Si verdaderamente estamos trabajando con el propósito de preparar almas para el reino y no sólo para informar bautismos, el cuidado de los conversos no cesará una vez que se hayan unido a la iglesia. El obrero será más celoso en ayudar a la persona que se ha decidido a aceptar al Señor si recuerda que después de su bautismo Jesús fue conducido al desierto de la tentación, y que muchas de esas almas libran sus más grandes batallas después del bautismo.
Cuando se lleva a cabo una serie de reuniones, los interesados están continuamente en contacto con el Evangelio y sus heraldos, y noche tras noche se conmueven con el mensaje maravilloso que escuchan. Al encontrar compañerismo en el grupo evangelizador que los visita con frecuencia y les ayuda a solucionar sus problemas, el entusiasmo del momento puede ayudarles muchísimo.
Después termina la serie de conferencias. La persona ha sido bautizada y ahora es miembro de la iglesia, en propiedad. Muchas veces se la deja que continúe bajo la inspiración de las reuniones evangélicas que han concluido y de la experiencia de su bautismo, y se espera que de ese modo prosiga su vida cristiana. Pero nadie va muy lejos inspirado sólo en su propio entusiasmo. El ciclista puede pedalear hasta llegar a la velocidad máxima y entonces sentarse y dejar que las ruedas lo lleven; pero cuando tiene que hacer frente a colinas y cuestas. debe añadir nuevo esfuerzo, y cuando las colinas de dificultades y luchas se yerguen ante el nuevo converso, necesita nueva ayuda paraproseguir.
Ciertas modalidades peculiares pueden haberse formado a través de los años de su vida anterior. También puede haber ciertas relaciones de ideas que han persistido por mucho tiempo. Todo esto debe cambiar, y deben formarse nuevas asociaciones y relaciones que ocupen el lugar de las antiguas. Por ejemplo, he aquí una persona que se ha acostumbrado a asistir al cine cada sábado de noche. Para él la llegada de esa hora le sugiere inconscientemente la idea del cine. Esa asociación de ideas se ha formado a través de los años. Puede ocurrir que el nuevo converso haya abandonado tal costumbre al bautizarse. Después puede haber decidido no asistir nunca más. Pero eso no cambia el hecho de que, cuando llega el sábado de noche surja de nuevo ese hábito de toda su vida. Se produce un verdadero vacío en la existencia cuando se abandonan esos hábitos, y en un momento de flaqueza, la sensación de vacuidad que resulta puede impulsar al nuevo converso a caer en la antigua costumbre. Durante ese período necesita mucho la ayuda paciente del obrero, primeramente para ayudarle a no caer en la tentación, y si ha caído, para ayudarle a vencer.
Si el obrero se ha asociado íntimamente con esa persona, habrá aprendido a comprender cómo funciona su mente; sabrá dónde y cuándo él nuevo converso estará en mayor peligro de hacer frente a las pruebas más grandes; y estará en condiciones de ayudarle a afrontar esos peligros cuando surjan. Si la medicina preventiva es buena en lo que a la salud física se refiere, también lo es cuando se trata de los asuntos de la mente y del alma.
Una iglesia puede hacer frente a este período de transición de los nuevos conversos averiguando cuándo es más fuerte la atracción de las actividades de la vida antigua para ellos, y proporcionándoles entonces otros intereses que ocupen el lugar de los que antes llenaban su existencia.
Los problemas del que sufre la tentación
Un hombre que abandonó un negocio próspero para convertirse en uno de los obreros más notables de la organización adventista mundial, dice que una de las más grandes influencias que contribuyeron a mantenerlo fiel en los primeros días de su experiencia cristiana, fue el hecho de que, en la tarde de su bautismo, el obrero que había sido el instrumento para darle el mensaje apareció en su casa con unos cuantos amigos para hacerle una visita, y de tiempo en tiempo después de esto lo visitó para animarlo cada vez que lo creía necesario.
Cierto hombre había dejado de fumar; no había fumado durante varias semanas. Fue bautizado. Todo anduvo bien por un tiempo. Entonces él, el único miembro de su familia que profesaba la religión, se vio envuelto en una terrible discusión familiar. En su desánimo, instintivamente se volvió a lo que antes había sido su fuente de alivio y así, fumó un cigarrillo.
Por supuesto, antes del bautismo el converso había recibido plena instrucción en cuanto al poder de Cristo para salvarlo y se le había enseñado que no debía sucumbir a la tentación. Los obreros evangélicos deben reconocer que la tentación va a venir y que estos niños en la vida cristiana pueden caer en ella. El peligro no consiste tanto en que se haya cometido el pecado, sino en que esto los induzca a cometer otros más. Todo puede comenzar con una cosa tan pequeña como perder el dominio propio. En su remordimiento y desánimo la persona toma un Cigarrillo como solía hacerlo en lo pasado. Esto la hace sentirse peor. Entonces es posible que vaya al cine para ahuyentar de su mente las dificultades. Y al llegar a ese punto puede llegar a decir: “No vale la pena ser cristiano. He ido demasiado lejos. He violado mis votos bautismales. Voy a dejarlo todo.” Es verosímil que. esto suceda en el espacio de pocos días, o aun en un día. Y es en este momento cuando más necesita que el obrero actúe con el fervor y la rapidez necesarios, porque mientras más tiempo pase la persona transigiendo con el mal, más difícil será que vuelva por el buen camino.
El nuevo converso necesita un amigo que le ayude durante las primeras semanas y los primeros meses después de su bautismo.
Algunas veces el obrero se desanima de su converso, y como lo requieren otros deberes, lo abandona. Pero esto no debiera suceder.
Consideremos el ministerio de Pablo. El apóstol trabajó en Corinto durante un año y medio, lo suficiente, podría decirse, para fortalecer bien a sus conversos. Entonces se fue. ¿Qué sucedió en la iglesia de Corinto? Apenas si hay un pecado que no se podría mencionar que no hayan cometido los corintios. Y a los gálatas el apóstol escribió: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis traspasado del que os llamó a la gracia de Cristo, a otro evangelio.” (Gál. 1:6.)
¿Cómo reaccionó Pablo ante esas cosas? Descubrimos que obró inmediatamente. Si no hubiera proseguido con su tarea después de ganar a esos conversos, probablemente nunca hubiéramos tenido las epístolas del Nuevo Testamento. Era uno de los medios que Pablo tenía para mantenerse en contacto con sus conversos. Descubrimos que conocía la condición espiritual de ellos. Sabía dónde podía reprobarlos. Sabía dónde alabarlos cuando estaban realizando progresos. Ese tipo de labor no consiste siempre en censurar lo malo. Leemos también acerca del ministerio de Cristo: “Muchas veces se encontraba con los que habían caído bajo la influencia de Satanás, y que no tenían fuerza para desligarse de sus lazos. A uno tal, desanimado, enfermo, tentado, caído, Jesús le dirigía palabras de la más tierna compasión, palabras que necesitaba y que podían entenderse. A otros encontraba que sostenían combate a brazo partido con el enemigo de las almas. A éstos les animaba a que perseveraran, asegurándoles que vencerían, pues los ángeles de Dios estaban de parte de ellos, y les darían la victoria.” —“El Ministerio de Curación,” pág. 20.
Seguir el ejemplo de Cristo en el ministerio significa estudiar a los conversos como el médico examina al paciente. Trabajar en favor de las almas se dice que es “la ciencia de salvar almas.” No es una obra que se deja al azar. Se necesita saber qué decir y cuándo decirlo, y qué dejar de decir. Muchas veces la simpatía es el mejor ministerio que podemos prestar. Puede ser que no comprendamos la presión bajo la cual está viviendo mucha de esta gente o la oposición a que continuamente tienen que hacer frente entre los miembros de sus familias o sus antiguos amigos y relaciones. Que haya alguien que en su oportunidad dé una palabra de ánimo, puede decidir si un alma ha de permanecer fiel o si ha de abandonarlo todo ahogada por el desánimo.
Dirijimos a los nuevos conversos
Pablo visitaba sus iglesias una y otra vez para “poner orden en lo que requería atención.” ¡Cuán a menudo la gente expresa su dolor por el poco interés del obrero que los ha conducido al conocimiento del mensaje! ¡Cuán a menudo se oyen palabras como éstas: “Nuestro propio pastor no se ha preocupado demasiado de nosotros”! Si la gente aprecia estas visitas antes de llegar a ser miembros de la iglesia, ¡cuánto más las apreciarán una vez que se han bautizado! Demasiado a menudo, no obstante, las visitas se detienen entonces. El nuevo creyente se siente perplejo, y aun podemos oírle decir: “¡Claro, ahora que ya estoy en la iglesia, no se interesan más en mí!”
Ciertamente, el obrero no puede dedicar la misma cantidad de tiempo a una persona después que se ha bautizado, y entonces necesita ayudar al converso a ajustarse a la nueva situación de manera que pueda sostenerse sobre sus propios pies y no necesite tanto la ayuda de los demás. Debe ayudársele a trabajar por otros. “A todo aquel que se añade a las filas por medio de la conversión, se le debe asignar su puesto de deber.”—“Servicio Cristiano” pág. 74.
El nuevo converso debiera ser animado a participar en la escuela sabática y en las actividades de los misioneros voluntarios. Se le debiera hacer sentir la responsabilidad que descansa sobre él de ayudar a llevar a cabo la obra de la iglesia, la cual existe no para su particular beneficio solamente, sino para llevar el Evangelio al mundo, y que debe ocupar su sitio en estas actividades. Esto apartará su atención de sí mismo y ampliará su visión, y no le dejará tiempo para preocuparse de si está recibiendo la atención que merece, o interrogarse por qué el obrero no lo visita tan a menudo como antes.
Esto añade un incentivo a ser leal a los principios que se le han enseñado, porque a pesar de que una u otra vez se desanime y diga: “¿Vale la pena todo esto?” en relación con su responsabilidad de ayudar a alguien, lo pensará dos veces antes de abandonarse de nuevo a sus antiguas costumbres.
Por esta razón debiera animarse al nuevo converso a dar una mirada en torno suyo para buscar a alguien, miembro de su familia o de sus amistades, con quien compartir su nueva fe. Generalmente no será difícil hacerlo, porque en esta etapa desbordará de entusiasmo y estará ansioso para compartir su fe con los demás. Ha llegado la época entonces de capitalizar este entusiasmo al enseñarle al nuevo converso a gozar de la satisfacción de traer a alguien a los pies de la cruz de Cristo. ¿Por qué no hacerlo participar en lo que constituirá su mayor fuente de felicidad en el reino de Dios durante la eternidad? Hablar del mensaje a los demás y enseñárselo contribuirá a grabarlo en su propia mente.
Al llegar a este punto es bueno dirigir una clase de estudio especial de la Biblia para los nuevos conversos. El obrero, además, puede llevar ocasionalmente a su converso para que lo acompañe en los estudios que está dando a otras personas, particularmente si los tales se dan a los amigos del converso. De esta manera puede dejar de dedicar largas horas a trabajar por los miembros bautizados, y queda libre para atender a los nuevos interesados.
Nuestra obra hasta la venida del Señor consiste en enseñar a los creyentes y fundarlos en la verdad, de modo que debemos trabajar con fidelidad por nuestros conversos, considerando como nuestro objetivo las palabras del apóstol Pablo: “Para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús.”
Sobre el autor: Instructora bíblica de la misión de la India Occidental.