Las visitas médicas a domicilio pueden ser cosa del pasado pero para los pastores son una parte de su ministerio sanador.

Si usted es pastor de una iglesia cuya asistencia es baja, el sostén financiero es pobre y hay poco crecimiento espiritual y numérico, necesita preguntarse, realista y escrutadoramente: ¿por qué?

Leemos a menudo de congregaciones saludables y vibrantes que están creciendo a pasos agigantados, algunas a saltos, aventurándose con fe para cumplir hazañas increíbles para Dios. La realidad, sin embargo, es que las congregaciones dolientes o compuestas de miembros espiritualmente enfermos son sin duda mucho más comunes. Si su iglesia encaja en este diagnóstico poco promisorio, el primer paso es estar seguro de que la condición no se debe a su propia culpa. Después de todo, si como pastores nos sentimos con derecho a recibir el crédito cuando nuestra congregación está prosperando, ¿no debiéramos estar dispuestos a asumir la responsabilidad cuando está fallando? A menudo la iglesia refleja en un grado sorprendente la espiritualidad, personalidad y actitudes de su pastor.

No obstante, asumiendo que la condición poco saludable da la iglesia no se deba a una flagrante deficiencia en su ministerio, considere los componentes individuales de su congregación. Generalmente la enfermedad demostrada en una congregación doliente resulta de una o más de las siguientes causas: descuido; negligencia en las devociones personales; fracaso en ganar la victoria sobre algún pecado acariciado; ignorancia bíblica; hogares divididos; normas cristianas desechadas; activo resentimiento contra dirigentes u otros miembros de la iglesia; una violación intencional y consciente de las leyes de la salud; y, en demasiados casos, la profunda soledad de no sentirse necesitado o deseado. Al conducir un ministerio sanador en una congregación enferma usted vive a la altura de los más elevados ideales de su llamado. Atender a una congregación enferma hasta lograr su salud y vitalidad justifica su ministerio y lo identifica como un genuino pastor (cuídese, sin embargo, del riesgo que suele absorber a los ministros, haciéndose la idea de que usted es indispensable, el campeón espiritual que cabalga en todas direcciones en su caballo blanco corrigiendo cada error y restaurando la armonía).

¿Cómo actúa uno en este ministerio sanador? El primer paso es pensar en sí mismo como siervo de su pueblo. Jesús mismo, el verdadero Pastor, el gran Sanador, dijo: “El que es mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mat. 23:11). Los seguidores de Cristo debieran trabajar como él lo hizo. Entonces, el sentimiento que los movería sería la compasión. Su trabajo y placer en la vida debiera ser ayudar a la gente, ayudarlos a trasladarse desde donde están adonde Dios desea que estén. Si usted se siente incómodo porque la gente se queja de usted o porque los miembros son poco atractivos, ciertamente está en el trabajo equivocado El suyo nunca será un ministerio sanador.La visitación en los hogares es de importancia  vital en la obra pastoral, porque allí es donde generalmente comienza el proceso sanador. Sin embargo, es una tarea que a menudo se descuida. “No tengo tiempo para hacer todo lo que se supone que debiera estar haciendo ahora, ¿cómo voy a encontrar tiempo para hacer visitas?” Este lamento común se intenta como excusa de una falta de visitación  pastoral. Los pastores son gente ocupada, no hay duda de ello; y sin embargo, algunos con congregaciones de dos mil o más miembros se las arreglan para visitar a cada uno de ellos por lo menos una vez al año, si no más a menudo, lo que se consigue, mayormente, estableciendo prioridades, manejando adecuadamente el tiempo, ordenando las visitas regulares por barrios, y con una planificación anticipada. Puede no ser fácil, pero si usted está convencido de que visitar a sus miembros es uno de sus deberes pastorales más importantes, encontrará el tiempo necesario.

Como parte esencial del sanamiento, la visitación no es una diversión meramente social; es una herramienta que el pastor fiel usa en la realización de su tarea. Su propósito primordial al visitar debiera ser conducir a sus miembros más cerca del Señor Jesús, y no de sí mismo. Evite la charla sin sentido, la crítica, el chisme, la búsqueda de faltas o la adulación. Usted no está en un hogar meramente para pasar el tiempo; está allí como un embajador del cielo para dirigir los pensamientos a los valores eternos. Esto no significa que debe ser pomposo o formal. No significa que no puede reír o ser amigable. Pero significa que mantendrá la situación bajo control. No se quede demasiado tiempo, aunque la ocasión parezca ser apropiada, ni dé la impresión de estar apurado por irse. Ninguna visita pastoral es completa si falta la oración por la persona visitada, su familia y su hogar. Todo lo que usted dice y hace durante la visita prepara el camino para esta oración, y pocos en su congregación se olvidarán de que usted se arrodilló en su sala y fervientemente los entregó al cuidado de Dios.

Especialmente procure ubicar a los que necesitan su cuidado más atento: los desilusionados, los descorazonados y solitarios. Entre éstos estarán los enfermos, los ancianos, los jóvenes, los que han dejado de venir a la iglesia y los que tienen problemas financieros o domésticos o un fuerte sentimiento de culpa. Usted debiera visitar más a menudo a estos miembros que lo necesitan más, no meramente a sus oficiales o a sus más entusiastas partidarios. Y pronto aprenderá, si no lo ha hecho ya, cuánto aprecia la gente una visita de su pastor. Verá cuánto puede realizar en privado que nunca podría hacer en público, especialmente siendo que un número sustancial de sus miembros más necesitados pocas veces asisten a las reuniones.

¿Qué hace usted exactamente cuándo visita a un miembro? Si usted es un pastor nuevo en una iglesia en particular y se está familiarizando con sus miembros, o si por alguna otra razón es su primer llamado, explore cuidadosamente. Anime a la persona a hablar de sí misma; haga preguntas que se acerquen a su corazón sin ser entrometido o personalmente ofensivo. Haga que las preguntas surjan naturalmente y logre que le abra el corazón por el interés que usted manifiesta en su bienestar espiritual. Por ejemplo: ¿Cuánto tiempo hace que es usted miembro de nuestra congregación? ¿Cuándo fue bautizado? ¿Quién lo bautizó? ¿Está usted disfrutando de una buena experiencia cristiana? Si no es así, ¿por qué no? ¿Qué ejercicios espirituales le dan el mayor gozo, la mayor elevación? ¿Están todos sus hijos en la escuela de la iglesia? ¿Disfrutan ellos de una buena experiencia cristiana? ¿Qué está leyendo en estos días? ¿Recibe la Revista Adventista? ¿Qué clase de sermones cree usted que nuestra iglesia necesita más? ¿Cómo podría ser yo de mayor ayuda para usted como su pastor? Dé tiempo para que las respuestas surjan. Todo lo relacionado con su primera visita debiera ser natural y confortable; recuerde, usted no es un inquisidor ni un encuestador. Termine su visita con una oración. Cuando se vaya, quedará una sensación que será recordada con placer, una empatia entre usted y este miembro de su rebaño.

Las visitas subsiguientes tendrán propósitos más específicos, quizá cortados a la medida de una de las nueve fuentes de mala salud espiritual mencionadas antes. Cuando un médico se encuentra con su paciente, debe primero diagnosticar correctamente el problema, y entonces debe prescribir una cura efectiva. De la misma forma, su éxito al tratar las enfermedades espirituales de su congregación dependerá de cuán bien diagnostique usted sus necesidades durante las visitas y los remedios  específicos que usted prescriba. Al llamar a la  puerta de un miembro espiritualmente enfermo, es importante que usted tenga en forma clara en su mente un propósito definido que corresponda a las necesidades particulares de ese individuo.

Algunos miembros no tienen una comprensión clara y bíblica de lo que creen porque no han descubierto todos los beneficios del estudio regular de la Biblia. Su primer blanco debiera ser llevarlos a estudiar su lección de la escuela sabática. Al avanzar, anímelos a profundizar el estudio. Pueden también necesitar aprender cómo orar más allá de las oraciones formales de la adoración pública. El culto familiar, de acuerdo con numerosas encuestas, es raro aun entre las familias activas en la iglesia, y usted encontrará muchas oportunidades para dar énfasis a su importancia. No debiera ser un trabajo penoso o un ejercicio aburrido, pero a menudo lo es y por lo tanto se abandona. El culto familiar exitoso puede tomar muchas formas, pero siempre debe incluir el hecho de estar juntos y un interés basado en la apreciación de la bondad de Dios. Los niños encontrarán quizá que ésta es la mejor parte del día, cuando se hace con amor y planeamiento. Esperarán esta estrecha comunión con sus padres y con Dios. En el caso de niños pequeños, la brevedad ayuda; si los adolescentes están en casa debiera dárseles un papel activo. Aunque es ideal comenzar el día con el culto familiar, cualquier momento conveniente es preferible a ninguno. Si usted tiene éxito en conseguir que se realice el culto familiar en un hogar ocupado, estará realizando un servicio definidamente sanador.

Otro objetivo en su visitación ha de ser animar a la lectura de buenas publicaciones cristianas. En esta era electrónica y de ritmo tan rápido, en la que la televisión reina suprema, no hay mucha gente que lea libros sustanciosos. Las novelas encuentran una amplia circulación; la lectura que alimenta la fantasía capta la atención, pero muy pocos sacan ventajas del gran tesoro de la lectura cristiana que está disponible ahora. Usted encontrará a muchos cuya debilidad espiritual surge de los desperdicios con que llenan su mente, y será su privilegio sanador presentarles el menú fortalecedor del alma de la gran literatura cristiana. Debiera darse aquí una palabra de advertencia. Las publicaciones evangélicas han sufrido una explosión en años recientes, y aquí como en cualquier otra cosa, no todo lo que brilla es oro. Mucha frivolidad, ensalzamiento de la persona y teorías humanas se encuentran por doquier. Anime a sus miembros a alimentarse de lo que es de valor permanente para el alma Otra razón importante para visitar un hogar serán los conflictos domésticos. Aquí, quizá más que en cualquier otro terreno, el pastor puede ser la única fuente humana de ayuda. Cada situación es única, y usted necesitará pedir consejo divino para cada una. Sin embargo, mantenga en su mente la idea de que es fácil ser parte del problema en vez de la solución. Estas circunstancias requieren mucha habilidad y comprensión, y es fácil cometer errores al tomar partido, asumiendo una posición cuando no se requiere ninguna, o aun al hablar del problema con otros o en público. A menudo usted visitará padres que no saben cómo educar a sus hijos, que buscan sustitutos para cumplir el papel que les atañe a ellos. Demasiado a menudo la televisión es la principal fuente de la instrucción hogareña de los niños. Los resultados hablan por sí mismos. Usted deberá hacer frecuentes visitas a algunos hogares para dar una cuidadosa orientación en la instrucción del niño.

La salud y la nutrición serán la razón de algunas visitas pastorales. Muchas enfermedades del alma pueden ser rastreadas hasta un régimen inapropiado y otros pobres hábitos de vida. Para estos problemas usted necesitará fortificarse con el ejemplo y por una cuidadosa familiarización con fuentes confiables. A veces la gente viola secretamente las leyes de la salud y desarrolla un aplastante peso de culpa. Otros se resienten porque consideran que es una intrusión de la iglesia en sus vidas privadas. Necesitan aprender la conexión entre la salud física y espiritual.

Pero quizá la fuente más frecuente de debilidad en una congregación está en el terreno de las relaciones humanas. En cualquier iglesia hay quienes son especialmente sensibles a los desaires reales o imaginarios y se ofenden muy fácilmente. Son demasiados los miembros de iglesia que se alejan de la participación activa por causa de sus sentimientos heridos. Su deber no es tomar partido sino sanar las heridas. Los sentimientos heridos son a menudo una señal de inmadurez. El Salmo 119:165 nos dice: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”. De esta manera, cuando enfrenta un caso de sentimientos heridos, ¿qué hace usted?

Primero: eleve una silenciosa oración pidiendo tacto y orientación. Evite toda declaración dogmática, reclamo y crítica. Usted debe ser cortés, paciente y comprensivo. Muchas veces un miembro necesita sólo un poco de comprensión y simpatía para ayudarle a ver cuán infantil es su enojo.

Nunca discuta los méritos del caso desde el otro lado, porque esto sólo agrega combustible a las llamas. En lugar de eso, diga: “Puedo ver por qué usted siente de esa forma. Si yo fuera usted, estoy seguro de que me sentiría igual”. (Por supuesto, si usted fuera esa persona, usted sentiría exactamente como ella.) Ese simple acercamiento detiene casi siempre las discusiones, elimina los sentimientos enfermizos y crea buena voluntad. Habiendo así suavizado los nervios alterados entonces usted está en condiciones de preguntar: “Pero, ¿ha intentado usted entender cómo piensa la otra persona en cuanto a esto?” Con delicadeza, sugiera que el miembro se pregunte a sí mismo: ‘‘Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿qué haría?” Una vez que queda claro que hay otras formas de ver la situación, el proceso sanador ha comenzado. Por supuesto, en algunos casos habrá una causa legítima para la ofensa, y a cualquier costo usted deberá ayudar a facilitar una reconciliación de todos los involucrados; sin embargo, sea cuidadoso de no permitirse ser manipulado por facciones en conflicto. Cumplir su papel sanador no significa que usted debe ser el mediador de cada discusión que surge. En verdad, sus esfuerzos sanadores tendrán el ideal de educar a los miembros de iglesia para que manejen sus propios conflictos en la forma como Cristo lo haría.

De manera que si usted se encuentra como pastor de una congregación doliente, no se aísle por temor a enfermarse. Mézclese con sus miembros, permita que ellos vean que usted desea ayudarlos, y señáleles al Único que puede sanar.

Sobre el autor: Halvard J. Thomsen es pastor de la Iglesia Adventista del Janesville, Wisconsin, Estados Unidos.