La rutina de pastores y líderes cristianos es, como mínimo, intensa. Una “lista básica” de responsabilidades incluye visitación; consejería conyugal, familiar y personal; asistencia a enfermos; funerales; reuniones administrativas; administración de conflictos; estudio; preparación y presentación de sermones y capacitaciones; estudios bíblicos; evangelismo; Grupos pequeños; construcciones y reformas; representación de la iglesia delante de la comunidad; movilización para proyectos sociales; participaciones en campamentos de Aventureros, de Conquistadores, de jóvenes; reuniones campestres; vigilias… y la lista no termina aquí.
Si fuesen colocados todos los ítems y sus ramificaciones, esta página tal vez no sería suficiente para contener todas las responsabilidades pastorales que recaen sobre nosotros, ministros del Señor.
Además de la preocupación por los asuntos relacionados con la iglesia, tenemos otra faceta que a veces termina siendo olvidada por muchos: somos seres humanos; como tales, luchamos con nuestros dramas personales; con los desafíos de la vida familiar; con las preocupaciones del contexto social, económico y político en el que vivimos; y con aspectos relacionados con nuestro desarrollo espiritual. La suma de los elementos personales y ministeriales mencionados es suficiente para demostrar un poco de la carga que recae sobre cada uno de nosotros, y también para comenzar a entender cuál es el origen del agotamiento que está victimizando a muchos.
El Síndrome de Burnout (del inglés, burn out, agotar, apagar), o agotamiento, es una condición que viene siendo investigada por la Psicología desde hace aproximadamente cincuenta años. El pionero del estudio, Herbert Freudenberger, trabajaba en la recuperación de drogodependientes, cuando notó algo que llamó su atención: con el tiempo, los voluntarios que trabajaban con él a favor de los dependientes químicos demostraban señales de apatía, decepción y depresión, y presentaban una condición carente de atención psicológica, como la que los propios pacientes por quienes estaban trabajando recibían. A partir de esa percepción, el doctor Freudenberger dio inicio a las investigaciones referentes a este síndrome, que generalmente alcanza a personas que se dedican al cuidado de otros.
Las estadísticas relacionadas con la incidencia de burnout en pastores, especialmente en América del Sur, son inciertas. Algunas páginas de Internet dedicadas al asunto presentan números que realmente asustan; sin embargo, carecen de una base científicamente comprobada. Pero, más allá de los datos impersonales y fríos, la convivencia y las conversaciones informales y privadas con compañeros de ministerio indican que muchos están al borde del agotamiento, si es que ya no se apagaron completamente.
En el centro de esta condición se encuentra el desequilibrio de “dar” y “recibir”. Como pastores del rebaño, corremos el riesgo de ir a extremos para atender a todas las demandas, sean las que sean, a fin de no permitir la frustración de miembros, familiares, superiores o, incluso, de nosotros mismos. Como resultado, podemos transformarnos en líderes apáticos, fríos, desmotivados, insatisfechos, y que perdieron el sentido del ministerio y de la vida.
El antídoto contra el burnout está en la búsqueda intencional de una vida equilibrada. Para eso, es necesario reconocer que el equilibrio de la vida pasa por el dominio del tiempo. Salomón afirmó: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Si queremos hacer todo al mismo tiempo, en breve ¡no haremos nada en ningún momento! Por eso, reflexiona sobre estas preguntas: ¿Cuánto tiempo dedicas a tu vida espiritual (oración, estudio de la Biblia, reflexión)? ¿Cuánto tiempo dedicas a tus relaciones familiares? ¿Cuánto tiempo, al desarrollo de amistades edificantes? ¿Cuánto tiempo empleas en el cuidado de tu salud? ¿Cuánto tiempo separas para momentos de ocio y descanso? ¿Cuánto tiempo aplicas a tu desarrollo intelectual? ¿Cuánto tiempo dedicas a las actividades ministeriales?
Cuando decidimos prioridades correctas y dedicamos el tiempo adecuado a cada una de ellas, caminamos en la dirección del equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, que mantiene nuestra salud. Finalmente, jamás deberíamos olvidarnos de que también se aplica a nosotros la promesa de Cristo: “Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Sobre el autor: Editor de Ministerio Adventista, edición en portugués.