El comportamiento de un líder cristiano en un mundo cada vez más inmoral
Un joven se me acercó después de escuchar un sermón que hacía hincapié en la importancia de la obediencia a la Palabra de Dios y me preguntó: “¿Cómo puedo vivir una vida santa si mantengo una relación homosexual? Quiero entregar mi vida al Señor Jesús, pero no me interesan las mujeres; me gustan los hombres. ¿Puede Dios aceptarme de alguna manera?”
Mi respuesta fue sí. Mi respuesta fue sí. “Jesús quiere que vengas a él tal como eres”, le expliqué, “pero te ama tanto que no te dejará tal como eres. Él transformará tu vida. No importa si actualmente estás en una relación homosexual o heterosexual, o qué pecados sexuales estás enfrentando. Lo que importa es que él quiere trabajar en ti y hacerte puro y santo”.
Decidió poner fin a su relación homosexual, entregó su vida a Cristo y más tarde se convirtió en líder juvenil de su iglesia local. Se dio cuenta de que la relación más importante de su vida era la que tenía con Jesucristo.
En un mundo en el que las normas morales y sociales cambian constantemente, los principios bíblicos de pureza y santidad ofrecen una guía firme. La inmoralidad sexual, un problema que ha estado presente a lo largo de la historia, se aborda ampliamente en las Escrituras. El llamado a la pureza y la santidad va más allá de la simple abstinencia de actos inmorales: exige una profunda transformación del corazón y la mente.
El pacto del corazón
Jeremías 31:33 declara: “Este es el pacto que haré con Israel después de esos días, dice el Señor: ‘Pondré mi ley en sus mentes, la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’ ”. Este pacto representa un cambio de la mera obediencia externa a una transformación interna. El deseo de Dios es que su pueblo no se limite a seguir unas normas de manera legalista, sino que sus principios estén profundamente arraigados en su corazón. Esta interiorización de la ley de Dios conduce a una vida marcada por la verdadera pureza y santidad. Elena de White dijo: “Cuando la ley de Dios está escrita en el corazón, se manifiesta mediante una vida pura y santa”.[1] La santidad es la separación de un pueblo que ama al Señor y se regocija en obedecerle.
El pueblo de Dios debe mantener su mente en las cosas celestiales, no en las terrenales. Entre las cosas de este mundo contra las que la Biblia advierte a los creyentes que guarden sus corazones están los pecados sexuales: “Por tanto, hagan morir en ustedes lo terrenal: fornicación, impureza, pasiones lascivas, malos deseos y la avaricia, que es idolatría” (Col. 3:5). La razón es que hemos resucitado con Cristo a una vida nueva, una vida de santidad y pureza.
Pureza de pensamiento y de acción
La interiorización de la ley de Dios se traduce en una vida que busca la pureza en todos los aspectos. Jesús lo enfatizó cuando dijo en Mateo 5:28: “El que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. La pureza comienza con nuestros pensamientos e intenciones. Nuestros pensamientos y creencias están entrelazados con nuestro carácter y destino. Por eso Pablo nos instruye: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, piensen en eso” (Fil. 4:8). Aprender y practicar el mensaje central de este versículo puede reforzar la relación entre nuestros valores, decisiones y objetivos, conduciéndonos así a una vida enriquecida por la gracia divina y la santidad.
Conseguir el objetivo
Pero una vida así requiere entrega, crecimiento y pensamiento intencional. Requiere una conexión constante con Cristo. El cambio es imposible por nuestro propio poder, pero es posible por el suyo. Jesús declaró: “Separados de mí, nada pueden hacer” (Juan 15:5). A través de la oración y el estudio de la Palabra, llegamos a conocerlo cada vez más y a permanecer conectados a él. Su Palabra tiene poder transformador (Heb. 4:12). Por lo tanto, debemos dedicar tiempo a incorporar su Palabra a nuestras vidas. Podemos lograrlo siendo intencionales en nuestros pensamientos, actitudes y comportamiento, y así creceremos espiritualmente. Esto requerirá, sin duda, un deseo sincero de Dios, persistencia y esfuerzo, pero el resultado valdrá la pena.
“El peligro que acecha a los que viven en estos últimos días”, dice Elena de White, “es la ausencia de religión pura, la ausencia de santidad de corazón. El poder convertidor de Dios no ha obrado en la transformación de su carácter. Profesan creer en verdades sagradas, como era el caso de la nación judía; pero, al no practicar la verdad, son ignorantes tanto de las Escrituras como del poder de Dios. El poder y la influencia de la ley de Dios están por todas partes alrededor del alma, pero no dentro de ella, renovándola en la verdadera santidad”.[2]
Siempre debemos esforzarnos por tener pensamientos nobles y puros. Como dice Proverbios 23:7: “Porque tal como piensa en su corazón, así es él”.
Sin embargo, no podemos alcanzar la pureza y la santidad simplemente pensando en ello. Por el contrario, debemos contemplar a Jesús, la personificación de la pureza. Centrarnos en él nos transformará a su imagen, alineando nuestra mente con su voluntad y conduciéndonos a acciones que reflejen su pureza, porque “nuestra mente toma el nivel de las cosas en las que se detienen nuestros pensamientos”.[3]
La Biblia lo enfatiza aún más en Romanos 12:2: “Y no se conformen a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su entendimiento, para que puedan comprobar cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Esta transformación es un proceso continuo de permitir que el Espíritu Santo renueve nuestras mentes y alinee nuestros pensamientos con la Palabra de Dios.
El peligro de la santidad superficial
Un gran peligro al que se enfrenta la iglesia hoy en día es la falta de verdadera santidad en el corazón. Algunos afirman creer en las verdades fundamentales, pero no dejan que moldeen su carácter. Esta adhesión superficial conduce a la complacencia y a una falta de comprensión adecuada de la voluntad de Dios. Como Jesús señaló en Mateo 15:8: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. La verdadera santidad es imposible sin el poder transformador de Dios.
Jesús criticó a los fariseos por su apariencia de piedad sin transformación interior, diciendo: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera se ven hermosos, y por dentro están llenos de huesos de muertos y de inmundicia. Así también ustedes, por fuera se muestran justos a los hombres, y por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad” (Mat. 23:27, 28).
El plan de Dios para los pastores como líderes espirituales es que sus vidas ejemplifiquen su predicación y enseñanza. Nuestro carácter y nuestra vida familiar deben dar testimonio de las verdades que proclamamos. La influencia de la vida de una persona a menudo habla más alto que sus palabras, como se señala en 2 Corintios 3:2, 3: “Nuestra carta son ustedes, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres. Es manifiesto que son carta de Cristo, resultado de nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las palpitantes páginas del corazón”.
El carácter genuino, que abarca la santidad, la pureza, la humildad y la justicia, emana del corazón y ejerce un inmenso poder e influencia.
Una vida de pureza y santidad
Vivir una vida de pureza y santidad no consiste en ajustarse a una serie de normas externas, sino en una transformación radical desde dentro hacia fuera. Empezando por permitir que el Espíritu Santo escriba la ley de Dios en nuestros corazones, esta vida se sustenta en una relación continua con Dios, que nos aleja del pecado y la impureza. Como expresó el salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Interiorizar la Palabra de Dios es una protección vital contra el pecado. Y el apóstol Pablo añade: “Porque esta es la voluntad de Dios: que sean santificados, que se aparten de la fornicación; que cada uno de ustedes sepa dominar su propio cuerpo en santidad y honor, no dominados por la pasión, como los gentiles que no conocen a Dios” (1 Tes. 4:3-5). Una vida de pureza y santidad brilla en un mundo oscurecido por el pecado y atrae a otros hacia Cristo.
El papel de los líderes
La iglesia debe ser una fuente de esperanza y sanación para quienes luchan contra las batallas sexuales. Por lo tanto, los pastores y líderes necesitan tomar cuatro decisiones fundamentales:[4]
1. Enfrentar tus propios defectos. Somos piedras brutas que necesitan ser moldeadas por el Señor. Esto significa reconocer y afrontar nuestros propios problemas, por dolorosos que sean, para tener la credibilidad necesaria para ayudar a los demás.[5]
2. Ayudar a las personas a desarrollar sus dones. Tenemos que ayudarlos a ver la obra de Dios en sus vidas. Esto los llevará a confiar en su poder para superar sus luchas.[6]
3. Proclamar la gracia divina. Los sermones negativos generan cristianos negativos, y las exhortaciones sin aplicación conducen a la frustración.[7]
4. Estar dispuesto a hacer sacrificios. Las personas que lidian con problemas sexuales a menudo se enfrentan a diversos desafíos, y el pastor debe estar dispuesto a hacer lo que sea necesario para crear un lugar de esperanza y sanación.[8]
Conclusión
Frente a la inmoralidad sexual y otras formas de decadencia moral, el llamado de la Biblia a la pureza y la santidad sigue siendo claro. Nos llama a permitir que Dios escriba su ley en nuestros corazones, dando como resultado una vida que refleje su carácter santo. Al buscar la santidad de corazón y vivir los principios de la Biblia, no solo resistimos a las fuerzas de la inmoralidad, sino que nuestras vidas se convierten en un poderoso testimonio del poder transformador del amor y la verdad de Dios. Vivir una vida de pureza y santidad es un viaje continuo de transformación y renovación, fundado en una profunda relación con el Señor y un firme compromiso con su Palabra.
Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General
Referencias
[1] Elena de White, Cada día con Dios (Pacific Press, 1979), p. 144.
[2] White, Cada día con Dios, p. 144.
[3] Elena de White, “Seek Those Things Which Are Above”, Signs of the Times, 9 de enero de 1893, p. 7.
[4] Ted Roberts, Pure Desire (Regal Books, 1999), p. 237.
[5] Roberts, Pure Desire, p. 241.
[6] Roberts, Pure Desire, p. 245.
[7] Roberts, Pure Desire, p. 247.
[8] Roberts, Pure Desire, p. 248.