Está en pleno desarrollo el juicio más discutido de la historia. El Acusado está solo, sin abogado defensor. Los acusadores claman a gritos exigiendo su muerte. El juez, preocupado por mantener un equilibrio, a ojos vistas inestable, se acerca al Acusado en procura de información directa: “¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Dícele Pilato: ¿Qué cosa es verdad?” (Juan 18:37, 38).

Desde que el hombre existe sobre la tierra, ha buscado la verdad. Pero no la verdad que hoy es y mañana se demuestra errónea. Sino la verdad completa, permanente, que satisface plenamente el anhelo humano de tener un punto de referencia estable que oriente sus pensamientos y sus acciones.

La búsqueda de la verdad se ha orientado en muchas direcciones. Pero especialmente en tres de ellas esta búsqueda ha sido muy intensa: FILOSOFÍA, CIENCIA y RELIGIÓN. Detengámonos brevemente para examinar lo que cada una de estas áreas del conocimiento humano puede decirnos acerca de la verdad.

Filosofía y verdad

A todo estudiante de la historia de la filosofía le sorprende desde el primer instante la gran variedad de sistemas filosóficos. No podemos hablar de lafilosofía. Hay muchas. Filosofía es, etimológicamente “amor a (amigo de) la sabiduría, y sabiduría es verdad. Pero, como el termino mismo parece sugerirlo, muchos la pretenden y ninguno llega a hacerla plenamente suya.

La historia de la filosofía es la descripción de la senda tortuosa y semioscura en que el hombre ha avanzado a tientas en procura de la verdad. Y hoy, después de 25 siglos de historia en occidente, ante el avance extraordinario de las ciencias, es motivo de preocupación para los filósofos, de una corriente a! menos (neo-positivistas), comprobar que la filosofía no ha logrado formular verdades respecto a las cuales tengamos la certeza de las verdades científicas.

¿Hay verdad en la filosofía? Sí, pero es verdad incompleta. Sólo así se explica que lo que un filósofo ha construido trabajosamente durante toda una vida, pueda ser derribado —total o parcialmente— por otro que instala su propio sistema. Parece no haber nada definitivamente estable, permanente, a lo cual el hombre desorientado pueda aferrarse. Como lo decían algunos filósofos neo-positivistas: “La filosofía es un campo de disputa al parecer interminable”.

Y hoy, como una expresión de desorientación y rebeldía del hombre ante esta disciplina que una vez pretendió ser la suma del saber (y que hasta ha sido llamada la “ciencia de las ciencias”) vemos proliferar diversas ramas de una filosofía que se rebela contra el razonamiento abstracto —que no ha conducido a soluciones permanentes en la búsqueda de la verdad— y ubica en el centro mismo de sus especulaciones a la más inestable de las criaturas: el ser y su existencia.

Ciencia y verdad

El progreso notable de la ciencia en los últimos 150 años ha deslumbrado a millones que hoy parecen creer que ella es la suma de la verdad. El mundo cree lo que los “hombres de ciencia” afirman. Se insiste en hacer las cosas con “criterio científico”. Toda nueva rama del conocimiento lucha por conquistar el codiciado título de “ciencia”.

Pero en esta pasión por lo científico no siempre se conserva clara la distinción entre teoría científica y verdad científica.

Hay teorías científicas nunca probadas, que a fuerza de ser repetidas pasan por verdades indubitables. Un ejemplo conocido es la teoría de la evolución. Sorprende, en este plano, la osadía con que pretendidos hombres de ciencia hacen afirmaciones categóricas, basados sólo en una de dos o más interpretaciones posibles de ciertos fenómenos. Y estas interpretaciones, naturalmente, están coloreadas por convicciones políticas, filosóficas o religiosas que, teóricamente no debieran influir —pero influyen— en la ciencia. Es que la objetividad absoluta difícilmente puede darse en el ser humano.

Además de las teorías científicas, hay muchos principios científicos que son aceptados como verdaderos pero no demostrados como tales. Se los usa porque son útiles. Permiten describir más o menos bien una realidad. Se los acepta como si fueran verdaderos, aunque podrían ser falsos.

Por otra parte, es necesario recordar que las leyes de la ciencia son generalmente —si no siempre— descriptivas, no explicativas. Se describe cómo ocurre algo, pero no se sabe exactamente por qué ocurre. Se describen, por ejemplo, las características de un ser vivo, pero no se sabe qué es la vida.

No podemos, pues, aceptar confiados toda afirmación de la ciencia, pues puede estar basada en teorías no probadas pues puede ser verdad incompleta. Y el horizonte científico en rápida expansión nos sugiere una vez más que la verdad en sentido absoluto no está en manos de la ciencia. Resulta por esto reconfortante escuchar a Alberto Einstein, una de las figuras más destacadas de la ciencia de nuestro siglo, cuando dice: “Mis leyes son sólo más aproximadas que las de Newton”.

La verdad en sentido permanente todavía espera ser hallada por la ciencia.

El problema de la razón

En la base misma de nuestra posición cautelosa ante la filosofía y la ciencia —además de los hechos objetivos presentados— está nuestra concepción cristiana de la razón humana.

La razón es una facultad con que Dios dotó al hombre. Es útil y necesaria. Debemos usarla, [1] Es la facultad más compleja y perfecta que tenemos —desde un punto de vista estrictamente humano— para conocer la verdad en cuanto a nosotros y en cuanto al mundo exterior.

Pero la razón tiene las naturales limitaciones que le estableció el Creador. Nicolai Hartmann escribió correctamente que en el ámbito del conocimiento debemos distinguir tres planos:

(1) Objetivo: lo conocido.

(2) Transobjetivo inteligible: lo que podremos llegar a conocer.

(3) Transobjetivo ininteligible: lo que la razón no podrá conocer.[2]

E. G. de White por su parte escribe: “Es deber y privilegio de todos usar de la razón tanto como pueden hacerlo las facultades finitas del hombre; pero hay un límite donde deben detenerse los recursos humanos. Hay muchas cosas que jamás podrán ser razonadas por el intelecto más vigoroso o discernidas por la mente más penetrante. La filosofía no puede determinar los caminos y las obras de Dios; la mente humana no puede medir lo infinito.

“Jehová es la fuente de toda sabiduría, de toda verdad, de todo conocimiento. Hay logros elevados que el hombre puede alcanzar en esta vida mediante la sabiduría que Dios imparte; pero hay una infinitud más allá que será objeto de estudio y de alegría de los santos por las edades eternas. El hombre puede ahora sólo detenerse en las fronteras de esa vasta expansión, y dejar que la imaginación vuele. El hombre finito no puede penetrar en las cosas profundas de Dios; pues las cosas espirituales son discernidas espiritualmente. La mente humana no puede entender la sabiduría y el poder de Dios”.[3]

Mientras la razón humana, cual helicóptero, levanta el vuelo trabajosamente y se mueve en un ámbito necesariamente limitado, la revelación divina, cual navío espacial, nos pone en contacto con las verdades eternas del universo.

Y esto nos lleva a ocuparnos de RELIGIÓN Y VERDAD

¿Es posible una revelación? Irracional sería negarla si admitimos la doctrina bíblica de la creación. Dios, que creó al hombre a .su imagen y semejanza, se habría de comunicar también con él.

Teniendo en cuenta la sola variable del principio de la revelación progresiva, podemos afirmar con convicción que las verdades reveladas han sido y son las únicas que no han sufrido alteración con el paso de los siglos y milenios, las únicas anclas seguras, columnas indestructibles, a las cuales el ser humano puede y podrá aferrarse.

Y esto nos hace volver a nuestra pregunta inicial: “¿Qué cosa es verdad?”

Los escritores hebreos hubieran contestado que emeth es algo firme, sólido, válido, auténtico.

Los escritores griegos clásicos nos dirían que alétheia es: no ocultación. Es lo visto, expresado, indicado como realmente es. Lo opuesto a pséudos (engaño) o a dóxa (apariencia o mera opinión).

Los autores del Nuevo Testamento nos explicarían que alétheia es lo que tiene certidumbre y fuerza, aquello en que se puede confiar, el estado real de las cosas.

La única verdad que en sentido pleno merece tal nombre es aquella que es estable, firme, permanente, que expresa el estado real de las cosas. Y es así sólo porque procede en última instancia “del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17). Esta verdad es la única que podrá traer plena seguridad al ser humano desorientado.

De tres maneras diferentes, al menos, la verdad eterna ha llegado hasta nosotros:

(1) “…tu palabra es verdad” (Juan 17:17). La verdad explicada por Dios: las Sagradas Escrituras;

(2) “…tu ley la verdad” (Sal. 119:142). La verdad como trasunto del carácter de Dios: los Diez Mandamientos;

(3) “Yo soy… la verdad” (Juan 14:6). El principio y la fuente de toda verdad, Dios mismo entre los hombres: Cristo.

La verdad os libertará

¿Por qué ha luchado el hombre tan persistentemente, en procura de la verdad? Pareciera como que desde el mismo principio el ser humano hubiese intuido aquella realidad enunciada por Cristo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará” (Juan 8:32).

¿Qué verdad puede libertar? No es una verdad incompleta. No es, por ejemplo, la verdad de la

(a) Filosofía. Dos filósofos nos servirán de ilustraciones. El primero es Jorge Guillermo Federico Hegel (1770-1831). Su pensamiento ha sido calificado como “la culminación en su forma más vigorosa y madura, de todo el idealismo alemán”.[4] Hegel influyó decisivamente en Carlos Marx, cristalizador de una filosofía política maquiavélica, atea, que hoy mantiene en estado de semi opresión a un tercio de la población del planeta. Y Hegel también fue seguido por Ferdinand Christian Baur (1792-1860) que jugó un papel destacado en el movimiento de la alta crítica bíblica que ha reducido hoy a numerosas iglesias cristianas a meros espectros religiosos, sin mensaje, sin vigor transformador, casi —como decía el apóstol Pablo— “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efe. 2:12).

Si miramos en otra dirección en el campo de la filosofía nos encontramos con el polo opuesto de Hegel: Sóren Kierkegaard (1813-1855). Se opone a Hegel. Pero, poseedor también de una verdad incompleta, ha precipitado al mundo en el terreno resbaladizo del existencialismo que está produciendo hoy los problemas sociales conocidos como: hoo’igans, beatniks e iracundos.

La verdad que nos libertará tampoco es la de la:

(b) Ciencia

En su afán por desentrañar los secretos de la naturaleza y de los hombres, la ciencia ha logrado —proyectándose en la técnica —hacer más cómoda la vida humana. Pero también la ha hecho más insegura. Es que el hombre ha actuado como el aprendiz de brujo que, esforzándose por conocer ciertos misterios, ha desatado fuerzas que luego no ha podido controlar. Por primera vez en la historia, el hombre puede hacer vivir a toda la humanidad bajo la sombra gris del temor. Y donde hay temor no hay libertad pena.

Y, qué decir del vacío interior que una filosofía y una ciencia cada vez más difundidas, están dejando en millones que, para llenarlo, se lanzan desenfrenadamente en la carrera de los placeres, los vicios y el pecado en general.

El problema es que filosofía y ciencia, aunque van en procura de la verdad, no son la verdad y, en consecuencia, no pueden dar libertad.

El apóstol Pablo resume, en Romanos 1:18-31, la condición del hombre que confiado en su razón, se ha independizado de Dios: esclavo de sus pasiones.

El Dr. Lin Yutang, famoso filósofo chino, primero cristiano, luego pagano y finalmente cristiano otra vez (desde 1958) explica por qué se hizo cristiano:

“Muchos me han preguntado por qué yo, declarado pagano durante tanto tiempo, he vuelto al cristianismo.

“…No hay hombre inteligente que se sienta feliz en medio de la incertidumbre. El ser humano busca siempre confortación en una creencia unificada (llámese filosofía, llámese religión), que le explique el misterio de su Yo, sus motivos, sus acciones, su destino.

“A lo largo de más de 30 años, mi única religión fue el humanismo: la creencia en que el hombre, guiado por la razón, se bastaba a sí mismo; la confianza en que el progreso del saber humano, por su sola virtud, engendraría automáticamente un mundo mejor. Pero habiendo presenciado el avance del materialismo del siglo XX, y el proceder de algunas naciones apartadas de Dios, he llegado al convencimiento de que el humanismo es insuficiente, de que el hombre, para su verdadera supervivencia, necesita del vínculo con una Potencia exterior y superior a él. Por eso he vuelto al cristianismo”. [5]

El Dr. Henry Link, psicólogo, en su obra The Return to Religión (El retorno a la religión), después de unos 20 años de práctica psicológica explica por qué se convirtió al cristianismo. Dice entre otras cosas:

“La religión es la única fuerza universal y permanente capaz de ayudar a resolver los inevitables conflictos morales e intelectuales de los padres, los hijos y la sociedad en general.

En un mundo cambiante y rebelde a la autoridad, Dios es el único punto fijo”.[6]

La única verdad que nos podrá dar libertad completa es la verdad de la:

(c) Religión

Sólo encontramos verdad plena en Dios, su ley y su Palabra. Es esta verdad inmutable la que ha dado y sigue dando al ser humano las únicas respuestas de valor permanente a las 3 preguntas fundamentales:

— ¿Quién soy?

— ¿De dónde vengo?

— ¿A dónde voy?

Esta verdad es la única que permite enfrentarse a los problemas de la existencia libres del temor, con la serenidad de un mártir y el valor de un héroe. Es la única que en forma segura nos ubica en el presente y nos libera de la incertidumbre del futuro.

Es esta verdad pura del Evangelio la que ha llevado paz y libertad a los cazadores de cabezas de la Polinesia que vivían atemorizados por los malos espíritus y sus propias prácticas pecaminosas. Y esta verdad es también la única que podrá darnos hoy, en medio del andar apresurado y vacilante de nuestra civilización pseudo-cristiana, un norte inamovible y una libertad segura.

COMO TU, JESÚS

No basta conocer la verdad intelectualmente. “Sólo pocos de los que profesan creer la verdad se salvarán finalmente”[7]. “No es suficiente predicar la verdad; debe ser practicada en la vida”. [8] Si queremos realmente transformar al mundo, tendremos que ser la verdad.

Jesús dijo: “Yo soy… la verdad” (Juan 14:6). Y cristiano es solamente aquel que actúa, habla y piensa como Cristo lo hubiera hecho en su lugar.

“Como tú, Jesús” será una realidad en nuestra vida sólo si vivimos la verdad en cada instante: en la calle, en la oficina, en la escuela, en la iglesia, en la intimidad de nuestros hogares… en todo lugar y en todo tiempo.

E. G. de White afirmaba con razón: “Ud. puede hacer más viviendo la verdad que hablando de ella a otros”. [9]

Sean, pues, el blanco de nuestra vida, las palabras del Maestro: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”.

Sobre el autor: Vicedirector del Colegio Adventista del Plata


Referencias

[1] E. G. de White, Testimonies, vol. 1, págs. 230.

[2] Fundamentos de una Metafísica del Conocimiento.

[3] Review and Herald, 29 de diciembre de 1896; también en The Seventh-day Adventist Bible Commentary, vol. 6, pág. 1079

[4] Julián Marías, Historia de la Filosofía (Madrid, Manuales de la Revista de Occidente, 1952), pág. 291.

[5] Selecciones del Reader’s Digest, enero de 1960, pág. 14.

[6] “Retorno a la Religión” en Selecciones del Reader’s Digest, septiembre de 1959, pág. 184.

[7] E. G. de White, Testimonies, tomo 2, pág. 445.

[8] E. G. de White, op. cit., tomo 5, pág. 576

[9] Ibid., tomo 2, pág. 78.