepción de que no pecó. ¿De qué manera podía ser condenado el pecado? ¿Cómo podría haber dicho Pablo con más claridad que el hecho de poseer “carne de pecado” no convierte necesariamente en pecadora a una persona? Jesús derrotó a Satanás en ese territorio donde el pecado se había atrincherado: Nunca más nadie, en ninguna parte del universo, pudo dudar de la equidad de las leyes de Dios, ni de la eficacia de la gracia capacitadora, ni de la obediencia, fruto de la fe.

Es posible que C. E. B. Cranfield, profesor de teología de la Universidad de Durham, sea quien lo haya dicho mejor. Después de tomar en consideración todas las interpretaciones posibles de Romanos 8: 1-4, escribió:

“Por sárx amartías Pablo quería decir ‘carne de pecado’, es decir, la naturaleza humana caída. Pero, ¿por qué dijo en omoiómati sarkós amartías (‘en semejanza de carne de pecado’) en lugar de decir simplemente en sarkí amartías (‘en carne de pecado’)?”[27]

Cranfield resume cinco respuestas que se han sugerido: 1) Pablo no se quiso referir a la naturaleza humana de Cristo. 2) Quiso evitar la implicancia de que Jesús había asumido naturaleza humana caída. Jesús realmente tomó la carne, pero sólo era semejante y no idéntica a la nuestra. 3) Pablo usó la palabra omóioma para indicar que Jesús tomó nuestra naturaleza humana caída, pero sólo a semejanza de la nuestra porque ésta es realmente culpable de pecado, y Él jamás pecó. 4) Omóioma aquí significa “forma” más que solamente “semejanza”. 5) Omóioma aquí “tiene el sentido de ‘semejanza’; pero la intención de ninguna manera consiste en poner en tela de juicio. . . la realidad de la sárx amartías de Cristo, sino llamar la atención al hecho de que, mientras el Hijo de Dios realmente asumió sárx amartías, unca llegó a ser sólo sárx amartías, ni siquiera sólo sárx amartías impregnada del Espíritu Santo (como se podría decir que son los cristianos), sino que siempre siguió siendo El mismo” (véase Fil. 2: 7).[28]

En cuanto al primer punto, Cranfield llama la atención al hecho de que da a la frase un sentido docético, inconsistente con el pensamiento de Pablo. Y está contradicho en ese mismo versículo (Rom. 8: 3) por té sarkí. Objeta la respuesta tradicional (la número 2) al decir que “está a merced de la objeción teológica general de que no fue una naturaleza humana inmaculada, sino caída, la que necesitaba redención”.[29] Con respecto al número 3, señala el hecho de que omóioma tiene que ver con la naturaleza en discusión y no con el problema del pecado. “La diferencia entre el hecho de que Cristo estaba libre de pecado y nuestra pecaminosidad no tiene que ver con el carácter de su naturaleza humana (que no sería igual que la nuestra), sino con lo que El hizo con esa naturaleza humana”.[30] En cuanto al número 4, comenta que si Pablo quiso decir eso, es difícil entender por qué no dijo simplemente en sarkí amartías.

Cranfield dice: “Llegamos a la conclusión de que. . . [5] debe ser aceptada como la explicación más probable del uso que hace Pablo de la palabra omóioma aquí, y comprender que el pensamiento sería que el Hijo de Dios asumió la mismísima naturaleza humana caída que es la nuestra, pero que en su caso esa naturaleza humana caída nunca fue la totalidad de su Persona, puesto que Él nunca dejó de ser el eterno Hijo de Dios”.[31]

Como Nygren y Barth, Cranfield considera que este pasaje pone el acento donde se produjo el conflicto. La “condenación” del pecado por parte de Dios “ocurrió en la carne, es decir, en la carne de Cristo, en la naturaleza humana de Cristo… Si reconocemos que Pablo creía que el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana caída, probablemente nos vamos a sentir inclinados a ver aquí también una referencia a la lucha continua de toda su vida terrenal por medio de la cual obligó a nuestra naturaleza rebelde a prestar una obediencia perfecta a Dios”.[32]

En una nota de pie de página dice: “Los que creen que Él asumió naturaleza humana caída tienen más motivos que los autores del Catecismo de Heidelberg para ver en toda la vida de Cristo en la tierra un significado redentor; porque desde este punto de vista, la vida de Cristo antes de que comenzara realmente su ministerio y se produjera su muerte, no consistió simplemente en permanecer donde había estado el Adán no caído, sin ceder a la tentación ante la cual había sucumbido Adán, sino más bien partir desde donde nosotros estamos, sometidos a todas las malignas presiones que hemos heredado, y basándose en el material totalmente defectuoso e inadecuado de nuestra naturaleza corrompida, producir una obediencia perfecta y sin pecado”.[33]

F. La solidaridad del sumo sacerdote con la humanidad (Hebreos). Una de las principales líneas de argumentación de Hebreos es que la eficacia del sumo sacerdote depende de cuán íntima sea su identificación con aquellos por quienes intercede. Jesús es un perfecto sumo sacerdote como consecuencia de su real identificación con los problemas del hombre, ya sean del espíritu (tentaciones) o del cuerpo (privaciones y muerte).

1. Hebreos 2: 11: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Con propósitos definidamente soteriológicos, Jesús y sus semejantes, los seres humanos, tenían una herencia humana común. (Esto está claramente establecido en el versículo 14.)

2. Hebreos 2: 14: “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, el también participó de lo mismo”. Pablo es más explícito aquí y proporciona el contexto adecuado para todo el capítulo. Para que Jesús fuera verdaderamente el Salvador del hombre y un Sumo Sacerdote eficaz, tenía que participar de las terribles circunstancias del hombre; tenía que entrar en el territorio ocupado por el enemigo, es a saber, la naturaleza humana carnal compartida por todos los descendientes del caído Adán.

3. Hebreos 2: 16-18: “Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abrahán. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.

Aquí la persona y la obra de Cristo se unen en una declaración impresionante. Todos los riesgos inherentes a la adopción de la naturaleza humana caída están reconocidos en este capítulo, pero en ningún lugar más claramente que en estos versículos. El ineludible mensaje de Pablo parece ser que Jesús se identificó completamente con los hombres y las mujeres pecadores en las desventajas inherentes al equipo -por así decirlo- que los seres humanos recibimos al nacer.

A Jesús se lo llama “autor de la salvación” de los hombres, hecho perfecto “por aflicciones” (vers. 10). Fue el primero que desde el nacimiento hasta la muerte quebrantó el poder del pecado, y abrió una senda que todos podemos recorrer. Disipó toda sutil tentación a hacer las cosas a su manera en lugar de hacerlas a la de Dios. Surgió triunfante en el mismo terreno donde habían caído sus semejantes humanos, mediante el empleo de las mismas armas y no de otra, que están a la disposición de todo hombre y toda mujer caídos.

En su significado más obvio e inmediato, los versículos 16 al 18 parecen decir que Cristo tomó la naturaleza humana común a todos nuestros semejantes después de la caída.

4. Hebreos 4: 15: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Jesús experimentó toda la fuerza de la tentación porque nunca sucumbió a ella. Los que ceden demasiado pronto nunca experimentan la opresión de espíritu provocada por el pleno tironeo de la oportunidad de conseguir satisfacción propia. Desde el punto de vista de la teología del gran conflicto, este texto sugiere definidamente que puesto que Jesús no pecó, nadie debe pecar. Nuestro Sumo Sacerdote fue “hecho en todo semejante a sus hermanos”, fue “tentado en todo según nuestra semejanza”, pero no pecó. “Acerquémonos, pues, confiadamente” (vers. 16) es una maravillosa, intensamente coherente y correcta concatenación de pensamientos. Qué más podría decirse en lenguaje humano para comprender plenamente el argumento de Pablo: Jesús obtuvo la victoria a pesar de que corría los mismos riesgos y tenía las mismas desventajas comunes a todos los seres humanos; por lo tanto, los hombres y las mujeres también pueden alcanzar la victoria al disponer del mismo auxilio del que Él dependió si ellos también se “acercan” al Señor cuando lo necesitan.

Cuando Pablo se refiere a las tentaciones de nuestro Señor, emplea un lenguaje sencillo para que lo comprendamos fácilmente. Cualquiera sea la naturaleza de las tentaciones comunes a los seres humanos, ya sea que surjan de adentro (como la envidia, la obstinación, el orgullo, la complacencia propia) o que provengan del exterior (tales como las insinuaciones directas de Satanás, u objetos que alimentan nuestros deseos impuros), Jesús las experimentó. Tenía la facultad de decidir y la herencia que la debilita y la desvía. Tenía tal naturaleza que las tentaciones comunes a los seres humanos podían encontrar asidero en El. Pero en Jesús el mal no encontró respuesta. En un solo sentido Jesús no fue “tentado como nosotros”: nunca tuvo que luchar con una fuerza de voluntad debilitada por sus propias decisiones previas a pecar.

Pablo no apoya ideas tales como que 1) Jesús estaba exento de los clamores de la naturaleza humana caída; o que 2) nunca lo arriesgó todo; o que 3) nunca realmente libró la batalla de la fe como tienen que hacerlo todos los hijos e hijas de Adán. A pesar de su inherente debilidad humana, Jesús no pecó: ésta es una parte sustancial de las sencillas buenas nuevas de Pablo.

5. Hebreos 5: 7-9: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.

Los seguidores de Jesús aparentemente lo recordaban como un hombre semejante a ellos, excepto que no podían encontrar falla en Él (2 Cor. 5:21; 1 Ped. 1:19; 2:22; Heb. 4:15; 9: 14). Fue conocido como un hombre que irradiaba un valor desusado, integridad, libertad personal bajo toda clase de presiones, y que lograba la victoria constantemente, en toda circunstancia.

Pero el Nuevo Testamento no nos da indicación alguna en el sentido de que sus seguidores alguna vez consideraran que este Hombre notable no pudiera pecar. No sugiere que Él poseyera ventajas especiales o que todas sus maravillosas características morales hubieran sido predeterminadas en algún otro mundo. Sus discípulos comieron y durmieron con Él; escucharon sus más íntimas oraciones y escucharon sus comentarios más confidenciales acerca de circunstancias y gente, tanto en los buenos tiempos como en los malos. Sabían que el consejo que les estaba dando era el que Él mismo estaba practicando.

Sus seguidores tenían toda la razón del mundo para creer que la bondad de Cristo era el resultado de sus diarias luchas con las mismas tentaciones que ellos tenían que enfrentar.  Pablo no pudo decirlo en forma más clara: “Por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado…”. En otras palabras, su desarrollo moral era un ejemplo de cómo todos los hombres y las mujeres pueden desarrollar un carácter semejante al suyo: Serán perfeccionados al aprender a obedecer en medio de decisiones difíciles. Deben decidir hacer la voluntad de Dios y rechazar las atracciones de las tentaciones, ya sea que provengan de adentro o de afuera.

Barth escribió claramente acerca de las tentaciones y luchas internas que Jesús tuvo que enfrentar: “El Nuevo Testamento ha tratado al vere homo tan seriamente que ha descripto la obediencia de Jesús de principio a fin como una genuina lucha para obedecer, como una búsqueda y un descubrimiento. En Lucas 2: 40 se nos dice que ‘crecía y se fortalecía’, y en Lucas 2: 52 nos habla de un prokóptein (literalmente traducido, estirar a golpes, así como el herrero estira el metal con su martillo…) de la sabiduría de Jesús, y de su estatura, y de su favor para con Dios y los hombres. Por otra parte el relato de la tentación (Mat. 4: 1 y siguientes) obviamente describe algo diametralmente opuesto a una batalla fingida, y sería erróneo concebirla meramente como la ‘molestia eterna de Satanás’, o rechazarla como una ‘tentación y tribulación internas’ de Jesús. Al vere homo también le corresponde lo que llamamos la naturaleza interna del hombre.[34]

Tal como lo declaró un erudito moderno: “Difícilmente es éste un cuadro [Heb. 5: 7-9] que podrían haber inventado los cristianos primitivos: es más probable que hubieran creado un cuadro de muy fácil superioridad frente a todas las debilidades humanas, como los encontramos más tarde… De cualquier manera, su valor reside en que nos proporciona la evidencia más poderosa de que a Jesús se lo recordaba como un hombre con pasiones semejantes a las nuestras y que tuvo que lograr la victoria en la misma forma como todos los demás”.[35]

En Hebreos 5 Pablo se refiere al “clamor” y las “lágrimas” de Cristo, y al hecho de que “aprendió la obediencia”. Sólo tenemos que revisar los textos que nos hablan de la voluntad personal de Cristo y de cómo tuvo que usarla: deliberada y tal vez penosamente, para comprender la referencia de Pablo. A veces Jesús tenía que luchar para subordinar su voluntad a la de su Padre. Por eso llega a ser tan importante para nosotros, y por eso llega a ser realmente nuestro Salvador y nuestro Ejemplo.

Los “peros” de la experiencia del Getsemaní (Mat. 26:39; Mar. 14:36; Luc. 22:42), por ejemplo, no son parte de una pieza de teatro. Jesús podría haberse apartado de la cruz y haber resistido la voluntad de su Padre. Podría haber pecado. Pero cuando tuvo que tomar su decisión, no falló. “Pero no su haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22: 42).

Las Escrituras nos dicen que Jesús fue “perfeccionado” durante los 33 años que pasó en la tierra. Tal vez no se haya prestado suficiente atención a esta importante información bíblica en cuanto a cómo se desarrolló El. Jesús puso énfasis en la plenitud de su humanidad cuando recordó a sus oyentes: “No puedo hacer yo nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 5: 30). “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (6: 38). Pablo más tarde recapituló la experiencia de Cristo como la de Alguien que tuvo que elegir entre su voluntad y la de su Padre: “Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo” (no quiso hacer su voluntad) (Rom. 15:3).

Sebastián Moore lo resumió muy bien así: ‘‘Si usted nunca vio a Jesús con el ojo de la mente mientras enfrentaba ineludibles opciones en el campo de lo político, lo social y de la integridad personal, entonces usted es docetista. Su Cristo nunca existió. Es una marioneta en una teológica comedia de títeres”.[36]

El libro de Hebreos pone énfasis constantemente en el hecho de que Jesús es nuestro perfecto Sumo Sacerdote y sacrificio porque estuvo en el mismo escenario de la lucha donde tienen que estar los hijos de Adán. Subraya el hecho de que desempeña estos dos papeles porque enfrentó cada tentación común a los pecadores, experimentó todas las necesidades del hombre desamparado, todo ello sin capitular ante el pecado.

Con el fin de explicar adecuadamente cómo se podía hacer una perfecta expiación, Hebreos parece requerir obviamente no una naturaleza del Hijo de Dios semejante a la del hombre antes de la caída, sino después de ella. Jesús tenía que ser uno con el hombre en todo sentido desde el punto de vista de los elementos de que dispone el hombre (el principio de solidaridad), pero no es uno con él en cuanto al pecado, es decir, desde el punto de vista de la realización humana (el principio de la disimilitud).

Estos dos principios describen una sencilla realidad: no constituyen una paradoja, como si dos verdades irreconciliables se mantuvieran en tensión. Estos dos principios que se apoyan mutuamente hicieron de Jesús el hecho divino que constituye el fundamento de todo el resto de las buenas nuevas. En ocasión de la encarnación el Salvador se hizo hombre en todo sentido; estaba asediado por todas las desventajas humanas. Demostró ante el universo que los hijos e hijas de Adán, por medio de su gracia, pueden guardar la ley de Dios y comprobar que Satanás está equivocado.[37] Al tomar la naturaleza del hombre en la condición en que ésta se encontraba cuando se encarnó, Jesús franqueó el abismo que existe entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre. Al hacerlo, se convirtió en una escalera que está sólidamente afirmada en el cielo y a la vez está plantada de la misma manera en la tierra; una escalera en la que los hombres y las mujeres pueden confiar.[38]

Barth traza la conexión

Karl Barth trazó con rasgos rápidos y nítidos la indisoluble conexión que existe entre la humanidad de Jesús y la salvación del hombre. “La carne (sárx) es la forma concreta de la naturaleza humana marcada por la caída de Adán… El Verbo no es solamente la eterna Palabra de Dios, sino ‘carne’ también, es decir, todo lo que somos y exactamente como nosotros aun en nuestra oposición a Él. Por causa de esto establece contacto con nosotros y es accesible a nosotros. De esta manera, y sólo de esta manera es la revelación de Dios a nosotros. No sería revelación si no fuera hombre. Y no sería hombre si no fuera ‘carne’ en este sentido definido…

“No fue un hombre pecador. Pero interna y externamente su situación era la de un hombre pecador. No hizo nada de lo que hizo Adán. Pero vivió la vida en la forma que éste debe tomar sobre la base y la presunción del acto de Adán. Cargó inocentemente con lo que Adán, y todos nosotros en Adán, hemos llevado de culpabilidad”.[39]

“No se debería debilitar ni oscurecer la verdad salvadora de que la naturaleza que Dios asumió en Cristo es idéntica a nuestra naturaleza tal como la vemos a la luz de la caída. De otro modo, ¿cómo podría Cristo ser realmente como nosotros? ¿Qué tendríamos que ver con Él? Comparecemos delante de Dios con todas las marcas de la caída. El Hijo de Dios no sólo asumió nuestra naturaleza, sino que participó concretamente de nuestra naturaleza, en la cual comparecemos delante de Dios como condenados y perdidos. No produjo ni estableció una naturaleza diferente de la de todos nosotros; aunque era ¡nocente, se hizo culpable; aunque era sin pecado, se hizo pecado por nosotros. Pero todo esto no debería inducirnos a rechazar su total solidaridad con nosotros y de esa manera poner distancia entre Él y nosotros”.[40]

“El argumento es que, frente a Dios, Jesús no huyó del estado y la situación del hombre caído, sino que los asumió, los vivió y los llevó sobre sí mismo como el eterno Hijo de Dios. ¿Cómo podría haberlo hecho si en su existencia humana no hubiera estado expuesto a verdaderas tentaciones y pruebas internas, si como los otros hombres no hubiera transitado una senda interior, si no hubiera clamado a Dios ni hubiera luchado con Dios como consecuencia de verdaderas necesidades internas? En esta lucha, que libró solidariamente con nosotros hasta lo sumo, hizo lo que nosotros no hemos hecho: la voluntad de Dios”.[41]

Al comentar la posición de Barth, John Thompson, director adjunto de Bíblical Theology y profesor de teología sistemática del Colegio Presbiteriano, Queen’s University, Belfast, Irlanda del Norte, pregunta: “La suposición de que Cristo tenía naturaleza caída, ¿implica que era pecador? ¿Cuál es el testimonio de la Biblia? Hay muy pocas dudas de que en este sentido Menken, Irving, Barth y otros están en lo correcto no obstante el peso abrumador de la tradición eclesiástica y de la exégesis. Los pasajes citados por Barth como testimonio de su opinión (véase Church Dogmatics, tomo 1, punto 2, pág. 152, cita Rom. 8: 3; 2 Cor. 5: 21; Gál. 3: 13; Mat. 27:38; etc.) se pueden interpretar con mucha más facilidad de esta manera que de la otra. También hay un claro testimonio en el Nuevo Testamento con respecto a la impecabilidad de Jesús. Estas dos características, aunque lógicamente difíciles de reconciliar, son no obstante claramente discernibles, y nos señalan el ministerio, la paradoja y el significado de la encarnación”.[42]

Hasta el tercer cuarto del siglo XX los voceros adventistas consistentemente presentaron a Jesús como Alguien que tomó nuestra naturaleza caída. Como muchos otros eruditos no adventistas, se habrían sentido consternados ante la conclusión de que creer que Jesús tomó naturaleza humana caída ¡equivalía a creer que por esa misma razón era pecador![43] O que El necesitara de un Salvador. Esas suposiciones no tienen valor alguno. De ninguna manera se manifestó en Jesús la menor mancha de pecado, porque nunca pecó. Nunca tuvo “inclinación al mal”[44] porque nunca pecó. Sin duda alguna el Señor experimentó tentaciones genuinas, anhelos verdaderos de satisfacer deseos legítimos en forma egoísta, con todas las posibilidades de sucumbir ante ellos. Pero “ni por un instante”[45] permitió Jesús que las tentaciones concibieran y dieran nacimiento al pecado. El también libró duras batallas contra el yo, y contra tendencias hereditarias potencialmente pecaminosas, pero jamás permitió que una determinada inclinación se convirtiera en pecaminosa[46] (véase Santiago 1:14, 15). Siguió diciendo no cuando todos los demás seres humanos habían dicho sí.

Terminamos donde empezamos, formulando de nuevo la primera pregunta que debería conducir todos los estudios relativos a la humanidad de Jesús: ¿Por qué vino Jesús a la tierra? Como lo verificamos antes, vino para acallar las falsas representaciones y acusaciones de Satanás, y para desempeñar el papel de sustituto, segundad y ejemplo del hombre caído. La razón que tuvo para venir determinó la forma en que vino: si así no hubiera sido, su venida no habría cumplido su propósito. Triunfó gloriosamente sobre el mal; llegó a ser el sustituto adecuado, el pionero, el modelo de la humanidad. Y llevó a cabo todo esto en las peores circunstancias, sin ningún privilegio, con la misma herencia que comparten los hombres y las mujeres que vino a salvar. Desde el punto de vista de los puntos básicos del gran conflicto, su victoria adquiere una perspectiva maravillosa y eterna. Y sin duda alguna esto constituye excelentes buenas nuevas para un universo saturado de los amargos frutos del pecado e hipnotizado con las interminables tergiversaciones acerca del carácter de Dios y de lo que Él espera de sus hijos creyentes.

Sobre el autor: Herbert E. Douglass escribió este artículo cuando era vice presidente para el desarrollo editorial de la Pacific Press Publishing Association.


Referencias

[1] J. F. Bethune-Baker, An Introduction to the Early History of Christian Doctrine (Londres, Methuen y Co. Ltda., 1957), págs. 255 y siguientes; Arthur C. McGiffert, A History of Christian Thought (Nueva York, Charles Scribner & Sons, 1932), págs. 276-290; John A. T. Robinson, The Human Face of God (Filadelfia, Westminster Press, 1973), págs. 39, 40, 101, 110, 196 y siguientes, véase también “Alexandrian Theology” y “Cyril” en J. D. Douglas, editor, The New International Dictionary of the Christian Church (Grand Rapids, Zondervan, 1978), págs. 26, 277, 278.

[2]  Douglas, ibid. Véase también “Antiochene Theology”, pág. 49, y “Theodore of Mopsuestia”, págs. 964, 965.

[3] Kenneth S. Latourette, A History of Christianity (Nueva York, Harper & Brothers, 1953), págs. 172, 173.

[4] Ibid., pags. 173, 174. Véase también Robinson, op. cit., pág. 110; Hubert Cunliffe-Jones, editor, A History of Christian Doctrine (Filadelfia, Imprenta Fortress, 1980), pág. 122.

[5] Comentarios de Elena G. de White, en The SDA Bible Commentary (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1980), t. 5, pág. 1129.

[6] E. G. de White, en The Youth’s Instructor, 13 de octubre de 1898.

[7] Questions on Doctrine (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1957), págs. 59, 60.

[8] Véase la crítica que Elena G. de White hace a este argumento en Mensajes selectos (Mountain View, California, Publicaciones Interamericanas, 1966), t. 1, pág. 477.

[9] John Knox, The Humanity and Divinity of Christ (Nueva York, Cambridge University Press, 1967), pág. 52, citado por Robinson, op. cit., pág. 89. Robinson declara aquí que Knox “presenta la última opción de la cristología de esta manera: ‘Podemos creer que Jesús no era realmente un hombre normal, un hombre como nosotros, y que pudo ser el Salvador sólo porque no lo era; o podemos creer que era realmente un hombre normal -además de ser el hombre especial que era y que pudo llegar a ser nuestro Salvador precisamente porque lo era’ ” (pág. 88).

[10] Véase Elena G. de White, La educación (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana), págs. 185, 121. Signs of the Times, 1 de diciembre de 1890.

[11] E. G. de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana), pág. 32.

[12] E. G. de White, Signs of the Times, 20 de enero de 1890.

[13] E. G. de White, El Deseado de todas las gentes, pág. 637.

[14] E. G. de White, Selected Messages t. 3, pág. 135; Signs of the Times, 22 de diciembre de 1887; 18 de julio de 1878, véase también Selected Messages, t. 3, págs. 136-141.

[15] E. G. de White, God’s Amazing Grace (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1973), pág. 141; véase también La educación, pág. 73.

[16] E. G. de White, Patriarcas y Profetas (Mountain View, California, Pacific Press Publishing Association), pág. 49.

[17]  Véase los estudios hechos por Harry Johnson, The Humanity of the Saviour (Londres, The Epworth Press, 1962), págs. 129-189; Karl Barth, Church Dogmatics (Nueva York, Charles Scribner & Sons, 1956), t. 1, parte 2, págs. 155 y siguientes; D. M. Baillie, God Was in Christ (Londres, Faber and Faber Ltd., 1961), págs. 16-20.

[18]  L. L. Wilkins y D. Priebe, traductores, Jesús God and Man (Londres, S. C. M. Press, Ltd., 1968), pág. 362.

[19]  Véase Johnson, op. cit., págs. 24, 25.

[20] Véase Robinson, op. cit., págs. 36, 37.

[21] Véase Johnson, op. cit., págs. 40-45.

[22] White, God’s Amazing Grace, pág. 141; E. G. de White, en The SDA Bible Commentary, t. 6, pág. 1092.

[23] Ibid., pág. 1074.

[24] Véase William F. Arndt y F. Wilbur Gingrich, A Greek English Lexicon of the New Testament (Chicago, The University of Chicago Press, 1957), págs. 750-752.

[25] Anders Nygren, Commentary on Romans (Filadelfia, Fortress Press, 1977), págs. 314, 315. Véase también H. C. G. Moule, The Epistle of Paul the Apostle to the Romans (Cambridge, The University Press, 1899), págs. 138, 139.

[26]  Barth, op. cit., pág. 156.

[27] C. E. B. Cranfield, The Epistle to the Romans, t. 1, The International Critical Commentary (Edimburgo, T. & T. Clark, Ltd., 1980), pág. 379.

[28] Ibid.. págs. 379-383.

[29] Ibid.

[30] Ibid.

[31] Ibid.

[32] Ibid.

[33] Ibid.

[34] Barth, op. cit., pág. 158.

[35] Robinson, op. cit., pág. 78.

[36] Citado en Robinson, op. cit., pág. 93.

[37] E. G. de White, Meditaciones matinales (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 1953). pág. 333.

[38] E. G. de White, El deseado de todas las gentes, pág. 278, véase también Testimonies (Mountain View, California, Pacific Press Publishing Association, 1948), t. 6, pág. 147.

[39] Barth, op. cit., págs. 151, 152.

[40] Ibid., pág. 153. (La cursiva, es nuestra.)

[41] Ibid., pág. 158.

[42] John Thompson, Christ in Perspective: Christological Perspectives in the Theology of Karl Barth (Grand Rapids, William B. Eerdmans, Pub. Co 1978), pág. 149.

[43]  Elena G. de White, por ejemplo, tuvo especial cuidado en no dar la más mínima impresión de que Jesús haya pecado ni en pensamiento ni en acción (El Deseado de todas las gentes, pág. 98). Se conservó sin mancha, a pesar de que fue tentado interna y externamente (Ibid., pág. 296); El ministerio de curación (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana), pág. 47. Mensajes selectos, t. 1, pág. 111. Véase también Testimonies, pág. 177; En los lugares celestiales (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana), pág. 147. Signs of the Times, 17 de octubre de 1900; El Deseado de todas las gentes, págs. 98). No venció el pecado porque era Dios o porque tenía una naturaleza humana especial; venció porque estuvo dispuesto a resistir, para lo cual dependió de la gracia capacitadora tal como puede hacerlo todo cristiano vencedor (Selected Messages, t. 3, págs. 127-142; véase también El Deseado de todas las gentes, págs. 53, 303, 330, 331)

Además, ella describe la naturaleza que Jesús tomó con frases tales como las siguientes: “La naturaleza caída del hombre” (Early Writings, Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1945, págs. 150, 152; El Deseado todas las gentes, pág. 87; Selected Messages t. 3, pág. 13h “la forma y la naturaleza del hombre caído” (Review andr Herald, 31 de diciembre de 1872); “el lugar del caído Adán” (ibid., 24 de febrero de 1874); “idéntica con la nuestra” (Selected Messages, t. 3, pág. 129); “llevó la humanidad que nosotros llevamos” (The SDA Bible Commentary, t. 7, pág. 925); “nuestra naturaleza pecaminosa” (Review and Herald, 15 de diciembre de 1896); “la naturaleza del hombre en su condición caída” (The SDA Bible Commentary, t. 5, pág. 1131); “la naturaleza humana caída y sufriente, degradada y contaminada por el pecado” (The Youth’s Instructor, 20 de diciembre de 1900); “la naturaleza de Adán, el transgresor” (The SDA Bible Commentary, t. 7, pág. 926); “el nivel de la humanidad caída” (General Conference Bulletin, 23 de abril de 1901); “la cabeza de la raza caída” (Signs of the Times, 26 de abril de 1905); y “la ofensiva naturaleza del hombre” (Review and Herald, 17 de julio de 1900).

Otros influyentes adventistas que han. presentado el hecho de que Jesús asumió la naturaleza del hombre caída son: A. T. Jones, E. J. Waggoner, J. H. Durland, W. W. Prescott, S. N. Haskell, G. E. Fifield, Uriah Smith, M. C. Wilcox, Joseph E. Steed, Alien Walker, H. M. Kelley, G. B. Start, Meade McGuire, R. S. Owen, W. Howard James, C. P. Solimán, T. M. French, A. G. Stewart, M. N. Campbell, H. L. Rudy, Dallas Youngs, A. E. Lickey, W. B. Ochs, Frederick Lee, Carlyle B. Haynes, W. H. Branson y M. L. Andreasen. Hasta su revisión en 1949, el libro Estudios bíblicos para el hogar enseñaba claramente esta posición.

[44]  White, citado en The SDA Bible Commentary, t. 5, pág. 1128.

[45] Ibid.; véase también Selected Messages, t. 3, págs. 131, 132.

[46] Selected Messages, t. 3, págs. 131, 132; véase también El Deseado de todas las gentes, págs. 32, 33, 97, 98.