Como pastores, uno de nuestros constantes problemas es el de distribuir adecuadamente el tiempo para cada trabajo. Casi a cada instante recibimos una cantidad de pedidos que nos oprime. Por esa razón hacemos lo posible por tener un horario que satisfaga a todas las demandas. Es bueno, pues, que consideremos cuáles deben ser los puntos esenciales de nuestro programa diario. Con ese objeto he confeccionado una lista con un mínimo de seis puntos esenciales que tiene en cuenta, en primer lugar, al pastor mismo.

La predicación

Nunca llegaremos a ponderar suficientemente la importancia de la predicación. Demanda las mejores energías del pastor. Todas las tareas del ministro están implicadas en el llamado a predicar, y aún recalca G. Ray Jordán: “Ninguna otra cosa podrá reemplazar lo que se dice, si está bien dicho, cuando el pastor, frente a la congregación, habla de Dios en el nombre de Cristo.”—“You Can Preach” pág. 15.

La predicación debe ser hecha del mejor modo posible. Cualquier otra cosa el pastor podría hacerla más o menos bien, pero debe ser capaz de predicar el Evangelio con poder. Spurgeon declara: “La preparación previa a la predicación debe ser vuestra ocupación más importante; si la descuidáis, traeréis descrédito sobre vosotros y sobre todos los ministros.” Y agrega: “No confío en el ministro que desconozca lo que es una preparación esmerada.” —“Spurgeons Lectures” pág. 80.

“Un predicador ignorante es la peor de las calamidades. Un púlpito ineficaz es el más lamentable de los escándalos—declara Carlos Eduardo Jefferson, y agrega:—La causa de Cristo es puesta en desventaja y obstruida irremediablemente cuando un predicador cristiano olvida cómo predicar.”—“The Minister as Prophet” págs. 13, 14.

La predicación es el eje alrededor del cual debe girar todo el trabajo del ministro. Debe ser objeto de esfuerzos incansables, de estudio intenso y cuidadoso, de oración y de frecuentes lágrimas. El ministro no debe abusar de la oportunidad que le ofrece la predicación. Al predicar durante treinta minutos a una congregación de doscientas almas se hace responsable de cien horas de su tiempo. Y aquello que diga en esos treinta minutos de predicación puede decidir su destino eterno.

Es por lo tanto una imperiosa necesidad que el ministro reserve en su programa el tiempo necesario para el estudio y la oración, a fin de poder cumplir plenamente con esa responsabilidad de primer orden que tiene hacia su pueblo y hacia su Dios: la de alimentar al rebaño del Señor. Con energía deberá eliminar de su lista la numerosa cantidad de trabajos secundarios que podrían impedirle cumplir eficientemente con este trabajo de mayor importancia.

El tiempo empleado en visitar los hogares de la gente tiene una importancia vital para que la obra de la predicación resulte fructífera. La predicación eficaz y la fiel dedicación al rebaño, son dos elementos indispensables del programa del ministro. Y así como la lista debe proveer tiempo para la preparación del sermón, también debe proporcionar tiempo para visitar los hogares.

Comentando estos dos aspectos del ministerio, dice Jorge A. Buttrick: “Vosotros levantaréis el edificio espiritual de la iglesia a costa del desgaste de vuestros zapatos y de las cubiertas del automóvil, juntamente con una predicación meritoria.”—Citado por Andrés W. Blackwood en “Pastoral Work,” pág. 13. Y en el libro “Pastoral Leadership” declara que a pesar de que tendremos que prestar atención a los numerosos trabajos del ministro, “todos desearán ver en nosotros al poderoso predicador, antes que a un organizador de programas o a un promotor de las actividades de la iglesia.” —Pág. 20.

El ministro es un pastor, un pastor del rebaño. Debe cuidar y alimentar a las ovejas. Para hacerlo debe conocerlas por su nombre, estar enterado de sus tendencias, necesidades y hábitos. Esta obra de vigilante dirección se hace a menudo sin ser observado, y donde no se recibe el aplauso de la multitud. Nunca es espectacular, siempre es humilde. R. Alian Anderson en su libro “The Shepherd Evangelist,” dice: “El trabajo de apacentar el rebaño es arriesgado, constante y agotador. Pero hay una razón para soportar todo eso. Y es que a pesar de todo, es el más hermoso trabajo que Dios haya proporcionado al hombre.

“Cuando Jesús dijo: ‘Yo… conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen,’ asentó un principio que debe conocer todo pastor. El poder de un ministro radica en gran medida en el conocimiento que tenga de su rebaño.’” —Pág. 559.

Ciertamente el bienestar y el cuidado de las almas constituyen la gran carga de un verdadero pastor. Y de su relación íntima con los hogares y las personas es de donde surgirán sus sermones más provechosos.

Los detalles administrativos y las actividades de organización

Entre otras cosas el ministro es un administrador. La iglesia es una organización y el ministro es su cabeza. En cierto sentido ella es una máquina y debe ser mantenida en funcionamiento. Se debe reducir la fricción, lubricar les engranajes, hacer las reparaciones necesarias; cada parte del mecanismo debe ser objeto de observación constante y minuciosa para que la máquina trabaje, y cumpla el fin para el cual ha sido creada. El trabajo de administración es importante. Si el ministro descuida la organización, pronto todo se vendrá abajo. Hay detalles del trabajo que deben ser atendidos, hay que hacer planes para el adelantamiento de la causa, hay correspondencia que atender, y tener presente un panorama general de las actividades en marcha.

Una parte del tiempo del ministro debe destinarse a la atención de estos diferentes asuntos. Debe ejercerse sumo cuidado para que estos detalles de trabajo no ocupen horas que deben ser dedicadas a la devoción personal y al estudio.

La devoción personal

En 1 Timoteo 4:16 se nos dice: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina, persiste en ello; pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren.” Elena G. de White cita este texto y comenta: “Ti mismo” requiere la primera atención. Primero entréguese al Señor para ser purificado y santificado… Pedid a Cristo aquella gracia y claridad de comprensión, que os habilitará para trabajar con éxito.” —“Obreros Evangélicos” pág. 110.

Debemos recordar siempre que es Cristo el que nos capacita para trabajar con éxito. No siempre hacemos el mayor trabajo cuando parecemos estar más ocupados. En ese hermoso y pequeño libro “Communion Through Preaching,” Enrique Sloane Coffin hace esta declaración:

“La obra del Espíritu Santo, que es lo que caracterizó a la iglesia en sus períodos de poder, debemos reconocer con dolor que está ausente de muchas congregaciones. El pastor y los miembros pueden ser escrupulosos, muy trabajadores e ingeniosos para descubrir nuevos métodos, su iglesia puede dar la impresión de una actividad bulliciosa, su calendario semanal puede tener una lista abrumadora de reuniones, y aun el pastor puede colgar en su oficina un gráfico de todas las actividades conjuntas que le gane reputación de un hábil administrador; pero la influencia espiritual de esas vidas y esos hogares será tristemente nula.”—Pág. 22.

Si deseamos la compañía del Espíritu en nuestras iglesias, debemos ante todo dedicar tiempo para permanecer a solas con Dios estudiando su Palabra, meditando, examinándonos a nosotros mismos y orando. Spurgeon dice que si no oramos por nuestro trabajo, “la soberanía de Dios puede determinar darnos alguna bendición, pero no tenemos derecho a esperarla.”—“Lectures,” pág. 44.

En una gran medida la eficiencia del pastor dependerá más que nada de esos momentos dedicados a la comunión íntima con Dios. Cuanto más tiempo permanezca el pastor sobre sus rodillas, estudiando la Biblia, examinándose y probándose a sí mismo, tanto menos tiempo deberá emplear para componer la maquinaria y solucionar los problemas de la iglesia. En otro lugar de su libro Spurgeon dice:

“Entre todas las influencias formativas que harán de un hombre un ministro honrado por Dios, no conozco ninguna más importante que su familiaridad con el sitio de oración.”—Id., pág. 41.

Como ministros y pastores debemos recordar siempre nuestras propias necesidades del alma. “Tened cuidado de vosotros mismos,” dice Baxter, “porque el enemigo os está mirando con ojo vigilante… Sed sabios y entendidos si no queréis que él os domine.”—Id., pág. 22.

No olvidemos que Dios no salvará a nadie por el mero hecho de ser predicador, sino por estar justificados, por ser hombres santificados, y consecuentemente fieles en el trabajo por el Maestro. Si debemos orar no es tan sólo porque somos ministros, sino principalmente porque somos pobres y necesitadas criaturas que dependemos de la maravillosa gracia de Dios.

Debemos examinarnos a nosotros mismos ansiosamente, no sea que después de haber orado por otros, nosotros seamos rechazados. No podemos mantener encendido el fuego de nuestro corazón a menos que día tras día nos proveamos de él en el altar de Dios, es decir que cada día dediquemos un tiempo a la meditación, al estudio y a la oración. El programa de un ministro debe destinar ante todo una porción diaria de tiempo para la alimentación de su propia alma. “Ten cuidado (en primer lugar) de ti mismo.”

Reposo y distracción

Al considerar el reposo y la distracción estamos enfocando dos imperativos, dos puntos esenciales del programa del ministro. No pueden ser ignorados si deseamos que nuestro trabajo resulte eficiente y aceptable. Elena G. de White dice en “Obreros Evangélicos”:

“A algunos de nuestros predicadores les parece que deben hacer cada día alguna labor de que puedan informar a la Asociación. Como resultado de tratar de hacer esto, sus esfuerzos son demasiado a menudo débiles e insuficientes. Debieran tener períodos de descanso, completamente libres de labor que les recargue.”—Pág. 254.

Cristo dijo a sus discípulos: “Venid vosotros aparte… y reposad un poco.” (Mar. 6:31.; Y además se nos dice:

“Las palabras de compasión de Cristo se dirigen tan seguramente a sus obreros de hoy como a sus discípulos de entonces…. No es prudente estar siempre bajo la tensión del trabajo y excitación, aun cuando se ministre a las necesidades espirituales de los hombres; porque de esta manera se descuida la piedad personal, y las facultades de la mente, del alma y del cuerpo quedan recargadas…

“Dios es misericordioso, lleno de compasión, razonable en lo que pide… Él no quiere que trabajemos bajo presión y tensión hasta que a ello siga el agotamiento, con postración de los nervios. Es necesario que los obreros elegidos de Dios escuchen la orden de retirarse aparte y descansar un poco.”—Id., págs. 258, 260.

El ejercicio

Notemos esta sentencia: “Debieran [los ministros] tener períodos de descanso, completamente libres de labor que les recargue.” Y se agrega en seguida: “Pero estos momentos no pueden reemplazar al ejercicio físico diario.” (Id., pág. 254.) Aquí se hace hincapié en otra necesidad esencial, la del ejercicio físico diario. El trabajo de predicar, visitar y atender las diversas necesidades que surgen, es exhaustivo cuando se lo hace bien, fiel y conscientemente. Esto produce tensión y la fatiga mental. El ejercicio físico alivia al cerebro llevando la sangre a otras partes del cuerpo, estimula la circulación general, ayuda a la digestión, y ocasiona otros muchos beneficios para la salud. Vigoriza y revitaliza; ayuda a dormir mejor por la noche y nos capacita para un trabajo más eficiente durante el día. El ejercicio físico diario es parte de nuestro trabajo y es fundamental para el éxito del ministerio.

“Hermanos, cuando tomáis tiempo para cultivar vuestro jardín, obteniendo así el ejercicio necesario para mantener el organismo apto para funcionar debidamente, estáis haciendo la obra de Dios tanto como cuando celebráis reuniones.”—Ibid.

Algo más con respecto a este punto encontramos en “Evangelismo”:

“Es una necesidad imperiosa para la salud física y la claridad mental el hacer algún trabajo manual durante el día.”—Pág. 661.

Un programa organizado

Ahora nos enfrentamos con el problema de una mejor organización de nuestro plan de trabajo para que cada uno de esos seis puntos esenciales encuentre el lugar que le corresponde. Examinaremos nuestro trabajo y lo organizaremos de tal modo que resulte un programa equitativo antes que un esfuerzo frenético por llevar adelante todas las responsabilidades en un arranque que resulta a menudo fútil, o poco menos que frustrado. Es posible que nos desgaste más el trajín para hacer esto y aquello angustiosamente, que el trabajo que realmente hacemos.

Es obvio que no todos podemos seguir idénticos programas de trabajo; nuestras tareas son distintas y nuestra constitución física es diferente. Una revista reciente publicó un artículo en el que se clasificaba a los tipos de individuos en tres grupos, a saber:

1. Aquellos individuos que comienzan el día “como una bala,” pero que por la noche se sienten decaídos.

2. Aquellos otros a quienes les cuesta levantarse por la mañana, comienzan a trabajar despaciosamente, pero que al anochecer trabajan con ardor y lo hacen aun por la noche.

3. Aquellos que se levantan normalmente, hacen una pequeña pausa al mediodía, quizá echan una siesta, y luego trabajan con ardor hasta la noche.

Sabemos que los programas personales pueden variar, pero no obstante eso cada uno debe tener su programa. Algún día seremos llamados a dar cuenta del uso que hicimos del tiempo en la obra de Dios. De Cristo se dijo:

“Cristo no escatimó su servicio. El no medía su trabajo por horas. Dedicaba su tiempo, su corazón, su alma y fuerza a trabajar en beneficio de la humanidad. Trabajó durante días penosos, se mantuvo postrado en súplica de gracia y perseverancia durante largas noches para poder hacer una obra mayor.”— “Obreros Evangélicos” págs. 309, 310.

“Los que estudian el medio de usar tan poco como sea posible su fuerza física, mental y moral, no son los obreros sobre quienes él puede derramar abundantes bendiciones.”—Id., pág. 309.

Estudiemos cómo podemos hacer un trabajo más amplio. Hagamos ese estudio no con el propósito de descubrir medios de hacer menos para Dios, sino más bien para distribuir de tal modo nuestro valioso tiempo, ese precioso talento, para que lo usufructuemos con mayores beneficios aún. Si planeamos bien el uso de nuestro tiempo habrá mucho menos posibilidades de que lo malgastemos. Si planeamos igualmente bien nuestro trabajo, estaremos capacitados para evitar que los asuntos de poca monta oculten aquellos que tienen verdadera importancia.

“La razón porque tantos de nuestros predicadores predican discursos sin vida y tibios consiste en que permiten que una variedad de cosas de naturaleza mundana ocupe su tiempo y atención.”—Id., pág. 287.

“Sometan los predicadores sus actos de cada día a una reflexión cuidadosa y a una recapitulación minuciosa, con el objeto de conocer mejor sus hábitos de vida.”—Id., pág. 292.

“Las personas que no hayan adquirido hábitos de laboriosidad y economía del tiempo, deben tener reglas fijas para impulsarlas a la regularidad y prontitud. Jorge Wáshington pudo hacer mucho trabajo porque se esmeraba en conservar el orden y la regularidad. Cada papel tenía su fecha y su lugar y no se perdía tiempo en buscar lo traspapelado.

“Los hombres de Dios deben ser diligentes en el estudio, fervientes en la adquisición de conocimiento, sin perder nunca una hora.”- Id., págs. 294, 295.

Con respecto a los momentos libres se nos dice:

“Llevad un libro con vosotros para leer mientras viajáis o esperáis en la estación. Dedicad todo momento libre a hacer algo.”—Id, pág. 296.

La fórmula del éxito está enunciada así:

“Su éxito [el del obrero de Dios] será proporcionado al grado de consagración y abnegación con que haga su obra. … Se requieren arduos estudios y duro trabajo para formar un ministro de éxito o un obrero eficiente en cualquier ramo de la causa de Dios.”—Id., págs. 72, 73.

Jaime Stewart, en su excelente libro “Heralds of God,” pág. 199, declara:

“Si alguna vez alguien descubre que el trabajo del ministerio le resulta fácilmente manejable y superable, y que esa vocación no demanda de él una preocupación constante y cuidadosa, debe ser compadecido y de ningún modo felicitado.”

Por último, recordemos esta alentadora declaración:

“Dios ha provisto su divina asistencia para todas las emergencias en las que los recursos humanos resultan insuficientes. Él envía el Espíritu Santo para que nos ayude en cada aprieto, para fortalecer nuestra esperanza y darnos seguridad, para iluminar nuestras mentes y purificar nuestros corazones. … Os invito a buscar consejo de Dios. Buscadle de todo corazón, y “haced todo lo que os dijere (Juan 2: 5).”—“Testimonies” tomo 6, pág. 415.

Sobre el autor: Pastor evangelista de la Asoc. del Sur de California.