Una de las reuniones más conmovedoras, interesantes y dramáticas a que he tenido el placer de asistir tuvo lugar en la China Central, con la participación de unos cuatrocientos misioneros protestantes. Cuando se consideraba el tema de la unidad cristiana y la cooperación, se levantó un ministro y con evidente acaloramiento preguntó: ‘”Quisiera saber qué están haciendo los adventistas en este lugar. ¿Por qué vienen a perturbar las mentes de nuestros sencillos creyentes cristianos?”
Numerosas voces gritaron su aprobación en medio de una considerable agitación. Pero cuando se restableció la calma, me sentí impresionado a replicar lo siguiente: “Hermanos y amigos, respetamos y apreciamos a estos misioneros que por muchas décadas han marcado la senda del servicio cristiano en este país oscuro:
y no hemos venido a oponernos a ninguna buena obra. Pero leyendo las Escrituras nos hemos convencido de que hay algunas verdades vitales que no están siendo enseñadas o suficientemente recalcadas por la mayoría de los misioneros. Si enseñaran todo el Evangelio, como nosotros lo entendemos, no tendríamos excusa para entrar en la China como una organización separada. Sin embargo, puesto que creemos que no se está haciendo tal cosa, sentimos que es nuestro deber de cristianos proseguir nuestra obra en la China y en todos los países, presentando el sencillo Evangelio de Cristo. Y en lugar de ser limitados por acuerdos referentes a zonas donde podemos o no podemos entrar, nos sentimos inclinados a tomar nuestra posición con Juan Wesley, quien declaró: ‘El mundo es mi parroquia.’ ”
Han pasado cuarenta años desde este excitante episodio; sin embargo la pregunta propuesta por ese misionero, aunque en un sentido diferente, se aplica a nuestros obreros en la actualidad: ¿Qué están haciendo los adventistas en este lugar?
¿Cuál es el mensaje de nuestro sermones?
No hace mucho asistí a un sermón predicado por un ministro joven. Expuso su tema, “Un hogar feliz,” con una retórica perfecta y gran belleza de expresión, pero no hizo ninguna referencia a las Escrituras, a la religión, a la ayuda divina o al culto de la familia. Me dijeron que ese joven acababa de completar algunos cursos en una universidad vecina.
Hace unas semanas recibí una carta de un amigo que vive en el vecindario de uno de nuestros colegios. Me hablaba de una serie de estudios presentados durante una semana de oración por una persona que interpretaba la experiencia cristiana en términos de la mente y la psicología. Yo también he oído algunos sermones de esa clase. Con su forma moderna de encarar las cosas y su fraseología escolástica ejercen cierta atracción intelectual; pero tengo la certidumbre de que para la mayoría de los auditores carecen de elevación espiritual así como las proverbiales colinas de Gilboa carecían de vegetación.
La experiencia del apóstol Pablo encierra una valiosa lección para los mensajeros de Dios de hoy. En Atenas había pronunciado un discurso erudito y magníficamente elaborado, combatiendo “a la lógica con la lógica, a la ciencia con la ciencia, a la filosofía con la filosofía.” Sin embargo ese esfuerzo oratorio produjo poco fruto. Decidió seguir otro plan de acción en Corinto. “Resolvió evitar todas las discusiones y argumentos complicados, y no ‘saber algo’ entre los corintios, ‘sino a Jesucristo, y a éste crucificado.’ Iba a predicarles, no ‘con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder.’ ”—“Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 177.
Como resulto de esta ferviente predicación del Evangelio se formó en Corinto una vasta congregación cristiana. Respecto del ministerio de Cristo se declara que “No empleaba palabras largas y difíciles en sus discursos, sino que usaba un lenguaje sencillo, adaptado a las mentes del pueblo común.”— “Testimonies” tomo 4, pág. 260.
Sus enseñanzas podían entenderlas tanto el labrador como el príncipe, el ignorante como el intelectual. El pueblo común lo escuchaba gustosamente, porque esta es la clase de oratoria que conmueve el corazón y convierte el alma.
Es importante que nos preguntemos con frecuencia: “¿Qué estamos haciendo en este lugar? Dios ha levantado a la Iglesia Adventista para que realice una obra específica en esta hora propicia; por lo tanto debemos predicar sermones como no predican otros pastores en el mundo. La sierva del Señor declara:
“Hay muchas verdades preciosas contenidas en la Palabra de Dios, pero lo que necesita el rebaño ahora es la “verdad presente” He visto el peligro que representan los mensajeros que se apartan de los puntos importantes de la verdad presente para espaciarse sobre temas que no están destinados a unir el rebaño y a santificar el alma. Satanás aprovechará cualquier ventaja con tal de infligir algún daño a la causa.
“Pero los temas como el santuario en relación con los 2.300 días, los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, son perfectamente apropiados para explicar el pasado del movimiento adventista y demostrar cuál es nuestra posición actual, para establecer la fe de los que dudan, y dar la certidumbre de un futuro glorioso. Estos, he visto con frecuencia, son los temas principales sobre los que debieran espaciarse los mensajeros.”—“Early Writings,” pág. 63.
¿Qué es nos ordena predicar?
Hermanos, no se nos ha ordenado predicar acerca de la sociología, la cultura, la ética, la psicología o cualquier otra ciencia, “sino a Cristo, y a Cristo crucificado,” tal como se lo revela y exalta en el gran mensaje evangélico. Esta es la clase de predicación que formó a los adventistas; esta es la clase de predicación que los establecerá en la fe y preparará a un pueblo para la traslación.
La Hna. White escribió:
“¡Ojalá pudiese yo disponer de un lenguaje suficientemente fuerte para producir la impresión que quisiera hacer sobre mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes capaces del más elevado desarrollo. Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver debiera enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto.
“Ensalzad a Jesús los que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas confusas, extraviadas y perdidas al ‘Cordero de Dios… No pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la sabiduría y el poder de Dios.”—“Obreros Evangélicos” págs. 167, 168.
“¿Tendrán presente nuestros hermanos que estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días? Leed el Apocalipsis en relación con Daniel. Enseñad estas cosas. Que los sermones sean cortos, espirituales y elevadores. Que el predicador esté lleno de la Palabra del Señor…
“La Palabra es la luz del predicador, y a medida que el aceite dorado fluya de los olivos celestiales al receptáculo, hará que la lámpara de la vida brille con una claridad y poder que todos podrán percibir. … El pan de vida satisfará a toda alma hambrienta.”—“Testimonies to Ministers” págs. 337-340.
El hombre de Dios examinará con frecuencia estas penetrantes palabras: “¿Qué haces aquí, Elias?” Entonces, con el espíritu y el poder de un Elias, la lealtad de un Daniel y la fe indomable y el valor de un Pablo, expondrá toda la enseñanza de Dios, sin omitir ninguna verdad esencial del triple mensaje.