No dejamos de admirarnos ante la grandeza del apóstol Pablo en sus esfuerzos por preparar a otros para el servicio en el ministerio evangélico. Sobrellevó infinidad de dificultades, y tuvo la paciencia de enseñarles a ver muchas de las fases de la vida humana y detalles de la vida cristiana. La instrucción dada, siempre se basaba en principios genuinos y sólidos. Su anhelo consistía en edificar la vida espiritual del obrero y del miembro de iglesia.
En el segundo capítulo de Tito, Pablo hace esta declaración: “Mostrándote en todo por ejemplo de buenas obras” (vers. 7). Nada es más importante que esto en la vida del predicador: su ejemplo. En la Versión Moderna se utiliza la palabra “dechado” o sea, modelo; ésta es una palabra rica en significación. El carpintero trabaja guiándose por un modelo. El fundidor de metales utiliza un modelo para hacer sus moldes. El sastre no podría trabajar sin un modelo. Y el apóstol exhorta a Tito en este capítulo a ser “ejemplo de buenas obras” en su ministerio.
En el versículo nueve de este capítulo, el apóstol habla de una clase particular de gente que había comenzado a ingresar a la iglesia de Dios: los esclavos. A veces pienso que nosotros, que gozamos de la libertad del siglo XX, con todos sus privilegios, podemos tener sólo una idea inexacta de lo que significa ser esclavo. En el tiempo de los apóstoles, los esclavos abundaban en todo el Imperio Romano. Los historiadores refieren que había dos esclavos por cada hombre libre que circulaba por las calles de Roma. Muchos de ellos habían sido capturados como prisioneros de guerra, arrancados del seno de sus familias y transportados a lejanas tierras. Estaban a merced de sus señores romanos, que a veces los vendían a otros amos todavía más crueles. Algunos eran encadenados a los bancos de las galeras y obligados a manejar los remos, sometidos a condiciones detestables. Muchos de ellos morían a causa del exceso de trabajo y de la inclemencia del tiempo. Otros eran forzados a vivir en las casas para cuidar de los niños o para hacer los trabajos pesados en los talleres o en el campo.
En las instrucciones dadas a Tito, Pablo pone énfasis en la necesidad de ayudar a esos pobres y destituidos seres humanos, cuyas condiciones morales y mentales son difíciles de comprender para los ciudadanos de nuestro tiempo. Pensemos lo que habrá significado para esos esclavos oír el Evangelio de Cristo, el Evangelio del amor y la libertad: las dos cosas que les habían sido negadas. Cuánto gozo habrá inundado sus corazones cuando vieron por primera vez los rayos de esperanza en el mensaje transmitido por los apóstoles, que constituía un marcado contraste con su desesperada condición de esclavos. Pablo exhortó a estos desposeídos a llevar vidas limpias, tanto en sus hogares como en sus personas. Las marcas que ostentaban sus cuerpos —señal de que pertenecían a un determinado amo— debían recordarles la necesidad de llevar las marcas del Señor Jesús en sus vidas y su carácter. En esta forma el esclavo encontraría gozo y consuelo en las realidades del Evangelio.
El mensaje dado a esta clase de gente también decía que aunque fuesen esclavos pobres, desechados e infortunados, de todas maneras podían obrar de modo que adornasen “en todo la doctrina de nuestro Salvador Dios”. Se presentan algunas ideas acerca de cómo podían lograr este propósito. Debían obedecer a sus amos y agradarles en todas las cosas. No debían ser “respondones” con sus amos, y tampoco debían defraudarlos. La palabra original que se ha traducido por defraudar, significa hurtar, tomar alguna cosa, posiblemente una cosa pequeña, que pertenece a otra persona. Supongo que el esclavo que no entregaba el vuelto después de comprar algo para su amo lo estaba defraudando. Si lo enviaban a trabajar al campo y no lo hacía con fidelidad, también estaba defraudando.
La esencia del mensaje del apóstol consiste en que al hacer con fidelidad los quehaceres humildes de la vida —en el taller, en la cocina, en el campo, en la oficina, o en cualquiera otra parle— los miembros de la iglesia y los obreros de la causa de Dios deben adornar “la doctrina de nuestro Salvador”.
En los comienzos de la historia de la Iglesia Adventista había una gran escasez de fondos para promover la obra. Debían tomarse medidas y trazarse planes en ramas de actividad en las que la iglesia tenía muy poca experiencia. En cierta ocasión, cuando Jaime White estaba en California se percató de la necesidad de establecer una imprenta en la costa occidental de los Estados Unidos. Pero carecían de personal experimentado en esa clase de trabajo. De manera que, además de recolectar dinero entre los creyentes, él proporcionó $ 650 dólares de sus propios fondos para llevar a cinco jóvenes impresores del otro lado del país a fin de que trabajaran en la imprenta. Antes ya había aportado otros mil dólares para esta misma empresa. El pastor White adornó la doctrina dando de sus fondos y contribuyendo con sus energías, según lo revela el siguiente incidente relatado por la Hna. White:
“Mi esposo dejó de transportar piedras, y tomando su hacha se fue a los bosques a cortar leña para vender. Con un dolor que lo atormentaba de continuo en un costado, trabajaba desde la mañana hasta la noche para ganar unos cincuenta centavos por día. Nos esforzábamos para mantenernos animosos y confiar en el Señor. Yo no murmuraba. Por la mañana me sentía agradecida a Dios porque nos había cuidado durante otra noche, y por la noche estaba agradecida porque nos había protegido durante otro día” (Life Sketches, pág. 105).
La sierva del Señor se abstuvo de murmurar en esta dura experiencia. Cuán fácil es murmurar y quejarse, pero al rechazar esta tendencia, se está adornando la doctrina.
Roberto G. Ingersoll fue uno de los ateos más destacados de su tiempo. Le envió a su tía Sara un libro dedicado a criticar la Biblia. En el interior, encima de la firma de Ingersoll, estaban escritas estas palabras: “Si todos los cristianos hubieran vivido como tía Sara, tal vez este libro no habría sido escrito”. Este es un hermoso tributo rendido a una persona que evidentemente había vivido una vida cristiana consecuente que había adornado la doctrina de Dios.
Los contratiempos posiblemente constituyan la experiencia que más nos prueba. Seguimos un plan de acción decididos a llegar a ser algo o a hacer alguna cosa. Pero encontramos obstáculos insuperables en nuestro camino. En este caso, aun nuestra frustración puede adornar la doctrina.
En la primavera de 1865 un joven se graduó en el Colegio de Harvard, y en el otoño ocupó el puesto de maestro de escuela en Boston. Durante algunos meses las cosas se desarrollaron normalmente. Luego comenzaron las tribulaciones. El maestro novel tuvo dificultades con sus alumnos. Le escribió a un amigo que la clase que enseñaba era “el conjunto más desagradable de criaturas, sin excepción, que, había tratado”. Luego añadía, aludiendo a sí mismo: “Estoy cansado, enfermo, disgustado, y casi muerto”.
En el invierno le pidieron que saliera de la escuela porque no cumplía los requisitos necesarios para ser maestro. Esto fue humillante. Fue una catástrofe personal. Además de despedirlo de su cargo, el director le dijo que nunca había conocido a una persona que habiendo fracasado como maestro lograra desarrollar con éxito la vocación de otros.
Al cabo de seis meses de examinarse a sí mismo este joven decidió seguir un curso ministerial. No permitió que su frustración malogra toda su vida, y de este modo adornó la doctrina de Jesús. Hoy es conocido como Phillips Brooks, uno de los predicadores más destacados que ha tenido el protestantismo.
Sabemos que aun cuando se desempeñaba como predicador, todavía tenía la idea de volver al magisterio alguna vez. Y ese día llegó, cuando en la cumbre de su fama, aceptó el cargo de maestro que le ofrecía Carlos E. Eliot, rector de Harvard. Sí, Phillips Brooks quería ser maestro, pero cuando las circunstancias señalaron hacia otro rumbo, él estuvo listo a seguirlo, y así el Señor pudo utilizarlo ampliamente en su servicio.
Juan Wesley fue desde Inglaterra al que entonces se conocía como el campo misionero de Georgia. Al cabo de un tiempo chocó con las autoridades administrativas, algunos de cuyos miembros pertenecían a su iglesia. Como resultado de estas diferencias regresó a Inglaterra, como un hombre desilusionado. En su desánimo buscó el consejo de su amigo Peter Böhler , manifestándole su deseo de abandonar el ministerio. Böhler le dijo: “De ningún modo lo hagas”. Wesley preguntó: “¿Pero qué puedo predicar?” “Predica la fe hasta que la tengas; y entonces, debido a que la tienes, predicarás la fe”, le contestó Böhler .
Con este consejo Wesley comenzó su gran carrera como predicador. Peter Böhler había adornado la doctrina animando a uno de sus compañeros en el ministerio. Wesley adornó la doctrina manteniéndose firme y demostrando que en realidad había sido llamado al ministerio.
Compañeros en la obra, asegurémonos de que también nosotros estamos adornando la doctrina con la actitud que asumimos frente a las experiencias que nos sobrevienen cada día.
Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.